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El callejón
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Entretenedores anda el juego

Siempre he admirado ese sentido de la comicidad de Miguel Mihura: tan suyo, tan poético, tan ingenioso, tan inimitable

Antonio Buero Vallejo

El 12 de septiembre de 1962, en el Teatro de la Comedia de Madrid, Miguel Mihura Santos (1905-1977) estrena Las entretenidas, una, en apariencia (tratándose de este autor, incapaz de dar puntada sin hilo así como de lanzar el más mínimo canto ya que se sabe libre de toda culpa pues ha saboreado con moderación casi todos los pecados, menos el matrimonio, como reconocería alguno de sus personajes en una de esas réplicas pronunciadas con desconcertante sinceridad, lo sugerido apenas al trasluz de una realidad opaca y llena de grises es muchísimo más cuantioso que lo evidenciado) inofensiva función de tono urbano y costumbrista, en la que el fundador y primer director de La Codorniz (la publicación más audaz para el lector más inteligente) ridiculizaba con toda su ternura y su imaginativo sentido del humor la arraigada costumbre entre ciertos señores (la inmensa mayoría casados y con una ventajosa situación socio-económica) de la España de entonces de mantener (con inmueble y pecunio) a sus amantes, concubinas o amiguitas.

Tal vez demasiado consciente de la compleja artificiosidad que entrañaba encarnar con naturalidad sobre el escenario a sus criaturas literarias, Mihura, que en esto del arte de Talía fue cocinero antes que fraile (desde muy jovencito llevaba las cuentas de la compañía de su padre: actor, director y empresario), siempre prefirió de primera mano encargarse del montaje de sus propias obras que, como en el caso que nos ocupa, eran concebidas desde el proceso inicial de escritura para unos intérpretes concretos, quienes, en cierta forma, garantizaban el éxito de la representación con una precisión asombrosa. No es de extrañar, por tanto, que estos días, al leer el texto de la citada pieza, al calor de las últimas revelaciones en torno al entramado de corruptelas, comisiones, picaderos y mamandurrias varias, urdido (por enésima vez) en torno a un gobierno sociolisto, me haya sido imposible disociar a los seres de papel de aquellas actrices y actores que fueron encomendados por su creador para insuflarles el efímero aliento vital sobre las tablas y así, de la mano de los maravillosos e irrepetibles Julia Gutiérrez Caba, Rafael Alonso o Antonio Garisa, uno no solo ha disfrutado de una lectura gozosa a la par que edificante, sino que también ha podido olvidar, aunque solo haya sido por un rato, la recua de gañanes y gañanas, inútiles y cleptócratas, que se enriquecen a costa del dinero de todos so pretexto de servir a los demás cuando solo se ayudan a sí mismos y al resto de la cuchipanda que los protege, los ampara o los encubre.

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