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El callejón
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heptaedro

Al profesor Abel Martínez Oliva, in memoriam

El pasado año participé, junto a un grupo de alumnos del centro en el que doy clases desde septiembre de 2011, en la primera edición del Festival de Cine Educativo de Canarias, CINEDFEST, que es un proyecto de docencia compartida, presencial y on line, que corre a cargo del cineasta David Cánovas y del músico Antonio Hernández, y que, con el respaldo del área educativa del Gobierno de Canarias y del Cabildo de Tenerife, no ha dejado de crecer en este su segundo curso de exitosa andadura.

Este festival, que ha contado con cerca de un centenar de clases magistrales presenciales en los centros inscritos (impartidas, en su mayoría, por el director de cine y guionista, Alberto García), así como con guías y herramientas didácticas accesibles en el portal web, prosigue en su noble labor de acercar el lenguaje audiovisual a los alumnos y alumnas, para que vivan la experiencia de la creación cinematográfica en primera persona. Con las actividades encaminadas a la preparación, producción y presentación de una película de ficción, se proporciona a los estudiantes de cualquier nivel educativo un medio de aprendizaje motivador que puede involucrar a diferentes áreas didácticas como la lengua, la literatura, la música, la plástica, la informática o la tecnología.

Por otro lado, y sin ánimo de arrimar el ascua a la sardina de uno, creo que casi nadie dudará de que el cine, planteado como una valiosísima herramienta educativa, permite alcanzar una serie de loables objetivos. A saber:

-Descubrir un medio de lenguaje creativo, a través de la tecnología y la narración como medio de expresión.

-Aprender a utilizar un instrumento creativo para compartir ideas y pensamientos con los demás.

-Explorar las posibilidades creativas y comunicativas de cada uno.

-Facilitar y valorar el trabajo en equipo, ya que la interacción y los logros entre varias personas producen sensaciones positivas.

En otras palabras: el cine conecta con nuestras emociones gracias a la identificación y a la empatía, y es una experiencia positiva para reconocer nuestro lugar en el mundo y para compartir nuestras inquietudes no solo con nuestros compañeros sino también con todas las personas que vean nuestros trabajos proyectados en una pantalla grande, en un televisor o en cualquier monitor de soporte digital.

Además, como en el caso que nos ocupa en esta ocasión (la terrible y absurda muerte en acto de servicio del profesor Abel Martínez Oliva, en un instituto de Barcelona), la ficción cinematográfica nos permite reflexionar y buscar sentido a una realidad que carece por completo de él.

Heptaedro es el título del cortometraje que el año pasado presentamos a concurso, en la categoría de Secundaria, en la primera edición del CINEDFEST. Inspirada en un caso real de acoso, sufrido en carne propia por uno de los coguionistas de esta historia dura e inhóspita como la vida misma, el libreto de esta película aporta mi particular punto de vista sobre la violencia en los centros escolares y sobre la violencia que crece, parasitaria y devastadora, en el interior de la naturaleza humana.

*          *          *

SECUENCIA 0                                                  INT/DÍA

Sobre el fondo negro de una pizarra, escrito con tiza, leemos el nombre:

Yeray

Corte a un plano corto, en el que vemos a un joven de dieciséis años, de aspecto demacrado, ojeroso. Con el rostro pálido, enfermizo, el chico se dirige al objetivo de la cámara como si estuviese hablando con alguien.

YERAY

(Antes de romper a hablar, permanece en silencio unos segundos, como si se pensase muy bien lo que va a decir. Con los ojos cerrados, toma una amplia bocanada de aire, luego arranca sin levantar la vista)

Ustedes se creen que lo saben todo, ¿verdad? Que pueden juzgarme así… (El chico chasquea los dedos de una mano) Ponerme una crucita al lado y mandarme a la mierda, porque creen que ya está todo dicho… Pues no, si piensan así están muy equivocados…

(El muchacho levanta la cabeza y mira fijamente al objetivo de la cámara: a sus interlocutores)

No tienen ni puta idea de mí, ni de mi vida. Creen que me conocen y no saben quién soy, ni por qué estoy aquí. En realidad, no tienen ni puta idea de nada. Aunque creen que lo saben todo, no saben nada, absolutamente nada…

(Se produce una pausa en la que el pibe vuelve a bajar su mirada. Durante unos segundos se entretiene en jugar con sus manos, cuyos dedos se restriegan unos con otros nerviosos, como si buscasen respuestas. Finalmente, el joven vuelve a levantar la vista)

Es todo tan fácil. Ustedes creen que conocen la verdad con solo mirarme: me echan un vistazo y ya está. Mi cara es como un puto libro abierto cuando, en el fondo, nadie me conoce. Ni yo mismo sé quién soy. Estoy más perdido que una zorra en el cumpleaños de Espinete… (El chico acompaña esta última frase con una sonrisa forzada que parece una mueca) Pero a ustedes les da igual. Suman dos y dos y siempre les da cuatro. Creen que lo controlan todo pero no tienen ni la más pajolera idea de la realidad. La realidad es escurridiza, ¿saben? Es como intentar coger una pastilla de jabón con las manos mojadas: siempre se te termina escurriendo entre los dedos. La realidad es un poliedro que tiene un montón de caras…

(De repente, el pibe señala con el dedo a sus interlocutores y sonríe con sarcasmo, con una burla teñida de tristeza. Mientras, el índice de su mano derecha describe pequeños círculos concéntricos)

Ahora te he cogido, ¿eh? ¿A qué esa no te la esperabas, eh? Seguro que están pensando: ¿cómo coño este yonqueta puede saber lo que es un poliedro? ¿Quién coño se cree este tío: el puto Bill Gates? ¿De dónde has sacado ese palabro, chaval? ¿Quién te lo ha enseñado? Seguro que los he dejado pasmados, ¿eh?

