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El callejón
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En el ferry

Videoclip original de la canción "Back To Black", de Amy Whinehouse. Se trata de un soberbio botón de muestra del extraordinario potencial de un talento desdichado, malgastado a la fatídica edad de 27 años.

A Amy Winehouse, ángel ebrio, ángel caído, in memoriam

            [De las múltiples vetas creativas que puede explotar un escritor a partir de sí mismo, ninguna es más ingrata y frustrante que la del guión cinematográfico. Porque los textos que concibe para tal fin dejan de pertenecerle desde el momento en que las palabras quedan impresas sobre el papel y éstas empiezan a circular de mano en mano y son sobajadas sin pudor alguno por un montón de lectores que, al mismo tiempo que meten en ellas el hocico, se creen con derecho a apropiarse de las mismas, en virtud de ese proceso largo, interminable, de autoría colectiva que desemboca en la película.

            Empecé a escribir guiones por la misma necesidad que me ha llevado siempre a escribir: salvarme de mí mismo. En ese sentido, a diferencia de otras pulsiones vitales, la escritura no sólo me proporciona un placer extenso, duradero, sino que también consigue rescatarme del borde del abismo: me despierta, me desentumece y evita que sucumba al insípido letargo de la rutina, que tiene mucho que ver con la muerte.

            En julio de 1991, en medio de una dolorosa crisis personal, de esas que sufre todo el mundo de vez en cuando, me lancé, no sin ímpetu, a la labor de adaptar un cuento de Vargas Llosa (El desafío), que descubrí con entusiasmo en mi adolescencia, para convertirlo en la base de un posible cortometraje que esperaba que mi amigo David Cánovas, entonces en su primer año de estudiante de Imagen en la Complutense, grabase ese mismo verano. Aquel primer guión, que no le convenció del todo, nunca se grabó.

            Desde entonces hasta hoy he perdido la cuenta del número de guiones que he escrito, en solitario o en colaboración, y la mayoría de ellos no se han filmado, ni se filmarán. Y, a pesar de ello, debo considerarme un afortunado, porque los pocos que han conseguido materializarse, ya sea en cinta magnetoscópica o en celuloide, no han tenido una mala vida; de hecho, en 2006, fuimos finalistas de los Goya, en la categoría de mejor cortometraje de ficción, con El intruso, un thriller dramático, con suspense hasta el último segundo, en el que David Cánovas demuestra que es mucho más que un competente realizador de programas de televisión. Siempre he pensado que David, a quien conocí en el instituto hace veinticuatro años, no se equivocó en su vocación de cineasta, se equivocó de país.

            En julio de 2007, el Gobierno autónomo, a través de la empresa pública Canarias Cultura en Red, adscrita a la Consejería de Educación, Cultura y Deportes, nos otorgó el segundo premio en el Concurso de Ideas para la Escritura de Guiones de Largometrajes Cinematográficos y Películas para Televisión. Habíamos presentado un proyecto de guión para una TV movie, consistente en siete historias que se desarrollaban en cada una de las islas del Archipiélago, sin aparente relación entre ellas (todas tratan de explorar la condición insular de la naturaleza humana), salvo un octavo episodio, independiente del resto, y que se enhebró a posteriori, a modo de hilo conductor. En julio de 2008, entregué la primera versión del guión del largometraje Historias isladas, que había escrito durante los seis meses anteriores, a partir de las sinopsis argumentales que mi colega David había elaborado, tras el intercambio de ideas que precedió a la elaboración del proyecto que él mismo había preparado más de un año antes.

            La escritura de estas ocho Historias isladas marca un punto de inflexión en mi vida. Me entregué a la tarea con la total libertad que proporciona la convicción casi absoluta de que esta película nunca se rodaría (como desgraciadamente así ha sido) y con la desesperación de quien busca (y encuentra) en la creación literaria una válvula de escape, una tabla de salvación en medio del naufragio de una relación de más de una década que se iba a pique de forma irreversible.

