Ingrato sería mi nombre caso de no reconocer el honor, honra y provecho con que esta historia redundó en mi persona; y Necio y Desleal serían mis apellidos si creyera vanos y poco dignos de complacencia los juicios de tantos aedos y magníficos mecenas de las letras cuando descubren y ensalzan las excelencias, virtudes y nobles avisos que dicen hallar en mi obra. En verdad que gané respeto y beneficio pero ¡cuánto más hubiera preferido ser pobre y capaz de componer una de aquellas aventuras de Gradamanes y Sardomiras, de Florestanes, Lisuartes, Periones, Gandalines y Cuadragantes, que iluminaron mis tardes de mancebo solitario y me hicieron creer en un universo abierto, claro y honorable!
Ahora que las noches son sólo largas, ahora que el frío devora mis huesos y el mundo se me antoja áspero, negro y pequeño, no pasa un instante sin que me arrepienta todavía más de haber escrito, aun sin querer, esta cómica tragedia con la que no he logrado sino asesinar a traición a aquéllos a quienes quería. Poco me queda más que el remordimiento, pues ni siquiera de seso y buen tino creo disponer a estas alturas de la vida en que tales cosas se presuponen… Será por ello que estoy dando a la luz estos pliegos donde la más insólita peripecia, que el más avezado de los mentirosos no sabría componer, aparecerá en cuerpo de Persiles y Segismunda.
María José Cano Guitarte, El aprendiz de brujo, de Apuntes de Antropología
Como cada año, el pasado viernes, 23 de abril, se celebró el Día del Libro y, con todo el boato y la liturgia habituales, se llevó a cabo en el paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares la entrega del premio Cervantes a cargo de los Reyes de España.
De un tiempo a esta parte, la gran jornada de las letras hispanas ha sido relegada a un discretísimo segundo plano de la actualidad informativa y los medios de comunicación apenas dan cuenta de dicha noticia, mientras que un considerable espectro de la opinión pública prefiere ignorar la (i)relevancia de esta efeméride así como la identidad del eximio escritor o escritora galardonado.
De no ser por la campaña de descuentos y ofertas que, con motivo de la citada fecha, aplican en las librerías, en los centros comerciales y grandes superficies, el 23 de abril pasaría completamente desapercibido en el calendario del común de los mortales.
Sin embargo, la combinación de elementos tan opuestos, reconocimiento e indiferencia, significación y menosprecio, no deja de resultar inevitable e, incluso, consustancial, cuando se habla de un autor, de cuya muerte se han cumplido trescientos noventa y cuatro años, dotado de un talento casi sobrenatural, y que, no obstante, malvivió toda clase infortunios, privaciones y desdichas y que sólo muy tardíamente saboreó las mieles del triunfo, para extinguirse en la más triste pobreza. Además, en el colmo de la desgracia, la escasa notoriedad alcanzada por éste en vida se debió a una criatura literaria que él mismo infravaloró, que ha terminado por sobrevivirle y que, a pesar de constituir la mayor proeza narrativa conseguida por el ingenio humano, tal vez sea la pieza de literatura más divulgada y traducida de todos los tiempos y la menos leída por los hablantes nativos de la lengua original con que ésta fue concebida.
Significa lo anterior que nada retrata con semejante grado de perfección el complejo y contradictorio espíritu del variopinto y, al mismo tiempo, atípico y singular pueblo español que su ancestral veneración y total desinterés por el Quijote: extraordinario juego de espejos que, a su vez, refleja con implacable y despiadada crudeza cuanto de noble, ingenuo, malévolo y mezquino es capaz de albergar el (siempre tenebroso) corazón del hombre.
Burla escrita sin otra pretensión que el entretenimiento, en este libro, que es como una especie de infinita caja china llena de otros libros, proyectó su creador los anhelos y desengaños de una vida en gran parte desperdiciada y trazó la feroz censura moral y la condena sin contemplaciones de un nuevo mundo viejo, egoísta y cruel.
