Aprisa y corriendo, con el resuello entrecortado, porque se le echaba encima la hora señalada, como Cenicienta en el cuento de Perrault, el periodista catalanista (¡cielos, Leoncio, qué horror de rima!) y hasta ahora alcalde de Gerona, Carles Puigdemont i Casamajó (Amer, Girona, 1962), pasó a convertirse en tiempo récord y por arte del birlibirloque parlamentario en el nuevo president de la Generalitat de Catalunya. Los ciento veintinueve individuos que le precedieron en el cargo tuvieron mucho más tiempo para hacerse siquiera una ligera idea de su nuevo cometido, de ahí que el discurso de investidura de Puigdemont durase veinte minutos menos que la hora larga que invirtió su inmediato antecesor, Artur Mas, cuando el pasado 10 de noviembre intentó sin éxito repetir mandato al frente de la temeraria empresa de secesión en la que parece empeñada algo más de la mitad de la sociedad civil catalana.
En una alocución rica en buenas intenciones y en la que no olvidó pedir disculpas a la ciudadanía ("No lo hemos hecho suficientemente bien, hemos tardado demasiado en venir al Parlament con una propuesta cerrada […] El pueblo hizo bien su trabajo y esto no merecía ser enmendado"), el flamant president exhortó a "empezar a caminar a la luz de la declaración del 9N para iniciar el proceso de constitución de un estado independiente", de un país (feliz utopia, que diría Homer Simpson) que Puigdemont deseó "más justo, más equitativo, más preparado, más culto y más saludable; que ofrezca más trabajo y que sea más transparente, ejemplo de buenas prácticas políticas y democráticas, y más moderno".
Después de señalar que "tenemos que velar para que el catalán sea una lengua de pleno derecho en los organismos internacionales", el presidente electo apuntó que su Administración tratará de establecer "un marco estable de relaciones con ACNUR para convertir Catalunya en un país acogedor de refugiados" (¿dará cobijo esta nueva Arcadia a los procedentes del decadente y opresor estado español?, me pregunto).
Puigdemont, que tuvo palabras muy duras para el Gobierno de Rajoy, al que acusó de coartar la democracia desde una legalidad que ni él, ni sus correligionarios y afines reconocen, advirtió que no son tiempos los actuales de "cobardes, ni para temerosos ni para los flojos de piernas, ni para resignarse en la confortabilidad".
Curiosa resulta esta última aseveración del president, dado que uno, desde sus cuarenta y cuatro años de vida, en su fuero interno, está absolutamente convencido de que, de no haber sido, precisamente, por los cobardes, los temerosos, los flojos de piernas y los resignados en la confortabilidad de esta especie de infierno de pusilánimes en que ha devenido la democracia española, esta patochada separatista no hubiese llegado tan lejos ni hubiese entrado en una deriva funesta, incierta y tenebrosa y quién sabe si de no retorno.
spica
De todo lo ocurrido ayer me quedo con el peluquín del personaje para incluirlo en el equipaje que ya estaría preparando para salir por patas de esa futura república. Jose A. soy muy pesimista, la edad y el andar de la perrita me dicen que esto ya no tiene retorno, y si lo llegara a tener, costaría muchísimo, pero muchísimo muchísimo. Un abrazo.
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