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El callejón
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La pasión turca

Esta imagen, tomada por el fotógrafo Alberto Martín (EFE), capta con enorme expresividad toda la fuerza simbólica que el fútbol encierra en sí mismo. Sucedió el pasado 17 de marzo, durante la tanda de penaltis entre el Atlético y el Bayer Leverkusen.

A Dani, ardaturanista convencido, que el otro día sufrió (y disfrutó) incluso más que yo (que ya es decir)

"Arda la pisa, regatea, mira y nunca la rompe. Pasa el balón como si le sobrara todo, como diciéndole al rival que está por encima de eso que se está jugando. Es una especie de humillación sin pretenderlo, sin gestos ni algaradas, como si no le importara el fútbol aunque todos sabemos que juega como si le fuera la vida en ello (…) Arda Turan nunca será el mejor, porque tengo la íntima sensación de que eso se la suda. Quiere ganar, hacerlo a toda costa, pero para lograrlo se rebela contra el futbolista de gesto severo y que corre de más para ganarse el aplauso demagógico. Es un ganador compulsivo desde el respeto a sí mismo, a la elegancia y, sobre todo, a la diversión. Defiende que todos queremos ganar, pero que se puede hacer desde nuestras reglas"

Enrique Peinado, en Arda Turan: magia y pasión, de Juan E. Rodríguez Garrido

"¿Qué haces, que no estás rezando? Tú siempre rezas…"

Se lo dijo Joao Miranda y Arda Turan (Estambul, 30 de enero de 1987) se puso de rodillas, dio la espalda al destino y comenzó a orar como lo haría cualquier buen musulmán en una circunstancia similar.

Doscientos diez minutos no habían bastado para marcar las diferencias entre los dos equipos (némesis el uno del otro) y ambos contendientes debían resolver la pugna en la suerte suprema de los lanzamientos desde los once metros. Al Atlético lo condenaba casi todo: la estadística (ésa que pontificaba que jamás había superado una tanda de penaltis en competición europea), la sustitución del guardameta titular al cuarto de hora y el ya célebre minuto noventa y tres de Lisboa, cuando justo se pararon todos los relojes y reapareció el espectro del Pupas, que a estas alturas es peor aún que el fantasma del papá de Hamlet (al menos, el difunto rey de Dinamarca es tan ficticio como la honradez del árbitro Kuipers, trencilla inolvidable de aquella final).

A raíz de este gesto piadoso, a Turan lo han tildado de "peliculero" y de querer posar para una foto que define mejor al equipo de Simeone que la docena larga de libros que sus gestas deportivas han inspirado en los tres últimos años. Pero los que acusan al centrocampista turco de exponerse de cara a la galería no tienen ni la más remota idea de que el tipo es absolutamente sincero en todos y cada uno de sus ademanes.

Criado en el popular barrio de Bayrampasa (en el lado más occidental de la antigua Constantinopla), de chico hizo lo que todos nosotros: correr detrás de un balón en plena calle, donde, entre coches y transeúntes, en seguida se aprende que la vida es un juego de listos, en el que triunfan los que aprenden a regatear rápido y a aprovechar los huecos por mínimos que sean. Futbolista precoz y compulsivo, Arda no descuidó los estudios y, en cuanto pudo, se incorporó a la cadena de filiales del Galatasaray, en el que, como recogepelotas, trató de cerca a su gran ídolo, el rumano Gica Hagi: "Me ayudó mucho cuando empecé y luego fue mi entrenador. Mi estética en el campo la aprendí de él. Aprendí a cuidar la pelota y no perderla rápido. Aprendí que los partidos duran 90 minutos, puedes estar corriendo detrás de la pelota todo el rato y la vas a tocar dos veces. Por eso, conviene protegerla y aguantarla cuando la tienes".

Arda Turán arribó al club del Manzanares en verano de 2011 y, aunque el equipo no comenzó de verdad a carburar hasta la milagrosa aparición del Cholo y su gente, los aficionados ya veíamos en él un asombroso talento al servicio, eso sí, de una personalidad singular, de un individualismo feroz e irrenunciable y escasamente compatible con el esfuerzo colectivo. Es el turco un jugador de otro tiempo, montaraz, barbudo, culón, anárquico, imprevisible, presumido e irregular en el rendimiento: es como esos músicos de jazz que tocan al dictado de sus caprichos y alternan lo sublime con lo anodino. Hasta que llegó Simeone e igual que logró con el resto de sus compañeros el técnico argentino sacó del chico de Bayrampasa el competidor que llevaba dentro y un compromiso total y una entrega absoluta con la causa.

Temperamental y apasionado (le lanzó una bota al linier en el partido de vuelta contra el Barcelona, en la última eliminatoria de Copa, al no sancionar una falta que le había hecho el lateral Alves), Arda Turan es hombre generoso y desprendido (les paga la luz a sus vecinos de toda la vida), orgulloso de sus modestos orígenes y para él no hay honor mayor que vestir la camiseta de su selección nacional. Juega como el niño que sigue siendo y luce siempre la sonrisa traviesa del pillo que sabe que la felicidad está en los pequeños, escasos, momentos de tregua que te concede la vida, Manola, la vida.

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