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El callejón
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Cincuenta años de desfachatez y cuarenta de vacaciones

Con la ansiedad y premura de los delincuentes que tratan de borrar el menor indicio o prueba de sus fechorías, la próxima semana el aparato de propaganda del sanchismo (que es esa mezcla infame de estulticia, ineptitud y criminalidad a partes iguales) volverá a poner el foco de atención en el quincuagésimo aniversario del final del antiguo régimen, con una prolongada serie de fastos y celebraciones concebidas, principalmente, como grosera y grotesca maniobra de distracción (como si a estas alturas la figura del general Franco, desconocida para la mayor parte de la ciudadanía que ha nacido, crecido y se ha reproducido tras su muerte, le interesara a nadie), y, en segundo lugar, como fórmula falaz de reescribir la historia un poco al estilo del Ministerio de la Verdad de la novela de Orwell, de la que los lerdos, imbéciles y acémilas que nos desgobiernan no han leído ni la solapa.

Si no estuviéramos tan mal (en todos los sentidos y en todos los ámbitos) la cosa tendría su aquel, como diría el otro. Porque solo un cretino, dichoso en revolcarse en la chiquera de su propia ignorancia, prefiere desconocer que fue el propio franquismo quien amparó y reactivó al Partido Socialista Obrero Español, después de que este desapareciera en el exilio (disuelto en pendencias de jerarcas gruñones y consumidos en su propio rencor) y a sugerencia del mismísimo Richard Nixon, que, en febrero de 1971, envió a Madrid a su agregado militar en París, Vernon Walters (un año más tarde sería nombrado director adjunto de la CIA), con el fin de que convenciera al ya decrépito Caudillo de que, además de un monarca, la España sin Franco debería contar con un partido socialdemócrata bien estructurado, de implantación nacional y vocación federalista, con caras nuevas y atractivas que capitalizasen el voto de la izquierda moderada, tutelado por Willy Brandt y claramente alineado en contra de Moscú y obediente a la OTAN y aledaños.

No vamos a recordar ahora la posterior trayectoria del PSOE, que ya en plena dictadura franquista estaba infiltrado de agentes del entonces SECED (luego CESID, actual CNI y fuente de inspiración para la T.I.A. del genial Ibáñez), en los últimos cincuenta años, veintisiete de los cuales ha tenido responsabilidades al frente del gobierno de España con un balance, cuando menos, discutido y discutible.

¿Y entre el 1 de abril de 1939 y y el veinte de noviembre de 1975? ¿Qué fue de los baluartes del socialismo patrio que en la segunda década de la pasada centuria apoyaron con entusiasmo la dictablanda de Miguel Primo de Rivera, que en la siguiente se rebelaron contra la república que ellos mismos se ufanaron en traer y que hicieron todo lo posible e imposible para que estallara una contienda civil que terminó en un baño de sangre? No esperen la menor respuesta porque no las hay.

Muchos ya saben la anécdota: coincidiendo con el centenario de la fundación del partido, en mayo de 1879, y como eslogan de la campaña electoral a Cortes, meses después de la aprobación del texto constitucional vía referendum en diciembre del año anterior, a algún iluminado estratega se le ocurrió el mítico eslogan de “Cien años de honradez”, al que Ramón Tamames (diputado del PCE) agregó la apostilla de “Y cuarenta de vacaciones”.

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