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El callejón
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Castigo ejemplar

Con el cadáver aún caliente de Franco sobre la cama de su habitación en La Paz (curiosa paradoja, tratándose de alguien, como él, que tanto hizo para que continuásemos odiándonos unos a otros), España entró en un corto pero intenso periodo de transición que se cerró la madrugada del 23 de febrero de 1981, cuando un puñado de nostálgicos del providencialismo militar hicieron el más ignominioso de los ridículos y desfilaron, con el rabo entre las piernas y la cabeza gacha, rumbo al olvido.

Por su parte, la emergente nueva clase política (amalgama en la que especímenes de todo pelaje convivían felices bajo el paraguas que brindaba la joven democracia en el interior de un Parlamento que era un remedo del arca de Noé) se protegía a sí misma de cualquier perturbación cimentando el bipartidismo como santo remedio contra la italianización de la vida pública y, en ese punto, el viejo e iracundo patriarca Manuel Fraga Iribarne le daba fraternalmente la paz al joven aspirante a los pesos pesados, Felipe González Márquez, que iba a ser Mohammad Ali y terminó siendo tan auténtico, o sea, impostor, como José Manuel Ibar Azpiazu, "Urtain".

De entonces hasta hoy, es decir, durante los últimos treinta años, hemos disfrutado en este país de las ventajas (ninguna, a decir verdad) de reducir la realidad a tan solo dos opciones: sistema binario de doble respuesta (sí/no), perfectamente satisfactorio para poner en marcha una máquina, aunque a todas luces insuficiente como herramienta aplicable al complejo y heterogéneo funcionamiento de la mente humana.

En nuestro anhelo permanente de seguridad y confort, sobre todo después de siglo y medio siglo plagado de gobiernos catastróficos y guerras crueles, los españoles nos aferramos al bipartidismo como náufragos de la historia. Pese a que el miedo siempre pasa factura.

El miedo nos llevó a blindar la monarquía como único modelo de convivencia, cuando la propia Constitución señala que todos somos iguales, y el temor a la inestabilidad parlamentaria nos arrastró a perpetuar en el ejercicio del poder a una casta de indeseables, mediocres e incompetentes (salvo excepciones), que se turnan en la poltrona como ni siquiera había llegado a soñar Cánovas del Castillo.

Sin embargo, nada es eterno y esta forma de hacer política a la antigua usanza, válida hace cuarenta años, está más que amortizada y caduca. No se llamen a engaño y, por favor, no teman los cambios, que ya no somos niños ni tampoco idiotas. Es hora de que las reglas del juego se modifiquen, para lo que es preciso que entren otros jugadores: nuevos, jóvenes, impetuosos y sensatos.

El severo y ejemplar castigo que los gladiadores de Simeone le infligieron el pasado sábado a las mimadas y acomodadas figuras de ese baluarte de la España añeja, rancia y ultraconservadora de toda la vida que es el Real Madrid (presidido, no lo olviden, por uno de los empresarios más protegidos por unos y por otros) es tan solo un anticipo anecdótico de lo que puede suceder en los diferentes comicios que han de celebrarse en los próximos meses.

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