cerrar
cerrar
Registrarse
Publicidad
El callejón
Publicidad

Que Dios te bendiga, Melvin Kaminsky

A Carlos Pumares, in memoriam

El próximo 28 de junio un tal Melvin James Kaminsky cumplirá noventa y ocho años y el hecho pasaría completamente desapercibido para el resto del mundo (si exceptuamos a sus cuatro hijos y dos nietos y, naturalmente, al puñado abundante de amigos que todavía le quedan) de no ser porque la auténtica identidad de este hombre ha sido eclipsada desde hace más de ocho décadas por su nombre artístico: Mel Brooks.

A lo largo de su prolongada y fructífera existencia, el menor de los cuatro hermanos Kaminsky, criados en solitario por una madre temperamental que se quedó viuda, después de que la tuberculosis le arrebatase al marido, en minúsculas viviendas de alquiler bajo y en el populoso barrio neoyorkino de Brooklyn, se ha entregado en cuerpo y alma a hacer bueno el proverbio contenido en el Talmud de que el reino de los cielos será de los bufones.

Brooks, que inició su carrera de cómico (como tantos otros) en las aulas de su escuela primaria, donde arrancaba carcajadas a sus condiscípulos con sus chistes e imitaciones, empezó a trabajar desde muy joven sin olvidar su principal vocación: el show business. Camarero antes que fraile (servía toneladas de nata agria a los clientes de hoteles exclusivos para judíos en la región turística de Los Castkills), hizo sus pinitos escénicos como animador con apenas quince años y, completada su formación académica y militar, tras el desembarco de Normandía, fue enviado a Europa como ingeniero artillero que se especializó en la detección y desactivación de minas y bombas-trampa durante el avance de las tropas norteamericanas por territorio francés. Con el final de la guerra, no dudó en incorporarse al departamento de entretenimiento como monologuista y cantante de vodevil.

Al regresar a la vida civil, Melvin Kaminsky no lo tuvo nada fácil para hacerse un sitio en el mundillo de las candilejas de su ciudad natal hasta que conoce al cómico Sid Caesar, quien lo incorpora a su equipo de guionistas para su legendario programa de televisión en directo, Your Show of Shows, que durante una década fue líder de audiencia en la noche de los sábados y donde coincidiría con gente del talento de Mel Tolkin, Lucille Kallen, Carl Reiner, Woody Allen o Neil Simon. El estresante ritmo de trabajo que exigía este medio le provoca crisis de ansiedad y hace sucumbir su primer matrimonio. Del posterior pozo creativo consigue sacarlo un proyecto de serie de humor, concebida como parodia de las películas de James Bond, y que cristaliza en Get Smart (en España e Hispanoamérica, Superagente 86) y que le proporciona las claves de la sátira cinematográfica en la que llegará a ser un consumado maestro, con títulos hoy inolvidables e inconcebibles en plena tiranía de lo políticamente correcto: Los productores (1967), Sillas de montar calientes (1974), El jovencito Frankenstein (1975), La última locura de Mel Brooks (1976), Máxima ansiedad (1977), La loca historia del mundo (1981) o La loca historia de las galaxias (1987).

Más venerado que rechazado (prueba de ello es que es uno de los pocos artistas que puede presumir de haber ganado el Grammy, el Emy, el Oscar y el Tony, además de todos los reconocimientos que concede el mismísimo presidente de los Estados Unidos: la Medalla Kennedy para las Artes Escénicas y la Medalla Nacional de las Artes), en 2021 publicó sus memorias, que hace un año fueron editadas en castellano por Libros del Kultrum, bajo el título de ¡Todo sobre mí! Mis memorables gestas en el universo mundo del espectáculo, con una solvente traducción de Ana Julia Sarmiento.

Tan grata lectura me ha acompañado estos días de recogimiento (y sobrecogimiento) y es un eficaz y más que recomendable remedio para paliar la melancolía, la tristeza y la desolación con la que habitualmente tenemos que lidiar en nuestras propias vidas. Ah… Y entre sus páginas el difunto Carlos Pumares (iracundo crítico de cine antes de transmutarse en uno de los monigotes de los que se rodeaba el hermano de Rosa María Sardá) encontraría la respuesta a su eterna pregunta de qué demonios había encontrado Anne Bancroft en Mel Brooks para casarse con él.

Publicidad
Comentarios (0)
Publicidad

Últimas noticias

Publicidad

Lo último en blogs

Publicidad