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El callejón
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Estado de malestar

Trailer original de "La ley del silencio", una obra maestra del cine, dirigida por Elia Kazan, en 1954, que denuncia los vínculos con la mafia por parte de los sindicatos de estibadores en los muelles de Nueva York. Indispensable.

Cuando era feliz e indocumentado, es decir, cuando la vida se me presentaba cada día con la inocente e ingenua apariencia de los juegos con que llenábamos el tiempo siempre corto de nuestros recreos, el mundo te abrumaba un poco con su ilimitado repertorio de posibilidades y la máxima felicidad a la que pretendías aspirar consistía en participar tímidamente en un multitudinario partido de fútbol, disputado entre chicos mayores (mi tío, sus primos y algunos amigos) en un cantero sin cultivar, en la finca de mi bisabuelo, Pancho Gibrán, bajo la luz, cobriza y acogedora, del atardecer de un domingo cualquiera.

Sin embargo, algunas veces, la vida misma adoptaba otro cariz y entonces te salía al paso de forma brusca, imprevista, y revelaba su faceta más abrupta, menos amable, y descubrías, inesperadamente, que el mero hecho de existir entraña riesgos y que vivir también es dolor y sufrimiento.

Jamás olvidaré, con nueve años, el instante, inacabable, eterno, en el que vi volar a mi hermano, a una altura de dos metros, tras recibir el impacto frontal de un coche mientras cruzaba a la carrera un paso de cebra. El golpe, que vino precedido del aullido atroz de los frenos, lo proyectó varios metros hacia adelante y yo contemplé la escena en la distancia, paralizado, con una extraña sensación de irrealidad, como si aquel cuerpo que flotaba en una caída lentísima no fuera el suyo.

Aquel terrible accidente resultó una manera brutal de aprendizaje. En otras ocasiones, la enseñanza venía de la mano de mecanismos no tan traumáticos auque igual de contundentes.

En este sentido, nuestra mirada, que aún conservaba intacta cierta pureza infantil, con frecuencia se veía sobrecogida por el impacto de otras imágenes, eso sí, falsas, prefabricadas, pero con capacidad para morderte la entrañas con ágiles, feroces y milimétricas dentelladas.

Recuerdo experimentar una de estas incómodas y desasosegantes mordeduras la noche de un sábado en la que echaron por televisión La ley del silencio (On the waterfront, 1954). Quizás yo tendría diez u once años. Habían transcurrido quince minutos de película y los estibadores de un punto de embarque, en el puerto de Nueva York, se apelotonaban en torno al individuo que iba a repartir una especie de fichas que aseguraban el turno de trabajo para esa jornada. Después de entregar los números a los portuarios afines al sindicato (en realidad, un clan de matones y esbirros, controlado por la mafia), el tipo, cuyo aspecto no puede ser más facineroso, opta por lanzar los demás boletos a la rebatiña y el resto de trabajadores se lanzan al suelo a disputarse el jornal como si fueran una jauría de perros hambrientos. Mientras esto sucede, una pareja de gángsters observa el incidente en medio de crueles carcajadas.

Ahora, que no soy feliz (sólo rara y esporádicamente, como todo el mundo) y un poco menos indocumentado (como muchos de nosotros), afronto con escasas esperanzas estos tiempos difíciles, ya que las cuentas del estado del bienestar no les salen ni a los suecos, echo un vistazo alrededor, encuentro que la realidad cotidiana se hace cada vez más insoportable y comienzo a sospechar que no anda lejos el momento en que la ficción escrita por el guionista Budd Schulberg, a partir de los reportajes de Malcolm Johnson, sea una dolorosa e inaceptable evidencia.

Y, a quien piense que exagero, le invito a que lea con detenimiento el siguiente testimonio, en el que, desgraciadamente, todo es auténtico. 

Trayectoria profesional de un licenciado en busca de trabajo

Lo único que aprendí de la Universidad, aparte de estudiar ocho horas diarias para terminar una carrera, fue el mantener la calma, "aguantar" y contar hasta diez. Pero, ¿aguantar el qué? Hasta en el último examen me ocurrió de todo, ya que en éste por poco le doy en la cara al profesor que me corrigió la prueba (no voy a entrar en detalles). No soy violento ni mucho menos, pero uso la imaginación, igual que en el sexo…

Gracias a que soy colchonero he salido adelante. En mi filosofía de vida, uno de los pilares fundamentales que la sustenta es el Atlético de Madrid. Donde la paciencia es la Biblia.

