Como si se tratase del clímax de una de esas astracanadas que tanto goce personal como éxito en taquilla le brindaron al cineasta Luis García Berlanga en el último tramo de su carrera (por otra parte, el menos pretencioso y brillante de su filmografía), en la mañana de hoy, el parque anexo al Parlamento de Cataluña será el escenario donde concluirá (?), casi siete años después, el esperpento jurídico-político en que ha terminado desembocando, cual caballo desbocado, eso que los cursis llaman el régimen del 78.
Y es que, con el decidido propósito de boicotear la sesión de investidura de Salvador Illa (un anodino licenciado en filosofía y ex-alcalde de La Roca del Vallés, a quien su secretario general se llevó a Madrid en diciembre de 2019 para colocarlo al frente del ministerio de Sanidad y cuya gestión de la crisis del COVID-19 es imposible de calificar a menos que uno esté dispuesto a que lo denuncien por difamación, injurias y calumnias), a la que acude con el refrendo mayoritario de las urnas y el apoyo de Esquerra Republicana (histórica formación ultranacionalista al borde de la descomposición interna y del ridículo externo), debidamente aleccionada para el indigesto enjuague (más para unos que para otros) con el compromiso de obtener una soberanía fiscal más propia de Liechtenstein que de una comunidad autónoma española, el prófugo Puigdemont ya ha anunciado que pondrá fin a su autoexilio y se personará a las puertas de la citada cámara regional.
Como quiera que sobre él pesa una orden de detención, dictada por el juez Llarena, del Tribunal Supremo, el hombre que abandonó su patria en un maletero (también hay quienes desmienten este extremo y aseguran que las fuerzas de seguridad del estado recibieron la orden de hacer bueno el refrán de “a enemigo que huye puente de plata”), a diferencia de doña Concha Piquer, que llevaba consigo la suya en el interior de un baúl, el líder por control remoto de Junts ha convocado a sus huestes y afines para que le brinden el debido recibimiento aunque ello le suponga ser aprehendido por su antigua guardia de corps, quienes pretenden evitar a toda costa un más que previsible tumulto.
A muchos, que siempre echaremos en falta el cáustico sentido del humor de los mejores libretos berlanguianos (escritos junto a su compinche Rafael Azcona), se nos ponen los dientes largos al pensar en ese inimaginable plano secuencia en el que, cual caótico hormiguero, habrán de insultarse primero y pegarse después tanto tirios como troyanos, es decir: socialistas sanchistas, sanchistas begoñistas, socialistas antisanchistas o pagistas; republicanos soberanistas, radicales, conservadores y liberales en conserva; independentistas y separatistas; terra lliuristas o terraplanistas; españolistas; catalanistas; peperos; voxeadores; comunistas; anarquistas; okupas, desokupas; Mossos d’Esquadra i Cartabón; maderos; charnegos; inmigrantes, emigrantes, migrantes, denigrantes ONGs; bailarinas jubiladas del Paralelo; floristas de La Rambla; taxistas del Ensanche; rufianes del barrio Chino; partidarios y opositores de Maduro; pablistas, errejonistas, yolandistas (todos, todas, todes ellos, ellas y elles sablistas); militantes pro-Palestina; agitadores argentinos; culés y periquitos; activistas del movimiento LGTBIQ+; trumpistas y antitrumpistas; puteros, antiputeros y putineros; sionistas y pensionistas varios. Y, justo en medio del cambalache, ajeno a la feroz riña, confusa y atrabiliaria, un sujeto insignificante buscaría con desesperado esfuerzo hacerse un hueco en la gresca para intentar alcanzar su objetivo (que en la ficción berlanguiana es ese desgraciado que se casa de penalti con la hija del verdugo y trata inútilmente de no coger el testigo del oficio familiar o ese muerto de hambre que pretende pagar la letra del motocarro con el que se gana la vida durante nochebuena o el empresario de provincias que se cuela en una cacería entre capitostes del postfranquismo para vender porteros automáticos) y que en el presente caso sería llevar la notificación, con sello del Tribunal Constitucional, de que ha llegado la suspensión cautelar de la orden de búsqueda y captura dictada contra el aludido, gracias a la angélica (por luciferina) intervención de ese monstruo de la jurisprudencia, de ese fénix de los recursos, de ese portento de la más alta magistratura que responde al nombre (que digo nombre: a la sagrada invocación) de Cándido Conde Pumpido Tourón Antiu Xixona.
Luego, como es habitual en todas las obras maestras del director valenciano, el desenlace habrá de ser amargo y desdichado. Como el futuro, aciago, que nos aguarda a la vuelta de la esquina en un país que es arrastrado, sin que nadie lo impida, a la ruina, la mediocridad y la insignificancia.
Tenemos miedo, Luis.