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El callejón
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El Grial

El prestigioso veterinario Juan Francisco Capote, rodeado por aquellos animales a los que ha dedicado toda una vida de investigaciones, de preguntas y respuestas. La foto del también escritor fue publicada por el Diario de Avisos.

El pasado 30 de julio, en la Casa Salazar, un palacete del siglo XVII incrustado en la principal arteria de Santa Cruz de La Palma, la calle O"Daly, se produjo un peculiar y fortuito encuentro: como si se tratase del mismísimo Dorian Gray, situado ante el reverso envejecido e incómodo de su verdadero yo, el pasado no tan remoto y el presente de la isla (en realidad, de todas estas islas, meros trozos de tierra condenados a la eterna maldición de su naturaleza fragmentaria) se vieron las caras fugazmente y sin que apenas nadie apreciara la trascendencia o no de semejante momento.

Ocurrió durante las últimas sesiones del III Congreso de Estudios Generales de La Palma. El prestigioso veterinario palmero, Juan Francisco Capote Álvarez, que a su condición de especialista internacionalmente reconocido en el ámbito del ganado caprino une la de haber sido designado por la UNESCO Embajador de Buena Voluntad de la Reserva Mundial de la Biosfera de La Palma, ofrecía una ponencia, la primera de la jornada, bajo el rótulo de "La cabra palmera: un genotipo singular dentro de su especie".

Dicha charla, que resultó un ameno y detallado recorrido por la historia de este animal (desde su dimensión mitológica hasta el estado actual de su población en el planeta), estuvo apoyada por abundante material fotográfico e incluyó el anuncio por parte del ponente de los resultados de un reciente estudio, publicado en el Journal of Dairy Research y llevado a cabo por investigadores de las universidades de Barcelona, Córdoba, Gerona y del Instituto Canario de Investigación Agraria, que revela que "todas las cabras canarias descienden de un solo rebaño".

En este sentido, Juan Capote explicó que de ese "núcleo original" surgieron las razas insulares existentes hoy: Majorera, Tinerfeña (con sus dos variedades, norte y sur) y Palmera. Si bien es en las dos últimas especies donde se conserva, en mayor porcentaje, el genotipo del rebaño fundacional. Más próximas, genéticamente, a las cabras africanas que a las europeas, este investigador recordó que hace un año, en la revista Animal Genetic, apareció un artículo en el que se demostraba que gran parte de las cabras americanas descienden de las canarias.

Sin embargo, con todo lo exhaustiva, rigurosa y entretenida que resultó la ponencia presentada por Juan Francisco Capote, seguida con interés por un reducido número de espectadores, lo más revelador y fascinante de toda la información expuesta fue descubrir que apenas han transcurrido seis o siete décadas (en términos de evolución biológica y geológica no llega ni a la categoría de parpadeo) desde que en este Archipiélago nuestro malvivíamos tan sólo con el fruto que proporcionaba la tierra y, en cualquier caso, el mar, y donde la posesión de una cabra garantizaba la supervivencia para muchísimas familias.

Aquella era una Canarias totalmente opuesta a la actual. Es más, aquella era una (ir)realidad absolutamente inimaginable para la inmensa mayoría de cientos de paisanos, niños y niñas, jovencitos y jovencitas, padres y madres, abuelos y abuelas que, mientras un respetable científico nos recordaba el mísero (y honesto) origen del cual provenimos (una especie de Medievo desolador y asfixiante que se prolongó cinco siglos), guardaban cola más de una hora para poder fotografiarse junto a la Copa del Mundo de Fútbol, hipnótica y reluciente, como un nuevo Grial, llama dorada bajo la luz de julio, en el patio de la Casa Salazar

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