(El muchacho vuelve a reír sin mucha convicción. La sonrisa muestra una dentadura descuidada: de dientes amarillentos y encías inflamadas. Las comisuras de sus labios están resecas)

Aunque lo parezca no soy ningún choni, ¿saben? No soy ningún subnormal tarado. Yo era un chico despierto, despabilado, y se me daban bien las mates. Era bueno calculando, coño. Tenía posibilidades, pero lo tiré todo por el retrete. Aunque lo peor no es eso… Lo peor no es el daño que me hecho a mí mismo, ¿saben?

(El chico vuelve a sumirse en una nueva pausa reflexiva. Baja la mirada. Sus manos se revuelven sudorosas, frotándose una sobre la otra. Lentamente, levanta la vista: ahora sus ojos, húmedos por las lágrimas, muestran un dolor infinito)

Lo peor fue que le fallé… Le fallé a él, a mi único amigo… Nunca podré perdonarme…

Fundido en negro.

Sobre negro aparece, sobreimpresionado, el título de la película:

heptaedro

 Corte a negro.

SECUENCIA 1                                                  INT/DÍA

De negro.

Sobre el fondo negro de una pizarra, escrito con tiza, leemos el nombre:

Nerea

Corte a un plano medio, en el que vemos a una joven de quince años. Se trata de una chica muy guapa. Morena, de ojos negros, lleva el pelo corto y luce un piercing en la nariz. De constitución menuda, aparenta una fragilidad engañosa. En su interior, madura una mujer fuerte, resistente, firme, que tiene las cosas muy claras. Su rostro, limpio, sin maquillar, transmite una dureza no exenta de calidez. Tiene los párpados un tanto hinchados: signo inequívoco de haber llorado mucho.

Compartiendo encuadre, vemos -de espaldas- frente a la muchacha a dos hombres altos, sentados. Mientras la joven habla con ellos, la cámara realiza un suave travelling in, de aproximación, hasta quedar en un plano corto, similar al de la secuencia anterior.

NEREA

(A diferencia de YERAY, a quien hemos conocido antes, NEREA rara vez baja la cabeza ante sus interlocutores y no evita cruzar la mirada con ellos)

Héctor no fue mi primer novio, ¿saben? Antes tuve un par de rollos con chicos: uno en el instituto y otro en sexto de Primaria, un chico que conozco desde que era una enana y que hoy en día sigue siendo buen amigo mío. Los chicos no lo entienden. Bueno, ni los chicos ni las chicas. No entienden que puedas salir con una persona, romper con ella pero seguir siendo amiga suya. Es algo que no pueden comprender ni mis mejores amigas: que siga hablándome con un chico aunque ya no seamos pareja…

(La joven hace una pausa, se toma unos segundos antes de reanudar su discurso)

Aunque Héctor, en esto, como en todo, era distinto a los demás. No era nada posesivo, ni celoso. Creo que había sufrido tanto desde que llegó al instituto y necesitaba tanto recibir el cariño de alguien que, a cambio, estaba dispuesto a entregarlo todo. Como, tristemente, así fue… Él lo dio todo por su amigo, al que ni siquiera voy a nombrar, porque, para mí, ese puto drogadicto está muerto, no existe, porque me arrebató el primer gran amor de mi vida…

(La chica está a punto de derrumbarse y romper a llorar pero se contiene, con gran entereza, en una demostración de la solidez de su carácter)

Cualquier cosa negativa que digan sobre Héctor no la crean. Es mentira. Héctor es… era uno de los seres humanos más maravillosos que he conocido: dulce, amable, cariñoso… Todo en él era perfecto: su voz suave, su mirada ingenua, su sonrisa tímida, sus manos grandes, acogedoras. Hasta su forma de acariciarme y de besarme con esa tierna desesperación con la que te quieren todas las criaturas a las que han maltratado desde que vinieron a este mundo…

(NEREA abre otra breve pausa)

Voy a contarles algo que no sabe nadie y que no pienso contar nunca más a ningún ser de este miserable planeta: al principio, acepté a Héctor por pura compasión. En el centro, muchos lo puteaban de manera tan ruin, mientras sus compañeros de clase e incluso los profesores miraban a otro lado, que me puse de su parte por pena. Y, como prácticamente ninguna chica le hacía caso, en cuanto le tendí la mano, el pibe no tardó ni una semana en pedirme que saliera con él…

(Otra pausa, NEREA sonríe con una luz inusual en su rostro grave)

Y yo acepté. En contra de la opinión de mis amigas, que lo veían como un leproso o como alguien que trae mala suerte, le dije que sí. Un poco por conmiseración, por no hacerle un feo, por no ser como los demás y seguirle el juego a tanto hijo de puta que ahora se esconde detrás de un montón de disculpas cobardes…

