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El callejón
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Las Canteras y yo

Un paseo por la playa de Itapoa, en Salvador de Bahía, inspiró a Vinicius de Moraes esta preciosa canción, escrita junto al guitarrista Toquinho. La presente grabación se incluye en el segundo álbum registrado por ambos en La Fusa, Buenos Aires.

Carla Suárez Navarro es una tenista grancanaria, de veintiséis años de edad, que este fin de semana disputó en Miami su primera gran final dentro del circuito profesional femenino, en la que fue severamente derrotada por la número uno del gremio, la estadounidense Serena Williams, que en cincuenta y seis minutos apenas le permitió ganar dos juegos.

Horas antes de que aconteciera semejante paliza, en las redes sociales, tupida madeja invisible e infranqueable que no podría superar con su potente saque ni el mismísimo Pete Sampras, aunque hubiese sido amamantado de chico con Calcio 20, succionado en las propias ubres de Alcmena, se podía leer una entrevista realizada a la fornida deportista canariona (1,62 metros y 62 kilos de pura "archipielaguedad", que diría Victoriano Ríos) en El País, en septiembre de 2013, con anterioridad a su enfrentamiento con la feroz Williams (junto a su hermana Venus, ambas vienen a ser una versión urbana y afronorteamericana de las antiguas Erinias) en cuartos de final del US Open.

En dicha interviú, Carla Suárez confesaba, entre otras cosas, que a veces le falta carácter y presencia física para poder derrotar a rivales que la superan en contundencia. Sin embargo, lo que el pasado sábado algunos internautas recordaban, no sin cierto resquemor, fueron unas palabras que la joven tenista dedicó entonces a sus orígenes isleños:

"Tenemos esa fama de mucha tranquilidad. Yo lo noto mucho cuando vuelvo a Gran Canaria. Todo ahí es a otro ritmo. La gente disfruta más el vivir, las cosas que les gustan. Si pudieran dejar de trabajar, dejarían de trabajar y se pondrían a disfrutar, a ir a la playa. He tenido la suerte de nacer ahí, en un sitio increíble, pero tengo esa desventaja de que los peninsulares son más espabilados que los canarios".

Y he aquí que, sin quererlo ni mucho menos beberlo, la chica ha puesto el dedo en la llaga de la que supura buena parte de nuestro malestar con nosotros mismos: como habitantes de una isla, vivimos en la permanente contradicción del que se siente centro del universo pero que lamenta su condición de náufrago olvidado del mundo desde los tiempos remotos, lo que lleva al homo insularis a considerarse inquilino del mismo paraíso del que reniega a las primeras de cambio.

Querida Carla, permíteme que matice tus declaraciones, pronunciadas con la sinceridad que iluminan tus aún pocos años, y te diga, siempre con el cariño y la buena fe del paisaje y paisanaje que nos une más que no separa, que nada hay de malo en querer dejar de trabajar e ir a la playa, a disfrutar del sol y de las olas, mientras sientes toda la Tierra rodar (como Vinicius de Moraes, acompañado de Toquinho y un par de cachacinhas regadas con agua de coco, al escribir Tarde em Itapoa), ya que los canarios no es que seamos menos despabilados que los peninsulares es que aquí vivimos una hora después.

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