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El callejón
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Las amargas lágrimas de Carolina Marín

No creo que nadie hoy, en este puñetero país que tanto se complace en destruirse a sí mismo (eterna nave a la deriva cuyos armadores ponen al frente del timón a los más ineptos y desvergonzados bucaneros), quiera ponerse bajo la piel de Carolina Marín Martín, extraordinaria jugadora de bádminton, campeona olímpica y mundial, que retornaba a unos Juegos después de que hace tres años una grave lesión en su rodilla izquierda la privase de participar en la aplazada cita de Tokyo 2020 y que esta misma mañana haya tenido que abandonar su partido de semifinales, cuando aventajaba en un set a su rival, la china He Bingjiao, y dominaba con meridiana claridad la segunda manga y, al apoyar su pierna derecha en la pista, tras un remate, el ligamento cruzado anterior no ha aguantado la presión y se ha quebrado como la rama seca de un árbol.

Rota por un dolor mucho más profundo que el malestar físico, la deportista onubense, que recientemente fue galardonada con el Princesa de Asturias en reconocimiento a su brillantísima trayectoria, se echó a llorar de forma lastimosa e inconsolable y uno quiere creer que en esas lágrimas no solo se junta la frustración de sufrir una fatalidad cruel, sino también el vacío de sentir la inutilidad de miles de horas de entrenamiento, más el sacrificio en vano de renunciar a una vida sentimental normal y corriente (al parecer, Carolina había dejado hace poco a su pareja, Gen Esteban San Millán, un joven que compite en la sección de atletismo de la Real Sociedad de San Sebastián) y el deseo (ahora truncado) de dedicarle la medalla en París a su padre, fallecido en accidente laboral en 2020.

En estos momentos, en los que presumiblemente los peores demonios han vuelto a invadir su cabeza, esta joven veterana de 31 años ha de asumir que tal vez ha llegado el final de un capítulo primordial en su vida aunque, en cambio, emprendería el inicio de una nueva realidad, de una etapa a la que deberá adaptarse de la mejor forma posible y que debería ser la más larga y fructífera de su existencia. En cualquier caso, tanto si decide volverlo a intentar como si opta por abandonar la práctica profesional de un deporte al que se ha entregado en cuerpo y alma, habrá demostrado poseer muchas más agallas y dignidad que ciertos changas a quienes se les llena la boca de una resiliencia cuyo auténtico significado desconocen por completo.

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