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El callejón
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Rojo y negro

A don Ramón Ramos, ex jugador, ex árbitro, ex concejal, ex profesor y, por encima de todo, buena persona

Del ya célebre encuentro apenas contemplé en vivo y en directo los dos últimos lanzamientos desde el punto fatídico, en retransmisión fulgurante y algo horrísona de la Autonómica (los locutores daba la impresión de que estaban comentando la tanda de penaltis de la final de la Champions), y, en cuanto el balón se estrelló con firmeza, a media altura, contra las redes de la portería del viejo Pasarón, me embargó de inmediato un sentimiento de insana envidia, ya que he perdido la cuenta del número de veces que la Sociedad Deportiva Tenisca ha remado hasta la orilla de la tan ansiada Segunda División B, para perecer ahogados, en el instante postrero, un intento tras otro, mientras que nuestro eterno rival nos supera con creces en todo: las diferencias entre el palmarés e historial de uno y otro ya empiezan a ser escandalosas.

El resquemor inicial (que se tradujo en el inmediato deseo de una infeliz y efímera permanencia en la bien ganada categoría) dio paso a una respuesta más sosegada y reflexiva. Con el transcurrir de las horas, uno, cuyo sentimiento antimensajerista sólo es superado por la inquina, el rencor y la antipatía que me despiertan el Real Madrid y todo cuanto se supone que éste representa, no puede dejar de experimentar una cierta alegría al ponerse en la piel de todos los seguidores y seguidoras (de los vivos y, sobre todo, de los ausentes) del club más laureado del balompié palmero y por quienes siente una especial estima. Servidor se acuerda ahora de tanta buena gente (don Ramón Ramos, tío Quico, Antonio Luis Concepción Medina, Francisco Antequera Amor, Luis García Martín, los hermanos Manolo, Aroldo y Julio Felipe Govantes, Benitín, mi primo Fede Carrillo Sosa -siempre llevando la contraria-, Ana María Asensio Pérez, Felo García Becerra, Toño Hernández, Diego Macario Feliciano Gómez, Jorge González Arrocha o Toño Paz Medina) que no me queda más remedio que envainarme el orgullo y reconocer el inmenso mérito de este modesto equipo, ignorado por la provinciana y pacata élite entre comillas de Santa Cruz (y sus muy mediocres corifeos) que celebraban ayer la costosa y esforzada continuidad del Tenerife en Segunda como una gran gesta épica.

Mis mejores deseos para el Mensajero en su nueva etapa en la categoría de bronce del fútbol español y que éste más que merecido triunfo (teñido del rojo y negro de la antigua CNT, lo que remarca y estrecha el vínculo del club con sus orígenes obreros, populares e izquierdistas) sea el anticipo de un nuevo renacer para la isla de La Palma, no sólo en lo deportivo sino también en lo político y en lo económico, porque buena falta hace.

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