            La séptima de estas historias, titulada En el ferry, carece de un argumento definido, y se nutre de las vivencia infantiles de quien entonces era mi pareja y que no tardaría mucho en dejar de serlo. En realidad, ella es Nora, la niña de diez años que cada verano se embarca sola, para visitar a sus abuelos en San Sebastián de La Gomera. Por tanto, la escritura de este episodio puede considerarse una declaración de amor en múltiples direcciones: del autor a su mujer y de ésta a sus recuerdos (y seres) imprescindibles.

            Me acompaño de música cada vez que escribo. Me ayuda a concentrarme, a colocarme en situación. Es una maravillosa compañera de viaje. Y, mientras escribía En el ferry, escuchaba, entre otras cosas, Back To Black, el segundo álbum de Amy Winehouse (el mejor disco que se ha publicado en lo que va de siglo), cuya muerte me ha sobrecogido con su escalofriante brutalidad de pérdida previsible e irreparable, la misma sensación de vacío que, a fin de cuentas, deja en el alma el poso amargo del amor cuando éste se acaba]

En el ferry

SECUENCIA 1/ TERMINAL DE FRED. OLSEN EN LOS CRISTIANOS (TENERIFE) / INTERIOR/DÍA

Abre de negro

Plano general, desde arriba, de la sala principal de la terminal de la naviera Fred. Olsen en Los Cristianos (Arona, Tenerife). Son poco más de las ocho y media de la mañana y por las amplias cristaleras entra la luz blanca e intensa de las primeras horas del día. A pesar de que aún es temprano, en la sala se percibe un notable trasiego de pasajeros y empleados de la compañía, todos ellos debidamente uniformados e identificados. Frente al mostrador de venta de billetes se concentra ya una cola de numerosos clientes.

La cámara inicia un suave movimiento descendente de aproximación hasta colocarse, en plano americano, a la altura de una pareja de pasajeros, de mediana edad, que ocupa uno de los primeros puestos de la fila. Descubrimos que se trata de HANS y MARTINA, los turistas alemanes que protagonizaron la segunda historia de esta película. Ambos permanecen de pie, a la espera de que les toque el turno. Los dos llevan sendas maletas con ruedas, que están junto a ellos, en posición vertical. Tanto uno como otro aparentan tener algo de sueño.

HANS

(Acariciándole una mejilla a MARTINA con cariñosa suavidad)

¿Estás bien, querida?

MARTINA

(Responde a su marido con una suave sonrisa y besándole la mano con dulzura)

  Sólo tengo un poco de sueño. Anoche nos acostamos tan tarde…

HANS

(Que sonríe de forma un tanto malévola)

Era nuestra última noche en esta isla. Había que aprovecharla…

MARTINA

(Continuando con el juego de pícara insinuación que ha empezado él)

Sí, claro… 

HANS

(En el mismo tono divertido)

Reconócelo, estaba todo estupendo: la noche, la cena, la música, el baile…

MARTINA

(En voz baja, como si fuera una niña traviesa)

Y la piscina…

Ahora, HANS se limita a reír mostrando algo de glotona satisfacción en el brillo de su mirada, al tiempo que asiente con la cabeza. Apenas tarda unos segundos en besar a MARTINA en los labios. Ella se deja hacer y ambos terminan entregándose el uno al otro como dos adolescentes.

La cámara inicia entonces un leve desplazamiento hacia atrás, en travelling out, de manera que pasamos junto a los demás pasajeros que forman la cola ante el mostrador de tarjetas de embarque, hasta que nos detenemos al lado de una señora de unos cuarenta años. Alta, más bien delgada, es una mujer morena, con gafas de sol puestas, que va vestida con un sobrio traje negro. Colgado del brazo lleva un elegante bolso negro de piel y a los pies de sus zapatos de tacón, también oscuros, reposa un bolso de viaje de reducidas dimensiones.

La mujer saca de su bolso de piel un teléfono móvil, teclea el botón de llamada y se lleva el teléfono al oído.

