¿Vosotros sois hombres nobles?
¿Vosotros padres y deudos?
¿Vosotros, que no se os rompen
las entrañas de dolor,
de verme en tantos dolores?
(…)
Liebres cobardes nacistes;
bárbaros sois, no españoles.
Gallinas, ¡vuestras mujeres
sufrís que otros hombres gocen!
Poneos ruecas en la cinta.
¿Para qué os ceñís estoques?
¡Vive Dios, que he de trazar
que solas mujeres cobren
la honra de estos tiranos,
la sangre de estos traidores,
y que os han de tirar piedras
hilanderas, maricones,
amujerados, cobardes,
y que mañana os adornen
nuestras tocas y basquiñas,
solimanes y colores!
Lope de Vega, Fuenteovejuna, Escena tercera, Tercer acto
El desprecio absoluto mostrado hacia la ciudadanía por las dos primeras autoridades del Estado español (la tercera ya había aportado su consabida dosis de ignominia al día siguiente de la catástrofe, al suspender en el Congreso la sesión de control al gobierno -una suerte de juego retórico de cuarta división: donde tirios y troyanos se dedican a leer unos folios pésimamente escritos por amanuenses de ínfimo nivel- pero no así la urgente e imprescindible renovación del órgano rector del ente público RTVE -tan impúdico como incívico-, por el que las fuerzas políticas que sostienen el cadáver pestilente del gobierno de progreso -más bien pro hez y procaz-, que ellas mismas parasitan y esquilman cual anélidos y dípteros en cuerpo muerto, y por la cual se repartieron con obscena glotonería nóminas anuales muy por encima de los cien mil euros) el pasado domingo, en la localidad valenciana de Paiporta, cuya población fue abandonada a su suerte (a su mala suerte y a la muerte de varias decenas de sus vecinos) sin que merecieran la más mínima atención por parte de quienes, entre otras muchas responsabilidades, tienen la de velar por la seguridad e integridad física de quienes les pagan sus sueldos a través de un sinfín de tributos de variada índole, reflejó hasta qué punto se hace más necesario que nunca hacer borrón y cuenta nueva en nuestro devenir como sujeto colectivo y como pueblo que ha de asumir, a través de los mecanismos legales que decidió concederse en 1978, una completa reformulación de su marco político de convivencia, habida cuenta de que en el moribundo régimen en el que nos encontramos la toma última de decisiones corre a cargo de una selecta (y carísima) colección de canallas, que no solo son desalmados sino profundamente inútiles, mediocres e incompetentes.
De haber estado allí, entre el reducido grupo de paisanos embarrados, desesperados, indignados, abandonados, furiosos y humillados por la irrupción, en medio de su particular infierno de cieno y destrucción, de una caravana de medio centenar de vehículos policiales (algunos agentes llegaron a presentarse a caballo, como si aquello se tratase de una muchedumbre -que no lo era, ni de lejos- descontrolada de principios del pasado siglo), cuando los efectivos del ejército ni siquiera habían hecho acto de presencia en seis días, muy probablemente Lope Félix de Vega Carpio habría sido el primero en alzar el rastrillo, arrojarles emplastos de barro y proferirles toda clase de imprecaciones, eso sí, compuestas con precisión milimétrica en décimas y con rima asonante.