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El callejón
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El gran desfile

Se cumplen setenta y cinco años del estreno de "El gran dictador", la espléndida sátira con la que Chaplin ridiculizó a un Adolf Hitler que contaba con demasiados partidarios en Europa y EE.UU. Por desgracia, las tiranías parecen eternas.

Con una coreografía milimétrica y multitudinaria, digna de la Alemania nazi que tan bien retrató en sus magníficos y grandilocuentes documentales la cineasta Leni Riefenstahl, el régimen estrafalario (por poner un calificativo ni muy ofensivo ni tampoco destemplado) de Corea del Norte conmemoró el pasado fin de semana el setenta aniversario de la fundación del Partido de los Trabajadores, o lo que es lo mismo, el setenta cumpleaños de uno de los estados más herméticos, absurdos y grotescos que existen en este planeta de los simios.

            Al estilo de los emperadores del Japón o de los faraones egipcios, el máximo dirigente de esta caricatura de república se prodiga poco en público y su última aparición en carne mortal, para pronunciar unas cuantas frases, databa de hace dos años y medio: "El armamento revolucionario del Partido significa que estamos preparados para combatir en cualquier tipo de guerra que provoquen los imperialistas estadounidenses -indicó Kim Jong-un a la muchedumbre, mientras apoyaba su rotunda anatomía sobre la baranda de la tribuna del Palacio de la Cultura del Pueblo-. Estamos dispuestos a defender a nuestra gente y a los cielos azules de nuestra patria".

            Abajo, en la abarrotada plaza que lleva el nombre de su padre, Kim Il-sung, fundador de este otrora bastión del holding soviético, devenido hoy en esperpéntico retablo de títeres menesterosos, mamarrachos chinescos y sombras siniestras, miles de soldados desfilaban en simétricas formaciones (uniformados con ropa de la Segunda Guerra Mundial y de la Guerra de Corea) al tiempo que gritaban consignas del tipo "¡Defenderemos a Kim Jong-un hasta la muerte!". Más arriba, sobre un cielo despejado, cazas militares sobrevolaban el gigantesco recinto, dibujando en el aire la silueta del número 70, la hoz, el martillo y el pincel, símbolos del partido único norcoreano.

            Como suele ocurrir en estos actos, se sumaron al acontecimiento miles de ciudadanos, que marcharon de traje y corbata (ellos) y en jeogori (ellas), agitaban flores de plástico y se dejaban las cuerdas vocales al gritar lemas en favor de su líder supremo: "Todos hemos llorado después de escucharle. ¿Qué otro mandatario en todo el mundo dice que se inclina ante el pueblo? ¿Qué otro mandatario es tan humano?", reconocía uno de los figurantes de esta peculiar parada, que es como la apoteosis del carnaval chicharrero (el plúmbeo y mortecino coso de los martes), sólo que aquí la Ni Fu Ni Fa no abre el cortejo y las carrozas de la reina y de sus damas de honor son reemplazadas por misiles con aspecto de herrumbrientos supositorios monstruosos.

            "Somos el pueblo más feliz del mundo, porque tenemos a Kim Jong-un con nosotros", aseguraba con lágrimas en los ojos otro actor salido de la ingente masa de extras que escenificó la marcial patochada.

            Salvo que uno tenga el cerebro (?) de Willy Toledo, nadie, en su sano juicio, se puede tomar en serio semejantes muestras de adhesión. Las autoridades norcoreanas llevaban ensayando el desfile desde mayo, en las instalaciones de una antigua base aérea, y estos espectáculos de marcado carácter propagandístico son los últimos coletazos de una tiranía ultramilitarista y feroz que, a raíz del derrumbe del paraíso comunista, en la década de los noventa, se vio forzada a un estricto racionamiento, para paliar la hambruna que asoló a su desnutrida población, y, lo que sin duda resulta más humillante para el gobierno de Pyongyang, se vio obligada a permitir una cierta economía de mercado, tal y como hicieron sus camaradas chinos y cubanos.

            Por el momento, no son más que tímidos pasos hacia una apertura mayor: tiendas Disney, parques acuáticos, parques de atracciones, establecimientos de franquicias varias… Sin embargo, más temprano que tarde, la versión coreana del estalinismo (como la Cuba de Castro o la República Popular China) terminará por sucumbir en las garras del modelo capitalista, verdadera fuerza motriz de todo el funesto engranaje que nos hace desfilar, a paso de oca, a absolutamente todos, hacia nuestra segura autodestrucción.

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