ÁNGELA

(Mientras habla, su rostro mantiene una inexpresiva tensión)

Qué tal… ¿La niña ya se despertó?… No, tú déjala… Sí, que duerma lo que le apetezca… No te preocupes… Sí, ahora mismo cojo la tarjeta de embarque… No, nunca se retrasa. Estaremos allí antes de las diez…

(Mostrando de repente cierto fastidio)

¿Cuántas veces te lo voy a decir? El entierro es a la una… Sí, con misa… No, no tengo ni idea. Creo que Elsa y Margarita se fueron ayer tarde en el último ferry…

(Con un rictus cansino)

Sí, cariño, te lo he repetido un montón de veces… Lo que pasa es que estamos en agosto y a lo mejor falta alguno que no puede venir… No tengo ni idea… Sí, sí, a tía Anita la quería toda la familia… ¿Conmigo, aquí?

(De pronto la mujer se gira y mira hacia atrás y, a continuación, alrededor suyo, como si buscase a alguien entre las personas que se encuentran en la sala)

No, de momento no veo a nadie conocido… Sí, lo más probable es que ya estén todos allá No, no, al ser el primer barco no creo que vaya mucha gente…

La mujer continúa la conversación al mismo tiempo que la cola de pasajeros que la precede se va acercando, poco a poco, a la ventanilla. Ella da unos cortos pasos hacia adelante, arrastrando con la punta de su zapato el bolso que está en el suelo.

ÁNGELA

¿Y por qué no aprovechas que la niña todavía no se ha despertado y te acuestas un rato? Claro, bobo… Hazme caso, échate y duerme un poco porque después la nena no te va a dejar… La conoces de sobra…

(Con aparente resignación)

En fin, haz lo que quieras, cariño… Ya eres mayorcito y yo no soy tu madre…

(Molesta)

¿Cómo quieres que me ponga? Dime… Si después eres tú el que se queja de que no descansas lo suficiente y que te duele la cabeza y no te apetece hacer nada…

(Elevando un poco el tono de su voz)

No, si estoy tranquila… No hace falta que me digas que me calme…

(Cortante)

Bueno, Agustín, te dejo que tengo que sacar el billete… Sí, ya te llamo cuando llegue a San Sebastián… Bueno, adiós…

La mujer cuelga con gesto de contrariedad y de furia contenida. Apaga el móvil y lo guarda en el bolso.

La cámara prosigue su suave y casi imperceptible movimiento de retroceso (en travelling out) dentro de la fila de personas que hacen cola, mientras se aleja de la mujer vestida de negro, hasta que vuelve a detenerse junto a una joven veinteañera.

Vestida con ropa cómoda, de tonos claros, la chica, que es una mujer guapa, de larga cabellera lisa (sujeta mediante una cinta de colores, puesta sobre su frente), lleva una mochila, que ha colocado en el suelo, junto a otra de similares características. Además,  en ambas orejas luce los auriculares de un ipod. La joven soporta los rigores de la espera moviendo su cabeza y balanceándose con sensualidad al ritmo de una música que SÓLO ELLA PUEDE ESCUCHAR.

La cámara se desplaza ahora hacia la derecha, saliéndose de la cola de pasajeros, justo cuando irrumpe en cuadro una niña morena, de unos diez años, vestida en pantalón corto, con una coqueta blusa estampada y zapatillas de deporte a juego, que carga una mochila escolar a la espalda. La niña va acompañada por una empleada de la naviera, que la lleva cogida de la mano. La cámara va tras ellas.

EMPLEADA

(Agachándose, para que la niña pueda oír mejor lo que le tiene que decir)

Bueno, Nora, ahora vamos a buscar tu credencial a la oficina… Después yo subiré contigo a bordo, ¿vale? Verás lo bien que te van tratar mis compañeros de la tripulación, te lo vas a pasar pipa…

La niña se limita a sonreír y asiente con marcada timidez.

