cerrar
cerrar
Registrarse
Publicidad
El callejón
Publicidad

Un país portátil

Este tema, "País portátil", aparece incluido en el último disco del músico panameño Rubén Blades. La letra, que no tiene desperdicio, describe la realidad cotidiana de América Latina. Y de España.

A Míguel, que me descubrió al maestro Rubén Blades

Unos cinco mil espectadores mastican los minutos de la impaciencia. El calor hace insoportable la espera. Hasta que se apagan las luces. Los focos iluminan el escenario y la salida de los músicos es recibida con un griterío entre el alivio y la euforia. Los trombones ejecutan las primeras notas de Pedro Navaja. En medio del estrépito infame de un equipo de sonido mediocre y de la aclamación de la multitud hace su entrada el cantante. Es su quinta actuación en seis días. Son muchas horas de calentar asientos incómodos en aviones, trenes o autocares. Y son pocas horas de sueño, con las maletas a cuestas, sin casa, sin patria. 

El pasado año Rubén Blades emprendió su enésima gira por América (esta vez no pisó el Viejo Continente), liberado ya de sus obligaciones como ministro de Turismo de su país, Panamá, tierra de la que se marchó, en 1974, rumbo a Nueva York. Era su segundo intento de conquistar la Gran Manzana. En 1970 había grabado su primer disco, De Panamá a Nueva York, con la orquesta de Pete Rodríguez, y en él incluía la canción sobre el guerrillero Juan González, trasunto de Ernesto Guevara. El fracaso lo devolvió a su casa, donde estudiaría Derecho en la Universidad Nacional.

De regreso a EE.UU. se incorpora a la Fania Records, compañía que controlaba la producción de las primeras figuras de la salsa neoyorkina. Allí, antes de convertirse en escritor de temas que cantaban otros, hizo de todo, incluso pegar sellos en el departamento de envíos.

A pesar de la oposición de los ejecutivos de la discográfica, que tildaban sus canciones de "demasiado verbosas", ya que relataban historias cotidianas con un cariz crítico, los mejores soneros y grupos del momento se lanzaron a grabarlas: Héctor Lavoe, Cheo Feliciano, Bobby Rodríguez, Roberto Roena, Tito Puente, Ismael Miranda, Candela, Celia Cruz, Ray Barretto, Louie Ramírez…

El destino de Rubén Blades habría sido el de continuar siendo un artista más dentro del engranaje de la Fania de no toparse con el trombonista William Anthony Colón, Willie Colón, un "chico malo" del Bronx. En 1978, estos dos músicos extraordinarios conjugan sus talentos para producir Siembra, un álbum que contiene emblemas como Buscando Guayaba, Dime, Plástico (sugerente diatriba contra las pretensiones de los "nuevos ricos" hispanoestadounidenses, que se inicia con una parodia de los discotequeros hits de los Bee Gees) y, sobre todo, Pedro Navaja. Inspirada en el chulo berlinés Mackie Navaja, que Bertolt Brecht y Kurt Weill inmortalizaran en La Ópera de los Cuatro Cuartos, esta canción sobre el violento final de un rufián de poca monta en un barrio latino de Nueva York es la creación más universal de Blades. De ella, su amigo Gabriel García Márquez ha dicho que es toda una novela en ocho minutos y ha reconocido que no le importaría cambiar los derechos de autor sobre sus obras por haber sido capaz de haberla escrito.

La fructífera colaboración con Willie Colón prosiguió en otros discos (Tras la tormenta, Metiendo mano, Canciones del Solar de los Aburridos, The last fight) entre los que destaca Maestra Vida, doble álbum concebido al estilo de las sagas familiares que pueblan la gran novela sudamericana y donde Blades pudo verter buena parte de su bagaje personal y emocional. Maestra Vida es un viaje a los orígenes, al entramado de razas y culturas que constituye América. El propio cantante es un vivo ejemplo de ello: nieto de un obrero antillano, de habla inglesa, llegado a Panamá para construir el canal y la red ferroviaria, y de una abuela colombiana, pionera del feminismo, del yoga y de las dietas vegetarianas, su madre, de origen cubano, era pianista e intérprete de boleros, y su padre, un policía aficionado a la percusión.

