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El callejón
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"Yo no soy Miguel Velázquez"

Cartel del segundo largometraje del cineasta tinerfeño David Cánovas: un magnífico documental que orbita sobre la figura del púgil Miguel Velázquez, sobre los compañeros que lo acompañaron en un viaje de ida y vuelta y sobre una ciudad, Santa Cruz de Tenerife, que es el tercer personaje de esta historia universal, fascinante y conmovedora.

Cartel del segundo largometraje del cineasta tinerfeño David Cánovas: un magnífico documental que orbita alrededor de la figura del púgil Miguel Velázquez, de quienes lo acompañaron en su viaje de ida y vuelta y en torno a una ciudad, Santa Cruz de Tenerife, que es el tercer personaje de esta historia universal, fascinante y conmovedora.

 

¿Por qué el boxeo?”, me pregunta siempre la gente encogiéndose de hombros. Porque el boxeo, respondo siempre, apela a mi sólida creencia de que la vida es una pelea sangrienta. Seas quien seas, estés donde estés, sea cuando sea que estés leyendo esto, o no leyendo esto, estoy casi seguro de que estás librando una pelea. Tal vez sea una pelea contra un mal trabajo, o un jefe cruel, o una empresa que te explota. Tal vez sea una pelea interna, contra una duda paralizante, o un temor que te desgasta o una pena sin fondo. Tal vez pelees contra una enfermedad, o un dolor, o una separación nada amistosa, o algún otro monstruo amorfo que parece decidido a devorarte entero…: la locura, la culpa, una deuda. Tal vez estés peleando por algo, por algo esencial, que no has tenido nunca. Un hogar seguro, un amor verdadero, un trabajo satisfactorio. Tal vez lo hayas tenido y te lo hayan quitado y estés peleando por recuperarlo. Sea cual sea el caso, esta mañana, al poner los pies en el suelo, o en la cubierta de tu barco, o en la tierra de tu campamento, has planificado el día alrededor de esa pelea. Esa pelea te define, te da forma, tal como debe ser y seguirá siéndolo hasta que se declare un vencedor, y entonces empieza la siguiente pelea, y la siguiente, hasta que llegues a la última pelea de tu vida, que perderás, como todos los que has conocido perderán la suya. Yo sé que esto es verdad, y no se me ocurre ninguna otra cosa que capte mejor esta verdad que la imagen de dos boxeadores acechándose en círculos en un cuadrilátero cubierto de humo.

El campeón ha vuelto, J.R. Moehringer

Tomás Miguel Velázquez Torres nace el 27 de septiembre de 1944 en una ciudadela situada en la calle Méndez Núñez, en pleno barrio de El Toscal. Hay que señalar que durante el primer tercio del pasado siglo estos patios de vecindad, en los que en torno a una reducida parcela sin urbanizar se hacinaban en minúsculos cuartos familias enteras, en pésimas condiciones de salubridad, ya que solo disponían de un par de baños, con lavabo y sin agua corriente, fueron muy frecuentes para albergar a trabajadores sin empleo fijo, jornaleros, parados o marinería de los buques mercantes que operaban en el muelle santacrucero.

Miguel Velázquez, a quien de niño conocían por Miguel o Miguelín, era el segundo de seis hermanos (tres chicos y tres chicas) de una pareja cuya situación económica no podía ser más desesperada. El padre, Tomás Velázquez, había desempeñado toda suerte de modestos oficios (pintor, guardamuelles, fogonero en los correíllos y peón de obra) con los que ganaba 211 pesetas a la semana (un euro con cincuenta céntimos), y la madre, Ana Torres, hubo de desempeñar el papel de abnegada ama de casa que debía hacer verdaderos juegos malabares para poder llenar el puchero.

Esta situación de penuria y absoluta precariedad no cambió lo más mínimo pese a los numerosos cambios de domicilio del clan Velázquez Torres, que fueron buscando acomodo de ciudadela en ciudadela, en la geografía de aquel Santa Cruz de cambullón y miseria, como si se tratase de personajes extraídos de la novela Las uvas de la ira, de John Steinbeck: la Rambla de Pulido, el barrio de Buenavista, el barrio del Perú o el de Duggi (en cuyo colegio nacional el futuro púgil aprendió las primeras letras sin llegar a obtener siquiera el graduado escolar, título que se sacaría a los cuarenta años de edad y después de retirarse del boxeo) se convierten en meras estaciones de paso hasta que la familia termina estableciéndose de forma definitiva en Taco.

Ubicada en el municipio de San Cristóbal de La Laguna, esta amplísima explanada, poblada de infinidad de viviendas de autoconstrucción y de bloques de pisos de escasa altura, creció exponencialmente a los pies del cono volcánico moribundo del mismo nombre del que, durante décadas, se estuvieron extrayendo áridos como material primario para la industria del ladrillo. La concentración, en sucesivas oleadas, de inmigrantes procedentes de pueblos del interior de la isla, así como de las islas menores de la provincia (sobre todo, de La Gomera), propició que en este populoso barrio hubiese demanda de mano de obra (vinculada al sector de la construcción y a los talleres de reparación, recambios y suministros de vehículos de carga pesada) y proliferasen las tiendas de ultramarinos (conocidas aquí como ventas), los bares con menús baratos, modestas mercerías, zapaterías y boutiques, así como locales de ocio popular como cines y salas de baile.

Sin embargo, el hecho de instalarse en un enclave con mayores posibilidades económicas no se tradujo en una mejora de la situación de la familia Velázquez Torres. Hoy, superadas las ocho décadas de existencia, el ex campeón de Europa mira hacia atrás y describe su infancia como solo pueden hacerlo Dickens o Chaplin, quienes pasaron tantas o más apreturas que el boxeador tinerfeño: “No teníamos de nada. Los Reyes Magos no pasaban por nuestra casa porque no sabían que vivíamos allí. Y hambre, toda la que sea posible imaginar: la pobreza en la que vivíamos era absoluta”.

No obstante, en medio de tanta necesidad, tanto él como sus cinco hermanos y sus dos progenitores, descubrieron ese sentido de pertenencia solidaria que se da entre los más humildes, la “hermandad de trinchera” de la que habla Graham Greene: ser conscientes de vivir y perecer en el mismo agujero. Y esa camaradería se traducía en generosidad y en la ayuda que unos se prestaban a otros. No es de extrañar que, criado en ese ambiente, donde lo que es de todos no es de nadie, Miguel Velázquez, que llegó a ganar dos millones de pesetas por un solo combate, asegure en la actualidad que “de no haberse dedicado al boxeo habría trabajado en alguna profesión donde sirviese a los demás”.

En una niñez repleta de privaciones, no le quedó más remedio que arrimar el hombro y contribuir con su esfuerzo a la subsistencia doméstica y así desempeñó toda clase de oficios: desde cargador de barras de hielo, pasando por recolector y vendedor de cascos vacíos de botellas, voceador callejero del vespertino La Tarde (cuyo director y fundador, don Víctor Zurita Soler, le adelantó dinero para que pudiese disponer de unas alpargatas que costaban seis pesetas, doce veces más de lo que llegaba a ganar si conseguía despachar todos los ejemplares que se le habían asignado ese día), peón encargado de extraer arena para la construcción e, incluso, lazarillo de un invidente a quien ayudaba con la venta de cupones.

Un buen día, con catorce años recién cumplidos, Velázquez entró en contacto por vez primera con algo parecido al pugilismo o, más bien, el boxeo vino a dar con el futuro campeón de España en el bar Quintana, propiedad de los padres de su amigo Juan Sánchez Quintana, donde, como quien no quiere la cosa, un grupo de jóvenes entretenían los pocos ratos de ocio intercambiando guantes, medio en broma, medio en serio, hasta que aventó de un manotazo contra una columna del local a uno de aquellos muchachos algo fanfarrones, que presumían de “gallitos” y, entre los colegas, su fama de “pegador” corrió como la pólvora, acrecentada a raíz de que, tiempo después, en el curso de una de las veladas organizadas los fines de semana en el cine España, de Taco, reemplazó a última hora a uno de los púgiles previstos y derrotó a un rival mucho más curtido en estas lides.

Convertido en una especie de ídolo para su pandilla de amigos (su círculo de más estrecha confianza y lealtad: Bertín, Flores, Toni y Juan Sánchez Quintana), Miguel Velázquez prosiguió su juventud sin juventud entregado a cualquier actividad con la que pudiese ganarse la vida y contribuir al sostenimiento de la familia numerosa de la que formaba parte. Por tal motivo, vivió durante un tiempo en Sidi Ifni, Marruecos, cuando aún era provincia española. Allí trabajó en un horno de cal, en una fábrica de gaseosas y en una huerta en la que ejerció labores de fumigador. A su regreso, se reincorporó a la construcción como peón de albañil y guardián de obra, hasta que Ibérica, una empresa subcontratada por la Refinería, le ofrece un puesto de auxiliar de cocina, dado que no tenía la edad legal para otros menesteres.

Es en este nuevo empleo donde Velázquez conoce a la persona que le convencería de que el boxeo podría ser la respuesta a todas sus preguntas. Por mediación de Raimundo Martín Estévez (un púgil aficionado que como Kid Martín habría de llegar a ser en dos ocasiones campeón de España de los superwelters) comienza a frecuentar gimnasios y veladas, en plena efervescencia de la afición al noble arte que, en la isla, desde finales de la década de los cincuenta y hasta mediados de los setenta, alcanzó unas cotas de popularidad nunca repetidas.

