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El callejón
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El difícil arte de la entrevista

Primera parte de la entrevista realizada por Joaquín Soler Serrano al escritor Julio Cortázar, en el programa “A fondo”. Una soberbia lección de humanidad a cargo de dos tipos extraordinarios.

"Presentamos a los demás un determinado lado de nosotros mismos. Consideramos a las demás personas como público y espectadores, a los que mostramos lo que queremos de nuestra vida. En este sentido de acción dramatúrgica podemos entender la entrevista. Tanto el periodista como el entrevistado representan unos papeles"

Goffman

Recuerdo que mi primer encargo periodístico consistió en realizar una entrevista al entonces vicerrector de Investigación de la Universidad de La Laguna, con el fin de publicarla en el suplemento Paraninfo Universitario, que acababa de empezar a editar quincenalmente el Diario de Avisos, en noviembre de 1990. Estudiaba Ciencias de la Información y se me brindaba la oportunidad de compaginar la teoría con la praxis. Nunca antes había elaborado una entrevista, por lo que la breve interviú al vicerrector se convirtió en mi "bautismo de fuego".

Es curioso pero ni en el periódico ni en la Facultad nadie me explicó cómo debía hacerlo: cómo tenía que preparar, llevar a cabo y finalmente redactar mi primer texto periodístico. Afronté el reto lo mejor que supe, sirviéndome de la intuición y apoyándome en todas las entrevistas que hasta entonces había leído, visto o escuchado. Por otro lado, no se puede decir de aquella primera experiencia que plantease especiales dificultades. Previamente, le había dejado al entrevistado un cuestionario con las preguntas, por lo que, el día de nuestro encuentro, el tal vicerrector ya había escrito todas y cada una de las respuestas. En un sentido técnico hubo una verdadera entrevista: él leía sus contestaciones preparadas y mi flamante grabadora -recién estrenada- se encargaba del resto. Sin embargo, en un plano más profundo, aquello no tenía nada o casi nada de creativo: no se produjo el menor intercambio de ideas o de puntos de vista. Para colmo, en aquella primera ocasión, el entrevistado tenía tan medidas todas y cada una de sus palabras que nuestra no conversación parecía el ensayo de una conversación.

En mi siguiente encargo lo tuve mucho más complicado. Es decir, descubrí a todo un personaje. Se trataba de Félix Herrera Cabello, profesor de Física en La Laguna, muy conocido entre los alumnos por su peculiar forma de transmitir conocimientos. Enemigo declarado de las homilías teóricas, Félix Herrera se parecía a uno de esos hombres de ciencia tan parodiados en los tebeos y en el cine. Algo atropellado, nervioso y distraído -como no podía ser de otra manera-, Félix explicaba los más complejos conceptos sirviéndose de toda clase de aparatos y realizando un sinnúmero de experimentos, la mayoría de ellos preparados por él mismo. Se combinaban en él las dotes de comunicador y de alquimista, ya que hay que ser un verdadero druida para impartir una enseñanza de calidad con los pobres medios con los que este hombre contaba. Pero Félix Herrera tenía además una historia. Después de emigrar a Venezuela y recorrer el cono sur, este físico, natural de La Gomera, había pasado buena parte de su vida trabajando para la NASA durante los años dorados de la carrera espacial. Un infarto y esa permanente sensación de extrañamiento que parece sufrir el isleño fuera de su hábitat original lo llevaron a emprender el regreso.

Después de pasar una mañana con él -en el interior del aula, dando clases a los alumnos; en el pasillo, enseñándoles a éstos una de sus prácticas y a solas, los dos, en su despacho- tenía más de una hora de cinta y un montón de notas. Cuando me encontré con todo eso encima de la mesa, no sabía por dónde empezar ni cómo trasladar tanto material a los folios. Al final, tras dar una y mil vueltas a cuál sería la fórmula más adecuada, descarté el cuestionario -que había utilizado la vez anterior-, con su típico esquema de pregunta-respuesta-pregunta-respuesta, y opté por el relato y la descripción, dejando que fuesen su voz y sus palabras las que hilvanasen la narración. Entendí que ésa era la forma que debía tener la entrevista y no otra. Con el tiempo me di cuenta de que éste es un género abierto -en realidad, todos lo son, en mayor o menor medida- y de que cada conversación tiene su propia manera de transcribirse, de proyectarse al exterior. Sólo depende del entrevistado: de su carácter, de su talante, del modo de expresarse con los gestos, de pelearse con el silencio.