(La joven continúa sonriendo, aunque unas pocas lágrimas, tímidas, incontenibles, caen sobre sus mejillas)

Sé que estuvo mal, ¿saben? Siempre me arrepentiré de no haber sido más valiente y de reconocer que Héctor entró en mi vida porque, de verdad, estaba enamorada de él desde casi el primer día en que lo vi. Pero me engañé a mí misma y de primeras sólo veía en él lo que esos desgraciados que le putearon quería que viésemos todos: la víctima que se merece el castigo. Al menos, en cuanto se dieron cuenta de que el pringado se había enrollado con la tía buena que todos los capullos del instituto se querían tirar, que el mindundi les había robado a la chorba, lo dejaron en paz. Y entonces yo empecé a dejar de quererle como se quiere a un perro que encuentras abandonado y comencé a amar a Héctor como yo lo sentía dentro de mi corazón y de mi cabeza, como ojalá pueda volver a amar alguien en mi vida…

(Tras pronunciar estas últimas palabras, NEREA estalla en un sollozo conmovedor, inconsolable. Uno de los interlocutores se levanta de la silla, se acerca la muchacha y le da un abrazo. El otro hombre le alcanza un pañuelo)

Fundido en negro.

SECUENCIA 2                                                  INT/DÍA

De negro.

La cámara muestra en plano general los casilleros de una estantería: cada casillero lleva anotado un nombre diferente sobre una cinta de papel pegado con cinta adhesiva al lateral inferior de cada casilla. En una rápida secuencia de zoom en tres planos, la cámara nos enseña, en primer plano detalle, uno de estos nombres:

BATISTA REY, Miguel Ángel

Corte a un plano medio en el que aparece un individuo de unos treinta y pocos años. Con el cabello cubierto de canas y el semblante de quien lleva tiempo sin descansar lo suficiente. A pesar de su contención, los músculos de su cara denotan una fuerte tensión interna.

TUTOR

(Serio, concentrado)

Sí, como tutor de Héctor Martín Fumero estaba al tanto de que el alumno había sido víctima de acoso por parte de otros estudiantes del centro. Llevaban molestándole desde que entró en el instituto hace ahora tres años. De hecho, a uno de los acosadores se le abrió un expediente de expulsión definitiva justo antes… antes de que sucediera lo que ocurrió. Sin embargo, he decir que las agresiones, los insultos, las amenazas cesaron unos meses antes de que… Bueno, ya saben…

(El profesor interrumpe el relato de los hechos. Por un instante parece hacer recuento mental de las fechas y de los sucesos)

Es difícil poner freno a estas prácticas, ¿saben? Si el chico o la chica no denuncian los hechos a su tutor o tutora, o a la jefatura de estudios, prácticamente no podemos hacer nada al respecto. Aquí dentro conviven más de quinientos jóvenes durante seis horas al día, cinco días a la semana, y resulta imposible controlarlos a todos. Además, la vida aquí dentro se parece cada vez más a la de un recinto penitenciario: con un horario de clases rígido e inflexible, la media hora de patio en el recreo y la prohibición de que estos muchachos y muchachas puedan salir de aquí sin la autorización expresa de un familiar directo… En cierto sentido, esto es como una cárcel. La mayoría de los chavales odia estar aquí dentro y algunos de nosotros, de los profesores y profesoras, estamos tan quemados que planteamos la estancia aquí desde la confrontación: o ellos o nosotros… Aunque intentas hacer lo que puedes, no dejas de tener la sensación de que todos te han dejado solo: la administración educativa, los padres e incluso tus propios compañeros. Cada vez es más un sálvese quien pueda o arréglatelas como dios te dé a entender…

(El profesor intenta una sonrisa pero tan solo resulta un triste amago)

Nunca he estado de acuerdo con Rousseau, ¿saben? Él defendía la idea de que el hombre, en realidad, es bueno por naturaleza pero que es la sociedad quien termina por malearlo. Un curso entero dentro del sistema de enseñanza pública te hace cambiar esa opinión. Cada año que pasa estoy más convencido de que, por lo general, el ser humano es un mal bicho que posee una inclinación natural hacia todo lo malo que pueda esperarse de un mamífero depredador… Y la sociedad, por término medio, trata de sacar lo peor de cada uno. Ya ven, en eso coincido con Rousseau, la sociedad pervierte al sujeto y trata de aniquilar su individualidad, trata de homogeneizarlo, de que todos sean igual de mezquinos, igual de ignorantes, igual de maleables. Y les sorprendería saber cuántos de nuestros chicos se prestan encantados, naturalmente sin saberlo, a convertirse en verdugos, en carne de cañón, en siervos de los de siempre. Porque, para desgracia de muchos de estos niños y niñas, se han criado en hogares rotos, donde nadie les presta atención, donde nadie les escucha, donde el amor, que es lo que impide desde hace miles de años que nos hayamos autodestruido como especie, está ausente, dolorosamente ausente…

(En la parte final de su monólogo el profesor ha dejado de mirar a sus interlocutores, como si estuviese mirando dentro de sí mismo y entablara una conversación privada, íntima, consigo mismo. Tras una breve pausa, vuelve a levantar la cabeza y a mirarles a los ojos)

De todas formas, Héctor Martín Fumero no era un chico de esa clase. Él tenía una categoría inmensa: era educado, inteligente, culto, atento, estudioso, solidario… Con una docena de pibes como él en cada instituto, trabajar de profesor sería un auténtico chollo. Hablen con su chica, Nerea, ella les podrá confirmar que no exagero. Lo que le pasó es el producto de una serie de circunstancias terribles, fatales, y él es la única víctima inocente. Los demás, todos los demás, somos culpables de lo sucedido: en mayor o menor medida. A todos nos ha faltado coraje para enfrentarnos a nuestros propios miedos. Coraje y esperanza en que se puede construir un futuro mejor, más justo, el futuro que Héctor se merecía…

(Roto, extenuado por el obvio desgaste emocional, el profesor se queda callado, en completo silencio, con la cabeza gacha, rendido ante una realidad que ya no se puede cambiar)

Fundido en negro.