Al principio no noté que fuera especialmente aficionado ni que tuviera demasiadas cualidades. Como escalaba bien los árboles o las torretas y tenía agilidad, algunos me decían que podía valer para el boxeo o para cualquier otro deporte. Pero nunca lo vi como una manera de ganarme la vida. Para mí, era algo natural”, confiesa hoy Velázquez, quien a los dieciséis años solía acudir varias veces en semana al gimnasio Nivaria, en su barrio, donde un martes por la tarde el promotor inmobiliario Eduardo Valenzuela le ofreció un primer combate: su contrincante respondía al apelativo de Machín y llevaba disputadas catorce peleas.

Era el sábado 25 de noviembre de 1961 y los espectadores que ocupaban el graderío del Frontón Tenerife, ubicado en la calle Ramón y Cajal, asistieron, sin saberlo, al debut de uno de los mejores deportistas en la historia de Canarias. “Velázquez y Machín, premiados con la medalla de la combatividad –relata Antonio Salgado Pérez en las páginas de Aire Libre1–. Realizaron un combate disputado. No son técnicos pero sí impetuosos en sus acometidas. Venció el primero por puntos”.

Aquella primera victoria, conseguida tras tan solo tres días de entrenamiento a las órdenes de Martín Díaz Hernández, le reportó veinte pesetas y un gran cansancio: “Terminé con los brazos agarrotados. Esto me preocupó y por eso le pregunté a mi preparador si ocurría siempre y me dijo que solo pasaba en la primera pelea. Esas palabras me devolvieron la tranquilidad”.

A partir de ese momento, Velázquez adoptó los hábitos espartanos de un gladiador y, cada mañana, antes de desayunar e ir al trabajo, cubría a pie los quince kilómetros que separaban su domicilio en Taco de la ciudad de La Laguna.

Emprende de inmediato una serie de exitosas peleas en el circuito amateur, en la categoría de los pesos plumas, para hombres de 54 a 57 kilos de peso (entre ellas, dos triunfos a los puntos frente a Rodríguez, en diciembre de 1961; vence con rotunda superioridad en la puntuación a Castilla, en enero de 1962; victoria por K.O. en el segundo asalto, en un nuevo combate contra Machín, en abril de ese mismo año, y vence a Frías a los puntos, en sendas peleas, disputadas en abril y mayo), y, en julio de 1962, apenas transcurridos ocho meses de su bautismo de fuego, el púgil tinerfeño se incorpora junto a otros nueve paisanos a la expedición que acude a Málaga, donde se celebran los XXXIV Campeonatos Nacionales de Boxeo Aficionado. Días antes, Antonio Salgado publica esta semblanza2:

Debutó hace un año en Taco, trente a Machín, y fue tan ardoroso aquel combate que a ambos se les concedió la Medalla de la Combatividad. Desde aquel entonces ha llevado una marcha francamente satisfactoria. Tiene más entusiasmo que técnica en su boxeo. Posee un notable fondo y cuando sus golpes los proyecta en rectos llegan con cierta frecuencia a la anatomía antagónica. A su entusiasmo le falta más decisión. Lleva celebrados 17 combates y sólo registra una derrota frente a Frías, al que ha ganado en tres ocasiones. En Las Palmas ha realizado combates meritorios con Domínguez, Pacuco y Kilín. Tiene 18 años. Es fontanero”.

Precisamente, en la capital grancanaria se había proclamado campeón de Canarias de los pesos plumas y en calidad de tal embarca en el buque Cabo de San Vicente rumbo a Málaga, después de haber sido autorizado a viajar por su padre, ya que era menor de edad. Allí, en la ciudad andaluza, sufre su primer gran desengaño deportivo porque, a pesar de superar con claridad a Luis Aisa (quien al final se alzaría con el título) en dos de los tres asaltos preceptivos, los jueces dan como ganador a su oponente. La decepción resulta tan dolorosa que el joven Velázquez, que había prometido a su progenitor que dejaría de pelear en un ring después del citado torneo, se marcha a El Médano, donde encuentra trabajo en un hotel y abandona durante casi un año la práctica del boxeo.

***

Pero aquello fue un simple amago de retirada, más fruto de la ofuscación propia de la edad que de una decisión meditada. De hecho, Miguel Velázquez no se desentiende del todo de un mundillo que le había mordido en lo más hondo, con la incisión de una serpiente: acude como espectador a los campeonatos que se celebran poco después en la Plaza de Toros de Santa Cruz y se convence de sus auténticas posibilidades como boxeador, de ahí que no tarde en regresar a los entrenamientos y a cruzar guantes de nuevo con Frías, a quien vence a los puntos en los preliminares de una espectacular velada en el coso capitalino (sábado, 13 de octubre de 1962), con lleno hasta la bandera para presenciar el combate de fondo, en el que Juan Albornoz ‘Sombrita’ cae noqueado, en el noveno asalto, por el argentino Valerio Núñez, en medio de la desilusión generalizada del público chicharrero.

Meses después, tras operarse la nariz, Velázquez se convierte, a ojos del cronista Antonio Salgado3, en la gran sensación de la velada llevada a cabo en el estadio Heliodoro Rodríguez López el 27 de julio de 1963, en la que el púgil de Taco entusiasmó a propios y extraños:

“De los diez aficionados que subieron las escalerillas del ring hay que destacar, sobre todos, a un boxeador que tras una inactividad de siete meses viene abriéndose paso con pasmosa eficacia. Un pugilista que empezó con pasos cautelosos, pero que en él se vislumbra una gran figura en el futuro. El sábado consiguió una victoria categórica, fugaz, concluyente. El valor del arrojo, del coraje y de la voluntad se vio premiada en el segundo asalto con un fuera de combate que electrizó a los espíritus más preparados. Este fue Velázquez, el amateur del progreso palpable, del boxeo positivo y de la preparación más sincera. Su rival, el zurdo Julián Hernández, firmó su derrota en el segundo periodo al conectar tres consecutivas izquierdas a la zona de su contrincante. Fue la gota que rebosó el sentido de la espera. Fue el acicate que necesitaba Velázquez para que éste se destapase de forma inesperada. El boxeador de nombre ilustre había conseguido el segundo k.o. de su corta pero brillante carrera amateur”.

Una semana después, en el mismo escenario, el púgil tinerfeño domina de principio a fin su pelea con el grancanario Paquillo, un ágil y escurridizo oponente, con piernas de bailarín (de “twisteante” lo califica con ingenio Salgado Pérez), cuya elasticidad cimbreante se ve doblegada a base de uppercuts lanzados con precisión de cirujano.

En cuestión de quince días, Velázquez se impone a los puntos sobre Ramírez y sobre el toledano Valentín Pérez, combate para el que hubo de bajar más de tres kilos en poco tiempo, lo que se tradujo en un cierto desfallecimiento físico en el ecuador de una pelea que concluyó en clara inferioridad. Con dieciocho años y unos meses, el joven boxeador comienza a madurar a gran velocidad y a entender que, en el reducido cosmos de las doce cuerdas, el camino hacia la gloria está empedrado por un purgatorio de dolor.

A mediados de septiembre, con motivo de las Fiestas de Nuestra Señora de La Merced, se celebran los II Juegos de Barcelona, en los que se alza brillantemente con la medalla de oro, tras derrotar al catalán San Román, conocido con el apodo de ‘El Noqueador del Vallés’, y al italiano Trezzo, en la final. Tras este logro, es elegido para representar a España en los IV Juegos del Mediterráneo, que han de celebrarse en Nápoles, aunque a última hora la Federación opta por sustituirlo por Valentín Pérez, a quien Velázquez había ganado, en reñida decisión de los jueces, en el combate disputado el mes anterior, en Santa Cruz. Mientras, en segunda ronda, el púgil toledano era víctima de un infame cabezazo de su rival, el árabe Elbedewi, que lo llevó directo a la enfermería y que, sorprendentemente, fue dado por vencedor por “superioridad manifiesta” por el árbitro de la contienda, el italiano Aniello, un enrabietado Velázquez, privado de participar en su primera cita internacional, envía a la lona de un certero derechazo en la frente, en el primer asalto, al grancanario Young Cristóbal, en la Plaza de Toros, el 28 de septiembre de 1963.

Al bravo boxeador se le empezaban a acabar los rivales de entidad y, entre bastidores, en todos los corrillos, los aficionados especulaban hambrientos con la posibilidad de un duelo entre los tinerfeños Domingo Barrera Corpas (reciente medalla de bronce en Nápoles) y Miguel Velázquez Torres, que despertaba la mayor de las expectativas. Tal y como anunciaba Antonio Salgado en su nota4 del 21 de octubre de ese mismo año:

“El Barrera Corpas-Velázquez es un combate que se está esperando desde hace varios meses. Velázquez no fue a Napóles, pero triunfó rotundamente en Barcelona. Barrera Corpas fue a Italia y regresó espiritualmente con una medalla de oro y prácticamente con una de bronce. Las fuerzas no pueden estar más niveladas. Corpas, desde su actuación en los Juegos, no ha actuado ante su público. Velázquez, a su regreso de Barcelona, despachó con un solo golpe al grancanario Young Cristóbal. El combate entre estas dos grandes figuras tendrá un gran aliciente: la puesta en juego del título que posee Corpas.