La charla con Félix Herrera Cabello fue mi primera entrevista de verdad, ya que en ella encontré los dos ingredientes imprescindibles para que mereciese la pena: había un personaje y una historia que contar.

A ésta le siguieron otras muchas. Otras conversaciones, otras personas. Momentos todos ellos únicos, diferentes, irrepetibles. Porque cada ser humano es en sí mismo único, diferente, irrepetible. Durante doce años tuve oportunidad de tratar, de conocer siquiera por encima y gracias al periodismo, a un buen número de ellos. Y de todos aprendí algo, ya que el contacto con el otro, con los otros, es siempre enriquecedor, cualquiera que sea su edad, condición o ideología.

He hecho entrevistas a profesores, sacerdotes, misioneras, artistas, políticos, filósofos, escritores, refugiados, astrólogos, científicos, policías, médicos, jueces, abogados, a personalidades destacadas y a individuos comunes. A personas agradables y a tipos antipáticos. A todos los escuché porque todos tenían algo que decir. El interés o no de su relato queda a gusto del lector. Con independencia de ello, fueron momentos dotados de un valor intrínseco, intransferible: el momento en que dos seres, dos personas, rompen el silencio que hasta entonces los separa para producir ese prodigioso milagro de la comunicación, que no es otra cosa que compartir, enriquecerse, enriquecernos uno en el otro.

La información se nutre de la realidad y la realidad está constituida por un conjunto heterogéneo de lugares, ambientes, individuos y hechos que les ocurren a las personas. La imposibilidad física y material de abarcar todos y cada uno de los aspectos que configuran la realidad hace que nuestro conocimiento de ella esté condicionado por tales limitaciones. Algo que, por extensión, también le sucede a los medios informativos.

A pesar del incesante progreso de la tecnología, éstos apenas pueden alcanzar una pequeña porción de esa misma realidad en la que se mueven y de la que se retroalimentan. Por eso, a la hora de dar cuenta de cualquier hecho, el periodista ha de recurrir a quienes han sido testigos, protagonistas, directos o no, del mismo. Sólo mediante el contacto con las distintas fuentes podrá disponer de los datos suficientes para reproducir lo sucedido, para explicar esa misma realidad. De ahí la vital importancia que la entrevista ha tenido y sigue teniendo en el periodismo. De hecho, la conversación constituye la principal vía informativa: sin preguntas no hay respuestas, sin respuestas no hay datos y sin datos no hay información que comunicar.

Tal y como apunta el profesor Emilio Prado, del flujo comunicativo que se desprende del diálogo entre entrevistador y entrevistado se produce una "doble comunicación unidireccional" que es, a su vez, una distribución de informaciones hacia el receptor. "Por un lado, hay una comunicación unidireccional directa que se desprende de las respuestas del entrevistado. Por otra parte, se produce una comunicación unidireccional diferida, que es la desprendida también de las respuestas, pero provocada por la acción entrevistadora del periodista", explica Prado, quien aprecia, además, otro flujo unidireccional descriptivo: el que surge de las observaciones, narraciones y descripciones efectuadas por el periodista, "transportadoras de informaciones que no exigen el contraste del entrevistado".

Asimismo, este autor cree que la entrevista representa una de las formas "más atractivas de la comunicación humana", ya que -a su juicio- la interacción mutua que se produce entre el entrevistado y el entrevistador, fruto del diálogo, ejerce un "efecto de aproximación al oyente", que se siente "incluido en el clima coloquial", pese a no poder participar.

Dentro de las distintas modalidades de entrevistas reconocidas por los teóricos de las Ciencias de la Información (informativas o noticiosas, de opinión o declaraciones, cuestionarios, sondeos y encuestas), aquellas que hoy queremos traer hasta aquí son las llamadas entrevistas de personalidad: denominadas así porque se centran en indagar quién es el entrevistado, profundizando en él como ninguna otra modalidad. Este género ha contado y cuenta con excelentes realizadores, tanto dentro como fuera de nuestro país (baste recordar a la italiana Orianna Falacci o al norteamericano Larry Collins). La periodista y escritora Rosa Montero afirma que en las entrevistas de personalidad el entrevistador "intenta descubrir los mundos diversos que habitan en los demás, investigar de qué distintas maneras puede uno enfrentarse a la existencia y aprender de ello" y confiesa que, en general, lo que más le interesa de cualquier entrevista es "la vida que hay en ellas".

