Por ti el silencio de la calle umbrosa,
por ti la iniquidad en el aparcamiento
del solitario pueblo que el agua anegaba;
por ti el ciénago y la muerte en el viento,
el dolor sin alivio y la fetidez pavorosa
que la riada tras de sí dejaba.
¡Ay, cómo la canallesca engañaba!
¡Ay, cuán diferente era
y cuán de otra manera
lo que en tu falso pecho se escondía!
Bien claro con tu voz me lo decía
la siniestra corneja de tu alma, repitiendo
la infamia de tu alevosía.
Márchate, huye, sal corriendo
que al final la culpa es de mi tía.