Para Bac, Carlichili, Enanopatudo, Esthercita, Jlima, Jotaele y tantos sufridos y sufridas correligionarios en la fe colchonera
Me prometí a mí mismo que no escribiría ni una sola línea sobre el partido de rivalidad máxima que disputarán hoy los dos equipos madrileños e iba a cumplir mi palabra hasta que el pasado martes, tras esperar y rastrear con resignada paciencia que alguna cadena de televisión reprodujera imágenes del Atlético-Chelsea, jugado esa misma noche, al fin di con una tertulia, en la que periodistas y ex futbolistas se disponían a diseccionar lo que había sido la jornada en la Liga de Campeones, cuando, en la primera ronda de intervenciones, el único comentarista que había acudido al estadio Vicente Calderón comenzó su turno de palabra con la siguiente afirmación: "Hoy he visto al mejor equipo de Europa: el Chelsea. Aunque estuve todo el rato escuchando a varias emisoras para saber lo que estaba sucediendo en Milán [donde el Real Madrid no pasó del empate ante un verdadero cementerio de viejas glorias que es el A. C. Milán. Lo de A. C. interpreto que se refiere a Antes de Cristo, que es la época en la que, temporada arriba, temporada abajo, arrancaron sus carreras deportivas las principales figuras de este club] y no sabéis lo que me alegro de que por fin reconozcan el talento que tiene Benzemá". Naturalmente, al escuchar tan atinado y oportuno apunte, cambié de canal y proseguí mi cena contemplando en diferido el duelo del Canarias frente al CAI Zaragoza.
Durante unos segundos, mi mente, presa de una indignación ciega, sorda, muda y furiosa, trató de concentrarse en los jugadores aurinegros, que echaban todo el coraje y el pundonor frente a un rival de peso mayor, dentro de esa especie de palomar repleto de laguneros desagallados que es el Ríos Tejera. Sin embargo, pudo más la sensación de infinito hartazgo, de rabia a duras penas contenida, de quien está ciertamente hasta más allá de las narices de soportar que en este país impere la tiranía del discurso bipartidista, la dictadura permanente de someter la realidad a los dictados de dos únicas formas de interpretar el mundo, esa obtusa y ridícula pretensión de reducirlo todo al blanco y al negro, cuando la vida precisamente consiste en calibrar y saborear, en la medida de lo posible, la mayor gama de colores.
Después de meditar durante un buen rato sobre esta cuestión, extrapolable del ámbito deportivo y futbolístico al universo de las ideologías y de las fuerzas políticas aplastantemente mayoritarias, me vino a la memoria una frase que en su día le leí al entrenador Radomir Antic, meses después de conseguir el título de campeón de Liga y Copa al mando del Atlético de Madrid, gesta nunca repetida en la centenaria historia del equipo del Manzanares: "A este club no lo defiende nadie". Curiosa y profética sentencia la del técnico serbio, ya que, tan sólo unos años más tarde, en plena debacle rojiblanca, camino de la Segunda División, consiguió cerrar un jugoso contrato con el interventor judicial Luis Manuel Rubí Blanc, por entonces administrador de la entidad, para dirigir el barco a la deriva, poco después de haberse ofrecido prácticamente gratis al Real Madrid, sumido por aquellas fechas en una de sus episódicas crisis de resultados.
Sin embargo, el Atleti no siempre ha sido el último refugio de canallas, pícaros y cantamañanas. Hubo un tiempo, no muy lejano, en que competía en igualdad de condiciones con Madrid y Barcelona (esas dos ostentosas maquinarias de ganar campeonatos y dinero), se anotaba éxitos deportivos con relativa frecuencia y era mirado con simpatía e incluso con admiración en los terrenos de juego de toda España, donde se apreciaba la veloz peligrosidad de su contraataque, la vertiginosa calidad de sus extremos, la elegante precisión de sus delanteros y la aleatoria y desigual intensidad en el rendimiento colectivo de un equipo capaz de transitar de la heroicidad sublime al ridículo humillante en el plazo de una semana.
La desconcertante e histriónica presidencia de Jesús Gil le hizo un daño atroz, inmenso e irreparable al Atlético, que no sólo descendió al infierno de la mediocridad y el desgobierno, sino que se sumió en deudas astronómicas que todavía no ha saldado y terminó por perder cualquier atisbo de pasada grandeza.
Hoy el Atleti es una caricatura de gigante, con los pies de barro y la mandíbula de cristal. Es un poco como Toro Molina, el personaje construido por Budd Schulberg para su desgarradora Más dura será la caída: el torpe e ingenuo coloso argentino, elevado a la cúspide del boxeo por la mafia que controla las riendas y convertido por ésta, tras un fugaz ascenso prefabricado de tongos y embustes, en una tentadora montaña de carne, lista para ser triturada por promotores y púgiles sin remordimientos, ávidos de triunfo. Sin llegar a alcanzar por completo la categoría de semejante juguete roto, el conjunto colchonero afronta un presente con demasiadas zonas de sombra y tiene por delante un futuro con excesivas incógnitas.
No obstante, su principal patrimonio es algo absolutamente inasible. Se trata de una riqueza inmaterial, imposible de ser aprehendida ni manchada por la codicia ni por la incompetencia. Porque hablamos de una convicción, de una certeza intocable e inamovible, de una pulsión irracional e incontrolable, al margen de la calidad del juego y de los propios futbolistas. Por encima de su simple condición de equipo de fútbol, el Atlético es una pasión, una emoción intensa e imperecedera, ajena a la victoria o a la derrota.
Lo ha explicado maravillosamente en este mismo periódico el escritor Anelio Rodríguez: "Los aficionados del Atleti no necesitamos ganar a toda costa. No se trata de eso, ni mucho menos. Seguimos a prudente distancia el devenir de los acontecimientos, esperando cualquier ramalazo del destino, a favor o en contra, pero sin creernos merecedores del oro y el moro por decreto o por narices. Nada hay más fácil que apostar por caballo ganador y exigir el triunfo como único aliciente. Qué aburrida resulta la prepotencia de quien no espera otra cosa (…) Somos del Atleti porque nos gusta observar la realidad a ras de suelo, no desde la altura, siempre engañosa. En nuestra conciencia de fragilidad reside nuestra fuerza (a otros, pobrecillos, les ocurre lo contrario, y sin saberlo)".
El periodista Juan Luis Cano, que forma junto a Guillermo Fesser una de las parejas más entrañables de la radio española, Gomaespuma, es uno de esos reconocidos y reconocibles colchoneros y resumió este sentimiento atlético con un adagio digno de figurar en Guerra y paz: "Amar al Atleti es amar la vida".
Como comprenderán aquellos y aquellas que hayan tenido la curiosidad (y la calma) de llegar hasta el final de este texto, para quienes profesamos la fe rojiblanca lo de menos es el marcador del partido de esta noche o continuar otra década sin derrotar a los blancos de Concha Espina. Nos contentamos con perder con honor y dignidad, siempre y cuando los nuestros lo hagan con la cabeza alta y el corazón caliente y cumplan el mandato con que el legendario Ben Bradlee, director del Washington Post, aleccionó a Woodward y Bernstein en los momentos más críticos del Watergate: "Dadles duro, muchachos".