Hay quienes no se muestran partidarios de enfrentar a estas dos figuras locales por temor a que uno de ellos caiga en el anonimato, en el olvido, a la desmoralización. A esto hay que añadir que si un boxeador se desmoraliza por sufrir un revés poco le espera en un deporte de tanto sufrimiento y amargura como es el boxeo. Cuando se lleva el pugilismo en la sangre ésta tiene que hervir cuando aparezca la derrota, y no convertirse en horchata. La imbatibilidad es cosa que pocos boxeadores han podido lucir al final de su carrera. Por eso no creemos que Barrera Corpas, con 47 combates celebrados, pueda desmoralizar a Velázquez, con 35 contiendas, y viceversa. Además, son estos los combates que causan interés; son los enfrentamientos esperados, los que el público ansía ver porque sobre el ring hay equilibrio de fuerzas, espectacularidad y empuje emocional. Lo malo estriba en no quererlos celebrar nunca y cuando se quiera no se pueda…”.

Finalmente, la tan deseada cita se fijó para el 28 de diciembre de 1963, en la Plaza de Toros, y en ella un inspirado Barrera Corpas no dio tregua a lo largo de los seis asaltos a su aún inexperto rival. Para Antonio Salgado, ‘La Ametralladora Zurda’ fue un vendaval que aplastó a un oponente totalmente superado:

¡Qué manera de vapulear en seis asaltos a un pugilista de la calidad de Velázquez! Porque lo suyo fue, ni más ni menos, eso, un vapuleo, que estuvo a punto de rubricar con el categórico k.o. de haber sido su oponente un púgil menos avezado. Su condición arrolladora, impetuosa y corajuda le mantiene hoy, con todos los honores, en el pódium español de los ligeros. Y no creemos que haya hoy en Europa varios púgiles que puedan frenarle con facilidad. […] Su boxeo no tiene tecnicismo, pero lo compensa, de forma extraordinaria, con un corazón de león, que se dilata desmesuradamente cuando encuentra cierta oposición. Sus adversarios deben experimentar sensaciones de ahogo, cuando el puño ha estallado en el hígado, en el pecho, en el corazón. Sensaciones de vértigo al crujir la mandíbula ante uno de sus fuertes ganchos de izquierda. Sensaciones de terror y desconcierto al hallarse expuestos a una lluvia de puñetazos y no acertar a defenderse. Sensaciones de paz y consuelo al sonar el gong y dirigirse al rincón, donde el manager aguarda con la esponja lista para ducharle el rostro, con la toalla a punto para batirla sobre su pecho, con el taburete presto para descansar en él la fatiga del asalto…

Todas estas sensaciones las experimentó el pasado sábado Velázquez, que desde los primeros momentos se arrugó ante la fuerte ofensiva de su rubio adversario. […] Le castigó con la misma crueldad que puede brindar un aspirante al campeón consagrado. Fue un castigo propio de profesionales y no de amateurs. Ni que decir tiene que Velázquez no se apuntó ni un solo asalto. La victoria de Corpas fue de calle, sin paliativos, rotunda. Mientras Velázquez terminaba a duras penas de pie, Corpas estaba en condiciones de soportar seis o diez asaltos más”5.

***

Diferente suele ser el trato del púgil con su entrenador. Él es el hombre que lo acompaña a diario, el que madruga a la luz del alba con él, el que intenta esconder sus debilidades y afilar sus fortalezas, el que restaña sus heridas después de cada combate, el que lo ve llorar, reír o emborracharse, el que conoce sus temores más profundos y sus anhelos inconfesables, el que le habla desde la lejanía más cercana cuando está peleando.

Felipe de Luis Manero, Urtain. Retrato de una época

En la siguiente temporada, Miguel Velázquez es convocado por la selección española y toma parte de diversos encuentros internacionales: contra Francia, el 2 de mayo de 1964, en Madrid (vence a los puntos a Baldasari Picone): contra Italia, el 24 de julio de 1964, en Santa Cruz de Tenerife (pierde a los puntos con Bruno Arcari), y contra Marruecos, 5 de septiembre de 1964, en Casablanca (derrota a los puntos a Lafrit).

Entre el 10 y el 24 de octubre de 1964 se celebran en Tokio los XVIII Juegos Olímpicos de la era contemporánea y la imparable progresión6 del púgil tinerfeño le hace merecedor de integrar la delegación española. En la capital nipona, la escuadra nacional no tiene excesiva suerte en el cuadrilátero y, salvo Barrera Corpas, que supera a dos rivales y cae ante el irlandés Jimmy Mc Court, con un fallo polémico de los jueces, el resto de los boxeadores son derrotados en medio de fuertes polémicas: el maño Valentín Loren es descalificado frente al representante de Formosa, Hsu, al que había superado con claridad pero se le da como perdedor, lo que le lleva a agredir al árbitro de la contienda; el cabezazo no penalizado que sufre el vizcaíno Agustín Senín y la inmerecida eliminación del propio Velázquez, quien tras un primer asalto, en que mostró su nerviosismo, se rehízo y vapuleó al japonés Takayama Yonekura hasta el punto de que tanto éste como el público local reciben la decisión técnica favorable con una evidente incredulidad.

El árbitro me cogió inicialmente la mano para alzármela y pensé que había ganado. Pero al darse el veredicto me volví loco porque no entendí la causa o razón de que perdiera. Hasta los japoneses que me veían me felicitaban ya que me consideraban ganador”, rememora el púgil de Taco sesenta años después.

A pesar del resultado, a su vuelta, Velázquez fue recibido en la terminal de Los Rodeos en olor de multitud.

El año siguiente, 1965, resulta decisivo para su carrera. Para empezar, a finales de mayo, acude a Berlín Oriental, para participar en la vigésima edición del Campeonato Europeo de Boxeo Aficionado, donde, en su primera pelea, noquea por dos veces a su rival, un púgil alemán, pero, incomprensiblemente, los jueces le terminan dando el combate a su oponente.

Este revés se ve compensado, un mes después, en Salamanca, cuando obtiene el campeonato de España en la categoría de los ligeros (para hombres de entre 57 y 60 kilos), al vencer por puntos al boxeador local Guinaldo. Es un triunfo incontestable que le llena de moral de cara a su siguiente gran objetivo: los Campeonatos Mundiales Militares de Boxeo, que tienen lugar en Múnich, a mediados de octubre.

Velázquez, que acude a esta cita en calidad de recluta que está cumpliendo su servicio militar voluntario en Madrid, integra un sólido equipo del que forman parte Senín (que obtiene la medalla de bronce), José Luis Torcida (plata), Cardós (bronce), Barrera Corpas y Gaztañaga (bronce). La dirección técnica corre a cargo del también canario Manuel Santacruz ‘Palenke’, aunque, por estas fechas, el púgil oriundo del Toscal ya lleva tiempo entrenando a las órdenes de su mánager y apoderado, José Buenaventura Rodríguez, más conocido en el mundo de las doce cuerdas como ‘Pampito Rodríguez’, el preparador que habría de pulirlo como quien talla un diamante en bruto hasta convertirlo en una de las figuras más destacadas del pugilismo español.

Natural de Tucumán (Argentina), donde nació en 1917, fue boxeador antes que fraile; es decir, el mismo año que colgó los guantes, 1940, emprendió su carrera de entrenador. Después de ganarse una merecida fama de cazatalentos en Italia, país en el que dirigía al potente equipo de Umberto Branchini, en febrero de 1960 recibe la oferta del presidente de la Federación Española de Boxeo, Vicente Gil (médico personal de Francisco Franco durante más de tres décadas), de hacerse cargo del equipo olímpico para los Juegos de Roma (célebres, por otra parte, porque suponen la brillante carta de presentación de un boxeador llamado a hacer historia y que entonces respondía al nombre de Cassius Marcellus Clay). Entre los ocho representantes del box hispano figuraba el grancanario Cesáreo Barrera, cuyo hermano, el empresario Octavio Barrera, había hecho venir al técnico argentino al Archipiélago, a fin de que se encargase de lanzar a Cesáreo al estrellato. Es durante esta estancia en Gran Canaria cuando Pampito Rodríguez y Miguel Velázquez se conocen (en el curso de uno de los numerosos viajes a Las Palmas que el tinerfeño hacía para pelear en veladas organizadas en la Grada Curva del Estadio Insular) y, meses después, instalado de forma definitiva en Madrid, el entrenador tucumano decide incluir al boxeador chicharrero en su particular escuela de gladiadores.

Su singular mezcla de experiencia, trabajo duro (“Suda la camiseta conmigo”, llegó a proclamar el propio Velázquez) y paternalismo sin cursilería, hicieron de él uno de los más laureados entrenadores del boxeo nacional. Desde su rincón adiestró a los legendarios Fred Galiana y Luis Folledo; José Ungidos (que consiguió bajo su sabia batuta su segundo título nacional); Tony Ortiz (a quien condujo a una gran victoria sobre Ángel Guinaldo para conquistar el Título de España en un segundo peso); José Arranz, Carmelo García ‘Gancho’, Kid Tano y Cesáreo Barrera (todos ellos campeones); el gran Manuel Calvo, en su última etapa, o el también canario Quintana Trujillo, uno de los mejores semipesados de principios de la década de los setenta.

