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El callejón
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La gran esperanza blanca

Primera parte de “Unforgivable Blackness: The Rise and Fall of Jack Johnson” (2005), biografía del primer campeón mundial de boxeo de raza negra, producida por el prestigioso realizador Ken Burns para la Televisión Pública Norteamericana.

El ser humano es una criatura que alberga sentimientos enfrentados: se ama casi tanto como se odia a sí mismo y eso explica el temor que le despierta todo cuanto desconoce. O detesta. O ignora. Por tanto, el racista no lo es en la medida que aborrece al diferente sino en virtud (más bien defecto) de que la existencia del otro pone en duda su propia identidad. Muchas veces (demasiadas veces) se es racista porque, desgraciadamente, no se puede ser otra cosa para poder seguir sintiéndote la misma persona.

Esta condición (uno diría que maldita) ha alcanzado unos caracteres estremecedores (cuando no espeluznantes) en el caso de Norteamérica, nación a la vanguardia de los derechos inalienables (entre ellos, la igualdad) y que durante siglos trató a sus ciudadanos de raza negra como especímenes de inferior categoría.

Confinados a una vergonzante extinción en los guetos de las reservas, concedidas por el hombre blanco, los escasos indígenas supervivientes del implacable exterminio al que fueron sometidos desde que los primeros colonos pusieron pie en esta tierra de promisión, extensa y generosa, la minoría étnica descendiente de aquellos esclavos africanos metidos con calzador en las bodegas de los barcos negreros (protagonistas de uno de los episodios más indecorosos e infames en la historia de la humanidad) ha tenido que soportar un trato degradante e intimidatorio a lo largo de dos centurias, llegando a darse la terrible paradoja de que, mientras sus tropas combatían al régimen nazi en Europa, dentro de Estados Unidos, negros y blancos vivían en una sociedad ferozmente segregada.

Hubo incluso un tiempo, no tan lejano, en el que a los mal llamados "hombres de color" sólo se les permitía nacer, crecer, reproducirse, enfermar y matarse entre ellos, si por matarse entendemos la práctica profesional del pugilismo. Fue necesario esperar hasta una fecha tan tardía como 1908 para que un boxeador de raza negra pudiese alzarse con el título de campeón mundial de los pesos pesados. La pelea se celebró en Sydney, Australia, y en ella Jack Johnson, natural de Galveston, Texas, derrotó con absoluta claridad a Tommy Burns, al que no dudó en humillar (cada vez que Burns iba a caer a la lona el propio Johnson lo sujetaba para continuar golpeándole sin dejar de sonreír) en lo que debe interpretarse como un personal ajuste de cuentas por parte de quien procedía de una familia de esclavos y se vio forzado a abandonar la escuela a muy corta edad para ganarse la vida a puñetazos.

Sin embargo, el que piense que Johnson era una fiera desprovista de inteligencia no tiene la menor idea ni de la vida ni del boxeo. Aunque Jack London describiese el combate como el aburrido descuartizamiento de un asno entre las fauces de una pantera, lo cierto es que, aunque era muy dado a los bravuconadas (solía envolverse el pene con toallas para abultar su virilidad bajo las mallas de entrenamiento), Jack Johnson era un púgil extraordinario, ágil y escurridizo, de pegada precisa y contundente, al que le hicieron pagar con creces la osadía de desafiarlos a todos: su predilección por las mujeres blancas (un auténtico tabú para la época) le reportó una acusación por bigamia y le acarreó una pena de cárcel que lo obligó a huir del país. Durante su exilio, sobrevivió en Francia e Inglaterra gracias a peleas de exhibición y a participar en espectáculos de cabaret en los que lucía sus dotes interpretativas. Le gustaba vestir trajes hechos a medida y conducir coches caros.

La supremacía de Johnson en el cuadrilátero resultaba insultante para una opinión pública extremadamente conservadora y enferma de prejuicios, lo que llevó a que los medios sensacionalistas (con la prensa de Hearst a la cabeza) reclamasen la irrupción de La Gran Esperanza Blanca, es decir, el atleta blanco que habría de sojuzgar y domar al negro rebelde. Tras una búsqueda que parecía infructuosa, en 1915, los promotores y publicistas dieron con Jess Willard, un colosal leñador de más de dos metros, procedente de los bosques de Pottawatomie, Kansas. La posterior pelea, que tuvo por escenario La Habana (ya que sobre Johnson seguía pesando una orden de captura), continúa envuelta en misterio. El primer gran campeón de raza negra se cansó de asegurar hasta el día de su muerte, acaecida en un accidente de tráfico, en 1946, a los sesenta y ocho años de edad, que se dejó vencer a cambio de que el departamento de Estado le permitiese regresar a su país. No obstante, de ser cierta esta artimaña, ¿cómo se explica que fuese noqueado en el vigésimo sexto asalto? ¿Por qué esperar tanto?

Ocurriese lo que ocurriese aquel caluroso día de primavera en la capital cubana, Jack Johnson siguió disputando combates hasta los sesenta años y su rival, La Gran Esperanza Blanca, fue derrocado, años después, por otro mito de este deporte, Jack Dempsey, que lo tumbó siete veces en el primer round. El bambayo y valiente Jess Willard aguantó apenas otros dos asaltos y acabó la pelea con el tabique nasal y varias costillas rotas. La leyenda cuenta que Dempsey había empapado los dedos de su mano derecha en escayola, horas antes del combate.

Tal hecho nunca se pudo demostrar.

Como tampoco se podrá demostrar jamás cuál fue el contenido exacto de la conversación telefónica que mantuvieron la pasada semana el presidente del Partido Popular, Mariano Rajoy, y la candidata por él designada como gran esPPperanza blanca para alcanzar la alcaldía de la capital de España.

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