Al acabar este capítulo en mi vida, con 26 años, y al entrar en el Mercado Laboral (qué odioso suena esto), es donde, poco a poco, he ido aplicando este "aguante", día tras día, en los pocos trabajos legales y no legales que he ido desarrollando.

A los 27 años, tras un año como mozo de almacén (contratado), descargando cajas de huevos para pagar el carné de conducir, y tras trabajar como jardinero (sin contrato) mucho más de lo que cobraba (mil pesetas la hora), di con una de las numerosísimas empresas sectarias que circulan por nuestra isla. En este caso, una líder en desratización y desinsectación. ¿Cuál SERÁ…NCA?

Durante la entrevista, en la que sólo faltó preguntarme cuántas veces me acostaba con mi novia y en la que (como siempre) caí en la sinceridad y en la verdad, comencé a aplicar lo aprendido en aquel examen final de la Universidad: contar hasta diez y respirar. Al día siguiente, recibí otra lección magistral de provocaciones por parte de los que iban a ser mis compañeros infatigables en el asqueroso mundo de las ventas. En el tercer día de trabajo, me topé con la gerente, quien me tuvo cuatro horas seguidas haciendo llamadas a potenciales clientes. El miedo del resto de empleados en aquella sala oscura y mal decorada (con artículos comprados en una tienda de Todo a Cien) incluso se olía y, la verdad, no era un aroma muy agradable. La sensación de humillación continuó hasta la salida que realicé con un compañero, a la caza de clientes y detrás del cobro de contratos.

Cuando me dejó a veinte metros de mi casa, a las tres de la tarde, y dijo aquello de: "A las 3.30 te recojo y seguimos", fue como si me hubieran recordado la hora en la que la tortura volvía a aparecer. De vuelta a mi casa reflexioné y dije basta. No hacía falta estar más tiempo para comprobar que no estaba avanzando, sino retrocediendo. Llamé a la gerente para decirle que lo dejaba y todavía seguía ahí, al teléfono, hablando con los clientes que yo les había pasado. ¡Increíble! En ese momento comprendí qué es la droga en el mundo del trabajo.

Con 28 años y el permiso de conducir recién estrenado caí en el mayor zoológico que he visto: una planta depuradora, en el sur de Tenerife. Durante cuatro años analicé aguas residuales. Me chupaba 180 kilómetros de carretera cinco días a la semana y muchos de ellos los hice enfermo. Allí la fauna era muy amplia: drogadictos (porros, pastillas y coca continuamente), alcohólicos, vagos, dormilones, puteros en horas de servicio y, finalmente, un jefe godo.

Definir a este singular individuo es fácil: un tío listo, muy listo, que sabía que, para sobrevivir en esa selva, lo mejor era delegar funciones en los demás y en cuantos más mejor. Entre esos estaba yo, claro.

En cuatro años tuvimos varios matchs del Grand Slam, Federer contra Nadal, o lo que es lo mismo: discusiones, provocaciones suyas, por supuesto (tampoco quiero entrar en detalles), y, mientras, yo seguía "aguantando" y contando hasta diez, pero un día me cansé, lo mandé a la mierda y acabó todo. Al final, hasta me dio pena, porque cogió tanto miedo que ni siquiera tuvo lo que hay que tener para estar delante de mí cuando me despidieron.

El día que aparecieron, a las 7.30, las dos hienas de Recursos Humanos para comunicarme que me "echaban" (esas fueron sus palabras) sentí un alivio enorme. No me pesaba como otros días el viaje de regreso por ese camino de minas que es la autopista del sur.

Sabía que aquella pesadilla había terminado para siempre, que no volvería a tener que aguantar más a esos animales (con perdón de los animales).

