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El callejón
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La revolución permanente

En la última semana, miles de emigrantes tunecinos sin papeles han llegado a las costas del sur de Italia a bordo de pesqueros. En la foto [de Daniele La Monaca, de AP], un grupo de estas personas aguarda en el muelle siciliano de Porto Empedocle.

Cuando el 14 de julio de 1789 una horda de enfurecidos ciudadanos parisinos ocupó, sin que nada ni nadie pudiera impedirlo, las dependencias de la Bastilla (símbolo de la opresión y de la tiranía de un régimen que pronto sería barrido como el polvo por el vendaval de la Historia), los iracundos insurrectos no encontraron apenas inquilinos en el interior de la prisión y, entre los escasos internos, ya no figuraba un aristócrata licencioso, célebre por sus excesos y por su literatura abiertamente pornográfica, que había sido trasladado días antes al psiquiátrico de Charenton.

El Marqués de Sade no dudó en sumarse al frenesí revolucionario y él también creyó, como los demás, que aquel levantamiento sería el preámbulo para un nuevo tiempo que establecía como sagrada divisa la libertad, la igualdad y la fraternidad. Luego, al igual que en similares, azarosos y ulteriores procesos de cambio, vendrían los días del desencanto y el reinado del terror, que sepultarían buena parte de las esperanzas en un mañana mejor y que reajustarían la velocidad de estas reformas de acuerdo a los intereses de los grupos de presión, detentadores del poder económico y militar.

Después de los primeros momentos de confusa turbamulta y de incertidumbre política que han seguido a las, por otro lado, previsibles e inevitables manifestaciones pacíficas de descontento y rechazo antigubernamental, protagonizadas por la sociedad civil en diferentes países árabes, llama la atención que uno de los efectos iniciales de dichas sublevaciones haya sido la masiva e incontrolada llegada de emigrantes tunecinos al puerto de la isla siciliana de Lampedusa, localidad de la que era príncipe Giuseppe Tomasi, quien escribió una única novela, El Gatopardo, publicada a título póstumo en 1958, que constituye un corrosivo y feroz, a la vez que brillante e inmisericorde, retrato galdosiano de la decadente aristocracia decimonónica y en la que el joven Tancredi pronuncia, ante su tío, el príncipe Fabrizio Corbera, el lapidario aforismo de que "si queremos que todo siga igual, es necesario que todo cambie".

La tan socorrida como sobajada cita de El Gatopardo resulta un referente casi obligatorio en medio de la actual tesitura que afrontan países como el propio Túnez, Egipto, Yemen, Argelia, Irán, Bahrein, Libia y también Marruecos, en los que parece haber estallado una auténtica revolución liberal-burguesa que surge con más de doscientos años de retraso con respecto a América y Europa. Se trata de imparables focos de rebelión ciudadana que encuentran su razón de ser en la imposible conciliación entre una estructura social propia del Medievo y el último estadio dentro de la evolución del sistema de producción capitalista, donde el mercado se desarrolla a escala planetaria y la República Popular China compra deuda a Estados Unidos.

Atrapadas en la jaula de oro que les ha proporcionado el petróleo, la inmensa mayoría de las naciones árabes se debaten en terribles contradicciones internas que las convierten en presa fácil para los fanáticos y los integristas, que -como señala Tomasi en otro revelador pasaje de su obra- encienden el fuego de la sedición "ávidos de poder, es decir, como siempre, de ocio".

Y es que, tras el estrepitoso fracaso y el brutal desmoronamiento del modelo comunista, no deja de ser paradójico que la llamada revolución permanente, con la que León Trotsky pretendía exportar la experiencia soviética al resto del orbe, debido a la incapacidad de la burguesía para satisfacer las demandas del proletariado, consista hoy, en los albores del tercer milenio, en reivindicar, a través de la resistencia pasiva y la desobediencia civil, los más elementales principios de la democracia liberal (como la separación de poderes) con el fin de acabar con el despotismo ilustrado que encarnan ciertas repúblicas y monarquías, esclavas del dólar y del Corán.

Esta reciente oleada de amotinamientos de carácter cívico-ciudadano, que se extienden por el mundo árabe como un reguero de pólvora caduca, me ha traído a la memoria la entrevista que, en julio de 1994, realicé para el Diario de Avisos a María Teresa de Borbón-Parma, uno de los personajes más interesantes que tuve ocasión de conocer en mi etapa como periodista.

