A Pedro Luis, leal y generoso lector de este periódico, que es también el suyo
La directora y editora de elapuron.com, Digna Martín, encomendó al profesor y escritor Anelio Rodríguez la siempre comprometida tarea de improvisar un brindis que pusiera el colofón a la cena de hermandad que el pasado lunes celebraron, con motivo de las fiestas de Navidad, los miembros del equipo de redactores y colaboradores que hacen realidad esta aventura periodística que va camino de cumplir ocho meses de andadura.
Después de elogiar las excelencias culinarias de nuestro anfitrión y colega, Mauro Sánchez, que ofreció una espectacular exhibición de sus magníficas dotes como cocinero, y de alabar la amabilidad y gentileza de Raquel Martín, la señora de la casa, que estuvo al quite del más mínimo detalle, a la hora de preparar la mesa y de servir los deliciosos platos a los comensales, el autor de La abuela de Caperucita glosó las muchas virtudes que posee la mujer sin cuya iniciativa, laboriosidad y buen hacer este diario digital no habría sido posible. A renglón seguido, Anelio, con su inconfundible retórica, entre informal y guasona, rememoró la secular tradición liberal e ilustrada de la isla de La Palma, patria chica de intelectuales y políticos de renombre, donde han visto la luz más de un centenar de periódicos y revistas en los dos últimos siglos.
Sin eludir la autocrítica inteligente y oportuna, en el sentido de que este pueblo nuestro no está exento de caer en cierta forma de autocomplacencia pusilánime, el poeta y artista palmero tuvo también unas palabras para su abuelo, el zapatero anarquista Anelio Rodríguez Brito, un autodidacto ocurrente y dotado de un ingenioso y agudo sentido del humor, que personifica -a su juicio- una sociedad, a un tiempo cosmopolita y provinciana, que vio truncadas trágicamente sus legítimas pretensiones de libertad, igualdad y fraternidad.
Al inicio de la guerra civil, mi bisabuelo fue llevado ante el juez bajo la acusación de liderar una rebelión armada de medio centenar de hombres en Barlovento. Cuestionado por esta circunstancia, aquel hombre pacífico, padre entonces de siete hijos, lector devoto de Víctor Hugo e incapaz de matar una mosca, se limitó a contestar: "Señoría, sólo tengo que alegar una cosa: dudo mucho que en Barlovento vivan cincuenta hombres". Pero corrían malos tiempos para los zapateros anarquistas y, durante cuatro años, Anelio Rodríguez Brito sufrió presidio. En los improvisados (e infames) pabellones de Fyffes coincidió con el tabaquero Francisco Concepción Pérez, recluido por su doble (y peligrosa) condición de republicano y masón.
En medio de aquel horror cotidiano, en el que eran frecuentes los traslados nocturnos de presos a quienes jamás se les volvía a ver con vida, ambos individuos, paisanos, integrantes de una misma y atribulada humanidad, trabaron amistad, al margen de sus antagónicos orígenes y de sus dispares convicciones políticas.
Como muy bien apostilló el nieto de ambos hombres la pasada noche, mientras todos los demás levantábamos nuestras copas en su honor, anécdotas como ésta definen a la perfección la idiosincrasia de un pueblo, cuya intrahistoria, la única perdurable y que merece ser recordada, es escrita con sudor y sangre por quienes sufren en carne propia los inesperados, caprichosos y, a veces, despiadados designios de los acontecimientos.
Ahora, nos corresponde a nosotros, en el papel de testigos y comentaristas de esas mismas páginas que también ayudamos a escribir, la responsabilidad de asumir lo mejor de tan vasta herencia, conservarla y transmitirla a quienes ocupen nuestro puesto en un futuro que nunca es lejano.