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El callejón
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Himnosis

Con muchísimo cariño, a mi ahijada Cecilia, espectadora fiel de "Peppa Pig" y futura sufridora colchonera (o eso al menos espero)

El día 30 de mayo, Día de Canarias (festividad en todo el Archipiélago que sólo celebra la pequeña caterva de plutócratas que sobreviven a costa del erario público y que sirve de pretexto para que mis sobrinas vayan graciosamente ataviadas con el traje típico al colegio), tendrá lugar la final de la centésimo décimo segunda edición de la Copa de España (también llamada Copa de Su Majestad el Rey, antes denominada Copa de Su Excelencia el Generalísimo y, con anterioridad, Copa de Su Excelencia el Presidente de la República y, más antes aún, Copa de Su Majestad el Rey) entre dos clubes que, fieles a sus particulares idiosincrasias, aspiran a ganar de nuevo (ambos tienen a gala haber obtenido en mayor número de ocasiones que nadie dicha competición) pero por la que, al menos desde un punto de vista institucional, sin embargo y paradójicamente, no muestran el menor respeto.

Ni Fútbol Club Barcelona ni Athletic de Bilbao sienten aprecio alguno ni por el Jefe del Estado (que da nombre al trofeo) ni muchísimo menos por la nación que éste representa siquiera de forma testimonial. Tanto es así que un individuo como el abogado Javier Tebas Medrano, nada sospechoso de fomentar y reabrir viejas heridas entre los clientes que le dan de comer (en la actualidad ostenta la presidencia de la Liga de Fútbol Profesional, que es el formulismo legal que el Real Madrid y el Barça idearon hace décadas para perpetuar su aplastante hegemonía en un país que, económicamente, está más próximo a la República Dominicana de lo que le gustaría reconocer a Montoro & Cía), ha mostrado su preocupación por el bochornoso (y previsible) hecho de que, poco antes del comienzo del partido, las hinchadas de uno y otro equipo impidan con sus abucheos y silbidos la audición de la marcha real que España tiene por himno.

Curiosa esquizofrenia la de estos catalanes y vascos, tan apegados a sus costumbres y tradiciones (a decir verdad, sólo los segundos muestran verdadera y coherente identificación con su única madre patria ya que, no sólo histórica sino estatutariamente, en el Bilbao sólo pueden jugar hombres nacidos en cualesquiera de los territorios de Euskal Herria, eso sí, con independencia del color de su piel, galimatías que sería imposible de explicar a Joseph Goebbles), a los que sólo les interesa sentirse ciudadanos españoles según qué y, sobre todo, según cuánto.

A fin de que la sangre no llegue al río y de ahorrarnos un enésimo episodio de vergüenza ajena a todos los que amamos el fútbol como maravillosa metáfora que es de la vida, Manola, la vida, solicitamos desde estas líneas a la Real Federación Española, entidad organizadora del torneo, que sustituya el himno de marras por la alegre, conciliadora e hipnótica sintonía de Peppa Pig, más acorde con la edad mental de la gran mayoría de seguidores culés y bilbaínos.

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