Se trata de una mujer que no nació para salir en las revistas. Aunque su primer apellido la emparenta con el Rey Juan Carlos y evoca un siglo de guerras por la Corona que dejó sin sucesor Fernando VII, no ha sido una persona pública, al contrario. Hija y hermana de príncipes que aspiraron un día a ocupar el trono de España, su hábitat natural son aulas de la universidad. Durante décadas allí ha impartido Derecho Constitucional y ha dirigido cursos y seminarios sobre Teoría del Estado de los países árabes.

Su vida y la de su familia han estado marcadas por un litigio crucial para entender el siglo XIX. En 1833 muere sin heredero el rey Fernando VII. Los derechos sucesorios recayeron en su hija Isabel, en contra de lo establecido por la Ley Sálica. Según este precepto (introducido por Felipe V un siglo antes), las mujeres no podían subir al trono. Por eso, el hermano del rey, Carlos María Isidro, se enfrentó a su sobrina. La pugna llegó a la sociedad que, de inmediato, se dividió en dos facciones ("Una de las dos Españas ha de helarte el corazón"). A un lado, los partidarios de la reina, a otro, los carlistas. El enfrentamiento entre ambos bandos desencadenó dos guerras civiles (1833-1839 y 1872-1875).

Los defensores del infante Carlos (perdedores en la contienda) defendían la Tradición. O sea: Dios, Patria y Rey. Su rama genealógica, tras un par de saltos en la línea sucesoria directa, derivó, ya en pleno siglo XX, en el hermano de María Teresa de Borbón, Carlos Hugo, el último pretendiente carlista a la Corona, fallecido el pasado mes de agosto. Su padre, Francisco Javier de Borbón-Parma, después de combatir en la I Guerra Mundial, negoció la entrada de los requetés en la Guerra Civil, junto al ejército franquista. Sus desavenencias con el régimen no se hicieron esperar. Durante la II Guerra Mundial organizó la resistencia contra los nazis en el Borbonesado. Luego, estuvo prisionero en los campos de concentración de Schirmeck y Dachau.

El carlismo tuvo a lo largo de la pasada centuria un solo líder, Carlos Hugo. En diciembre de 1968 fue desterrado de España por sus actividades políticas. Cuando recibió de su padre los derechos sucesorios, en 1972, defendió un sistema de gobierno democrático basado en el socialismo autogestionario.

"En aquel momento, todos (los republicanos, los carlistas, los democristianos), en aras de la paz civil, preferimos el consenso sin renunciar a nuestros presupuestos. La opción ideológica del partido carlista fue la socialdemocracia de autogestión. Personalmente, jamás renunciaré a esta utopía de futuro. Y más viendo el fracaso del comunismo soviético y del capitalismo, que nos lleva a la catástrofe social y económica. Nosotros estábamos a favor de un socialismo que comprometiese tanto a los gobernantes como a la sociedad. Defendíamos al PSP de Tierno Galván y Raúl Morodo. Éramos dos partidos muy amigos", me recordaba Teresa de Borbón, en la terraza del hotel Mencey, aquella tarde de hace ahora casi diecisiete años.

Esta colaboración con las fuerzas políticas que propiciaron la transición enfrentó a su hermano Carlos Hugo con la otra corriente del carlismo, acaudillada por su hermano Sixto: la reaccionaria Comunión Tradicionalista, que el domingo 9 de mayo de 1976 convirtió la concentración carlista anual (que llevaba años siendo una manifestación antifranquista en toda regla), celebrada en Montejurra, Navarra, en un baño de sangre, en el que murieron tiroteadas dos personas y varias resultaron heridas, ante la total pasividad de los agentes de la Policía y de la Guardia Civil presentes en el acto.

En 1977, Francisco Javier de Borbón confirmó a su hijo Carlos como único heredero. Así se puso el punto y aparte a las tribulaciones de una estirpe que pudo reinar.

Reproducimos a continuación la entrevista con María Teresa de Borbón, publicada el 10 de julio de 1994, en Diario de Avisos. La evidente y premonitoria lucidez que desprenden las palabras entonces pronunciadas por esta mujer cultivadísima y de sobresaliente valía intelectual hace que su discurso disfrute hoy de una completa vigencia.