Algo parecido siente el veterano periodista y profesor José Julio Perlado, cuando dice que la entrevista "sirve para entreabrir las puertas de un alma". Para ello, sugiere que "empujemos con la pregunta suave pero oportuna; eso bastará para adentrarnos en la respuesta de la intimidad". Y, como ejemplo y refrendo de su tesis, Perlado recuerda lo que el Nobel Heinrich Böll contó durante una conversación sostenida con Walter Mauro y Elena Clementi:

"Jamás me canso de la vida misma, en todos sus componentes. La vida humana está hecha de amar, respirar, beber, hablar… hablar mucho juntos. Amo ver cómo sale el sol, pero también cómo se pone, dos cosas bellísimas… Me gusta acostarme por la noche, pienso con alegría en el desayuno de la mañana siguiente… Hasta la lluvia es bella, no sé separar estas cosas… Amo la vida en su complejidad".

Todo lo dicho con anterioridad es valedero para la entrevista difundida a través de cualquier medio de comunicación. No obstante, debido a su singular naturaleza, en los medios audiovisuales este género periodístico presenta unos rasgos endémicos que le otorgan una fisonomía propia. Porque, como señala Fernando Martínez Vallvey, en la entrevista audiovisual el receptor tiene mucha más información del comportamiento del entrevistado que en la prensa escrita, "porque aquí ve y escucha sus dudas, silencios y exabruptos".

"La entrevista audiovisual es un diálogo entre periodista y entrevistado con objeto de obtener una información o una definición de la personalidad de éste -explica Cebrián Herreros-. Es una conversación peculiar en la que la presencia del entrevistador es como director, indagador e incitador de las declaraciones del entrevistado. La forma para su desarrollo es el diálogo, la intercomunicación".

Dentro de esta modalidad de entrevistas también cabe distinguir entre entrevistas informativas o noticiosas, que tienen como eje una información y dependen de su ubicación en el noticiario, de si van a ser presentadas como segmento autónomo de éste o como contrapunto testimonial dentro del discurso de una información determinada, y las llamadas entrevistas en profundidad.

En su descripción de este segundo modelo, Jaime Barroso señala que van siempre precedidas de una presentación o introducción del personaje por parte del entrevistador y, posteriormente, se ofrecen las preguntas y las respuestas con una alternancia de ambos sujetos, que, en el caso del medio televisivo, puede ir acompañada con alguna transgresión, ofreciendo planos de escucha o reacción, detalles o incluso imágenes de referencia por alusión del discurso verbal, así como encabalgamientos sonoros o fundidos para subrayar una respuesta sintetizada.

Por otro lado, están las entrevistas de personalidad o de carácter, que tienen como eje la figura del entrevistado. En este caso es importante la construcción audiovisual -afirma Barroso-, que permite la percepción del contexto, del ambiente, del comportamiento gestual del entrevistado y, a veces, la imagen del entrevistador. Es lo que Prado define como "comunicación unidireccional descriptiva", a través de la cual se trasladan al público los rasgos expresivos no fónicos del personaje: "Las reacciones ante una pregunta, la expresión de la cara, el movimiento nervioso de un pie, etc., son elementos que en ocasiones transportan más información que la propia respuesta".