Cuántas veces estuve a punto de irme a media mañana porque no soportaba los gritos y comentarios de esos analfabetos que, aparte de no hacer nada, de drogarse y de cobrar mucho más que yo, encima le chupaban la polla a su estupendo jefe. No tenían lo que hay que tener para hacer lo que se debe hacer y decir lo que se debe decir. En el fondo, el mundo laboral está lleno de cobardes como ellos, pero todavía siguen ahí, cobrando mes a mes, y yo no…

Han pasado ya tres años y este tiempo lo he "malgastado": hice un Máster, para trabajar de técnico y en el que invertí 2000 euros, que me adorna el currículum, y un curso de vigilante de seguridad, para trabajar de analfabeto y que me costó 1000 euros, que lo cierra.

            El resto de mi vida laboral la resumiré hasta la fecha de hoy.

Cuando estaba a punto de nacer de mi hija, en mayo de 2008, me llamaron para una sustitución, durante dos meses, en un convenio con el Cabildo. Cuando me faltaba un mes, me fui renunciando a otros 1300 euros (lo máximo que he cobrado desde que trabajo), pero ¿por qué? Muy sencillo, los compañeros (con los mismos estudios que yo, o sea, técnicos) se pasaban todo el día bebiendo cervezas en los bares y hablando de política, sociedad, economía… Como si aquella farsa fuera un programa de Ana Rosa Quintana. Y, mientras, mi mujer había dado a luz y yo llevaba cuatro meses preparándome las oposiciones a Secundaria, a falta de cuatro semanas para las pruebas definitivas.

Sabía que sacar plaza era imposible, pero entrar en las listas de sustitución no. Y tenía que intentarlo con todas mis fuerzas y energías. El día que dejé de contar hasta diez y de "aguantar" a aquellos pollabobas, ineptos, incompetentes y "papita-suaves", fue justo cuando me incorporaba, después de los quince días de permiso por paternidad. Y es que a la mañana siguiente habían decidido ir al sur a bañarse, ¡en horas de trabajo!

Posteriormente, durante cuatro meses (marzo-julio de 2009), sustituí a una señora de la limpieza en un instituto público (el cómo entré es otra historia, pues quedé el quinto de ocho plazas en una prueba tipo test a la que se presentaron cuatrocientas personas). Sin duda, el mejor trabajo que he tenido hasta el momento y que creo tendré: peón de limpieza, 1000 euros mensuales, de 7.00 a 13.30 y cerca de casa, o lo que es lo mismo, trabajo de analfabeto para funcionarios.

En octubre de 2009 me llamaron de Radio ECCA para llevar las tutorías de Ciencias de Bachillerato del centro de los Realejos: cuatro horas los lunes y esporádicas en Santa Cruz y La Laguna. Sin contrato, sin seguro laboral, sin esquemas ni ejercicios prácticos resueltos, sin nada. No me facilitaban material alguno (tenía que escuchar las clases igual que los alumnos), por lo que me preparaba las tutorías desde cero. Encima pagaban con un mes de retraso. El nivel es ínfimo y hay algunos "alumnos" que se ríen de ti…Y yo "aguantando" y contando hasta diez.

En febrero llegó la coordinadora y, después de cuatro meses, me lanza una indirecta: "Los alumnos se han quejado porque no les aclaras nada, ponte las pilas, porque ellos pagan y tienen sus derechos". Pero, ¿qué alumnos?, me pregunto. Los de segundo de bachillerato nunca iban a las tutorías, sólo a los exámenes. Pero, claro, se quejan porque ¡suspenden!

Me canso de contar hasta diez y, antes de que me peguen un tiro, envío este correo electrónico a la coordinadora:

Buenos días:

Prefiero hacerlo por escrito, dado que se me pueden olvidar detalles. Independientemente de que explique o no en la hora de tutoría, un alumno de 1º de Bachillerato que formule el elemento químico mercurio (cuya fórmula es Hg) como Pb (fórmula del plomo), por ejemplo, sólo indica una pregunta: ¿cómo ha llegado a ese nivel?

¿Qué pasa? ¿Que porque pagues 15 euros tienes derecho a que te den el título de Bachiller?

Se sabe perfectamente que esto funciona por dinero, igual que todo, pero ¿hasta qué punto o a qué precio?

