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El callejón
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La fatalidad

Apenas cinco semanas después del accidente aéreo de Múnich, donde un fuerte golpe en el cráneo y la posterior hemorragia no impidieron que rescatase a varios pasajeros, el guardameta norirlandés Harry Gregg (1932-2020) realiza esta espectacular parada, en el partido de desempate de la semifinal de Copa, frente al Fulham, disputado en Villa Park, el 22 de marzo de 1958.

Apenas cinco semanas después del accidente aéreo de Múnich, donde un fuerte golpe en el cráneo y la posterior hemorragia no impidieron que rescatase a varios pasajeros, el guardameta norirlandés Harry Gregg (1932-2020) realiza esta espectacular parada, en el partido de desempate de la semifinal de Copa, frente al Fulham, disputado en Villa Park, el 22 de marzo de 1958.

Vivimos y morimos muertes y vidas de otros.
Sobre nuestras espaldas pesan mucho los muertos.
Su hondo grito nos pide que muramos un poco,
como murieron todos ellos,
que vivamos deprisa, quemando locamente
la vida que ellos no vivieron.

José Hierro, de Destino alegre (Tierra sin nosotros, 1947)

La tarde del 6 de febrero de 1958, en el aeropuerto de Múnich, un avión de la British European Airways intentó el despegue, hasta en tres ocasiones, rumbo a Londres, bajo una nevada intensa. A bordo viajaba la plantilla al completo del Manchester United, que venía de haber eliminado la noche anterior, en Belgrado, al Estrella Roja, en partido de vuelta de cuartos de final de la tercera edición de la Copa de Europa. El equipo británico (probablemente, hasta entonces, la mejor escuadra salida de las Islas en la historia del balompié) había sido el primer representante del país en que nació este deporte en aceptar la invitación de participar en un torneo que el régimen franquista (en plena fase de reconocimiento internacional tras purgar, durante la terrible y pavorosa postguerra española, sus simpatías mostradas hacia las potencias del Eje entre 1940 y 1944) había convertido en su principal instrumento de propaganda, de la mano de su mascota predilecta, el Real Madrid.

No voy a desvelar aquí lo que aconteció en esa tercera y fatídica maniobra que trató de realizar el comandante de la aeronave, Jim Thain, porque ya se encarga de relatarlo con precisión de forense el novelista David Peace (autor de Maldito United, una excelente crónica sobre el azaroso periplo del entrenador Brian Clough en el Leeds United) a lo largo de las 450 páginas de Munichs, que Contra editó el pasado noviembre en castellano, en una más que meritoria traducción de Gabriel Cereceda, que ha debido de hacer verdaderas piruetas para plasmar, con relativa eficacia, la diversidad de acentos y rasgos dialectales del medio centenar de personajes que desfilan por aquí dando testimonio (doloroso, trágico, tristísimo), a partir de unos hechos que cualquiera puede consultar en internet.

En línea con la reconstrucción del pasado, dando voz a quienes tuvieron que sufrirlo en primera persona, tal y como acostumbra la escritora bielorrusa Svetlana Aleksiévich (en ese sentido, Voces de Chernóbil Los muchachos de zinc se encuentran entre los documentos más estremecedores que haya dado el género narrativo en la segunda mitad del siglo pasado), Munichs es un canto fúnebre, una elegía polifónica sobrecogedora, que nos habla del precio de la fatalidad, de la maldición del superviviente, del sentimiento atroz de culpa de quienes salvan el pellejo y se saben peores que los muertos por la pura (o puta) casualidad de estar vivos. Pero también es un prodigioso caudal de palabras, sentidas, directas, de pensamientos sin filtro, sobre cómo vencer la adversidad, de cómo sobrellevar la pesada carga de la existencia, mientras tus mejores camaradas, tus amigos del alma, tus hermanos de trinchera, lo han perdido todo y proyectan sobre ti la sombra de su muerte como una eterna sospecha.

Lectura tan desgarradora como extenuante, de ella ningún lector con un mínimo de humanidad sale indemne. Aunque este admirable trabajo de David Peace también reconforta y, a su manera, a uno lo reconcilia con todo lo bueno que hay en el corazón convulso y contradictorio del hombre, capaz de superar las mayores desgracias y calamidades, a pesar de las tinieblas que lo envuelven.

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