Las dos continúan caminando con paso ligero a lo largo de la terminal. La cámara, que se ha detenido, muestra la imagen de la mujer y de la niña, que rápidamente se pierden de vista. Una leve panorámica de izquierda a derecha nos devuelve a un plano general de la fila de clientes ante el mostrador de embarque.

SECUENCIA 2/ BAR-CAFETERÍA DEL FERRY BENCHIJIGUA EXPRESS/TIENDA DEL FERRY BENCHIJIGUA EXPRESS / INT/DÍA

La joven veinteañera que hemos visto en la secuencia anterior aparece ahora sentada en una de las mesas del bar-cafetería del barco. El resto de las mesas están ocupadas en su mayoría por turistas extranjeros, con atuendo deportivo y cómodo, aunque también hay algunos viajeros del país que llevan ropa veraniega. Dado lo temprano de la hora, poco más de las nueve, EN EL BAR APENAS SE OYE BULLICIO. La joven, a cuyo lado, apoyadas en el suelo, se encuentran las dos mochilas que ya conocemos, continúa con los auriculares puestos y moviendo la mitad de su cuerpo al ritmo de la música que SÓLO ELLA ESCUCHA. Por un lateral del cuadro entra otra chica, de la misma edad, también morena pero un poco más corpulenta que la primera y no tan atractiva. Esta segunda joven lleva en sus manos una bandeja con dos zumos de naranja y dos bocadillos. La chica coloca con cuidado la bandeja en la mesa y se sienta frente a su amiga, quien se quita los cascos para, seguidamente, lanzarse a por el desayuno.

GUADA

(Cogiendo el vaso de plástico con el jugo)

¡Jo, tía! No sé cómo no te cansas de oír todo el rato a la drogata ésa…

(Echa un trago de zumo)

ALICIA

(Que también bebe un poco de zumo, mientras que con la otra mano sostiene el bocata)

Es que es superior a mis fuerzas. Lo malo es que cada vez que oigo este disco me gusta más…

(Le da un mordisco al bocadillo)

GUADA

(Después de beber otro largo buche de jugo de naranja)

Sí, hombre, lo que te faltaba a ti ahora es engancharte a esa yonqui… ¡Qué fuerte! ¿No? Ella se mete de todo y tú te conviertes en una adicta a su música… ¡Qué flipe, tía!

ALICIA

(Que se termina su zumo de un tirón)

¡Ay, Guada! ¡No seas exagerada, por Dios! Que esto es sólo un disco… Bien te gusta a ti una película…

GUADA

(Apurando su jugo)

Sí, sí, tú di lo que quieras, pero se empieza por la música y después nunca se sabe cómo se termina…

ALICIA

(Que mastica con educada corrección un trozo de bocadillo)

¡Guada, haz el favor! ¡Te pareces a mi abuelo! A este paso me vas a terminar prohibiendo que hable por el móvil porque me puedo quedar embarazada.

GUADA

(Que suelta una sonora carcajada que está a punto de atragantarla)

¡No me jodas, tía! ¿Tu abuelo cree de verdad eso?

ALICIA

(Niega con la cabeza como si su amiga fuese ya un caso perdido)

¡Que va a decir eso, mujer! Lo que él dice es que no utilizamos el teléfono sino para hablar tonterías y ver guarradas.

GUADA

(Levanta el vaso de jugo en señal de brindis)

Tu abuelo está muy adelantado para su edad, ¿eh?

(La chica bebe con ahínco las últimas gotas de zumo)

ALICIA

(Que mastica con rapidez un nuevo trozo de su bocadillo)

No te creas, en muchos aspectos es bastante más moderno que mis viejos.