Aunque con ninguno de ellos Pampito llegó tener la conexión casi espiritual que logró con Miguel Velázquez que, hoy, cuarenta y seis años después de su muerte, no tiene para él más que palabras de agradecimiento:

“Desde un primer momento congeniamos. Fue instantáneo. Él vio que yo apuntaba, que tenía mucha voluntad y muchas ganas. Sabía que tenía enfrente un material con el que trabajar, que no me achicaba y que tenía raza. A estas alturas de mi vida puedo asegurar que fui lo que fui gracias a él. Influyó mucho en mi carrera, era un maestro. Sin duda, el mejor entrenador que he conocido”7.

Pero volvamos a octubre de 1965. Sobre la arena de las pistas del Circo Krone, Velázquez, que compite en representación de España en la categoría de pesos ligeros de los Campeonatos Mundiales Militares, se deshace sucesivamente de todos sus rivales (Durto, de Turquía; Adhoul, de Túnez; Pasotti, de Italia; y, por último, Benson, de EEUU) y se cuelga la medalla de oro, gesta nunca igualada por ningún otro púgil de nuestro país.

En entrevista concedida a El Eco de Canarias8, su seleccionador, Manuel Santacruz ‘Palenke’, no duda en calificar de “desorbitante” la actuación de Velázquez en tierras bávaras y muestra escasas dudas de su futuro como profesional:

Es un púgil aficionado, con grandes dimensiones de neto profesional. Inteligente, cauto, duro en el ataque y rápido. Consiguió la medalla de oro, ante un Benson temible, pero venció limpiamente nuestro compatriota. Velázquez es un fuera de serie de nuestro amateurismo y dará muchas glorias al boxeo nacional y por ende al canario”.

El tiempo no tardaría en darle la razón.

***

Miguel Velázquez no puede ya cumplir en España más que una sola y triste misión: vencer, romper, destrozar a cuantos adversarios españoles se le enfrenten.

Fernando Vadillo

La frase, mecanografiada en un folio por el novelista ex divisionario sobre el rodillo de una máquina de escribir en la redacción del diario As, adonde había recalado, a cambio de un sueldo jugoso, procedente de Marca, refleja con su prosa contundente, descarnada, la opinión común en el mundo del boxeo acerca del inminente tránsito del púgil de Taco al profesionalismo.

En este sentido, no deja de llamar la atención que ese mismo deseo sea el que el propio Velázquez formule cuando el periodista Alberto Amorós, en un texto remitido desde Madrid para El Eco de Canarias, le pregunte qué le pide a los Reyes Magos al inicio del nuevo año9: “Que me concedan el pase a profesional. Lo preciso para ayudar a mis padres. Soy de condición humilde y el boxeo es todo para mí”.

Apenas un mes después, es su entrenador, Pampito Rodríguez, quien expresa su parecer sobre la citada cuestión10: “Yo lo veo apto para ese difícil paso, pero conste que acato siempre, con respeto, las decisiones de la Nacional de Boxeo y por ende de la sección nacional de aficionados. Lo que ellos dicten, yo, fiel cumplidor y disciplina, ante todo…”.

Pero, antes de dar el salto, con todo lo que conlleva el ejercicio profesional de cualquier actividad deportiva (y, más aún, en el caso del boxeo), Velázquez, que siempre ha actuado con cautela y una cierta precaución, quiso finalizar de la mejor forma posible su vinculación, primero con el ejército y, luego, con la Federación Española de Boxeo Amateur, de ahí que volviese a acudir a los Campeonatos Mundiales Militares, celebrados en Trieste, y en los que obtuvo una meritoria medalla de bronce (teniendo en cuenta que no llegó en buena forma) y que se despidiese de la selección nacional con un claro triunfo a los puntos, frente al galo Delio Amato, en el encuentro internacional contra Francia, que tuvo lugar el 16 de octubre de 1966, en la Salle des Sports de Neuilly-sur-Seine, en el extrarradio de París.

Liberado por fin de ambos compromisos, el púgil tinerfeño disputa una última pelea en calidad de aficionado el 11 de noviembre, en el Palacio de los Deportes madrileño, en la que derrota sin dificultad a Joaquín Martín. Fue su combate número 143 como amateur, de los que perdió únicamente nueve e igualó en siete.

Menos de un mes después, la noche del viernes 2 de diciembre de 1966, en el mismo recinto (testigo silencioso de las mayores proezas de su trayectoria), Miguel Velázquez emprende su carrera profesional con una victoria por k.o. técnico en el quinto asalto sobre Manuel García Pérez.

Antes de finalizar ese año, vence en otras dos peleas (contra Luis Segura y, de nuevo, frente a Joaquín Martín), y, además, ha contraído matrimonio con María de los Dolores Guerra, una guapa muchacha de diecisiete años, a quien había conocido por casualidad al entrar en la perfumería propiedad de los padres de ella, ubicada muy cerca de su domicilio en Madrid. La pareja, que había mantenido un noviazgo clandestino de dos años y que por la ingenuidad y ternura con que ella lo describe recuerda en el espectador de cine las secuencias más hermosas de Marcado por el odio (1963) y Rocky (1976), tropezó con el rechazo inicial de los padres de ella, quienes hubieron de ceder ante la firme determinación de su hija: “Nos veíamos a hurtadillas; yo decía que iba a misa y quedaba con él. Era muy joven pero no esperé más porque Miguel estaba solo y necesitaba una familia”.

En su primera temporada completa como profesional combate hasta en diez ocasiones y salda todos sus encuentros con victoria; de entre ellos, destaca, por su enorme valor simbólico, la pelea por el campeonato de España de los pesos ligeros, que se celebra en una abarrotada Plaza de Toros de Santa Cruz de Tenerife el 23 de diciembre de 1967, y en la que derrota a Benito Gallardo por k.o. técnico en el sexto round. La bolsa por velada pasa de 10.000 a 50.000 pesetas y Velázquez, curtido en el desempeño de innumerables oficios duros y exigentes (como el de fontanero, donde ganaba cuatro mil pesetas mensuales apenas unos años antes), se adapta a las mil maravillas a su nueva vida de luchador o fighter: intensas carreras a las seis de la mañana en la Casa de Campo, sesiones interminables de gimnasio, dieta estricta, cero alcohol y nada de tabaco.

Al año siguiente, 1968, se subirá al ring un total de quince ocasiones, en cinco de las cuales para defender su cetro como campeón nacional, y en todas ellas sale vencedor, con ocho victorias antes del límite. En 1969, prolonga la racha con cinco triunfos consecutivos, trabajados a conciencia pero incontestables, como el último de ellos, cosechado frente al tunecino Tahar Ben Hassen, ex campeón mundial militar y olímpico en Roma y Tokio, al que derrota antes de reanudarse el combate en el séptimo asalto por incomparecencia, ya que no pudo recuperarse del corte abierto en su ceja izquierda que le abrió Velázquez en el segundo round.

Después de completar una de las mejores contiendas de su carrera, celebrada la noche del sábado 12 de abril, en el Palacio de los Deportes madrileño, en el horizonte del púgil canario solo quedaba un rival posible aunque hubo que aguardar dos meses para que se materializase el enfrentamiento que, a fecha de hoy, sigue siendo el choque más violento y electrizante protagonizado por dos boxeadores españoles en toda la historia del noble arte.

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Recorte Alcántara

A la conclusión del combate, con los rostros de ambos boxeadores tumefactos y contraídos en una máscara de extenuación y dolor, transcurridos unos inacabables instantes de incertidumbre y tensión, que es una sobrecarga añadida a cuarenta y cinco minutos de dureza brutal, se hace público el fallo de los jueces que dan ganador por un solo punto al campeón de Europa, Pedro Carrasco, que revalida el título por quinta vez.

Esa noche, 13 de junio de 1969, lo justo hubiera sido un empate pero se terminó imponiendo el mayor peso mediático del onubense, cuyo manager, Renzo Casadei, que llevaba con el máximo recelo la carrera de su pupilo, siempre se opuso a enfrentarlo con el púgil tinerfeño: “¿Ven ustedes por qué no quería yo esta pelea? –le espetó a los periodistas en cuanto terminó lo que, mucho más tarde, pasó a denominarse La batalla del Palacio de los Deportes–. No era miedo es que presentía lo ocurrido. Velázquez es magnífico, un estupendo púgil, duro, bravo, extraordinario. Pero se han molido los dos a golpes”.

Por su parte, para los informadores, que llenaron sus crónicas de encendidos elogios para ambos contendientes, acababan de contemplar un espectáculo inolvidable y cruel, que fue seguido in situ por 17.000 aficionados, mientras varios miles se quedaron fuera sin poder acceder al coliseo. Repasemos algunas de las muestras más elocuentes de esta prosa urgente, redactada a pie de cuadrilátero, y en la que casi se aprecian las salpicaduras de sudor y de sangre:

Manuel Alcántara: “Nadie olvidará este combate. Ni ellos. No quiero ser pesimista pero si de algo me ha servido presenciar centenares de peleas es para saber cuando un combate se queda dentro de un boxeador. Estas batallas son las que minan”.

José Canalis: “Fue algo increíble, una verdadera pelea de titanes, algo tan extraordinario que todos quedan pálidos ante la realidad. Todos, sin excepción, sufrimos las consecuencias. Una pelea que no podía presenciarse sin que los nervios de cada uno anduviesen a la deriva sin poder sujetarlos”.

