Hace muchos años que el cine (siempre entendido como actividad de ocio para adultos) perdió la partida con su hermano menor, la tan denostada caja tonta. En los últimos tiempos (justo cuando he empezado a disfrutar plenamente de una vida doméstica solitaria) mi amor por el llamado séptimo arte se ha visto poco a poco relegado por una creciente afición (me atrevería a enfatizar que adicción) hacia las soberbias y estupendas novelas audiovisuales que, con el arranque de este tercer milenio, la televisión por cable norteamericana viene ofreciendo a millones de espectadores en todo el mundo.
Mientras que mi interés y asistencia a las salas de proyección se ha reducido de forma paulatina e inexorable, la atención que despiertan en mí las ficciones televisivas aumenta casi exponencialmente: sobre todo, si lo máximo a lo que puede aspirar la industria del entretenimiento por autonomasia es a aplaudir una propuesta tan pretenciosa como anodina, a la par que vacía y exasperante, como ese ejercicio de fatua pedantería perpetrado por Alejandro González Iñárritu que recibe el título de Birdman.
Los que como yo, que afrontamos la segunda mitad de nuestras vidas, fuimos encandilados por la última generación de cineastas audaces y con verdadero talento (intrínseco y no impostado) que ha brindado el celuloide estadounidense, con Steven Spielberg y Francis Ford Coppola a la cabeza de una ilustre nómina en la que hay que incluir al mayor iconoclasta de todos ellos, George Lucas, estamos inmersos, en la inmensa mayoría de los casos, en rutinas (y servidumbres) familiares que acortan considerablemente nuestro tiempo libre y nuestro poder adquisitivo. A esta respetable franja de consumidores sólo le queda espacio para visionar películas en el salón de su casa. Y las grandes productoras lo supieron antes que nadie y empezaron a ofrecer a sus telespectadores de pago una alternativa de calidad, exenta del coitus interruptus que suponen los anuncios de coches y detergentes.
Hoy, quien tiene el mando a distancia es quien detenta el poder de decidir y los equipos de grabación digital facilitan que el individuo reorganice su escaso tiempo disponible en función de sus apetencias, sin depender de la tiranía de los programadores de las cadenas (que rara vez aciertan) ni de los anunciantes (que siempre tratan de venderte duros a cuatro pesetas).
Ahora, el espectador para quien trabajan los mejores guionistas y realizadores del firmamento audiovisual pertenece a un estrato social medio-alto, posee un nivel cultural de quien ha cursado estudios universitarios y una edad que oscila entre los treinta y los sesenta. Lamentablemente, dentro de esta economía de mercado con la que no comulgo (y a la espera de que la revolución marxista-leninista-bolivariana nos libere de todas las esclavitudes), la ley de la oferta y la demanda ha desplazado todo el capital y el potencial creativo a la tele de cable.
Mires lo que mires y veas lo que veas no cabe la comparación: Los Soprano, Mad Men, The Wire, Breaking Bad, Boardwalk Empire, Juego de tronos, The Walking Dead, Modern Family, True Detective, Hermanos de sangre, Damages, The Killing, Battlestar Galactica, House of Cards, Boss, Homeland, The Newsroom… Cualesquiera de estos seriales (y no entramos en la primorosa y exquisita producción made in Britain) es capaz de satisfacer al paladar más exigente. Y algunos de ellos (caso de los cuatro primeros títulos aquí mencionados) logran un grado de perfección narrativa absolutamente inalcanzable para la industria cinematográfica de las tres últimas décadas.
Reconozco que en este reciente periplo personal no he frecuentado las series de factura nacional, si exceptuamos La que se avecina, de la que me reconozco un fan incondicional, convicto y confeso (¿por qué tardan tanto en emitir los nuevos episodios? ¿por qué Telecinco es tan cutre? ¿por qué insulta tanto la inteligencia del espectador y le ofrece basura en lugar de este brillante vodevil alocado, simpático y desengrasante?).
El pasado martes Televisión Española estrenó su gran apuesta para esta temporada, El Ministerio del Tiempo, en la que aparece acreditado como director del espacio que se emite después de cada capítulo (Los archivos secretos del Ministerio) mi amigo David Cánovas. La productora le insistió mucho para que aceptara este encargo y, nada más ver los totales, David me habló francamente bien de este material. De momento, el resultado me parece más que digno. Hay una producción cuidada, buenos actores (confieso mi debilidad por Jaime Blanch, al que recuerdo, de niño, ver en tantos Estudios 1) y unos guiones excelentes, firmados por Javier y Pablo Olivares, dos hermanos que, de haber nacido en Austin o Baltimore, ya tendrían en su haber varios Emmys y alguna que otra candidatura al Oscar.
Es una auténtica pena que ya no podamos contar con el ingenio, la ternura y el chispeante sentido del humor de Pablo, fallecido prematuramente el pasado año, víctima de la esclerosis lateral amiotrófica. Ojalá, Pablo, más allá del tiempo, puedas seguir disfrutando con tu éxito y los de nuestro Atleti. Enhorabuena, maestro, lo ha vuelto usted a conseguir.
arodriguez
Subrayo todo lo que aquí dices.
Deberías dedicar otro artículo a las buenas series británicas, y otro más a las sorprendentes "joyas" de la televisión danesa (por ejemplo "Borgen" y 1864").
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Pintao
Un país donde la mitad de sus ciudadanos está pendiente cada semana de ver los argumentos que Belén Esteban va desgranando para quedarse una semana más en Gran Hermano, o las críticas a las que Olvido Hormigos la somete, no me creo que vaya a tener un brillante futuro por mucho que el Sr. Rajoy nos lo prometa.
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cosmonauta
Señor José. Con la muerte de Leonard Nimoy en estos días, vino a mi memoria la famosa serie de ciencia ficción. Viaje a las estrellas que fue un éxito rotundo a nivel mundial. Nunca olvido que en un viaje que hice a la unión Soviética en plena guerra fría esta serie la transmitía la televisión rusa para todos los habitantes de esa enorme federación de republicas y los televidentes la seguían con mucho interés.
Respecto a mi amado cine yo sigo siendo chapado a la antigua y dudo mucho que ahora después de viejo vaya a cambiar.
Eso si comparto con usted lo de la televisión y las buenas series incluyendo las de ciencia ficción hechas por ordenador. Comparto también la contundente realidad irrefutable por demás de la enorme calidad de los guionistas, directores y personal técnico en general que hoy están trabajando para la caja tonta. Es otra época muy diferente en la que la tecnología prima, ordena y manda. Mas este servidor se queda con el enorme talento de Stanley Kubrick que con una tecnología obsoleta, considerada como de la edad de piedra, logro filmar esa obra maestra que lleva por nombre. Odisea 2001 en el espacio. Saludo amigo..
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