GUADA

Te creo, amiga. A mí me ocurre lo mismo con mi abuela Munda. A ésa, si la dejasen, montaría en Hermigua una comuna nudista…

(Las dos chicas ríen la ocurrencia)

Como dice mi hermano, que ya sabes que es el intelectual de la familia, la abuela Munda es una hippy del siglo diecinueve… ¡Toma ya! Claro, como la pobre tiene más años que Matusalén…

(Las dos vuelven a reír)

Ahí donde tú la ves mi abuela es mucho. Es más novelera… Le gusta más un vacilón que comer. Y ahora, en verano, con el calorazo que hay en Valle Gran Rey, se pone unas batas de flores estampadas que ríete tú de Jimmy Hendrix…

La NUEVA OLEADA DE RISAS da paso a una BREVE PAUSA en la que ambas jóvenes, ya EN SILENCIO, se limitan a dar cuenta de sus bocadillos.

GUADA

(Tras limpiarse la boca con una servilleta)

Oye, Alicia, y, al final, respecto a lo de irte a Madrid a hacer el segundo ciclo de la carrera, ¿se lo has comentado a tus padres?

ALICIA

(Que a su vez se ha limpiado los labios con otra servilleta de papel)

No. Precisamente quería aprovechar estas dos semanas en casa para tantear el terreno. No sé, Guada… En eso mi madre es muy proteccionista, ¿sabes? No puede negar que es gomera, coño… Siempre se está quejando de que no voy a verlos lo suficiente.

GUADA

Bueno, es normal, tú eres su ojito derecho y la mayor de la casa. Te toca pechar con la responsabilidad.

ALICIA

(Que adopta una actitud de cierta resignación)

Ya…

GUADA

(Dándole un manotazo en el hombro)

Pero mujer, no te achantes por eso. Anda, déjate de boberías y aprovecha que estás en verano, joder. ¡Que esto son dos días, colega!

(ALICIA levanta la cabeza y sonríe a su amiga)

Ya tendrás tiempo de meterle mano a ese tema… Ahora toca meter mano en otros asuntos, ¿o no?

(La divertida insinuación de GUADA provoca la risa escandalizada de su amiga)

¿Pa"que vamos al pueblo si no? ¡Huy! ¡Tú que te crees! Sí, hombre… Mira, yo ahora llego, besitos a papi y mami, besitos a abueli, suelto el macuto, me lanzo pa"la playa y, esta noche, verbena que te pego y dale alegría a tu cuerpo, Macarena…

La graciosa admonición de GUADA provoca una risa gozosa en ALICIA que ve cómo ciertos miedos y futuras angustias se disipan dando paso a la euforia imparable de vivir.

GUADA

(Entusiástica, desatada)

¡Ah! Y ya puedes ir llamando al chico ése con el que estuviste saliendo en el instituto… El que se quedó en San Sebastián… El que toca en la orquesta…

ALICIA

(Con los ojos muy abiertos, asombrada)

Pero si no sé de él desde hace dos años por lo menos…

GUADA

¡Shhhh…! ¡Silencio! Cuando llegues, ya te pondrás al día. Tú queda con él y deja que la sabia naturaleza haga el resto…

ALICIA

(Aguantando a duras penas las ganas de reír)

¿Y Alberto?

GUADA

¿Qué pasa con Alberto? ¡Olvídate! Ése es un muermo de tío que tiene que pedirle permiso a su madre hasta para ir a mear. ¡Fuera! ¡Ni caso! Me juego el cuello a que ese pazguato ni siquiera te ha tocado una teta. ¿O no? ¡Que le den!

(ALICIA es incapaz de responder. Se echa a reír en SONORAS CARCAJADAS sin poder evitar ruborizarse)

GUADA

(Casi gritando, con un regocijo infantil)

¿Ves? ¡Lo sabía! ¡Lo sabía!

Las dos amigas ríen al unísono. Junto a su mesa, pasa la niña de diez años que vimos antes en la terminal. La niña, que lleva colgada del cuello una credencial que acredita que viaja sola en el barco, va acompañada de una AZAFATA. La pequeña lleva en sus manos un muñeco hinchable, en forma de delfín, que es un obsequio de la compañía. La cámara se desplaza en paralelo a ellas y las acompaña con un movimiento lateral.