SECUENCIA 3                                                  INT/DÍA

De negro.

Corte a un plano medio en el que reaparece YERAY. Sostiene una botella de agua pequeña, que se lleva a los labios. Bebe un par de sorbos. Luego se seca los labios con el reverso de su mano derecha. Pone el tapón de rosca a la botella. Las manos le tiemblan ostensiblemente. Su rostro, sudoroso, algo desencajado, expresa una mezcla de sentimientos a flor de piel: pánico, dolor y arrepentimiento.

YERAY

(Habla sin levantar los ojos, sin dirigirse a sus interlocutores. Lo hace como si pensara en voz alta)

Yo no quería que él se ensuciara las manos en este asunto, ¿saben? Yo nunca quise perjudicarle… Si durante un montón de tiempo fui su único amigo aquí… El único que no se metía con él: lo acosaban todos los putos días y nadie hacía nada para evitarlo. Yo era el único que siempre fue de legal con él… Nos conocíamos desde Primaria y él era para mí como un hermano… Tengo un par de hermanos mayores y créanme: sé lo que digo… Héctor era como mi hermano gemelo… Además, a cambio de mi apoyo, él me ayudaba con las asignaturas, ¿saben? Me tenía al tanto de los exámenes y esas cosas… Se preocupaba por mí como no lo ha hecho ni mi padre… Mi padre…

(El chico sonríe con evidente ironía aunque con una sombra de amargo rencor)

Menudo cabrón mi padre… De haber tenido otro progenitor… ¿Se dice así, no? ¿Progenitor? De haber tenido otro progenitor, seguro que mi vida habría sido muy distinta. Mi vida y la de mi madre, y la de mis hermanos… La de todos nosotros… (El muchacho levanta la cabeza y mira fijamente a los hombres que están sentados frente a él)

¿Conocen a mi padre? Porque yo no. No sé ni el careto que tiene. El muy hijoputa nos abandonó cuando yo era un enano en pañales… En este barrio eso es algo que ocurre con demasiada frecuencia. Muchos de mis colegas se crían en la calle y de ahí es imposible que salga nada bueno. Porque la calle es como la jungla, una jungla sin Tarzán y sin Jane, y sin Chita, una jungla donde todos somos como una tribu de negros caníbales: comiéndonos los unos a los otros…

(Pausa en la que el pibe vuelve a sonreír con una mueca de burla que está teñida de tristeza, de fracaso)

Yo no quería que pasara nada de esto. Nunca quise que Héctor se entrometiese en mis asuntos. Yo no quería que se metiese en este mundo de mierda… Al principio me dejaba en paz, con mis rollos y mis trapicheos. Alguna vez llegamos a colocarnos juntos y todo… ¡Nos cogíamos unos flipes más guapos…!

(La fugaz evocación de aquellos ratos dibuja por vez primera una leve nota de verdadera felicidad en su rostro)

A Héctor le daba por recitar unos poemas rarísimos y nos pegábamos un mogollón de tiempo descojonándonos de todo, porque todo nos importaba una mierda… Después venía la bajona y a él le entraba como un remordimiento muy chungo. A mí, la bajona me da por acordarme de mi vieja, de la mala vida que le estoy dando y entonces pienso que hubiera sido preferible que no me hubiese tenido…

(El chico queda sumido en un silencio repentino, sobrecogedor. De nuevo, da la impresión de que su falsa entereza va a saltar hecha pedazos en cualquier momento)

Héctor y yo nos llevábamos de puta madre, éramos uña y carne hasta que todo empezó a joderse entre nosotros cuando apareció la piba… Como casi siempre, las mujeres enredándolo todo. En cuanto esa tía aceptó salir con él, Héctor comenzó a cambiar. Poco a poco. Empezamos a vernos menos, ¿saben? Ni siquiera quería colocarse conmigo. Dejó de necesitarme y ella le llenó la cabeza con un montón de pájaros negros que volaban a mi alrededor… Yo no los veía pero los sentía aquí dentro (El joven se señala el punto del pecho bajo el que se encuentra su corazón). Lo notaba por la forma con que esa zorra me miraba: con desprecio, ¿saben? Cuando yo no le había hecho nada. Sentía cómo lanzaba contra mí esos pajarracos negros, como cuervos, que sobrevolaban por encima de mí con ganas de arrancarme los ojos… Ahora va por ahí echándome la culpa de todo… Como si yo no tuviese suficiente con la muerte de Héctor, como si yo pudiese vivir tan tranquilo sabiendo que mi amigo se ha ido para siempre… Y eso es algo que ya no tiene remedio, joder… ¡Joder! ¡Joder! ¡Me cago en la puta!