Del escritor y sus demonios
"Este que veis aquí, de rostro aguileño, de cabello castaño, frente lisa y desembarazada, de alegres ojos y de nariz corva, aunque bien proporcionada: las barbas de plata, que no ha veinte años que fueron de oro; los bigotes grandes, la boca pequeña, los dientes, ni menudos ni crecidos, porque no tiene sino seis, y esos mal acondicionados y peor puestos, porque no tienen correspondencia los unos con los otros; el cuerpo entre dos extremos, ni grande ni pequeño; la color viva, antes blanca que morena; algo cargado de espaldas y no muy ligero de pies" […]
Del prólogo de Novelas ejemplares (1613)
Hijo de un barbero y cirujano de escasos recursos económicos, llamado Rodrigo de Cervantes, y de doña Leonor de Cortina, Miguel de Cervantes Saavedra nació posiblemente el 29 de septiembre (festividad de San Miguel) de 1547, en la localidad madrileña de Alcalá de Henares. Después de estudiar las primeras letras en Valladolid, Córdoba y Sevilla (ciudades a las que sucesivamente se traslada su familia en busca de mejor fortuna), a los veintidós años este aventajado alumno del gramático Juan López de Hoyos se marcha a Roma como criado del cardenal Acquaviva.
En 1570 se enrola como soldado profesional y, contraviniendo las recomendaciones de superiores y compañeros, el 7 de octubre de 1571 participa enfermo en la célebre batalla de Lepanto ("La más alta ocasión que conocieron los siglos") en la que perdió para siempre la movilidad de su brazo izquierdo al recibir un disparo de arcabuz. Tras pasar seis meses en el hospital de Messina (Italia) volvió a tomar parte en nuevas escaramuzas bélicas en Navarino, Túnez, Corfú y La Goleta.
En 1575, cuando regresaba a España, él y su hermano menor, Rodrigo, son apresados por piratas turcos y llevados a Argelia. Como entre sus enseres personales se le encontraron cartas de recomendación firmadas por don Juan de Austria y el duque de Sessa, dirigidas a importantes políticos de la corte, los piratas creyeron que Cervantes era un personaje de alto rango y exigieron por él un elevadísimo rescate que sólo pudo ser cubierto a medias por su familia, que consiguió liberar a su hermano Rodrigo, a petición del propio Miguel.
Tras cuatro infructuosos intentos de fuga, que le fueron perdonados debido al evidente interés personal que por el prisionero mostraba el primer oficial turco de Argel, Hasán Bajá, Cervantes fue recluido en un presidio, donde las condiciones de vida resultaban especialmente duras. Cervantes, que recrearía sus peripecias en el norte de África en sus obras teatrales El trato de Argel y Los baños de Argel y en el episodio del cautivo, que aparece en la primera parte del Quijote, fue finalmente rescatado, en 1580, por dos frailes Trinitarios, que reunieron el dinero suficiente pocas horas antes de que el escritor fuera deportado, a bordo de una galera, rumbo a la ciudad de Constantinopla. Travesía de la que nadie había conseguido regresar.
De vuelta a España, Cervantes no consigue empleo en la corte y contrae matrimonio con Catalina de Salazar y Palacios, con quien mantendría una relación desdichada y de la que se separaría con posterioridad. Mientras encuentra un oficio con el que poder mantenerse, Cervantes emprende su carrera literaria con escaso éxito. Publica una primera novela (La Galatea) y estrena algunas obras de teatro, pero no le queda otro remedio que aceptar, en 1587, el modesto cargo de comisario real de abastos, cuyo ingrato cometido consiste en requisar trigo, cebada y aceite para aprovisionar a la Armada. Más tarde, en 1592, se convierte en recaudador de impuestos.
El desempeño de estos trabajos por tierras manchegas y andaluzas le reportó no pocos disgustos aunque también le proporcionó un valiosísimo conocimiento de la fauna social de su tiempo (integrada por campesinos sensatos, ricachones de pueblo, arrieros, rufianes, carreteros, hidalgos sin un céntimo, oficiales corruptos, clérigos descreídos, posaderos y rameras) que enriquecerá las mejores páginas de su literatura.