En este ambiente y con estos antecedentes, se crió el niño Rubén. Y creció con rumbo tranquilo hasta que cierto acontecimiento vino a sacudir su existencia como un volcán. En 1964, una manifestación de estudiantes panameños en la Zona del Canal fue reprimida a balazos por soldados estadounidenses. El trágico balance de decenas de muertos y cientos de heridos significó la ruptura de relaciones diplomáticas entre ambos países por un corto período de tiempo. Porque, salvo el lapso del mandato de Omar Torrijos (1972-1981), la República de Panamá no ha dejado de ser, desde su nacimiento el 3 de noviembre de 1903, un diminuto estado satélite en manos de la United Fruit y de Estados Unidos, quien controla sin excesivos problemas a la oligarquía local.

Consciente de la verdadera realidad social y económica de su país, que presenta parecidas servidumbres y contrastes en el resto del continente, Rubén Blades se ha erigido en un firme defensor de la unidad entre los pueblos de Latinoamérica, idea que no sólo influye en gran parte de sus creaciones sino que vertebra su pensamiento político:

"El trabajo que nosotros hemos hecho siempre ha sido una especie de documentación de la realidad de la ciudad y, después de la caída estrepitosa de la ideología comunista, hay personas que quizá consideran que la articulación de cualquier mensaje o posición que tenga que ver con la denuncia de ciertas circunstancias que perjudican las condiciones de nuestra sociedad ya no tiene necesidad de existir. En ese sentido, estoy completamente en desacuerdo. Ahora más que nunca hay que hacer énfasis en los planteamientos que favorezcan a las mayorías que no encuentran acceso a una mejora de tipo social y económico. Ahora, frente a la globalización, está hablando solamente uno de los polos, pero ¿quién articula la voz de los otros? Creo que hay que continuar cantando sobre estas cosas. Para que la gente no se olvide, porque la muerte comienza por el olvido".

Pero, como él mismo reconoce, el público quiere que lo "entretengan" y "escuchar cosas que ya conoce". Por eso, el concierto continúa con los viejos éxitos que cimentaron su carrera en la década de los ochenta: Decisiones, Ligia Elena y Juan Pachanga, otro de los memorables nombres que integran la galería de personajes rubenbladeños, junto a Pablo Pueblo, Paula C., Cipriano Armenteros, Juana Mayo, Adán García y etcétera. La banda explora y explota las posibilidades de Juan Pachanga, ofreciendo unas vibrantes improvisaciones a cargo de la sección de cuerda y de metales, que terminan transformando el ritmo caribeño en puro rock latino. A continuación, le sigue El padre Antonio y el monaguillo Andrés, compuesta en 1983 como homenaje al obispo Óscar Arnulfo Romero, asesinado por fuerzas paramilitares en El Salvador, mientras oficiaba misa, y que ha sido la canción que más le han solicitado en el reciente tour que el músico panameño ha hecho por América.

"Me ha ido bien en la vida. He cometido errores pero no han sido horrores. Y, en general, estoy satisfecho de lo que he hecho y de las decisiones que he tomado", se sincera Blades, mientras recupera el aliento mojando los labios en una copa de vino. Se confiesa desde el infinito cansancio de haber actuado la noche anterior, de apenas haber pegado ojo, tras pasar una mañana entera en el tortuoso laberinto de las terminales de los aeropuertos.

