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El callejón
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Fife

Miguel González Pérez, Fife, ha sido el quinto futbolista canario que más veces ha vestido la camiseta de la selección española. Aquí lo vemos, agachado, el primero por la izquierda, junto a Kubala, Di Stéfano, Luis Suárez y Enrique Collar.

Este texto tiene una segunda dedicatoria: para "El Niño" Torres. Gracias, Fernando, cien veces gracias

En estos días, de incertidumbre y desengaños, quienes no entendemos la infancia sin la adhesión inquebrantable y la entrega absoluta a un equipo de fútbol (en mi caso a dos), durante los fines de semana y los martes y miércoles de eliminatorias de la Copa de Europa, la realidad se disuelve (con toda su parafernalia de desencuentros e imposturas) para dar paso a noventa minutos de paréntesis, en los que uno tiene oportunidad de reconocerse y reencontrarse en el niño que fue y que, en alguna medida, sigue siendo y revive las emociones primigenias de un tiempo tan lejano como inalcanzable.

El 17 de mayo de 2014, mientras mis hermanos y amigos saboreaban la penúltima gran proeza deportiva protagonizada por el Club Atlético de Madrid (la última, más prolongada en el tiempo y el espacio, ha consistido en saber sobreponerse al doloroso y cruel golpe sufrido una semana después, sin revolcarse en el cieno de la autocompasión y el derrotismo, que hubiera sido lo propio en otras épocas), tuve que trajearme a toda velocidad para acudir, en compañía de mi colega del alma, Jonathan Cabrera Asensio, al Museo Militar de Almeyda, con motivo de la presentación de un proyecto de documental, sobre la presencia canaria en la formación del estado de Lousiana, EE.UU., que, dirigido por el cineasta Eduardo Cubillo, ha terminado cristalizando, dos años más tarde, en la estupenda película, aún inédita, Isleños: A Root of America. Aquella tarde, ante un público diverso que ocupaba el salón noble de dicha fortificación, decisiva en la suerte final de la Gesta del 25 de Julio de 1797, empecé aludiendo en mi intervención a la naturaleza, entre indómita y novelera, de tantos y tantos canarios a los que, en un momento dado, no les quedó otra que coger el petate y buscar fortuna al otro lado del mundo y puse, como ejemplo más doméstico de esta condición irremediablemente aventurera, a decenas de futbolistas que, tras la cruda posguerra, emprendieron la ardua travesía de la emigración, equipados tan solo con un par de botas y un contrato que los llevaría a la Primera División del fútbol español.

Dentro de la extensa e ilustre nómina de estos futbolistas trashumantes, que comprende la casi totalidad de las siete islas del Archipiélago, un buen número de ellos recalaron en las filas del Atlético Aviación, primero, y del Atlético de Madrid, después. Y, entre estos últimos, ninguno adquirió la notoriedad en el balompié nacional (tras el grancanario David Silva, es el quinto isleño que más veces ha vestido la camiseta de la selección española) de Miguel González Pérez, "Fife", distinguido la pasada semana por el Cabildo Insular de La Palma con el título de Hijo Predilecto.

Por razones obvias, jamás tuve la suerte de ver en acción a este extremo derecho, menudo y habilidoso, que obtuvo dos campeonatos de Liga, bajo la inflexible batuta de Helenio Herrera, y que vivió in situ una de las etapas más gloriosas en la historia del club, cuando disfrutó de su célebre "delantera de cristal": o sea, Juncosa, Ben Barek, Pérez-Payá, Carlsson y Escudero.

La trayectoria deportiva de Miguel "El Palmero", como aún se le recuerda en el Atlético, equipo en el que debutó como entrenador en 1967 (en sustitución del brasileño Otto Glória) y al que dirigió la temporada siguiente, en uno de esos lapsos revueltos que ciclotímicamente sacuden a la entidad del Manzanares, siempre fue seguida muy de cerca por sus paisanos, tal y como se encarga de recordárnoslo el profesor (y maestro) Francisco Antequera, en su exhaustiva e imprescindible Fútbol en La Palma: "Cuando Miguel jugaba con la Selección Nacional, era como si fuera una parte de nosotros y seguíamos sus éxitos con verdadero orgullo".

Criado en las piedras y callaos sin asfaltar de la antigua calle Vendaval, entre El Tanquito y Timibúcar, Fife jamás olvidó sus orígenes humildes y en el fútbol no dejó de hacer amigos y de cosechar el cariño y el respeto allá por donde hubo de llevarlo la rueda de la vida, que no es más que un balón movido por designios a veces caprichosos. El pintor Quico Concepción contaba que, de joven, los estudiantes canarios en Madrid solían acudir una vez por semana al Metropolitano, a una sesión matinal de entrenamiento del Atlético, en la que no era infrecuente que Miguel González y otros paisanos suyos se ejercitasen descalzos, ya que así era como habían aprendido, en su infancia de descampados y privaciones, a acariciar la pelota más que a golpearla. Luego, después de la preceptiva ducha, Fife y sus compañeros convidaban a tapas y cañas a aquellos muchachos universitarios con la cabeza llena de sueños y los bolsillos vacíos.

Eran otros tiempos. Otra forma de entender la vida. Un mundo, definitivamente perdido e irrecuperable, en el que un joven tabaquero se convirtió en héroe involuntario para una generación que salió adelante con el sudor propio y sin ofender a nadie.

"Anelio, tú tienes que ser del equipo de Fife", le dijo Luis Gómez a mi tío, cuando éste era apenas un pibe que frecuentaba la fábrica de su abuelo Pancho Gibrán como un grumete recorrería la cubierta de un viejo buque ballenero. Y así fue cómo, andando y andando la historia, rueda que te rueda el balón, mis hermanos y yo nos hicimos colchoneros y hoy, con agradecido orgullo, le escribo estas líneas al paisano, vecino de mi abuela Manola, que tan justamente ha sido reconocido con el mayor honor que pueda merecer alguien nacido en la isla de La Palma.

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