(De improviso, el chico se derrumba y se echa a llorar, con un llanto seco, áspero, que acompaña con violentos puñetazos sobre la mesa)

¡Él también era mi amigo! ¡Él era como un hermano para mí! ¡Nunca quise hacerle daño!

Fundido en negro.

SECUENCIA 4                                                  INT/DÍA

De negro.

Sobre el fondo negro de una pizarra, escrito con tiza, leemos el nombre:

Laura

Corte a un plano medio, en el que vemos a una joven de diecinueve años. A pesar de su edad, la chica parece mayor: tiene el rostro pálido, devastado, los ojos hundidos y los párpados hinchados de llorar. Algunas canas ya se esparcen sobre su cabellera negra. Viste de negro. Entre los dedos de sus manos estruja un pañuelo blanco. Las ventanas de su nariz muestran signos de irritación, como si sufriese una fuerte congestión.

Sentados frente a la muchacha y de espaldas a la cámara, volvemos a ver a los dos mismos individuos. Mientras la joven habla con ellos, la cámara realiza un suave travelling in, de aproximación, hasta quedar en un plano corto.

LAURA

(Que mira a sus interlocutores con la serenidad de quien ya lo ha perdido todo y trata de recomponer los pedazos de su vida)

Resulta curioso cómo somos las personas. En estos días horribles, en los que me he querido morir y que me llevasen con él, con mi hermano, lo único que ha evitado que me volviese loca es recordar cuando nació… Era un bebé precioso. Está mal que lo diga porque soy su hermana pero en el nido de la Residencia no había un recién nacido más guapo que él… Y cuando la enfermera lo acercó hasta el cristal estaba despierto… Ya sé que los niños tan pequeños apenas perciben destellos, pero juraría que Héctor me miró y me reconoció enseguida. Supo inmediatamente quién era yo y desde ese día me prometí a mí misma que lo cuidaría, que por nada del mundo iba a permitir que nada ni nadie le pudiesen hacer daño…

(Con un aplomo increíble, la joven comienza a llorar sin perder la compostura. De vez en cuando se seca las lágrimas con el pañuelo)

Créanme cuando les dije antes que en casa no teníamos ni idea de lo mal que mi hermano lo había pasado en el instituto. Siempre fue muy reservado, hasta conmigo, que era la única persona a la que le contaba todo y cuando digo todo me refiero a todo. Por él supe que había una chica de su clase que le gustaba desde hacía tiempo y a la que no se atrevía a dirigirle la palabra. Yo fui quien le convenció para que llevara la iniciativa y hablase con Nerea… Ellos se hicieron novios gracias a mí y a mis dotes de Celestina…

(La chica sonríe en medio de su llanto contenido. Es un leve alivio en pleno recuento del dolor)

Pero nunca contó nada sobre el acoso al que lo sometían algunos de sus compañeros. Ahora, con el paso de los días, pienso que lo hizo para que no nos preocupásemos. Supongo que confiaba en reconducir la situación por su cuenta… Ya en el colegio había tenido ciertos roces con los típicos gamberros, con los matados que te encuentras en todos los órdenes de la vida, porque por mucho que nos empeñemos en ser originales hay personajes que se repiten una y otra vez en todas las edades, en todas las generaciones. Mi profe de Literatura utilizaba una palabra para referirse a estos individuos: los llamaba arquetipos. De hecho, existen arquetipos positivos y arquetipos negativos… Y Héctor se las había apañado para defenderse de los chicos ruines: se ganaba su confianza y al final se convertían en sus mejores aliados… Héctor habría sido un gran político…

(LAURA esboza otra breve sonrisa)

Pero una cosa es el colegio y otra el instituto. Aquí llega mucho chico resentido, que alberga un odio muy grande hacia sí mismo y hacia los demás. Se saben vulnerables y prefieren morder a ser mordidos y se juntan en grupos porque la manada les proporciona la seguridad de la que carecen cada uno por separado. Mi abuela, que es el ser más sabio que ha pisado este mundo, dice que esos chicos no son más que "tigres de papel", que los puedes doblegar con la facilidad con la que se hace una bola y luego se tira a la papelera. Sin embargo, por muy débiles que sean en el fondo, varios de esos tigres, todos unidos, pueden destrozarte por completo, como estuvieron a punto de hacer con mi hermano… Afortunadamente para él, Nerea lo salvó de las zarpas de esos desgraciados… Aunque no pudo zafarlo de quien en realidad era su peor enemigo, ese falso amigo que sigue derramando lágrimas de cocodrilo por las esquinas… Él, sólo él es el único culpable de que mi hermano esté ahora bajo tierra… ¡Puto Yeray! Que Dios te perdone porque yo no pienso hacerlo nunca, nunca, nunca…

(LAURA rompe a llorar de forma incontrolada, con rabia, con furia)

Héctor… Héctor… ¿Pero qué te han hecho? ¿Por qué? ¿Por qué, tú? ¿Por qué?

(La muchacha continúa sollozando ante la actitud impasible de sus interlocutores)

Fundido en negro.

SECUENCIA 5                                                  INT/DÍA

De negro.