Sin embargo, su mirada rasgada es auténtica. Sus ojos de perro azul parecen incapaces de mentir. "No creo necesario seguir repitiendo patrones basados en lo que ya he hecho. Estar condenado a repetir siempre una determinada sonoridad no es justo para uno mismo ni para los demás y yo no escribo exclusivamente canciones para las plantas de los pies", afirma alguien que, en dos de sus últimos álbumes (Tiempos y Mundo), apostó por un verdadero revolcón estilístico que él mismo calificó de "suicidio comercial".

"Creo que existen vínculos entre músicas que aparentemente son lejanas: la música árabe, la hindú, la irlandesa y la latinoamericana. Estoy convencido de que emocionalmente podemos reaccionar a una melodía que no corresponde al lugar geográfico de donde somos y por ello intento hallar todos esos puntos de conexión que se dan en todas las músicas del mundo", ha explicado este artista que ha llegado a mezclar sin pudores ni prejuicios los ritmos tradicionales del Caribe con formas del jazz, del flamenco y de la música barroca de Johann Sebastian Bach.

"¿Sobre qué escribe la gente? -se pregunta-. Casi siempre se escribe sobre lo mismo, sobre el amor en sus distintos niveles".

El amor ha estado presente en la obra de Rubén Blades desde sus años como compositor por encargo hasta el inicio de su carrera en solitario ("Sin tu cariño son de cartón todas las estrellas, / y no hay poesía ni hay alegría cuando no estás"). La versatilidad de su voz le permite cambiar de registro y adentrarse con idéntica suerte en el montuno y en el bolero (Rubén Blades with Strings). Sus estupendas dotes de vocalista explican que algunas de sus canciones aparezcan interpretadas por un sonero no identificado (en realidad, él mismo) o por solistas heterónimos, como Medoro Madera.

Precisamente, su disco más reciente, Cantares del Subdesarrollo, publicado en 2009 aunque producido en 2003, constituye una auténtica exhibición de su innata capacidad vocal, ya que el cantante panameño ha puesto todas las voces y hace los coros, además de tocar todos los instrumentos (maracas, bongó, campana, tres cubano y guitarras).

Galardonado el pasado mes de noviembre por la Academia Latina de Artes y Ciencias de la Grabación con un premio Grammy al Mejor Álbum Cantautor del Año, Cantares del Subdesarrollo es una vuelta al semillero musical de su creador: Cuba y Puerto Rico. "Este trabajo lo hice en el garaje de mi casa y con él señalamos la simpleza y el poder de nuestra música popular. Esta producción es tan básica como lo es la vida en nuestros barrios populares: honestidad, valor y esperanza, aun frente a la dificultad o ante la mayor decepción", admite el artista panameño, quien lanzó al mercado este disco de forma completamente independiente, vendiéndolo desde su propia página web: http://www.rubenblades.com/.

Son apenas una decena de canciones en las que Blades vuelve a poner de manifiesto su magnífica talla de cronista, de sagaz y agudo observador de la realidad inmediata, de poeta urbano que describe tipos de carne y hueso, que canta las cuentas e infelicidades del alma. Tal y como sucede en País portátil, un brillantísimo ejercicio de crítica mordaz a la situación que atraviesan buena parte de los países de habla hispana, incluido España, sumida en la peor inestabilidad económica, política y social desde que se restaurara la democracia hace ya treinta y dos años y acrecentada por un gobierno inepto y por una oposición inútil. Una crisis brutal que ha cogido por sorpresa a una penosa clase política que, en la pasada Exposición Universal de Pekín, presentó como símbolo nacional a Miguelín, un bebé de seis metros de altura y otras tantas toneladas de peso, obra de la directora de cine Isabel Coixet, que se erige en el embajador apropiado para representar a un estado que se debate entre el caos, la incompetencia, la puerilidad y la estupidez (en algunos casos, supina) de sus dirigentes.

"Ahora mismo la brecha entre pobres y ricos es más grande que nunca. En Latinoamérica padecemos graves problemas de infraestructuras. La música es un poderoso medio de comunicación que debe ser usado más allá del mero escape. Por eso es necesario recordar a gente como Óscar Arnulfo Romero: por eso le canto. Canto para que los más jóvenes sepan quién fue".