La imagen que nos podemos hacer de la aristocracia quienes no conocemos a ningún aristócrata se nutre, casi siempre, de fuentes ajenas. Así, nos los imaginamos ceremoniosos en su decadencia (como los de Visconti), atormentados (como los de Tolstoi), frívolos (como los de La dolce vita), putañeros (como Sade), esperpénticos (como los de Berlanga) y mezquinos (como los del ¡Hola!). Sin embargo, de repente tropezamos con alguien que nos rompe todos esos esquemas fabricados con las ideas de otros. Alguien con un doctorado en Hispánicas por la Sorbona y otro en Sociología por la Complutense. Alguien como María Teresa de Borbón.

"No hay que confundir el término islámico con árabe. Se puede ser árabe y no ser musulmán y viceversa". Fue su primera respuesta a nuestra primera pregunta. La entrevista se convirtió, desde el principio, en una lección abreviada del mundo árabe actual. Temido siempre, rara vez comprendido.

"Islam es el concepto religioso, árabe es un concepto cultural, étnico. Si bien el Islam empezó en Arabia Saudí y el Corán está escrito en la lengua árabe, el credo mahometano no está ligado en exclusiva a ningún grupo étnico. De hecho, el Islam proclama la igualdad de las razas. Aunque también reconoce a la árabe como la mejor de todas".

Según Teresa de Borbón, si analizamos con lupa el presente sociopolítico de estos países nos encontraríamos con dos modelos diferentes: el de Túnez y el de Argelia.

"En Argelia conviven unas élites culturales y políticas de gran nivel con una situación económica catastrófica motivada por una política equivocada. Sin embargo, estados como Túnez han hecho algo más coherente. Optan por la modernidad en el campo constitucional, en la educación y en la familia. Con esto consiguen que la sociedad avance. Lo que no quiere decir que abandonen el componente religioso. Donde no hay coherencia es en el terreno de las libertades. Ahí persiste una especie de despotismo ilustrado".

El mundo árabe vivió su última crisis hace cuatro años, a raíz de la invasión del emirato de Kuwait por Irak. Este hecho, condenado unánimemente por la comunidad internacional a través de la ONU, dividió a la opinión pública en los países de la Media Luna. Las innumerables sesiones de la Liga Árabe no arrojaban nada de luz. Sirios, egipcios, jordanos, tunecinos, turcos, marroquíes, no sabían qué carta jugar dentro de su propia torre de babel. Meses después, todo empeoró con los ataques aéreos sobre Bagdad.

"La guerra del Golfo ha sido terrible para el mundo árabe porque ha sido percibida como una gran injusticia. Al mismo tiempo que veían violados sus derechos territoriales contemplaban cómo a Israel no se le obligaba a cumplir las resoluciones 242 y 338 de las Naciones Unidas. Esta guerra ha sido recibida por ellos como una agresión que ha acrecentado el movimiento integrista. Curiosamente las fuerzas más integristas no apoyaron a Sadam Hussein. Cuando toda la opinión popular estuvo en contra de los aliados, cambiaron de postura".

Pese a lo "doloroso" de la experiencia, María Teresa confía en que en la Historia nada es definitivo: "Todavía Occidente puede reconstruir la comunicación con estos países, estrechando los lazos culturales, profundizando en las relaciones económicas con ellos".

-Háblenos del fundamentalismo. Naguib Mahfouz ha declarado que su origen está en la miseria, en el subdesarrollo. ¿Coincide con él?

"El fundamentalismo es sinónimo de fanatismo, de la mezcla indebida de planteamientos religiosos y políticos. Más aún, es la manipulación de conceptos religiosos en el terreno político. Es cierto que hay un caldo de cultivo que es la miseria, la discriminación, economías desastrosas".

-Parece que los estados árabes estén reñidos con la democracia…

"No se puede decir que ningún estado, sea árabe o no, esté reñido con la democracia. La democracia es un concepto universal. Nadie está negado a ella. Sí se puede dudar de su formulación. Aquí, los árabes sufren un retraso. Siendo los padres de la modernidad (tras releer a los griegos acuñaron la separación de lo secular de lo religioso), la concentración de poder en manos del califa ha sido tan acentuada en la práctica histórica (ignorando el precepto coránico sobre su elección o el de la libre lectura de las escrituras sagradas) que ha ocasionado una gran rigidez que determina el declive de esta fabulosa cultura que cubrió el mundo".

En este parón cronológico tienen mucha culpa las potencias coloniales. Como explica la profesora De Borbón, "cuando empezaban a querer dar el paso a la democracia llega la ocupación francesa, italiana, española, inglesa, que interrumpieron el proceso, ahora es su propia identidad la que tiene que hacerse una composición de lugar y eso requiere tiempo".