Luis Herrero: “El isleño, una vez más, puso de manifiesto que no es un pegador. Sin embargo, el brazo izquierdo lo maneja fantásticamente y un ochenta por ciento de los golpes que soltó con ese puño hicieron diana. La mejor exposición de su facilidad golpeadora la dio en el segundo asalto, donde, además, jugó muy bien con las piernas y mantuvo a raya al campeón. Carrasco buscaba el golpe, pero se encontraba con la debida réplica”.

Julio César Iglesias: “Creemos que el otras veces acomodaticio empate habría descrito perfectamente lo que sucedió en la descomunal pelea”.

Francisco Yagüe: “Particularmente me inclino por el nulo, tanto por la marcha de la pelea, por la puntuación asalto tras asalto, como también a modo de homenaje a un aspirante que igualmente se quedaba sin título por esta decisión, pero que así veía premiada de forma más concreta su extraordinaria actuación”.

La lucha ha terminado y, una vez se acalla la confusión de vítores, protestas y celebraciones más bien contenidas, los dos gladiadores abandonan la arena del ring (“Campo de lona y resina”, en poética definición de Alcántara) para perderse de sí mismos y los demás en los vestuarios, en el corazón de un laberinto que no lleva ninguna parte. Y es en la intimidad de ese espacio, minúsculo y asfixiante, donde ambos hombres se reencuentran consigo mismos o, como en este caso, con los retales y pedazos que quedan de ellos. Bajo la ducha, que viene a purificar tanto el mal infligido como el encajado, el boxeador recupera poco a poco la noción de la realidad tras debatirse en una explosión de fuerza primigenia, destructora, como solo suele ser la propia naturaleza, capaz de arrollar cuanto se interponga a su paso. En el calor del vaho y del agua, el púgil recupera, poco a poco, su humanidad.

Había ido a ganar y no pudo ser. Fue la mayor decepción de mi carrera –le confiesa muchos años después a su biógrafo el propio Miguel Velázquez–. Cuando todo acabó yo cogí mi bolsa de deporte y me fui caminando a casa tranquilamente; a Pedro, primero lo metieron en hielo y luego se lo llevaron al hospital”.

Conviene recordar que Carrasco se lesionó la mano izquierda desde el tercer asalto, lo que no fue impedimento para que, en medio de terribles series de directos y crochets, soltase su letal y célebre bolo punch, un golpe de bolea marca de la casa que dejó evidentes secuelas en el pómulo izquierdo del aspirante.

Sin embargo, el púgil tacuense no pierde el tiempo lamiéndose las heridas y el 20 de agosto de 1969, justo un mes y una semana después de su combate con ‘El marinero de los puños de oro’, reaparece en la Plaza de Toros de Las Arenas, Barcelona, para derrotar a los puntos al francés Kouider Meftah.

En octubre realiza otras dos peleas: en la primera (celebrada en el Gran Price de la capital condal) vence también por puntos al italiano Massimo Consolati y, en la segunda, de vuelta al Palacio de los Deportes de Madrid, se deshace con rotundidad del inexperto filipino Larry Flaviano, presentado con la vitola de campeón oriental, a quien envía a la lona, en el quinto round, de un directo al mentón. En noviembre, y en cuestión de una semana, Velázquez derrota a otros dos boxeadores italianos, Giuseppe Amanti y Luigi Farina, por puntos y por k.o. técnico, respectivamente, y cierra el año con un nulo con el zurdo Chris Fernández, en el Palacio de los Deportes de Barcelona.

A pesar del regusto más amargo que dulce que suelen dejar este tipo de peleas en el amor propio del luchador, en cuestión de semanas, el porvenir del todavía campeón nacional da un sorprendente giro y al hombre derrotado, que ha mantenido la fe en sí mismo cuando parecía tenerlo todo en contra, se le presenta una segunda oportunidad: la renuncia de Pedro Carrasco al título continental, para pugnar por la corona mundial de la categoría (ante el norteamericano de origen mejicano, Armando ‘Mando’ Ramos), deja libre el cetro de los ligeros y, en esta ocasión, Velázquez, que asegura no sentir miedo ante nada ni nadie, está dispuesto a no desaprovecharla.

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El miedo es el principal obstáculo al aprendizaje. Pero el miedo es tu mejor amigo. El miedo es como el fuego. Si aprendes a controlarlo, consigues que trabaje para ti. Si no aprendes a controlarlo, te destruirá a ti y a cuanto te rodea. Igual que con una bola de nieve encima de una montaña, puedes cogerlo y lanzarlo o hacer lo que desees con él antes de que empiece a rodar hacia abajo. Ahora bien, una vez esté rodando y creciendo, acabará por matarte. De modo que uno jamás ha de permitir que el miedo se desarrolle y tome cuerpo sin tener primero control sobre él, porque si no será incapaz de alcanzar su objetivo o salvar la vida. […] El ser humano no es diferente a cualquier otro animal que se siente en peligro. Al enfrentarse con una situación que le provoca miedo de ser herido o lo intimida, la adrenalina acelera el corazón. Bajo la influencia de las glándulas suprarrenales, la gente puede llevar a cabo extraordinarias demostraciones de fuerza. […] Tu mente no es tu amiga. Espero que lo sepas. Tienes que luchar contra ella, controlarla, colocarla en su lugar. Debes dominar tus emociones. La fatiga encima de un cuadrilátero es psicológica en un noventa por ciento. Sólo es la excusa del que quiere abandonar. […] La lucha en sí es lo único que importa de verdad. Debes aprender a imponer tu voluntad y ejercer el control sobre la realidad.

Toda la verdad, Mike Tyson

Probablemente, en la decisión del tándem Carrasco/Casadei de optar por el campeonato del mundo en lugar de defender de nuevo la corona europea de los ligeros tuvo mucho que ver que al onubense se le abría una ventana que, dada su edad y el nivel de madurez adquirida en las doce cuerdas, no tardaría en cerrársele, habida cuenta de la enorme competencia, en cuanto a aspirantes y a la calidad de los mismos, que existía en la referida división. No obstante, tampoco hay que descartar que con esta maniobra el púgil español evitaba poner en juego un título que tan exitosamente había ostentado frente a un rival considerado poco que menos que invencible: el escocés Ken Buchanan, que acumulaba 33 victorias consecutivas, un tercio de ellas logradas antes del límite.

El británico se presentó en la capital de España, en los últimos días de enero de 1970, para afrontar poco menos que un trámite e incluso se permitió el lujo de menospreciar a Miguel Velázquez, al entender que una victoria sobre este tendría bastante menos valor que obtenerla ante el vigente campeón. En cambio, su oponente pensaba todo lo contrario:

“La mente es lo más poderoso que tiene el ser humano. Cuando dije que quería enfrentarme a Buchanan mucha gente intentó convencerme de que no lo hiciera porque decían que era muy bueno. Yo, sin embargo, sabía que iba a ganar”.

Estamos hablando de una pelea que se llevó a cabo hace más de medio siglo, sin big data, sin prácticamente retransmisiones en directo (en Inglaterra, el combate sí fue televisado, no así en España, que solo pudo ser visionado en un mini-reportaje del NO-DO) y sin informes técnicos confeccionados ex profeso por los ayudantes de los preparadores, de ahí que ambos boxeadores fueran unos completos desconocidos el uno para el otro. “Pedimos una película a Londres pero no ha llegado a tiempo –reconocía un cariacontecido Velázquez poco antes de la pelea–. Nos ha sido imposible saber nada de él”.

En la báscula, el tinerfeño, que tenía 25 años y medía 1,68, dio un peso de 59,8 kilos; su rival, un año más joven y tres centímetros más alto, pesaba exactamente lo mismo. Horas más tarde, la noche del 29 de enero de 1970, todo transcurre más o menos dentro de los parámetros previstos (extrema igualdad, limpio intercambio de golpes y entrega total de dos fajadores de gran habilidad) hasta que en el noveno asalto el tinerfeño conecta un crochet de derecha entre la hermética defensa del británico que lo manda a la lona por vez primera en su vida.

“Para el escocés era una experiencia nueva y traumática –relata Julio César Iglesias–. Logró ponerse en pie, pero cuando volvió al centro del ring se había transformado en otra persona: ya no era invencible”.

El protagonista de ese puñetazo decisivo para la suerte final de la pelea (resuelta a los puntos con clara superioridad del de Taco que, según los jueces, se había llevado diez de los quince rounds por tan solo dos de su contrincante y tres nulos) describe en estos términos la formidable maniobra: “Le amartillé el hígado, el estómago y otra vez el hígado. Bajó su guardia solo un instante. Disparé con ganas, acerté en su mandíbula y cayó sentado. Fue suerte. Porque lo normal es que veas el sitio donde tienes que pegar. Una vez y cuarenta. Y no le pillas. Sin embargo, esta vez la mano se me fue muy precisa, muy justa. Intuí lo que pasaba cuando se levantó. Las caídas por un golpe son el peor mazazo para la moral. También, sin duda, él se dio cuenta de que yo tenía el triunfo en bandeja. Por eso, hasta el fin del combate, dentro de su inefable maestría, se alocó. Como yo lo vi y estaba dispuesto a que el triunfo no se me escapase, en todos los momentos me jugué el todo por el todo. Llegué a él, estuve encima. Pocas veces se pudo despegar de mí. Le machaqué mucho la cara y en el costado. Conforme el combate avanza, yo siempre me crezco. Esta vez más porque era la ocasión de mi vida”.