Respecto a la realización de este tipo de entrevistas, Jaime Barroso señala que normalmente se utilizan varias cámaras, ya sea en estudio o en exteriores, lo que facilita la observación y contemplación minuciosa del entrevistado, de sus palabras, de las inflexiones en el tono de su voz y de su comportamiento gestual. Asimismo, las entrevistas producidas en diferido (en soporte de cine o vídeo) suelen recurrir a tomas dobles y al posterior montaje, lo que proporciona una infinidad de datos procedentes de la comunicación tanto verbal como no verbal. En este sentido, tienen una gran importancia los detalles en el comportamiento, las reacciones gestuales (incluidos los silencios) tanto del que habla como del que escucha, aspectos que también se encargan de recoger las cámaras y que revelan de ambas personas tanta información como el propio discurso hablado. Esta comunicación no verbal constituye lo que llamaríamos el subtexto de la entrevista, del que también forman parte el escenario escogido, así como el modo de efectuarla (de pie, sentados, caminando, en coche…). Además, la entrevista en televisión puede presentar otros componentes complementarios como la incorporación de secuencias descriptivas de la actividad del entrevistado o la incorporación de ilustraciones visuales (planos de recurso, fotos, dibujos, declaraciones de otras personas) que habitualmente aparecen sobre las palabras de éste cumplimentándolas.

A pesar de su aparente sencillez, no es nada fácil lograr una buena entrevista. La receta que propone Hugh C. Sherwood es tan sencilla como "aprender a escuchar con un tercer oído" y precisa que el entrevistador debe oír algo más que las palabras que pronuncia el entrevistado: "Debe captar sus sentimientos, sus reacciones no expresadas. En muchos sentidos, esa forma de escuchar es contemplar. Porque debe observar los movimientos de la cabeza, los parpadeos de los ojos y los gestos de las manos que, a menudo, dicen más sobre una persona que sus palabras".

Cuestionado sobre su técnica para las entrevistas cara a cara, el periodista norteamericano David Mehegan contesta:

"No utilizo ninguna, salvo el procurar acercarme a las personas con afán de saber, tratarlas respetuosamente, poner mucha atención e intentar responder inteligentemente con preguntas no preparadas cuando el entrevistado dice cosas sorprendentes o imprevisibles. Mucha gente desconfía de los periodistas, les disgustan, pero, si consigues que esas mismas personas sientan que pueden confiar en ti, entonces cuentan libremente su historia".

Por su parte, el popular Jesús Quintero, que revolucionó en España el formato de la entrevista en radio y televisión, en la década de los ochenta, confesaba, tras haber conversado con más de cien reclusos para su serie Cuerda de presos, que "me he acercado a ellos de hombre a hombre o de hombre a mujer, sin curiosidad morbosa, sin prejuicios, sin sentirme superior ni mejor que ellos, y mucho menos juez; como un ser humano deseoso de conocer y comprender al ser humano incluso cuando más inhumano parece".

En cuanto a hurtar el protagonismo al entrevistado, los especialistas en Ciencias de la Información se muestran unánimes. Por ejemplo, Ferguson y Patten nos sugieren que, al escribir, debemos quedarnos fuera de la historia: "No diga; yo pregunté…, simplemente dé la respuesta". Mientras, Charnley recalca que el reportero debe "ocultarse" y asegura que la presencia de éste "puede cambiar el foco de atención y descentrar al público, llevándole a observar más lo que hizo él que lo dicho por el entrevistado". En referencia a la radio, Emilio Prado advierte que "no hay que monopolizar el micrófono". "Al contrario, debe conseguirse que sea el invitado quien hable. Por otra parte, hay que evitar establecer un pugilato con el entrevistado, lo que a menudo desemboca en el espectáculo grotesco en el que el periodista trata desafortunadamente de demostrar que es una autoridad en la materia -afirma-. Si estaba bien elegido, el entrevistado siempre será el más experto. Esta lucha por la brillantez no tiene sentido. El éxito del periodista consistirá en hacer salir con habilidad todas las informaciones que se había propuesto obtener".

Pero, habida cuenta de que en este género periodístico el personaje lo es todo, hasta el punto de que se ha llegado a afirmar que, en realidad, el entrevistado es quien realiza el trabajo que cobra otro (Gabriel García Márquez), ¿a quién entrevistar? ¿Quién merece que la atención del público se centre sobre él o sobre ella?

Para responder a preguntas tan complejas nos serviremos de la división confeccionada por el profesor Manuel Del Arco, quien distingue las siguientes modalidades de individuos, de acuerdo a su forma de actuar ante la entrevista: a) los que necesitan vivir del público y son, por tanto, "asequibles" (artistas, deportistas, políticos); b) los que sirven para lucirse al periodista en la entrevista (excéntricos, vagabundos, bohemios, etc.); c) los preferidos para el diálogo; d) los "antidialogales", ya que se explayan en largos e inacabables parlamentos, y los que se niegan a hablar; e) los personajes brillantes; f) los menesterosos; g) el personaje que está de moda durante cierto tiempo y, por último, h) los personajes anónimos.

