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El callejón
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Los aguafiestas

El 17 de mayo de 2013, en el tercer anfiteatro del estadio Santiago Bernabéu (devenido hoy en inmensa lata de sardinas o fiambrera de aluminio), mientras mis hermanos y un servidor rompíamos a llorar de alegría, de rabia, de pura euforia y con el regocijo de quien había recuperado el orgullo mancillado, después de vagar catorce años por un desierto de derrotas y humillaciones, tuvimos que aguantar cómo dos imbéciles (también es casualidad, o tal vez no, que los únicos seguidores del equipo rival que se habían quedado en las gradas del coso de La Castellana, después de la vertiginosa estampida del resto de la manada de ciervos nada más oír el pitido final del nefasto Clos Gómez, lo hicieran justo a unos metros de distancia de nosotros, con la sola finalidad de tocarnos las narices) se giraron hacia las butacas en las que compartíamos una felicidad tan familiar y tan íntima y con ese acento, entre castizo y chuleta, que llevan a gala los madrileños donde quiera que vayan, marcados a fuego como seña de ganadería, nos espetaron (sin conocernos absolutamente de nada): “Si ya’stá, si ya’béis ganao…”.

Y tanto a mí como a mis dos hermanos no sólo se nos cortaron de golpe las lágrimas sino que tuvimos la irritante constatación de que aquellos dos gilipollas se irían a la puñetera tumba sin enterarse de qué va la película: embalsamados en esa fe de baratillo, ridícula, hortera y vejatoria para la inteligencia que consiste en profesar el nacionalmadridismo, patria que une en la profunda imbecilidad a millones de mentecatos, mentecatas y mentecates, que militan en un secta que no pasa de indigesto cóctel, urdido tras la barra de Pedro Chicote y solo apto para quienes aún creen en la grandeza (hace siglos extinta) de Una España triunfal e imbatida, Grande y Libre, que ya solo existe en el imaginario colectivo de un montón de idiotas, idiotos e idiotes.

No es de extrañar, por tanto, que la inesperada y sorprendente eliminación del Intertoto a manos del peor Atlético de la etapa del hombre de negro (a quien mi hermano Míguel, con su habitual y acertadísima sorna, rebautizó hace tiempo como Cholostalin), se viese salpicada, a las pocas horas de la finalización del extenuante y, por otra parte, magnífico partido del pasado miércoles, por acusaciones de xenofobia y racismo (porque un grupo de anormales decidieron amenizar la espera, en los alrededores del Metropolitano, con insultos a Vinicius Jr., que a estas alturas debe de ser catalogado entre los más heroicos mártires de los derechos civiles de la raza negra como Rosa Parks, Martin Luther King, Malcom X, Muhammad Ali u Óscar Puente), por parte de un sector de la prensa deportiva, perdón, de la práctica totalidad de la prensa deportiva de este desdichado país (sumido en su peor crisis en los últimos cuarenta y tres años), que ha pedido, pide y pedirá, una sanción ejemplar al club que acepta entre sus aficionados a cabestros de semejante pelaje.

Habida cuenta de la gravedad de los hechos y de la existencia de bochornosos antecedentes (¿se acuerdan del linchamiento de un machango en un puente sobre la M-30 que presuntamente representaba al estupendo futbolista brasileño y por el que se abrió causa penal?), es de esperar que la UEFA (una de las instituciones del planeta Agostini que más han luchado por un mundo más justo e igualitario, con un intachable historial de transparencia en su gestión) imponga una severa multa al Atlético de Madrid y, ya puestos, clausuren su estadio en la próxima eliminatoria de la Copa de Europa y lo obliguen a jugar a puerta cerrada.

Solo así se hará verdadera justicia y quedará claro que estos execrables comportamientos no tienen cabida en nuestra sociedad.

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