A partir de 1603, y después de haber sido encarcelado dos veces por fraude y por impago de deudas, Cervantes y su familia fijan su residencia en Valladolid. Acompañan al escritor sus dos hermanas, Andrea y Magdalena, y las hijas naturales de éstas, Constanza e Isabel. La dudosa reputación que este hogar, exclusivamente habitado por mujeres, tenía entre la vecindad resultó decisiva para que Cervantes acabara en la cárcel una vez más, al aparecer, en el zaguán de su casa, el cadáver de un individuo navarro, de nombre Gaspar de Ezpeleta. Luego se demostró que Cervantes y sus hermanas se habían limitado a atender al hombre malherido y a devolverlo a la calle una vez éste había fallecido.
Se cree que fue en el curso de estas estancias en prisión (que nunca llegaron a ser muy prolongadas) cuando Cervantes comienza la escritura de su obra maestra. Así, en diciembre de 1604, se edita en el taller de Juan de la Cuesta y por encargo del librero Federico de Robles El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, una parodia de los libros de caballerías por la que su autor cobró mil quinientos reales (el equivalente a mil doscientos veinticuatro euros). Su éxito resulta sorprendente y, en una sociedad con escaso número de lectores, la obra fue reimpresa cinco veces en tan sólo un año. Precisamente, en 2005 se conmemoró el cuarto centenario de la primera reimpresión que, en vano, trató de corregir los errores de la primera edición que, por motivos burocráticos, fue registrada en 1605, en lugar de 1604.
La enorme popularidad alcanzada por esta novela propició la publicación de las narraciones cortas reunidas bajo el título de Novelas ejemplares (en 1613), del largo poema en ocho cantos Viaje del Parnaso (1614) y de las Ocho comedias y ocho entremeses nuevos, nunca representados (1615), que Cervantes había estado escribiendo durante años en el más puro anonimato.
En 1615, un indignado y enfermo Cervantes, que ha ingresado como novicio en la orden tercera de San Francisco, acelera la conclusión de la segunda entrega de las andanzas de don Quijote, titulada Segunda parte del ingenioso caballero don Quijote de la Mancha, ya que un año antes un desconocido autor, escondido detrás del pseudónimo de Alonso Fernández de Avellaneda ("natural de la villa de Tordesillas"), le había robado los personajes para perpetrar una continuación absolutamente apócrifa, bajo el rótulo de Segundo Tomo del Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha.
Víctima de la hidropesía y sin apenas dinero, Cervantes fallece en Madrid, el 22 de abril de 1616, poco después de terminar la que sería su obra póstuma, Los trabajos de Persiles y Sigismunda, una novela de género bizantino, caracterizado por la inverosimilitud y la fantasía. Quijotesco punto final para quien ha alcanzado la gloria literaria desde el realismo más certero, desengañado e incluso cínico.
Los restos mortales de Miguel de Cervantes reposan en el interior del convento de las Trinitarias Descalzas, en la calle Lope de Vega, de Madrid, sin que hasta hoy haya sido posible su identificación.
En 1979, en homenaje al escritor más importante en lengua castellana, el Gobierno de España instituyó el premio Cervantes que, con carácter anual, pretende reconocer la trayectoria de los más brillantes autores latinoamericanos y españoles. La ceremonia de entrega tiene lugar el día 23 de abril, en el aula magna de la Universidad de Alcalá de Henares, en presencia de los Reyes de España. Este año ha recaído en el poeta mexicano José Emilio Pacheco.
Una obra literaria ensombrecida
La trayectoria literaria de Miguel de Cervantes viene marcada por la aparición en 1604 de su obra maestra. Publicada cuando su autor rondaba los sesenta años de edad, la primera parte del Quijote saca de la oscuridad a un escritor con un asombroso potencial que no había tenido demasiada suerte dentro de la literatura. Ni como poeta, ni como novelista. Su primera novela, La Galatea, fue editada en 1585 y pasó tan desapercibida que Cervantes nunca llegó a escribir su prometida segunda parte.