Le temperatura en el interior del recinto alcanza el tope. La gente baila sin tregua. Bailan y cantan. Repiten los estribillos con la entrega de un salmo responsorial pero poniendo nervio, espíritu y sudor. La extática ceremonia se repite en cada canción. En Todos vuelven, que habla del eterno regreso por la ruta del recuerdo, aunque el tiempo del amor no vuelva más; en Camaleón, puro son afrocubano; en Plantación adentro, pieza de arqueología de la época Blades-Colón que es una fabulosa demostración de viento y ritmo; o en Muévete, himno contra el racismo, "esa enfermedad del espíritu", que todos los espectadores corean en medio de contagiosas convulsiones. Surge una íntima conexión entre la banda, el cantante y el público. Son un único animal alimentado de sensaciones compartidas, excitado, galopando.

"Hasta ahora no ha existido la voluntad política para crear el panamericanismo. Quizá ahora que las democracias comienzan a cimentarse en América Latina y que los pueblos comienzan a descubrir su verdadero poder a la hora de votar, como ha ocurrido en Venezuela, es posible que se den las circunstancias para que tenga lugar la integración a partir de la participación", apunta Rubén Blades, para quien la Unión Europea podría servir de modelo, aunque, con cierto regusto amargo, el ex ministro asume que "uno de los grandes errores" que ha cometido en su devenir político fue no aceptar que, en Sudamérica, el pueblo sigue identificando el liderazgo a través del caudillismo. "El caudillo no sólo es un líder, sino que a la vez es una especie de dictador benévolo. Eso siempre ha sido un hándicap para nuestras democracias, porque creo que la gente debe seguir ideas, no a personas".

La ausencia de una conciencia unitaria en el seno de la comunidad latina se comprueba sobre todo en EE.UU. Blades, que conoce las dos caras del sueño norteamericano, no habla gratuitamente.

"Por ejemplo, el cine de Hollywood no da muchas oportunidades a los latinos. Eso ocurre porque desafortunadamente nosotros no nos hemos organizado políticamente y, dentro de Estados Unidos, a todos los que somos latinos, aunque tengamos la nacionalidad estadounidense, se nos mira como latinoamericanos. Esto significa que para ser latinoamericanos primero debemos salir de Latinoamérica, ya que todavía nos comportamos entre nosotros como tribus. Así no se articula una posición que se sustente en una unidad cultural. Porque no conviene olvidar que no somos una raza, somos una cultura. Y, mientras no nos organicemos como hicieron los negros de habla inglesa dentro de Estados Unidos, no creo que nos vayan a dar muchas oportunidades; no sólo para alcanzar mayor participación administrativa a nivel nacional, sino mucho menos en el cine. Tú no sabes lo que cuesta poder conseguir un buen rol allá. Habré hecho unas veintipico películas, pero en ocho de ellas he interpretado el papel de policía. ¿Por qué hago tantas veces de policía? O me ofrecen eso o el personaje de narcotraficante".

Aunque el concierto ha concluido, el público se niega a aceptarlo. Exige que continúe. Los músicos no se hacen de rogar y vuelven a sus puestos. Un alarido de satisfacción sale de la garganta de esa bestia colectiva en que se ha mutado la multitud en cuanto el cantante atraviesa otra vez el escenario. Una especie de regocijo infantil lo invade todo con los primeros acordes de Plástico… "Oye latino, oye hermano, oye amigo, nunca vendas tu destino por el oro ni la comodidad, nunca descanses pues nos falta nadar bastante, vamos todos adelante para juntos terminar con la ignorancia que nos trae su gestionado"…

En 1994, Rubén Blades decidió dar un nuevo paso en su trayectoria. Durante años había alimentado la aspiración no oculta de concurrir a las elecciones presidenciales en Panamá. Licenciado en Derecho Internacional por la Universidad de Harvard, había concitado a su alrededor una plataforma cívica, Papa Egoró ("Madre Tierra"), cuyo proyecto político planteaba una vía intermedia entre la socialdemocracia tradicional y el conservadurismo caciquil y sucursalista de la burguesía latinoamericana.