En las ciencias no se trata sólo de hablar, y más concretamente en la Química. Cuando tienes 1 hora (e incluso 40 minutos, porque todavía no ha salido el compañero de la anterior clase) y 10 alumnos mínimo (que ni siquiera se han preparado las clases radiofónicas) lo mejor que se me ocurre es desarrollar y EXPLICAR problemas de química, que son los que les van a preguntar en los exámenes.

Salvo algunos módulos, la MAYORÍA me los he tenido que escuchar clase a clase, porque es el ÚNICO MATERIAL que se me ha suministrado. Lo mismo sucede con los ejercicios prácticos.

¿Con qué MOTIVACIÓN puedo escuchar y copiar paso a paso estas interminables clases después de lo que se me dijo ayer?

Dada esta situación, quisiera no ir más ni a S/C ni a La laguna, porque, cuando me toque dar los módulos que faltan (MOVIMIENTOS Y FUERZAS-ENERGÍA Y ELECTRICIDAD) no variaré en nada mi método. Es la única técnica que tengo para dar esas tutorías.

GRACIAS y un saludo.

Esta fue mi sentencia. Días después de mandar esta carta, me citan para una reunión y me dicen que no cuentan más conmigo (con respecto a lo que me comentan en dicha reunión, mejor dejarlo).

De nuevo, siento la misma sensación de libertad de hace tres años, cuando me venía del sur por última vez, aun después de discutir con mi mujer por la misma historia de siempre: no aguanto en los trabajos, pero ¿eso era un trabajo?

Estamos a 6 de marzo y todavía no se me han pagado las tutorías correspondientes a los meses de enero y febrero. ¿A quién le voy con una denuncia si yo no existo para Radio ECCA? Sólo me queda esperar, "aguantar" y contar hasta diez, pero me estoy cansando de nuevo…

Para finalizar, el pasado 23 de febrero me llaman de una empresa X para ir a limpiar en una obra sólo el jueves, en Radazul. "Serán menos de ocho horas y para casa", me cuentan. Debo presentarme a las ocho de la mañana en el centro comercial de Radazul con una fotocopia de la tarjeta del paro. ¿Por qué este despliegue? Esta empresa X recibe una subvención millonaria al contratar a parados, ya que son incorporados por FUNCATRA, que es la que recibe dichas ofertas. Al decirme lo de la fotocopia de la cartilla del paro, sospecho que el jueves voy a firmar un contrato de ocho horas, seguro. Increíble, pero es lo que me falta por ver y hacer.

Efectivamente, el jueves me presento a dicho lugar y como yo hay cincuenta personas más, pertenecientes a diferentes especies sociales: señora cincuentona con cholas; niños de 18 años, asustados ante su primer empleo; niñatos con la gorra torcida; pibas bien vestidas; pibes con peinados gays a la última; falos tatuados; puretas de 60 años; hombres de 40 años; ex drogadictos, dependientes de sus dosis diarias de metadona; chicos normales; chicas normales; un par de puretas con tatuajes talegueros… Resumiendo: la cola del paro, ante la ventanilla de una oficina cualquiera, en un día cualquiera.

Nos dividen en dos grupos y también es lo que sospechaba: se trata de limpiar, en la zona de costa, los desperfectos causados por el temporal de principios de febrero.

Nos acompañan como encargados tres peones del Ayuntamiento de El Rosario (típicos veteranos que parecen sacados de la película del oeste Grupo salvaje, de Sam Peckinpah), que son los encargados de hacer el trabajo y a los cuales se les ha venido el mundo encima al ver tamaño curro.

Se terminan de firmar los contratos que trae el de la empresa X y se nos dan 6 cubos, 8 palas y 8 cepillos. Todo este paripé finaliza pasadas seis horas. En medio de la jornada, a las 12.30, comemos un bocadillo, un jugo y una botella de agua, gentileza del municipio, pero no hay ni guantes, ni casco, ni botas. Aunque, qué casualidad, dentro de la documentación que debemos firmar está el papelito reglamentario en el que se especifica que nos han sido cedidos dichos materiales.