Los últimos tres minutos de la pelea resultan un derroche de adrenalina en estado puro, con todo el público puesto en pie sobre las butacas del Palacio de los Deportes, coreando “¡Velázquez! ¡Velázquez! ¡Velázquez!”, sabedores de que la multitud desempeña ahora un rol determinante: es el juez supremo que decide con su aliento enardecido y enérgico cuál de los dos gladiadores es el vencedor.

Al sonar la campana, los efectivos de la policía se vieron desbordados por una muchedumbre que sube al ring y que sube a hombros al púgil español como si se tratase de Sebastián ‘Palomo de Linares’ o Manuel Benítez ‘El Cordobés’ saliendo por la puerta grande de Las Ventas. “Me vi rodeado, estrujado, abrazado… Sí, me levantaron a hombros. También el árbitro comprendió que era irremediable. Estoy convencido de que él y yo, mucho más él, se sintió contrariado porque lo normal es que los periodistas del país del perdedor hablen de coacción”, admite el flamante nuevo campeón de Europa.

El primero en felicitarle, en el ring side, es el mismísimo Pedro Carrasco: “Ha estado hecho un jabato. Dominó la pelea y aguantó hasta el final. No creo que haya nadie que pueda poner en duda su victoria. Es todo un gran campeón”.

Por su parte, el periodista Fernando Vadillo, en su crónica para As, titulada El triunfo del corazón, entona su mea culpa particular, tras haber dudado, en las jornadas previas a la pelea, de las posibilidades de éxito del boxeador canario:

“Sangrante pero indomeñable, el vencedor arrolló al vencido […]. Pocas veces habíamos visto un final tan apoteósico. […] Navegando contra viento y marea, remando a brazo partido y desesperadamente por alcanzar la orilla, sobreponiéndose al dolor de las heridas, a la fatiga del esfuerzo y aturdimiento de los golpes, Miguel Velázquez ha sacado fuerzas de flaqueza y ha ganado un combate que sostuvo hace siete meses con Pedro Carrasco, en el mismo cuadrilátero y en disputa del mismo trofeo: el campeonato de Europa. […] Miguel Velázquez, corazón de león en esta noche estelar de su existencia, se ha coronado campeón derribando el castillo de naipes del pronóstico mejor edificado. Superándose a sí mismo con respecto a otras batallas, ha comenzado por destruir el arabesco de la esgrima de su rival para acabar sometiéndole a un empuje arrollador. Ha sido, por tanto, el triunfo del corazón sobre la técnica. Un triunfo espectacular en un combate angustioso y emocionante”.

Insatisfecho con el veredicto, el excelente púgil escocés se perdió en la fría madrugada madrileña, para restañar las heridas en el amor propio más que en su rostro que, paradójicamente, presentaba mucho mejor aspecto que el de aquel que le había derrotado. Buchanan, que ese año disputó con triunfo otras tres peleas en Gran Bretaña, cruzaría el charco en septiembre de 1970 para proclamarse campeón mundial, en San Juan de Puerto Rico, frente al panameño Ismael Laguna. Título que mantuvo durante dos años hasta que el 26 de junio de 1972 fue derrocado, en el Madison Square Garden neoyorkino, por k.o. técnico, por otro panameño no menos ilustre, Roberto ‘Mano de Piedra’ Durán. Luego, como otros muchos ex campeones, intentó recobrar sin éxito su cetro y prolongó en exceso su carrera, lo que a buen seguro le terminó minando la salud. Falleció en abril de 2023, a los 77 años de edad, y se le había diagnosticado demencia.

Días después de alcanzar la gloria que un año antes se le había negado, quizás un tanto injustamente, Miguel Velázquez regresó a Tenerife y fue recibido como un héroe. Santa Cruz bullía en plenas Fiestas de Invierno (eufemismo oficial, urdido a partes iguales por el obispo güimarero Domingo Pérez Cáceres y las autoridades de la época para enmascarar al carnaval entonces proscrito) y una ingente multitud se concentró en el aeropuerto de Los Rodeos, que acogió a aquel guerrero e hijo pródigo y que se bajó de la escala del avión de Iberia ataviado con un sombrero y un poncho mejicanos.

“Todavía hay gente que me recuerda aquel combate y me felicita de forma sincera. Eso es bueno porque demuestra que en la vida puedes ser un buen deportista pero si no eres buena persona los demás no te van a demostrar cariño –afirma Velázquez, que ahora evoca todo aquel alboroto con gratitud–. Me trataron como si fuera una especie de leyenda”.

Poco después de aquella gesta, el Consejo Mundial de Boxeo lo designa el púgil del mes y asciende hasta el cuarto lugar del ranking. El Consejo Superior de Deportes le otorga su segunda medalla de plata al Mérito Deportivo (la primera le fue concedida en 1965 al proclamarse campeón del mundo militar) y el 15 de abril de 1970 es recibido por el jefe del estado en el palacio de El Pardo, tras una espera de dos meses y medio desde que ganara el campeonato de Europa. Velázquez, que ha aceptado semejante descortesía con la discreción y modestia que le caracteriza, asume su rol de secundario de lujo en una audiencia privada cuya principal atracción es el discutido José Manuel Ibar ‘Urtain’, coronado doce días antes como rey de los pesos pesados del Viejo Continente, tras imponerse por un k.o. fulminante al alemán Weiland, en el séptimo asalto, en una intensa pelea con caídas a la lona por parte de ambos contendientes.

En los siguientes meses, Velázquez afronta la defensa del título recién conquistado y realiza un par de peleas preparatorias (contra el portugués Carlos Almeida y el brasileño Jaime Marques) antes de enfrentarse, en Madrid, el 26 de junio de 1970, al italiano Carmelo Coscia, que abandona en el undécimo asalto ante las acometidas del que algunos enfervorecidos cronistas no dudan en bautizar como ‘El Martillo de Tenerife’. Sin embargo, durante este prolongado ejercicio de demolición, la mente de Velázquez no pudo evitar que, aunque fuese en breves lapsos, recordase que en esos mismos momentos su mujer se encontraba en el hospital, dando a luz a la segunda de las hijas del matrimonio, Cristina.

Más preocupado por disfrutar de su vida familiar que por la práctica del boxeo, Velázquez pospone hasta finales de enero de 1971 la segunda defensa del título, que conserva después de hacer nulo con el italiano Antonio Puddu, en un encarnizado y durísimo combate, en el Palacio de los Deportes de Barcelona, donde el campeón está a punto de irse a la lona, en el tercer asalto, después de encajar un expeditivo crochet. Aunque a medida que avanza la pelea consigue recuperarse y abre un profundo corte en la ceja del púgil de Cagliari (que acabó además con la nariz fracturada y la cara cubierta de sangre), quien recurre a toda clase de marrullerías (como golpear la nuca del contrario) que afean su conducta y provocan la indignación de los aficionados, que llegan incluso a lanzar monedas al ring en señal de protesta por lo que entienden una intolerable aquiescencia arbitral. Finalmente, a pesar de que el referee da por vencedor a Velázquez, el empate que indican dos de los jueces con sus tarjetas deja la contienda sin ganador, aunque el título se queda en España.

No es de extrañar que días después, el 4 de febrero de 1971, en una entrevista en exclusiva concedida al diario Pueblo, el boxeador canario anuncie su deseo de abandonar las doce cuerdas: “Quiero dejar el boxeo. Voy al médico cada veinte días y mi esperanza cada vez que voy es que me diga que tengo algo para irme del boxeo”, se sinceró el púgil, que esos días había vuelto a las Islas para descansar y afrontar nuevos compromisos, que no ocultó que frente a Puddu estuvo completamente grogy durante ocho asaltos y que no sabría decir con exactitud por qué se mantuvo en pie. “Si pierdo la próxima vez, dejaré el boxeo para siempre. Nunca arrastraré mi nombre por un cuadrilátero”, sentenció el de Taco, quien ya barruntaba que su marcha estaba próxima.

De todas maneras, con posterioridad a esta nueva batalla boxística, el tinerfeño cumple el expediente con tres vitorias, casi rutinarias, frente a Ángel Neches (por puntos), Éber Jiménez y Tore Magnusen (ambas por k.o. técnico).

El 4 de abril de 1971 vence a los puntos al ex campeón europeo Olli Macki y, el 21 de mayo, hace un nuevo nulo, en el Gran Price barcelonés, ante el cubano Ángel Robinson García, un trotamundos del cuadrilátero, que fuera campeón latinoamericano de los superplumas y a quien Velázquez admira y califica de “auténtica maravilla, un fuera de serie. Lo ganaba todo en todos lados. Un campeón sin corona, un talento natural. […] Era el mejor, pero era un paria, lo llamaban para pelear y aparecía borracho o a veces no aparecía porque lo había detenido la policía”. Fallecido el 1 de junio de 2000, a los 63 años, Robinson García se ganó (y se dejó) la vida a golpes en 239 combates, con 137 victorias, 81 derrotas y 21 nulos.