Tampoco Cervantes tuvo fortuna en el teatro, que quizá haya sido su primera y más querida vocación. Antes de que el loco hidalgo manchego se le cruzara en el camino, Cervantes había estrenado varias obras (El trato de Argel, El cerco de Numancia) pero ninguna de ellas alcanzaría ni de lejos la notoriedad y el fervor con que el público acogía las comedias de Lope de Vega: sin duda, el más fabuloso dramaturgo de la escena española.
Al margen de las desventuras de su ilustre caballero y de su escudero simpar, lo mejor de la producción cervantina se encuentra tanto en el formato breve de sus ocho entremeses (piezas teatrales de duración reducida, resueltas con un diálogo hábil y rico en matices) como en la distancia corta de sus Novelas ejemplares, en las que Cervantes exhibe su excepcional dominio de los diferentes géneros y registros: desde las intrigas cortesanas al estilo italiano (El amante liberal), pasando por las anécdotas del mundo picaresco (Rinconete y Cortadillo), a la sátira despiadada (El licenciado Vidriera), sin olvidar el enredo amoroso (El casamiento engañoso) o el cuadro realista de costumbres (La ilustre fregona).
En este sentido, tales obras resultan de lectura obligada. Prueba de ello es que el entremés El retablo de las maravillas se sigue representando con relativa asiduidad hoy en día y los lectores de todas las generaciones no dejan de regocijarse con la inventiva admirable que destilan narraciones como El coloquio de los perros.
Las claves del Quijote: la parodia
Aunque el autor asegure que la verdadera finalidad de su obra no es otra que hacer burla y escarnio de los libros de caballerías, que consideraba mal escritos y nocivos (habida cuenta de que, en su mayoría, no eran más que burdas y exageradas recreaciones de historias legendarias), a ningún lector se le escapa que detrás de la simple broma a costa de héroes tan famosos hay algo más. Como apuntan algunos estudiosos (Francisco Ayala, entre ellos) quizás Cervantes (empedernido aficionado a esta literatura caballeresca desde su juventud) se sirviera de su criatura, don Quijote, para expresar a través de ella sus propias frustraciones: el doloroso desencanto de quien un día tuviese la esperanza de un futuro espléndido y sólo encontró rechazo e incomprensión.
El humor
También señala Cervantes en el prólogo de la primera parte que su propósito no es otro que entretener. Para ello, recurre a una herramienta que maneja como nadie: el humor. Así, la ironía más sutil y el sarcasmo más descarnado se dan cita en un texto donde lo sublime y lo escatológico van de la mano. Juegos de palabras, deformaciones idiomáticas, giros insospechados, réplicas envenenadas, chistes, imitaciones sin recato, insultos tabernarios… Ningún ingrediente falta en este verdadero banquete del lenguaje que explota, como ninguna otra obra de nuestra literatura, la insana costumbre española de reírse de los demás. En ese sentido, las bromas de las que es víctima el Caballero de la Triste Figura alcanzan aquí un grado de crueldad casi extrema.
Los personajes
Probablemente, Alonso Quijano sea junto con Charlot el antihéroe más célebre de la Historia y su fiel acompañante, Sancho Panza, es uno de los arquetipos más imitados de la literatura universal. Si bien es verdad que la gran obra de Cervantes gira en torno a esta pareja (y a sus antagónicos caracteres), no es menos cierto que el Quijote ofrece un interminable muestrario humano en el que prácticamente están representadas todas las clases sociales. Y a todos le da voz el autor con sorprendente naturalidad, "porque dejó hablar a sus criaturas como ellas querían hablar; sólo así podía el mundo entrar en el relato" (Lázaro Carreter).
La dama invisible
No ha habido artista que haya hecho su propia versión de su retrato, los poetas le han escrito versos llenos de ternura y en el cine la llegó interpretar la mismísima Sofía Loren; sin embargo, Dulcinea del Toboso (en realidad, la campesina Aldonza Lorenzo) no hace acto de aparición en ningún momento de la novela. La venerada musa de don Quijote sólo existe en la mente de nuestro hidalgo y es allí donde él la pinta como la desea. Otro acierto de Cervantes, que demuestra ser un escritor de asombrosa puntería: Dulcinea encarna el mito renacentista de la belleza femenina y mantiene intacta su condición de bello espejismo que ni siquiera la obscena mirada del lector (ese curioso siempre tan impertinente) puede enturbiar.