A las 14.00 y antes de irme, ya me descojono completamente cuando veo a la señora cincuentona de las cholas con un tobillo hinchadísimo, mareada y a punto de vomitar. Menos mal que firmó el contrato…y también el documento de haber recibido el material de trabajo. En fin. De lo que me río no es de la señora, sino de la situación. De una situación absurda y casi cómica que supone que, por un contrato de ocho horas, pierda la antigüedad en las listas de desempleo que había acumulado desde julio.

El pasado viernes recibí un sms de ECONTEC (empresa de gestoría) que decía textualmente: "Le comunico que este lunes 1, de 4 a 7 horas, podrás pasar a cobrar por la oficina de c/Sabino Berthelot, 64, bajo, derecha, La Laguna. Indispensable traer tarjeta del pa".

            El lunes hago acto de presencia en la citada dirección y, mientras guardo turno para que se me entregue el correspondiente talón de 45 euros, descubro dos hechos que no dejan de añadir más leña al fuego de esta farsa. Uno de los limpiadores contratados por ocho horas llega en taxi a recoger su jornal, mientras que otro, que no apareció por la playa el día de trabajo, se llevó su cheque, alegando que se había extraviado por el camino. El caso es que aquí da igual tanto que trabajes como si no. Lo importante es maquillar las cifras de desempleo. Y ya se sabe que las estadísticas son una frecuente modalidad de las mentiras (las otras son las mentiras a medias, las piadosas y la Constitución Española).  

Sobrevivimos porque que mi mujer trabaja, pero el aguante psicológico de sentirse un inútil por no trabajar, el adivinar el pensamiento de muchos cuando les miras a la cara mientras te ven como un vago, un fosforito que no "aguanta" en ningún trabajo, no tiene nombre. Es un estado imposible de describir. Es una especie de infierno que hay que vivir.

Pero la lucha continúa. Uno debe mantener la cabeza bien amueblada y tirar constantemente de la cadena.

            El 9 de marzo cumplo 36 años y la conclusión más sencilla de toda esta historieta de perdedores, ganadores, desgraciados, funcionarios, toca-pelotas, hijos de puta, cabrones, vagos, aprovechados, incompetentes, maleducados e infelices es que, de haberlo sabido, con 18 años, me hubiera metido en URBASER, a trabajar de "funcionario de la limpieza" o barrendero, es decir, a cobrar doce pagas de 1200 euros, dos dobles, un mes de vacaciones con días hábiles y una escoba de hoja de palmera. O me hubiera metido a opositar a policía local, cobrando 1300 euros, "trabajando" tres días a la semana. O, mejor aún, me hubiera metido en las listas de sustitución de personal de la limpieza de la Consejería de Educación de Canarias.

Hoy en día, ser licenciado es ser un desgraciado que va buscando trabajo de lo que sea y que, encima, debe hacerse varios tipos de Currículums Vitae (qué asco de palabra). Antes un analfabeto era un condenado, ahora un analfabeto se mofa de un licenciado.

Qué contrariedad. Hoy el desgraciado es una persona con educación y el analfabeto es doctor de la vida.

"En el país de los licenciados, el cateto es el rey"

Siempre recordaré lo que me dijo un mago, dueño de una empresa de hormigón para piscinas, y al que el pelotazo de la construcción lo llevó a controlar la calidad de las aguas de aquellas que él mismo instalaba en los hoteles del sur: "¿Tú qué edad tienes, 34? ¡Ya es hora que vayas pa"delante y no pa"tras!".

Esta experiencia, que mejor no comentar, fue justo el día después de presentarme a la prueba definitiva de las oposiciones a Secundaria en septiembre de 2009, en las que, por cierto, la presidenta del Tribunal, en Las Palmas de Gran Canaria, tuvo la gentileza de devolverme el mapa que había llevado para la exposición oral con las siguientes palabras: "Toma, para que no te pierdas al regresar a tu tierra".

Cuando comprobé que, en la empresa constructora, citada con anterioridad, calibraban el aparato que medía el ph del agua de las piscinas con la propia agua de las piscinas (¡en vez de usar agua destilada!) salí pitando de aquel despropósito.

Menos mal que me quedan mi mujer, la sonrisa de mi hija, los golazos de Schuster y Futre, en la final de Copa del 92, el doblete del 96, y espero una alegría por fin este año, porque ser del Atleti significa ser paciente, contar hasta diez y "aguantar".

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