Por último, llegó ese día tan temido por cualquier campeón en el que ha de hincar la rodilla y ceder el testigo a otro; en este caso, a alguien conocido. El 31 de julio de 1971, Miguel Velázquez perdió la corona europea de los ligeros ante Antonio Puddu, en la ciudad natal de éste, Cagliari. Esta es la crónica de aquella pelea remitida por la agencia Alfil a sus abonados:

“En el Estadio Amsicora, con asistencia de unos 18.000 espectadores, se celebró esta noche una velada de boxeo, en el curso de la cual contendieron el español Miguel Velázquez y el italiano Antonio Puddu, en pelea valedera para el título europeo de los pesos ligeros. El español dio en la báscula un peso de 60,800 kilos y el italiano 60 exactos. El detalle de los asaltos fue el siguiente:

El primer asalto es de tanteo, con intercambio de pocos golpes y sin fuerza. Es Velázquez el que llega primero al rostro de su contrario con un directo corto de derecha. Puddu por su parte también coloca la izquierda en la cara del español y un cabezazo. Luego un uno-dos preciso y la igualdad se mantiene en este round.

A poco de comenzar el segundo, Velázquez resbala y cae al suelo unos instantes, pero el árbitro no llega ni a contar. Puddu se muestra más peligroso y propina algunos golpes a su contrario que este no acusa demasiado. El italiano coloca la derecha al rostro de Velázquez que consigue capear el temporal, aunque el asalto se lo apunta claramente a los puntos.

En el tercero, Puddu se hace dueño de la situación, prácticamente desde el principio, mostrándose Velázquez desarbolado. Tras unos pocos intercambios de golpes, Puddu propina un corto de izquierda a la mandíbula del español, fortísimo, que ocasiona la caída del campeón, que es contado. En estos momentos, el árbitro debió parar la pelea, pero se continuó y el español recibió algunos golpes más que dieron con él en tierra de nuevo, salvándole el gong de un k.o. seguro ante la creencia general de que el árbitro había parado la pelea, pero no fue así aunque las posibilidades del español por mantener su corona eran harto difíciles, porque se encontraba sensiblemente tocado.

En efecto, a poco de salir, en el cuarto y último período de la pelea, Puddu consigue colocar dos fortísimos golpes al rostro de Velázquez y este vuelve a caer, momento en el que el árbitro señala el final del combate, declarando al italiano nuevo campeón de Europa de los pesos ligeros, por k.o. técnico de su contrario”.

Meses más tarde, Pampito Rodríguez confirma al periodista Alberto Amorós11 su ruptura contractual con Velázquez no sin antes ofrecer su propia versión de la contundente derrota de su pupilo ante el nuevo campeón transalpino:

Puddu es un mero pegador, a secas, sin la menor idea de lo que es la práctica del boxeo. Pudo conectar un golpe [en la primera pelea de ambos, en Barcelona] y ese fue el que acomplejó a Miguel Velázquez y bajo ese complejo éste salió en Cagliari, pero Puddu, ni es nada del más allá, ni nunca puede ganarle a Miguel Velázquez. Puddu no es nadie, así como suena… y tiene sólo el golpe, ¡cuando se lo dejan colocar! El Velázquez del día de Buchanan, de Carrasco, de Tahar Ben Hassen, etc… hubiese liquidado a Tonino Puddu en 3 rounds y no es jactancia. Digo mi sentir de verdad y expréselo, por favor, así. Lo ocurrido son cosas del boxeo, como ocurre en fútbol, pero mantengo mi personal opinión sobre Puddu”.

Los hechos, aunque tardíamente, terminarían dándole la razón al manager argentino, ya que Antonio Puddu, si bien mantuvo el cetro de mejor peso ligero del continente durante tres años (hasta que el 1 de mayo de 1974 Ken Buchanan se lo arrebató por k.o. técnico en el sexto round, en Cagliari), peleando la mayoría de las veces contra púgiles de un nivel inferior a Velázquez, fracasó en su intento de ganar el título mundial, al caer por k.o. técnico en Los Ángeles, el 27 de octubre de 1973, ante Rodolfo González.

Por su parte, el ya ex campeón tinerfeño se apartó del cuadrilátero, tal y como había prometido, pero retornó casi un año después de su última pelea para ganar a los puntos al australiano Jack Gulino (el 28 de junio de 1972, en una velada en el Palacio de los Deportes de Madrid en la que, en medio de una fuerte controversia, Pedro Carrasco pierde su tercer combate con Nando Ramos) y para superar por k.o. antes del límite a Gualberto Fernández y Antonio Villasantes, en sendos combates disputados en Barcelona, el 1 de agosto y el 20 de octubre, respectivamente.

Después de cumplir con estas tres citas, Miguel Velázquez decidió colgar los guantes. Tardaría veinte meses en volver a subir a un ring.

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Su carrera es muy limpia y en ella siempre dejó la impronta de un estilo depurado, muy ágil, elástico y flexible, hasta el punto de que su boxeo fluía por el ring como una conversación con el adversario. Tenía instinto de campeón, sabía muy bien cuando el contrario estaba en dificultades y poseía facilidad para subir el ritmo del combate. Manejaba una gran variedad de recursos, un repertorio que le convertiría en uno de los mejores boxeadores españoles de todos los tiempos. Y, además, con el doble mérito de que nunca contó ni con la mínima ayuda ni supervisión interesada: su carrera fue cien por cien auténtica. Todos sus éxitos se deben de principio a fin a un único elemento: su gran clase.

Julio César Iglesias

Después de perder el título decidí que era el momento de dejar de pelear y me vine a vivir a Tenerife. Estaba realmente cansado de todo lo que había significado el boxeo y el mundillo que lo rodeaba. Tenía muy claro que era cuando me tocaba abandonar”, rememora Velázquez, que invierte gran parte de sus ganancias (el veinte por ciento de la bolsa era para su representante) en dos negocios: una empresa de suministros de Renfe y otra de fontanería. Sin llegar a arruinarse, el boxeador se da cuenta que ese no es su hábitat y, poco a poco, casi sin proponérselo, porque no deja de cuidarse, regresa al mundo que mejor conocía: el cuadrilátero.

Tal vez, las ganas de volver se viesen acrecentadas por la repentina muerte de su padre, Tomás Velázquez Salinas, que fallece el 14 de septiembre de 1973, víctima de un atropello al intentar cruzar una calzada en el barrio de Taco.

Su reaparición se produce el viernes 7 de junio de 1974, en el Palacio de los Deportes de Madrid (¿dónde si no?), en una velada en la que José ‘El Monje’ Durán se alza con el europeo de los superwelters al derrotar a los puntos al francés Kechichian. Esa noche, Velázquez se impone por k.o. técnico, en el último combate programado, al también galo Ali Issahi, cuyos preparadores arrojaron la toalla al ring antes de concluir el sexto asalto.

En los siguientes dos años, disputa otras quince peleas y de ellas solo pierde frente José Ramón Gómez Fouz (futuro campeón de Europa) por una discutida decisión de los jueces, en un combate celebrado en el legendario Campo del Gas, ubicado en el madrileño Paseo de las Acacias.

Aunque la prensa especializada no duda en señalar que el boxeador tinerfeño es una sombra del púgil que noqueó a Ken Buchanan, tira de oficio para imponerse a rivales más jóvenes a quienes derrota por su excelente fondo físico: “Simplemente los cansaba. Quizás no era mejor que ellos pero tenía más aguante. Los acababa aburriendo, no los dejaba ni respirar”.

Un botón de muestra de dicha superioridad se produce el 26 de abril de 1975 cuando, en la Plaza de Toros de Santa Cruz, recupera el título nacional de los ligeros, que arrebata al leonés Jerónimo Lucas, al ser descalificado en el octavo asalto.

El 30 de junio de 1976, con treinta y un años, a Velázquez, que ya sopesaba un adiós definitivo al boxeo, se le brinda la oportunidad de luchar por un título mundial de los superligeros (hombres de entre sesenta y sesenta y tres kilos y medio) cuando ya había pasado su mejor momento y la empresa se antojaba sumamente complicada, porque debía enfrentarse al tailandés Saensaek Muangsurin, conocido con el apelativo de ‘La sombra del diablo’, que el verano anterior había destronado, en Bangkok, a Perico Fernández, en un combate celebrado bajo una espantosa humedad y donde el maño ofreció en todo momento la figura titubeante de alguien ausente.

Lo cierto es que Muangsurin no solo superaba en tres kilos de peso al púgil chicharrero sino que su mayor envergadura le servía de perfecta cobertura para pegar como un poseso. Como escribió Gilera en ABC: “Tiene un sentido de boxeo de ‘artes marciales’, de pura agresividad, sin ninguna escuela clásica ni ortodoxa. Velázquez es más boxeador que él, pero débil para un cambio de golpes, sin facultades de encaje en esta segunda etapa de su vida de ring”.

Hasta la finalización del cuarto asalto, la pelea estaba siendo un auténtico calvario para el púgil insular, que incluso besó la lona en tres ocasiones, aunque la tercera había sido fuera de tiempo y tras recibir un fuerte impacto en la nuca que se tradujo en la inmediata descalificación de Muangsurin y la pérdida del cinturón mundial en favor del español, entre el estupor y el júbilo incrédulo de los aficionados del Palacio de los Deportes. “Un campeón que ha caído tres veces, que se ha tambaleado dos o tres y que a la postre ha ganado por un artero golpe. Para la vitrina de Velázquez la corona mundial de los superligeros, en versión del Consejo Mundial de Boxeo, y el amargo recuerdo del sufrimiento que le costó el título”, escribe Carlos Zeda, en Ya. Como siempre, Fernando Vadillo, en As, se mostraba menos condescendiente con el púgil tinerfeño: “Solo un golpe de fortuna ha convertido a Miguel Velázquez en campeón del mundo, cuando ya nadie apostaba ni un solo céntimo por él. Cuando estaba groggy y en trance de caer por la cuenta quizá definitiva”.