AZAFATA

Bueno, Nora, ahora vienes conmigo a la zona infantil. Seguro que allí hay otras niñas y otros niños con los que podrás jugar hasta que lleguemos al puerto de San Sebastián.

NORA

(Expresando cierto desencanto)

¿Y esta vez no me llevan al puente? Me gustaría saludar al capitán.

AZAFATA

(Con divertida extrañeza)

¿Al capitán? ¿Conoces al capitán?

NORA

(Con la naturalidad propia de los niños)

¡Claro! Lo conozco de otros viajes.

AZAFATA

(Que le sigue el juego)

Ah, ¿sí?

NORA

(Igual de espontánea y sincera)

Sí. Todos los veranos, en agosto, voy a La Gomera a ver a mis abuelos y siempre viajo sola en el barco. Luego mis padres me van a buscar y volvemos juntos a casa.

AZAFATA

Qué bien…

NORA

Por eso conozco al capitán. Siempre lo saludo. Es un señor muy simpático y es más guapo que el de la película.

AZAFATA

(Que vuelve a mostrar extrañeza)

¿El de la película?

NORA

Sí, el capitán de una película que ponen siempre en la tele. Es de un barco muy grande que se hunde y donde hay un chico y una chica que se enamoran. Pero no me gusta porque el final es muy triste.

AZAFATA

(Que sonríe tras caer en la cuenta)

¡Ahhh! Ya sé a qué película te refieres… Yo también la he visto… Pues nada, Nora, si quieres saludar al capitán no hay nada más que hablar. Nos vamos ahora mismo al puente de mando, ¿vale?

(La niña asiente satisfecha con el cambio de planes)

Ven, acompáñame por aquí…

(La AZAFATA le tiende una mano a la niña, que rápidamente se agarra a ella. Las dos se acercan a unas escaleras)

¿Sabes una cosa, Nora?

NORA

¿Qué?

AZAFATA

(Poniendo expresión de contrariedad)

A mí tampoco me gustó la película del barco que se hunde.

(La niña responde con una sonrisa de complicidad y, a continuación, ambas mujeres comienzan a subir por las escaleras)

La cámara se detiene justo al pie de los primeros escalones y observa cómo la AZAFATA y NORA suben de la mano. A mitad de escalera, en el rellano, se tienen que detener y se apartan para que pueda bajar la señora vestida de negro, de unos cuarenta años, que hemos visto en la cola del mostrador de embarque de la terminal de Los Cristianos, mientras hablaba por teléfono con su marido. La mujer, que ahora no lleva puestas las gafas de sol y que carga el bolso de viaje en una mano, sonríe en señal de agradecimiento y, al pasar junto a la niña, le hace una carantoña. Luego, la señora termina de bajar las escaleras, mientras perdemos de vista a la AZAFATA y a NORA.

La mujer pasa ante la cámara, que describe una panorámica de derecha a izquierda para, luego, iniciar un movimiento frontal y seguir detrás de ella. La señora se encamina a la tienda de a bordo. Se trata de un pequeño bazar, con vitrinas de cristal y estanterías de madera, en el que se ponen a la venta los productos que la naviera Fred. Olsen ofrece en exclusiva a sus clientes: preciosos instrumentos de navegación para coleccionistas, gafas, relojes, carteras, plumas, mecheros, navajas multiusos, diminutas linternas, ropa de sport, peluches…

La mujer vestida de negro hace un rápido recorrido por la diminuta tienda, echando un vistazo a los diferentes artículos. En el interior del bazar sólo se encuentra la DEPENDIENTA, que permanece de pie, impasible, ante la caja registradora.

ÁNGELA

(Acercándose a la dependienta)

Perdone un momento, señorita…

DEPENDIENTA

¿Sí?

ÁNGELA

¿Ustedes no venden flores, verdad?