"Siempre me interesó la política, la idea de ayudar a crear una sociedad mejor. El fracaso de los grupos políticos de corte tradicional fue lo que abrió el espacio para una persona como yo. La gente no me ve como alguien que se sirva de la política en provecho propio. Sin embargo, presentarme como candidato presidencial no fue un acto de vanidad. Lo hice para que el movimiento obtuviese votos", reconoce Blades, quien, entre 2004 y 2009, estuvo al frente del ministerio de Turismo, a solicitud de quien fuera su contrincante en las urnas, Martín Torrijos, hijo del célebre general.

"No creo que nos hubiera sido posible gobernar. Cuando tú planteas un cambio como el que planteaba Papa Egoró, las estructuras que están en pie, que se apoyan en una comunión de intereses específicos no nacionales, no nos hubieran permitido gobernar. Aún así, demostramos que es posible crear una respuesta fuera de los mecanismos ideológicos y económicos que hoy controlan la mayoría de los países del mundo. En Papa Egoró no se pagaba por la inscripción y a la mujer se le concedió por estatuto el cincuenta por ciento de la participación en los estamentos de dirección. Y, a pesar de ser atacados por todos los que podían atacarnos, quedamos terceros, con casi el veinte por ciento de los votos. De hecho, la presidenta electa entonces, Mireya Moscoso, me ofreció la vicepresidencia", confiesa Blades, que, una década después de aquella intentona, conoció el ejercicio del poder, desde su cargo de ministro.

"Mi paso por el Gobierno panameño me ha hecho mejor ser humano. Salí de ahí menos egoísta que cuando entré, más solidario, más completo, mejor preparado espiritualmente -asegura-. En esos cinco años no hice discos, pero no hay nada mejor que ayudar a tu patria, ayudar a tu gente, aunque es verdad que lo primero que uno pierde cuando entra en el círculo burocrático de una administración pública es el sentido común".

El silencio flota en el ambiente como si de repente la muchedumbre esperase algo. Y ese algo termina siendo Patria. En medio de la expectación, el poeta canta los versos y sus palabras se deslizan en los oídos como aire fresco que llega directamente al corazón, "como aquel viejo árbol del que nos habla aquel poema, como el cariño que aún guardas después de muerta abuela". Nunca antes, en ningún otro instante de la noche, el cantante y su público habían estado tan cerca. Ambos respiran el mismo sentimiento.

"Me gustaría que recordaran siempre que lo que yo he hecho lo he hecho con la mejor de las intenciones. Algunos se acordarán de Pedro Navaja, otros de mi vida política, otros se acordarán de mis trabajos en el cine y, al final, las cosas materiales las dejaré contigo y sólo se irá conmigo todo lo que aprendí".

Los espectadores corean su nombre. Pero es inútil. Mañana le aguarda otra ciudad, otra gente, y el show ha de continuar. Rubén Blades se despide recomendando precaución a quien conduzca de vuelta a casa. Siempre lo hace. La advertencia lleva su firma. Con la promesa de un pronto regreso (tardó nueve años en volver a actuar en Tenerife, por en medio se cruzó su país) abandona el escenario.

Las luces encendidas confirman el fin. La música, salsa impersonal y bullanguera que ahora escupen los altavoces, devuelve al público a la realidad. Dos horas de ensueño quedan esparcidas por el suelo, como la resaca de latas y vasos de plástico que están por todas partes.

Archivado en:

Publicidad
Comentarios (0)
Publicidad

Últimas noticias

Publicidad

Lo último en blogs

Publicidad