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El callejón
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King Kun

De él, uno de sus primeros entrenadores en Argentina dijo que verlo jugar "es como visitar el Museo del Prado". Aquí tienen una selección de sus mejores goles (hasta el pasado año), escogidos por los propios aficionados. Entren y disfruten.

A mi hermano Carlos, porque los atléticos puros de corazón, como él, nunca caminan solos

Al pibe hay que entenderlo. Ponerse en su lugar. Hacer un esfuerzo grande de suplantación y tratar de meterse bajo su piel mestiza de indio condenado a la patria apátrida de los desheredados, a vivir en una ratonera de setenta metros cuadrados con el resto de la camada. Sin embargo, para su salvación y la de los suyos, está la pelota. La pelota como billete de esperanza y como esa puerta que se abre al mundo, que también es redondo, como un balón. La pelota le ofrece la única oportunidad de escapar de la condena a una vida de mierda, de desesperación y servidumbre. Y el pibe la aprovecha. Su talento explota y él explota su talento. Y ambos se convierten en un cheque en blanco y su existencia, escrita bajo los designios de los eternos perdedores de la historia, se llena, de pronto, de expectativas ilimitadas y de promesas embriagadoras.

El pibe emprende el viaje. Deja atrás todo lo que pudo ser y que jamás será y hace como que empieza de cero otra vida. Pero, en el fondo, todo consiste en un ejercicio de simulación, porque hace mucho tiempo que todo estaba hecho. Desde el preciso instante en que, por vez primera, la pelota se posó en sus pies diminutos de niño pobre. Lo escogió de entre todos los demás como se encuentra el amor auténtico y el resto del universo se desvanece.

A su llegada a Europa, la tierra prometida, el pibe se ve sometido al falso proceso de aprendizaje que recoge el manual. Y, al principio, no lo tuvo fácil. Tropezó con uno de esos entrenadores que se aferran al libro con la ansiedad de los mediocres. Y el chico no jugaba mucho. Se le dosificaba como a los caballos que carecen de ritmo de competición y hay que irles habituando la musculatura y los pulmones a las exigencias de la larga distancia del hipódromo. Hasta que llega un punto de no retorno. Y el pibe obra el milagro del gol imposible, en una eliminatoria de Copa, en el descuento, en el campo del Levante. Y ocurre como en la concentración de Brasil, en Hindas (Suecia), en 1958, cuando en una sesión de entrenamiento, disputados ya los dos primeros partidos del Mundial, los veteranos Didí y Nilton Santos se acercan al "Gordo" Feola y le sueltan que si seguimos así, adiós al campeonato, míster, o juegan Garrincha y el niño o nos volvemos para casa. Y "El Gordo", que tiene la cantidad justa de entrenador mediocre, hace caso a sus hombres y alinea al siguiente encuentro a los dos delanteros, aunque uno de ellos apenas sea un muchachito de dieciséis años, que luego sería una leyenda llamada Pelé.

Desde que asumió la titularidad en el Atlético de Madrid y el liderazgo natural del equipo, tras la marcha de Fernando Torres, Sergio Leonel Agüero del Castillo, Kun Agüero, comenzó a adquirir el estatus de ídolo indiscutible, de estrella solitaria en una escuadra de secundones, ante una hinchada que lo acogió con los brazos abiertos y el corazón hambriento de gloria y repleto de cicatrices. Durante cuatro años, el pibe ha sido adorado en la rivera del Manzanares con la entrega absoluta, incondicional, con que una tribu adora su dios. Sin embargo, el tiempo de este reinado toca a su fin.

Cansado de dilapidar su talento al servicio de una causa perdida de antemano (el Atlético es hoy un ex campeón que dejó de creer en sí mismo cuando se puso en manos de un mafioso de segunda fila y que sólo se mantiene en pie por la pasión con la que lo aman sus aficionados), el chico, que vive ahora la peor soledad posible, la del rey que sólo se tiene a sí mismo (después de haber sido engañado por todos), quiere proseguir en la búsqueda de nuevos retos, de otras metas que serían inalcanzables de continuar en la devaluada entidad colchonera.

Le mueve la ambición y eso, además de comprensible, en su caso es el único camino que le queda a quien, como él, viene de tan abajo y todavía tiene mucho que ganar y todo que perder.

Y, llegados a este punto, uno no puede hacer otra cosa que desearle lo mejor.

Que te vaya bonito, Kun. Fue hermoso mientras duró. Ahora bien: no pretendas volver. Ni se te ocurra.

Siempre nos quedará Hamburgo.

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