En un país de fábula
vivía un pobre artista
que en una casa en Elvas
tenía su caudal.
Tan pobre era y tan rústico
que el mísero músico
dormía en fondas y hoteles
por falta de un hogar.
Y los móviles del hermano
le venían a despertar.
Y los móviles del hermano
le venían a despertar.
Y este lo llamaba a su vez
para contarles a sus colegas después:
“¡Ah¡ Yo antes era un tolete
con menos gracia que Manolete.
Yo en la vida en dado un palo al agua,
sin rumbo, ni oficio y sin piso en Managua.
Vosotros, cretinos, os habéis partido el lomo
mas ahora me descojono, me lo guiso y me lo como”.
Pero una mañana trágica
descubriose todo el camelo
y la orden de una jueza sádica
hizo caer de la nube al lelo
y, entre un fragor horrísono,
los agentes de la UCO,
con fiereza y encono,
trincaron al muy cuco,
al que ni los hilos del hermano
consiguiéronle soltar,
ni los periodistas lameanos
consiguiéronle de su bochorno librar.
Los plumillas a sueldo protestaron y el nota
que es más nulo que un piano que desafina
ha quedado en sede judicial como un idiota
que ni sabe ni conoce cuál es su oficina.
De Tetuán a Comillas, de Rusia a Badajoz,
en estos días de inteligencia magra
no se habla de estupidez más atroz
que la del hermanísimo David Azagra.
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