Por su parte, Antonio G. Rimada12 interpreta el accidentado triunfo de Velázquez como una especie de justicia poética: “El golpe fue con la derecha, casi a la nuca [algo que corroboró a pie de ring el mismísimo presidente del Consejo Mundial de Boxeo, Sulayman] y no sé si un segundo antes de la campana, al mismo tiempo que la campana o un segundo después de la campana. No tenemos campeón mundial por mucho que lo diga el ranking, igual que lo tuvimos un poquito cuando en Los Ángeles le robaron el combate a Pedro Carrasco para compensar el robo anterior de que fue objeto en Madrid el bueno de Mando Ramos. Y Martín Berrocal, el promotor, más apenado que el propio Muangsurin porque si el tailandés ha perdido el fajín a él se le calculan unos seis millones de déficit”.

A resultas de esta singular conquista, Velázquez recibe la Medalla de Oro al Mérito Deportivo, concedida por el Consejo Superior de Deportes, aunque su permanencia en la cúspide del pugilismo es ciertamente efímera: tras tumbar por k.o. a Lothar Abend, en Lepe (Huelva), el 7 de agosto de 1976, la revancha contra el boxeador tailandés tiene lugar el 29 de octubre de 1976, en el pabellón del Colegio de los Hermanos Maristas, en Segovia, y la superioridad de éste resulta tan avasalladora que el tinerfeño es derribado hasta cuatro veces en el segundo asalto, quedando fuera de combate.

Muangsuarin era un boxeador muy rudimentario pero muy fuerte. No sentía los golpes, era una roca y en la revancha el árbitro paró la pelea porque no había historia. Yo ya tenía 32 años. Si hubiera tenido la oportunidad de hacer el mundial con 25 o 26, como cuando gané a Buchanan, el resultado habría sido muy distinto”.

Aquella fue la última vez que Miguel Velázquez Torres se subió al ring como púgil profesional (con un historial de 73 combates, 66 victorias, cuatros derrotas y tres nulos) y ya habían pasado más de quince años desde que cruzase guantes con un rival sobre un cuadrilátero. Era el momento de dejarlo.

Lo cierto es que al final acabé muy cansado, en el boxeo se sufre mucho. Lo inimaginable. Es muy difícil mantenerse. Mi vida estaba dedicada plenamente al deporte. A veces peleaba el día de Navidad o el de Fin de Año o el de Reyes, mientras que otros estaban de fiesta. Pero a mí no me importaba porque nunca me ha gustado beber ni estar por ahí de cachondeo. Después de ser campeón del mundo ya no había nada más que hacer. Estaba cansado del negocio y de todo lo que lo rodea. Ya no tenía que madrugar para ir a correr a la Casa de Campo tanto si era invierno como verano, no estaba obligado a vigilar constantemente el peso… Fue una especie de liberación. Muchos no lo entendían y me preguntaban por qué me retiraba si todavía estaba bien. Yo entonces les contestaba que precisamente por eso. Cuando estás mal no eres tú quien se va sino que son ellos los que te acaban echando”.

***

-¿Qué has estado haciendo todo este tiempo?

-Levantarme temprano.

Érase una vez en América

[Libreto de Sergio Leone, Leonardo Benevenuti, Piero de Bernardi, Enrico Medioli, Franco Arcalli y Franco Ferrini]

Con el dinero que tenía ahorrado, Miguel Velázquez compra un taxi y la licencia municipal y en las dos décadas siguientes cambia el saco de arena y el punching ball por el volante; sale de los focos y pasa al anonimato; deja de ser invitado a galas y recepciones oficiales a ganarse el sueldo (muchísimas horas al día) para proporcionarle a sus tres hijos (Mari Loly, Cristina y Miguel) los estudios universitarios que él mismo no se pudo permitir.

El que tiene lo que hay que tener para ser campeón del mundo ya es capaz de hacer cualquier cosa”, sentencia. Y, en este proceso de reconstrucción de su propia identidad (“Decidí convertirme en otro para poder seguir siendo yo”, contaba el escritor Jorge Semprún de su experiencia nada más salir del campo de concentración de Buchenwald), la figura del boxeo se fue despojando de su anterior piel para adoptar la de un hombre cualquiera y llega incluso a negar que era Miguel Velázquez:

De vez en cuando algún cliente me reconocía pero yo siempre lo negaba. Les decía que sí, que me parecía mucho al tipo ese, pero no era yo. La gente entonces se sorprendía porque veían que hasta hablaba igual”.

Del boxeo como deporte amateur, y como enseñanza y escuela para la vida, no se desentendió del todo: entrenó a un equipo barcelonés y a la selección nacional de El Salvador; formó parte de la dirección técnica de la delegación española que participó en las Olimpiadas de 1992; obtuvo una acreditación otorgada por la prestigiosa Escuela Nacional de Boxeo de Cuba y acompañó a la selección nacional en varias giras internacionales, reencontrándose con Manuel Santacruz ‘Palenke’.

Con sus hijos absolutamente independizados y haciendo su propio camino (la mayor es bióloga; la segunda, abogada, y el menor, doctor en Teología y docente), Velázquez retorna a su tierra natal en 2004, atraído con la promesa de dirigir un Centro Insular de Boxeo que nunca vio la luz. Y, después de muchas promesas incumplidas, concluye su vida laboral arrinconado en un despacho anodino, en las oficinas que la empresa pública Gestión Insular para el Deporte, la Cultura y el Ocio (IDECO) tiene en el pabellón Santiago Martín.

Hace apenas unos meses, hasta su último regreso a la capital de España, para afrontar la recta final en la cálida compañía de su familia, Miguel Velázquez Torres era un señor de ochenta años, muy bien llevados, que, como cualquier otro jubilado, pasaba las mañanas conversando en torno a una mesa y un café, en la calle San José (muy cerca del barrio que lo vio nacer), donde se reunía con sus amigos de siempre (más relacionados con el fútbol que con las doce cuerdas: no en vano, posee las insignias de oro y brillantes del Real Unión El Cabo, del Club Deportivo Tenerife y del Club Atlético de Madrid), para, a continuación, ir a la biblioteca del TEA a leer algún clásico de la literatura universal o una de esas novelas históricas que tanto le apasionan, a escuchar música española, y a viajar por la red con esa curiosidad insaciable que jamás pierden ni los niños ni los ancianos, porque es precisamente en ambos extremos, en el alfa y el omega de la existencia, donde reside, en buena medida, el misterio de la inmortalidad.

NOTAS

[En la redacción de estos apuntes biográficos el autor se ha servido como fuente principal del libro Miguel Velázquez: Biografía de un campeón mundial, el coraje de una generación, de Noé Ramón Martín Plasencia, editado por Idea hace siete años. Asimismo, quisiera mostrar su deuda de gratitud con Jack London, Ernest Hemingway, Gay Talese, Wilfred Charles Heinz e Ignacio Aldecoa]

1 Semanario de contenido deportivo, impreso cada lunes en Santa Cruz de Tenerife, entre 1943 y 1965, dirigido por Julio Fernández (ex jugador del Club Deportivo Tenerife), en el que hicieron sus primeras armas periodísticas, entre otros, Andrés Chaves, Juan Cruz Ruiz o Salvador García Llanos. La publicación, de cuarenta y ocho páginas, se vendía al precio de una peseta con cincuenta y céntimos.

2 Aire Libre, 2 de julio de 1962, página 3.

3 Aire Libre, 29 de julio de 1963, página 4.

4 Aire Libre, 21 de octubre de 1963, página 3.

5 Extracto de la crónica publicada en Aire Libre, el 30 de diciembre de 1963, página 3.

6 Buena prueba de ello es esta impresión que sobre el púgil deja el periodista Antonio Salgado en Aire Libre (1 de junio de 1964, página 3) el día antes de que la expedición tinerfeña vuele rumbo a Madrid para participar en los XXXVI Campeonatos Nacionales de Boxeo Aficionado: “Lleva contabilizados 37 combates, con 28 victorias, tres derrotas (Frías, Aisa y Corpas) y seis nulos […]. Antes era un fajador, un púgil corajudo; hoy se ha convertido en boxeador científico, técnico y temperamental, luciendo en todas sus actuaciones gran preparación física”.

7 Declaraciones extraídas de Miguel Velázquez. Biografía de un campeón mundial, el coraje de una generación, de Noé Ramón, Ediciones Idea y Ediciones Aguere, Santa Cruz de Tenerife, 2018, página 27.

8 El Eco de Canarias, 20 de octubre de 1965, página 12.

9 En “Carta del boxeo español a los Reyes Magos. Púgiles y preparadores quieren materializar sus ilusiones”, El Eco de Canarias, 6 de enero de 1966, página 12.

10 El Eco de Canarias, 19 de febrero de 1966, página 7.

11 El Eco de Canarias, 7 de noviembre de 1971, página 14.

12 El Eco de Canarias, 2 de julio de 1976, página 26.

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