Sobre el fondo negro de una pizarra, escrito con tiza, leemos el nombre:

Rayco

Corte a un plano corto, en el que vemos a un joven de diecisiete años: la dureza de sus facciones (su mirada oscura y penetrante, los detalles de inconformismo que salpican su rostro, los aretes que cuelgan del lóbulo de sus orejas, una cicatriz en una ceja, el piercing de la nariz) contrastan con su buena presencia: el chico viste con su mejor ropa y aparenta ser lo contrario de lo que es. Luce un corte de pelo muy trabajado.

En esta secuencia, la cámara arranca con un plano corto del muchacho y, a medida que éste se dirige a sus interlocutores, la cámara describe un suave movimiento de alejamiento, travelling out, hasta que finaliza en un encuadre en plano general, en el que no sólo vemos al chico sino también, sentados frente a él, a los dos hombres de siempre.

RAYCO

(Empleando el tono de voz bajo de quien se siente intimidado)

Me expulsaron del instituto poco después de su muerte. Aunque yo no tuve nada que ver con lo de ese chico, ¿saben? Sí, es verdad que me metía con él hace tiempo, uno o dos cursos, no me acuerdo, pero yo no era el único, ¿saben? Yo no soy el malo de esta película. Para eso, para echarle el muerto, ya tienen a su coleguita del alma, a Yeray, ése es el principal culpable de todo lo que pasó…

(El chico cierra los ojos e interrumpe su relato. Es como si tratase de recordar qué tiene que decir a continuación, como si se hubiera aprendido un papel que deba interpretar)

Miren, señores agentes, el pibe ése, Héctor, tenía problemas con todo el mundo y, si no, se los buscaba. Era el típico friqui empollón que te miraba por encima del hombro y te despreciaba porque no estabas a su nivel. Llegamos a pensar que era homosexual hasta que empezó a salir con Nerea, que es otra rarita de cuidado… Como se suele decir: Dios los cría y ellos solitos se juntaron…

(El muchacho se ríe con cierto estrépito de su propia gracia pero la gélida respuesta de los policías devuelve la gravedad a su rostro)

El nota no era mal pibe pero sí que un poco tocapelotas. Intentamos integrarlo en nuestro grupo pero nos rechazó como si fuésemos basura… Bueno, es posible que alguno de nosotros se propasase un poco con él pero nunca hicimos nada para humillarle o para echarlo del instituto, como algunos enterados y enteradas se han puesto a contar a los periodistas. ¡Todo eso no son más que mentiras! Le gastábamos bromas, sí, pero sin maldad. Es más, al principio algunas hasta le hicieron gracia y todo… Si ya les digo, le propusimos ser uno de los nuestros pero él no quiso…

(A medida que continúa hablando, el chico va mostrando más seguridad en su propia versión de la historia)

Como siempre sacaba buenas notas iba de chulo y nos trataba como si fuéramos gilipollas. Encima, le iba con el cuento al tutor. Era el típico quejica que no termina encajando en ningún sitio y acaba echándole la culpa de sus trabes a los demás. En cierto modo, ese chico se buscó lo que le pasó… Entiéndame bien, no estoy diciendo que mereciese morir ni nada eso. Yo sólo digo que si no te integras en un ambiente y te sientes rechazado intenta esforzarte un poquito para que te comprendan, para que te acepten. Pero él no. Él tenía que ser especial. Ahora la gente lo presenta como la víctima de todo cuando en realidad él no hizo nada para evitar los problemas que se le vinieron encima. Y para colmo me hacen pagar a mí el pato… Con el bombo que se le está dando al asunto ahora no me quieren en ningún centro. No me aceptan ni en un ciclo de grado medio de FP. Dicen que no hay plazas, que se cerró el plazo de preinscripción, pero yo sé que es mentira: han puesto una crucecita al lado de mi nombre y debajo han subrayado con rojo… La tengo clara… Y si lo siento por alguien es por mi vieja: ella no se merece que le digan por la calle que ha parido a un delincuente, a un criminal, a un asesino, porque yo no tuve nada que ver con esa puta muerte, con la muerte de ese puto friqui de los cojones, maricón de mierda…

(La tensa serenidad del joven se rompe y comienza a dar golpes sobre la mesa y a balancearse nervioso sobre la silla en la que permanece sentado)

¡Me cago en todo! ¡Mierda! ¡Joder!

Fundido en negro.

SECUENCIA 6                                                  INT/DÍA

De negro.

En plena calle, sobre el fondo de una pared, cubierta de cicatrices y grafitis, leemos, grabado con la punta de una navaja, el nombre:

Yoni

Corte a un plano medio, en el que vemos a un individuo de unos veintipocos años. Su apariencia sombría lo dice todo sobre él. Está delgado, pálido, y tanto sus ropas como la barba de varios días revelan cierto abandono de la higiene personal. Permanece todo el rato recostado con desidia sobre el respaldo de una silla. Sentado frente a él, un hombre le toma declaración mientras transcribe sus palabras en la pantalla de un portátil. Sobre la mesa, junto al interrogado, descansa una botella de agua.