DEPENDIENTA

(Con una sonrisa)

No, lo siento…

ÁNGELA

(Un tanto violenta)

Es que voy para allá al entierro de un familiar y… Todo ha sido tan rápido que ni tiempo he tenido…

DEPENDIENTA

(Comprensiva, tratando de ayudar)

Aquí no vendemos pero, a lo mejor, si en la villa está abierto hoy el mercado…

ÁNGELA

¿Hoy domingo? ¿En agosto?

(Con cara de escepticismo)

No sé… Me extraña… De todas formas, muchas gracias, señorita.

La joven de la caja se limita a sonreír. La mujer de luto sale de la tienda del barco.

SECUENCIA 3/ CUBIERTA DEL FERRY BENCHIJIGUA / EXT/DÍA

Pequeña cubierta en la proa del trimarán. Varias personas han salido al exterior para contemplar la isla de La Gomera, que ya se ve con toda claridad, ya que el barco está a muy poca distancia del muelle de San Sebastián. Por un lateral del cuadro aparecen la AZAFATA y NORA.

AZAFATA

(Que acompaña a la niña hasta que ésta se coloca en un extremo de la cubierta, detrás de la baranda)

Bueno, Nora, ya estamos llegando. ¿Te parece bien este sitio?

(La niña asiente)

¿Ves bien? ¿A que es precioso?

(NORA responde de nuevo asintiendo)

Bueno, quedamos en que tú me esperas aquí, tranquilita, mientras realizamos el atraque, y cuando el ferry esté amarrado subo a buscarte, ¿de acuerdo?

NORA

Sí.

AZAFATA

(Se agacha, le sostiene la cara con las manos y le da un beso en ambas mejillas)

¡Qué niña tan rica y tan buena! Si mi hijo fuera como tú… Bueno, cielo, ahora nos vemos, ¿vale?

(La niña vuelve a asentir, sonríe)

Y no pierdas de vista la bocana del muelle. A lo mejor ves a tu tía Delfina esperándote en el espigón. Me dijiste que es ahí donde se pone siempre, ¿no?

NORA

Sí.

AZAFATA

Pues eso, mi niña, no le quites el ojo de encima a la proa, que en un suspiro ya estamos en tierra, ¿vale? Enseguida vuelvo, cariño…

La mujer le acaricia el pelo por última vez y sale por el mismo lateral por el que entró en cuadro. La niña se gira hacia la cubierta y fija su mirada en el muelle de San Sebastián, cuyo espigón está cada vez más cerca del ferry Benchijigua.

Poco a poco, la cubierta se llena de nuevos pasajeros curiosos, que aprovechan que apenas sopla el viento y luce una mañana espléndida, soleada, completamente luminosa, llena de azul y sin una sola nube.

Al cabo de unos segundos, aparece por el lateral opuesto del cuadro la señora de cuarenta años, vestida de negro. Sin darse cuenta, se coloca junto a la niña, a su izquierda. La mujer deja el bolso de viaje en el suelo, echa mano a su bolso de piel, que cuelga de un hombro, y extrae un estuche del que saca las gafas de sol que no tarda en ponerse. Después, guarda el estuche y se dispone a observar la maniobra de atraque.

Transcurridos unos instantes, por el otro lateral del cuadro, aparece en cubierta la joven veinteañera, que carga con la mochila a la espalda. La chica deja la mochila en un rincón y se acerca lentamente hasta la baranda, colocándose a la derecha de la niña.

El último plano de esta historia parte de la estampa de estas tres mujeres (la niña, la señora de negro y la joven de veinte años), que contemplan juntas la llegada del buque al muelle de San Sebastián de La Gomera, para mostrar, a continuación, una panorámica del mar que rodea al barco y, al final de la secuencia, el perfil recortado de la isla, cuya sombra, que recuerda a un coloso que duerme el letargo interminable de millones de años, se proyecta sobre la cubierta del ferry.

Sobreimpresionado en la pantalla, aparece el rótulo: San Sebastián de La Gomera, domingo.

Fundido en negro

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