-¿Cuál es el futuro de estos países?

"No sé. Hay dos salidas. La democrática, es decir, abrirse hasta dónde se pueda. Y la salida argelina, que en realidad es una huida hacia la guerra civil. Pienso que los demás sólo tienen una alternativa, el pluralismo. Que todas las clases sociales participen en la toma de decisiones".

-¿Y el Egipto post Nasser?

"El modelo egipcio es el del despotismo, con una política muy restrictiva de las libertades. Y a medida que pasa el tiempo cada vez es más regresivo en cosas como la familia. Eso sí, ha sido y es un país adelantado en el terreno cultural".

Durante la crisis que precedió a la guerra del Golfo, corrió un rumor en la opinión pública canaria que desbancó a todos los demás. La noticia decía que una batería de misiles mauritanos apuntaba desafiante hacia el Archipiélago. El mismísimo Lorenzo Olarte, por entonces presidente del Gobierno, tuvo que salir al paso para desmentir la falsa alarma.

Aquello no fue sino una anécdota más dentro de las tirantes relaciones entre las Islas y los países de la región del Magreb, salpicadas de incidentes pesqueros donde varios marinos perdieron la vida. Aquellos tiempos hoy parecen muy lejanos.

-¿Desde Canarias cómo tenemos que ver al Magreb: como una amenaza o como otra propuesta cultural?

"Si lo vemos como una amenaza, la única solución es el mutuo conocimiento, es la aproximación cultural y económica y la solidaridad en la medida de lo posible".

-¿Qué papel tiene ahí Marruecos?

"Marruecos es distinto a los demás estados de la zona porque es el único que se ha mantenido siempre independiente. Creo que, aparentemente, es menos violento pero sabemos que el acceso a la democracia está aún por resolver. Es un país que empieza a desarrollarse económicamente pero le falta ese paso a la libertad, que está capacitado para dar".

-¿Qué posibilidades hay de que nuestra comunidad y esta zona unan sus destinos políticos y económicos?

"Las grandes concertaciones que estamos viviendo determinan, más que uniones, esferas de complementariedad. Las hay en Europa, las hay en Latinoamérica y en Oriente. Canarias podría ser un lugar interesante por su posición geográfica. Puede llegar a ser un lugar de encuentro de tres continentes".

Como colofón a la entrevista, María Teresa de Borbón nos habló de Europa. Habló de socialismo y democracia. Habló de corrupción. De España y de Italia. Del sur, que también existe.

-¿Qué opinión tiene de la monarquía española actual?

"Creo que ha jugado un papel importante en el traspaso del régimen de Franco al régimen actual en el que todos, todos -su sosegado tono de voz a lo largo de la conversación sólo varía en este momento, al recalcar esta palabra- hemos ayudado mucho. Y es una de las cosas que siento de la historiografía española. En la que todo se cifra en algunos personajes que tuvieron un papel extremadamente importante. Lo que sí permitió el llamado "milagro español" fue esa larga, dura y admirable lucha en la clandestinidad que muchos vivimos".

-¿Simpatiza con la socialdemocracia que propugna el PSOE?

"Sí, claro. Pero hay muchos modelos de lo mismo. Nosotros, los carlistas, deseábamos en la transición un socialismo mucho más solidario. Ya sé que es fácil predicar y que una vez en el Gobierno la cosa es distinta, pero creo que la vinculación del movimiento democrático con la sociedad se ha perdido. Si se hubiese intentado una mayor aproximación no existiría este desencanto que hoy respiramos, ni se hubiese dado cancha a la ultraderecha".

Reconoce que en su Facultad hay círculos ultraderechistas. Cree que no es normal que los jóvenes, que los estudiantes, compartan estas ideas. En cualquier caso, piensa que "desconocen adónde van a parar" tales ideologías.

"Todos tenemos que sentirnos responsables y creo que en España se echa en falta una cultura política. Pero incluso los países con una alta cultura política como Italia tienen problemas muy serios. Lo de Italia es pavoroso. Aunque hay un factor que nosotros hemos sabido evitar que es la enorme diferencia entre el Norte y el Sur. Aquí se ha equilibrado pero allí es espantoso. Como la relación entre la corrupción y el poder oculto de la mafia. Es algo terrible".

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