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El callejón
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Doce deseos

Los estertores del pasado año y los primeros balbuceos del bisiesto que recién empieza me cogieron por vez primera en la vida (siempre hay una primera vez para todo: supongo que eso mismo fue lo que susurró al oído de Pujol una vocecita muy pequeña, muy pequeña, justo en el momento en que el ex President metió la mano -en su caso, garra o más bien pezuña- en la caja de Pandora) bajo las sábanas, mientras ofrecía una cálida y afectiva mano a mi pareja, enferma de faringitis, y con la otra me llevaba a la boca, sin prisa pero sin pausa, las uvas de rigor.

Apenas una andanada de anuncios de Caja Siete y de otras marcas irrelevantes me habían permitido procesar y digerir como es debido la recta final del tradicional soliloquio de Manolo Vieira, que es un artista tan extraordinario en lo suyo que no necesita reinventarse y ocultar que hace tiempo que entró en un inevitable aunque llevadero declive: sus chistes son los mismos desde su primer LP, editado a mediados de los ochenta, pero su ingenio, sabio, intuitivo, siempre deja algún destello genial, como un viejo funambulista que se columpia en el fino y a veces afilado alambre de la carcajada.

Entre descarga y descarga de spots publicitarios, que son moscas majaderas posándose sobre los restos pantagruélicos de un almuerzo dominical en cualquier guachinche de Santa Úrsula, me fui acercando a las dichosas campanadas sin que en esta ocasión el realizador nos cortase el aliento con la abusiva presencia en pantalla de Eloísa González, por quien, de haberla conocido, el maestro Jardiel Poncela tal vez habría reformulado el título de su célebre comedia y le hubiese puesto: Eloísa está como un almendrado.

Un tanto ajenos a la zozobra que parece amenazar a la Televisión Autonómica (este carísimo medio de propaganda es otro de los grandes engendros de Coalición Canaria), de la que pretenden desentenderse hasta sus propios progenitores, en un sesgo de miseria y cobardía intelectual que los retrata, la coordinadora y presentadora de informativos, Pilar Rumeu, y los actores del elenco de En Clave de J, Yanely Hernández y Matías Alonso, secundaban a Eloísa (empeñada en lucir su escote de estrella del technicolor en un escenario digno de verbena gomera) en la labor de hacer un poco más corta tan interminable espera, haciéndose escuchar sobre los impetuosos metales de la orquesta La Sabrosa, que daban al multitudinario ambiente de la plaza de La Libertad, en Garachico, ese colorido entrañable y bullanguero esplendor de cualquier fiesta de pueblo.

Se acercaba la hora señalada y llegó el turno del brindis en el que tanto ellas como él, que, incapaz de deshacerse de la máscara de Ginés, no paró de soltar inofensivos y ocurrentes chascarrillos que el numeroso y apretado público ignoró por completo, mostraron sus deseos de un 2016 lleno de salud y buenas noticias para todos los habitantes del Archipiélago. Antes de ello, también hubo una ronda por los corresponsales de la cadena, en las siete islas, en la que se reiteraron las mejores expectativas de cara a los próximos trescientos sesenta y seis días.

Luego, apresuradamente, a la vez que masticaba las uvas con avidez de Platero, uno trataba de formular, aunque fuese en abstracto, una docena de deseos para el año inminente que, solapados y contradictorios entre sí, al final terminan anulándose (por ejemplo: a uno le gustaría un pacto de gobierno cuatripartito pero en el que no tomasen parte ninguno de los actuales candidatos a presidirlo, por lo cual, lo más sensato resulta lo menos prudente, como lo sería, sin duda, la convocatoria de nuevas elecciones), por lo que, de nuevo, tanta necesidad se consume en su propia implosión de buenas intenciones y uno termina la velada deseando ver un nuevo día, junto a quien ama, y que Dios reparta suerte el resto del año. Que así sea.

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