
Si una imagen describe con precisión -y bochorno- el presente y el futuro que aguarda al desdichado país en el que uno ha nacido -en el que vive y en el que probablemente haya de fenecer- es esta. La obscena jocosidad que de ella emana, con todo su impudor, con toda su risueña como obvia camaradería, resulta cuando menos despreciable. La necia mediocridad que caracteriza a nuestro tiempo nos ahoga en su propio mar de estúpida indiferencia y por ello nos hemos acostumbrado a que tan altas dignidades recaigan en sujetos tan poco merecedores de su desempeño.