YONI

(Habla con lentitud, cerrando los ojos entre frase y frase, como aquel que tiene que cumplimentar con evidente fastidio un trámite enojoso)

Ya le he dicho un millón de veces que yo no maté al pibe… Al pibe se lo cargó el otro, el coleguita, el Yeray, que vino a por mí y se me botó encima con la navaja, porque me quería rajar… Siempre supe que ese tío iba a terminar mal. Conozco a los dos hermanos del Yeray, ¿sabe? Uno es un tío legal, tiene su trabajo en una gasolinera y vive con su piba, con la que ha tenido un par de chiquillos. Pero el otro es un cabrón de cuidado… Trabaja de distribuidor para El Cenizo… El Cenizo controla la mitad de este barrio como si fuera un negro de ésos que salen en las películas americanas… Es un fantasma de cuidado, se las da de tipo duro y en verdad es un cagón… A ese lo metieron en Valle Tabares cuando era un mocoso y allí le dieron por el culo hasta los golfos más chicos que él… Es un hijoputa que no respeta a nada ni a nadie, El Cenizo… Ojalá algún día alguien se las cobre todas juntas, porque somos muchos los que le tenemos ganas… Pero el Yeray es un desgraciado, un pobre diablo que no sabe ni quién es su padre… No me extraña, la madre estuvo metida a puta hasta que el hermano mayor de Yeray, el que trabaja en la gasolinera, tenía algo así como catorce o quince años. Creo que los tres hermanos son hijos de padres distintos… Lo dicho, la mamá, una joya de cuidado…

(YONI hace una pausa. Bebe de la botella de agua que hay sobre la mesa)

¡Ñoh! Tengo la garganta como papel de lija… Lo que le he dicho, agente, que yo no tengo nada que ver con la muerte de ese chico. A mí me vino el Yeray, acompañado de ese pibe, con el que lo había visto alguna vez, porque creo que se conocían del instituto o algo así… El chico lo acompañaba sin abrir la boca y el Yeray largándose el moco de que no tenía el dinero, de que no me podía pagar porque no había podido vender una mierda, de que si la crisis, que si la oferta y la demanda… ¡No me quería dar una clase de economía el muy capullo! Yo lo único que quería era mi dinero: trescientos euros, ni más ni menos… Mucha pasta, compadre. Y el nota que se quería ir sin aflojar un céntimo y yo que me encaro y que le digo que le doy de plazo tres días, ni uno más ni uno menos, a cien euros por día… Y el nota va y me saca la navaja… Y claro, uno eso de poner la otra mejilla lo deja para los curas, que para eso cobran, ¿no? Para dar y recibir hostias, ¿no?

(YONI se echa a reír con una carcajada torpe, abrupta, grosera, que deja ver una dentadura sucia, salpicada de agujeros en lugar de dientes. La total inexpresividad por parte del agente que le toma declaración le corta el lote)

Usted sabe que soy un tipo pacífico, que nunca me han gustado las broncas ni llamar la atención, pero resulta que este pavo se me puso muy gallito y llegó a colocarme la punta del cuchillo en el cuello, así que no me quedó otra que echar mano al bolsillo de mi chupa y saqué la mía, la que tiene un filo cortante, que eso coge una sandía por la mitad y la abre como si fuera un bizcochón. Es una navaja reglamentaria, me la vendió un paraca con el que tuve tratos hace mogollón de tiempo… Uno lleva una preciosidad de ésas encima y no le teme a nada, te libra de todo mal, como canta Rubén Blades… Pues yo saqué la mía y el tío éste se acojonó, se echó para atrás, reculó, como el marica que es… Fue cuando el amigo, el niño ése, que estaba tapado por el Yeray, se interpuso entre los dos, entre el Yeray yo, y entonces los dos nos pusimos a gritarnos y a retarnos como dos perros que ladran en medio de la calle, con el pibe ése por medio…

(YONI hace una nueva pausa y vuelve a beber de la botella de agua)

Todo fue muy rápido pero al mismo tiempo muy lento, como en una de esas pelis de artes marciales… En un segundo, el Yeray se me vino encima, yo lo esquivo y el pibe ése que se abalanza sobre el colega, que todavía tiene la navaja cogida por el mango, y que estaba intentando otra vez echárseme encima… El muy gilipollas se la clavó enterita, de arriba abajo… Al pobre pibe no le dio tiempo ni de decir "mú"… Yo salí por patas… Estuve unos días perdido por ahí, por si las moscas. Hasta que alguien se fue de la lengua y el resto no se lo cuento porque usted ya sabe qué pasó…

(El tipo termina de hablar y cae en un mutismo igual de siniestro que su presencia. Se limita a beber nuevos sorbos de agua. El oficial de policía golpea las teclas del ordenador con la yema de sus dedos. Ese goteo metálico es el único sonido que se escucha en mitad del silencio)

 

Fundido en negro.

SECUENCIA 7                                                 EXT/DÍA

De negro.

Plano general del escenario urbano en el que se produce la muerte accidental de Héctor. En la secuencia anterior, sobre las palabras de Yoni, hemos visto los detalles y elementos que componen esta escena: el lugar y los personajes son idénticos.

Por el lateral izquierdo del plano, entran en el encuadre YERAY y HÉCTOR, que se dirigen hasta donde se encuentra sentado YONI, que no se levanta, a pesar de que YERAY se aproxima a él en actitud poco amistosa.

