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El callejón
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Orgullo y perjuicio

Con su verbo inspirado y pasión templada, José Antonio Martín Otín, ‘Petón’, relataba, en diciembre de 2008, ante los micrófonos de “El Larguero”, la historia de la Unión Deportiva Las Palmas. ¡¡¡Arriba d’ellos!!!

A mi primo Tono Benítez Carrillo, que ha sufrido un año para olvidar, y para Juan Guedes, Tonono, Justo Gilberto y Roque Olsen, que en Gloria estén

En este tiempo de éxitos prefabricados y victorias al mejor postor, la insistencia de la Unión Deportiva Las Palmas en recobrar el pedigrí dentro del fútbol español resulta cuanto menos un esfuerzo conmovedor y es que el club de Ciudad Jardín lleva algo más de una década persiguiendo la sombra gloriosa de sí mismo.

Lejanas e ignotas como cualquier archipiélago que se precie para su metrópoli, las Islas Canarias, durante demasiado tiempo, no fueron más que la última colonia de ultramar que, al sur del continente europeo, le quedaba al rastro polvoriento en que el otrora Imperio había devenido, en pleno siglo XX, con el transcurrir de los siglos y de los monarcas calamitosos (cuando no, directamente retrasados mentales).

Un poco dejadas de la mano de Dios (y del Caudillo que Éste tuvo a bien legarnos), las Islas hemos conseguido salir muy lentamente de la Alta Edad Media, en fecha tan tardía como los años sesenta, gracias, sobre todo, a las divisas que comenzó a dejar en estas afortunadas tierras el turismo que, como bien se ha encargado de recordarnos el gran Paco Martínez Soria en los últimos cinco decenios, siempre ha sido un "gran invento".

Precisamente, los inicios de la terciarización de la economía canaria, a raíz de la explotación de dicha industria, coinciden (y no es casualidad) con la primera época de esplendor del equipo amarillo, que llegó incluso a ser subcampeón de Liga en dos ocasiones, con un fútbol inédito en este país: vistoso y elegante, de toque y precisión, propiciado por jugadores cien por cien isleños (fundamentalmente canariones, aunque también hubo algún que otro chicharrero infiltrado) y cuyas gestas los viejos aficionados evocan hoy con una mezcla de nostalgia y devoción tan solo al alcance de los héroes de la épica medieval.

El terrible perjuicio causado por la turba de energúmenos semianalfabetos y descamisados que invadieron el terreno de juego del estadio de Siete Palmas la pasada temporada, en el último instante del último partido disputado contra el recién descendido Córdoba, no ha podido quebrantar la fe de la entidad y del resto de su masa social (digna y respetable como cualquier hijo de vecino) en que el regreso a la élite aún es posible, si en el empeño no falta el orgullo y sobran la pasión y las ganas.

Esperemos que esta vez, al final, los únicos saltos que se produzcan sobre el césped sean de alegría.

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