Aún así, escoger entre todo este ramillete de arquetipos humanos tampoco es una tarea simple. Sobre todo si tenemos en cuenta que podemos caer en el riesgo de rendir culto a la personalidad, si se trata de alguien con cierto renombre y empaque, o de presentar a una persona que carezca del menor interés desde el punto de vista informativo.

De cualquier forma, la pluralidad de pliegues de la naturaleza humana, que es quizá la prueba más fehaciente de su riqueza, ha de tener forzosamente un reflejo en un programa de entrevistas, en el que debe haber lugar para representantes de todos los sectores e intereses sociales, en consonancia con lo apuntado por Jaime Barroso:

"El estilo de la televisión privada es el de la neotelevisión (Umberto Eco) y se caracteriza por la irrupción de lo cotidiano, de lo popular, del encuentro del destinatario con el emisor, fruto del protagonismo otorgado al personaje anónimo".

Los programas de entrevistas han sido consustanciales al medio televisivo casi desde el mismo nacimiento de éste. No es de extrañar, por tanto, que tales espacios (caracterizados por el bajo coste de su producción, lo que en muchos casos garantiza una máxima rentabilidad) se hayan venido ofreciendo de manera regular desde que dieran comienzo las emisiones en España, allá por los años cincuenta.

Con ligeras y, en algunos casos, ligerísimas variantes han ido apareciendo y desapareciendo de la pequeña pantalla distintos espacios de charlas. Sin embargo, ninguno ha alcanzado el nivel de calidad de A fondo, inolvidable programa que, de la mano de Joaquín Soler Serrano, ofreció sin duda las mejores entrevistas jamás realizadas en la historia de la televisión en nuestro país.

Conducido con enorme sutileza y elegancia por este irrepetible periodista murciano, fallecido el pasado siete de septiembre en Barcelona, a la edad de 91 años, por el sobrio y austero plató de este programa, provisto del mínimo mobiliario, entre 1976 y 1981, desfilaron algunos de los personajes más relevantes del pasado siglo, en el ámbito de la ciencia y la cultura. Traer a colación aquí y ahora tan solo una muestra de la relación total de hombres y mujeres que conversaron con el maestro Soler Serrano supone un nostálgico ejercicio de memoria con vergonzantes y bochornosos resultados para los programadores de las cadenas de televisión que actualmente existen en España, incluidos los canales públicos, ya que hoy es prácticamente imposible que hubiese un hueco en sus parrillas para un espacio como A fondo.

Porque no hay un público que demande un producto como aquel, ni un entrevistador de semejante categoría, ni muchísimo menos la presente realidad proporciona entrevistados de parecido perfil. No nos llamemos a engaño, la mediocridad ha terminado por imponer un desabrido y descorazonador conformismo en todos los órdenes de la vida. Así que la búsqueda de la excelencia se vuelve una tarea condenada de antemano al fracaso.

Rafael Alberti, Jorge Luis Borges, Alejo Carpentier, Julio Cortázar, Álvaro Cunqueiro, Salvador Dalí, Juan Manuel Fangio, Chabuca Granda, Eugène Ionesco, Elia Kazan, Marcello Mastroianni, Yehudi Menuhim, Severo Ochoa, Juan Carlos Onetti, Octavio Paz, Josep Pla, Juan Rulfo, Severo Sarduy, Ramón J. Sender, Pablo Serrano o Atahualpa Yupanqui son sólo unos cuantos del más de centenar de personajes que fueron interrogados con sabia discreción por un consumado artesano del oficio de periodista que, en una apabullante lección de profesionalidad, siempre supo que el protagonismo en una entrevista recaía exclusivamente en el invitado de turno.

Dichosa edad y siglos dichosos aquellos en los que uno encendía el televisor y, en lugar de Belén Esteban y su corte de escandalosos y ordinarios corifeos, en horario de máxima audiencia, aparecían dos personas que, desde un impecable y mutuo respeto, dialogaban sobre las cosas que realmente merecen la pena.

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