Historias dentro de la historia
"Lo que le pasó a Cervantes es que iba a escribir un libro y al final le salió el Quijote", dijo el cineasta Orson Welles para justificar su frustrado intento de llevar a la pantalla la citada obra. Sin embargo, buena parte de la crítica literaria coincide con él en que, en un principio, el autor alcalaíno había pensado escribir una novela corta que se le terminó yendo de las manos. Quizá esto explique la diversificación narrativa de la primera parte, en la que las peripecias del caballero y del escudero se ven continuamente interrumpidas por episodios ajenos a la trama principal. No obstante, en la segunda parte, Cervantes se muestra menos expansivo y reduce a la mitad tales intromisiones que, reproches aparte, con tanta maestría había sabido enhebrar.
La accidentada línea del argumento
A pesar de su considerable extensión y de su ingente galería de personajes (que superan los seiscientos), esta obra se apoya sobre un planteamiento sencillo: en un ignoto pueblo de La Mancha, un hidalgo cincuentón y ocioso enloquece con la lectura de libros de caballerías y decide convertirse en el héroe que siempre soñó ser. Lo acompaña en la empresa un campesino analfabeto y repleto de prudencia que se convierte en su "alter ego". A ambos los mueven intereses contrapuestos: al primero, ideales como la justicia o la libertad; al otro, una recompensa en forma de ínsula. Pero, con el devenir de los capítulos, tales expectativas se van viendo truncadas. Las aventuras del caballero suelen concluir en dolorosas somantas. La narración transcurre de manera lineal en escenarios de La Mancha y Andalucía (en la primera parte) y de Aragón y Cataluña (en la segunda) y se observa una aguda evolución del protagonista, quien deja de confundir la realidad en cuanto percibe que los demás desean reírse a su costa.
El juego de los narradores
El formato de la parodia le brinda a Cervantes la oportunidad de construir un desconcertante ejercicio de perspectiva narrativa que convierten al Quijote en la primera gran novela moderna. Solía ser un recurso muy socorrido en los libros de caballerías la alusión a supuestos pseudoautores y traductores, lo que, presuntamente, daba a estas obras frívolas una pátina de rigor e historicismo. En función de esta peculiaridad, Cervantes se desentiende de la paternidad de su creación a través de una tupida madeja de narradores y autores ficticios que llevan a convertir el texto de la novela en un manuscrito, original del historiador arábigo Cide Hamete Benengeli, que ha sido traducido por un "morisco aljamiado", y que llega hasta nosotros gracias a la intervención de un narrador principal (externo y omnisciente) cuya identidad nunca nos es revelada.
El otro Quijote
Han pasado casi cuatrocientos años y aún sigue sin saberse quién estaba detrás de la redacción del Segundo Tomo del Ingenioso Hidalgo don Quijote de La Mancha, continuación apócrifa de la obra de Cervantes y que vio la luz de la imprenta, en la ciudad de Tarragona, en 1614. ¿Quién era en realidad el Licenciado Fernández de Avellaneda? Las especulaciones son numerosas y de lo más enrevesadas (¿Jerónimo de Pasamonte? ¿Lope de Vega? ¿Quevedo?) pero lo único cierto es que sin este libro mediocre y malintencionado tal vez hoy no tendríamos la segunda parte del original, ya que Cervantes, que ya se encontraba viejo y enfermo, se vio forzado a terminar la redacción del segundo volumen de las andanzas del genuino hidalgo manchego. La aparición de este falso Quijote le irritó hasta el punto de que sus propios personajes son los primeros en arremeter contra sus imitadores y reivindican su identidad de criaturas únicas e irremplazables. Insólita demanda que la Historia se encargó de atender, al convertirlos en seres auténticos e inmortales.