YERAY

(Muy tenso, a punto de estallar, habla en un tono de desafío, cortante, como si se supiese al filo de un acantilado)

¿Y tú, qué? ¡Vamos, aquí estoy! Me dijeron que querías verme…

YONI

(Que continúa sentado y apenas levanta la vista hacia el otro con evidente desprecio)

¿Traes lo que me debes? Porque si no es así, podrías haberte ahorrado el viaje: tú y tu novio…

YERAY

(Haciendo verdaderos esfuerzos por contenerse y no saltarle al cuello)

¡Ya te dije que te pagaría, Yoni! ¡Lo que no pienso consentir es que vayas diciendo por ahí que soy un cagado! ¡Porque yo no te tengo miedo, Yoni!

 

(Al escuchar esto, HÉCTOR, que hasta ahora ha permanecido en un segundo plano, intenta conminar a YERAY a que se contenga. Sin embargo, su amigo, fuera de sí, lo aparta de un manotazo)

YONI

(Que se pone de pie y empieza a reírse con una carcajada falsa, burlona)

Pero… ¿a quién pretendes engañar tú, mocomierda? Anda por ahí, niñato, y ve a esconderte detrás de las faldas de la muy puta de tu madre, que es lo único que saben hacer en tu familia, tú y los maricones que tienes por hermanos…

(YONI carraspea con escándalo y escupe un salivazo repugnante a los pies de YERAY)

Cuando tengas la guita, vuelves y quiero que lo hagas con la cabeza gacha. Porque con tal de que me vuelvas a levantar la voz… te rajo de arriba a abajo como un conejo, que es lo que eres, pringado…

(Y como para confirmar que no va de farol, YONI echa mano al bolsillo posterior de sus vaqueros y saca una navaja que, al abrirla, brilla como un relámpago.

Durante unas centésimas de segundo, los dos muchachos se quedan paralizados. Pero, en un instante fatal, YERAY reacciona de la peor manera que puede hacer y saca del interior de su chaqueta de cuero otra navaja que esgrime en medio de una enorme tensión)

YERAY

(Hiperventilando, sometido una presión monstruosa)

¡Serás cabrón…!

(De repente, el tiempo parece congelarse entre estos dos hombres, que se miran el uno al otro con el rencor de quienes ya lo han dado todo por perdido. Tras la estupefacción inicial, HÉCTOR reacciona y trata de interponerse entre ambos.

Al mismo tiempo, YONI, fuera de sí, harto de esperar, interpreta este movimiento como una maniobra de ataque y mueve con rapidez la muñeca, asestándole un par de cuchilladas veloces en el costado a HÉCTOR, que se reclina hacia adelante, después de resentirse de las dos puñaladas. Su amigo YERAY, que tiene cubierto parcialmente el campo de visión y que ha visto cómo YONI se abalanzado hacia él, desplaza hacia delante su navaja de manera que ésta viene a clavarse entera en el bajo vientre de HÉCTOR, que cae al suelo, retorcido por un dolor terrible, punzante.

Con el chico caído, hecho un ovillo sobre sí mismo, YONI sale huyendo.

De pie, perplejo, sin entender qué demonios ha pasado, YERAY se queda inmóvil, paralizado, contemplando cómo HÉCTOR emite unos gemidos roncos, desagradables, de animal que agoniza)

Fundido encadenado sobre un plano general en el que vemos a YERAY de pie, sobre el cuerpo inerte de su amigo, que yace en posición fetal sobre el suelo, y, a continuación, desde el mismo emplazamiento de cámara, contemplamos a YERAY y a YONI, ambos esposados y acompañados de varios agentes de policía, mientras otro agente toma fotos de la escena del crimen. Sobre el suelo, un dibujo marca la silueta del cuerpo de HÉCTOR, que ya no está.

Fundido en negro.

SECUENCIA 8                                                  INT/DÍA

De negro.

Sobre el fondo negro de una pizarra, escrito con tiza, leemos el nombre:

Héctor

Corte a un plano corto, en el que vemos a HÉCTOR: el rostro cerúleo, manchado de sangre seca. Con la serenidad que da la muerte, habla a cámara con una entonación desprovista de emoción, de sentimiento, mostrándose imperturbable.

HÉCTOR

(Sin prisas, pronunciado con claridad cada palabra, cada frase)

¿Saben una cosa? Al fin y al cabo la muerte no está tan mal. Es un sitio tranquilo. Tardas un poco en acostumbrarte a ella, a estar en este continuo silencio, en esta quietud permanente. Sin embargo, a lo que no terminas de habituarte es a este frío constante, que te muerde las entrañas con sus colmillos afilados, invisibles. Aquí dentro vives en un escalofrío continuo… Por lo demás, no sientes nada. Ni sientes ni padeces, como me decía mi abuela, para quitarme el miedo al sueño: "A veces es lo mejor del día, mi"jo -me decía-. Mientras duermes, ni sientes ni padeces…" Claro que echas de menos algunas cosas: a tu familia, por ejemplo. O el cola-cao calentito, un domingo por la tarde, cuando la semana se acaba y fuera, en la calle, llueve y hace frío y dentro de tu cuarto, mirando por la ventana, te sientes a salvo de todos los peligros… Y, naturalmente, te echo de menos a ti, Nere. No sabes cuánto te echo de menos. Me consuela pensar que algún día volveremos a vernos. Tranquila, no tengo prisa. El tiempo me sobra. Aquí dentro tengo todo el tiempo del mundo…

Fundido en negro.

Créditos finales.

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