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El callejón
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Una noche en la ópera del Circo

Actuación de Anelio Gibrán en la Gala Lírica, del VI Festival de la Ópera en el Convento, cantando un aria de "Las bodas de Fígaro".

A mis abuelos, José Amaro, María Jesús, Anelio y Manola, que siguen aquí

            Por expreso deseo materno, me encuentro en La Palma para celebrar el cuadragésimo aniversario de mi llegada a este mundo. Insignificante efeméride de la que no guardo el menor recuerdo. Tendría que rastrear en el disco duro de la memoria hasta los tres o cuatro años para hallar los primeros vestigios, las primeras impresiones, siempre borrosas, de la realidad exterior de las que fui consciente. Pero eso nos llevaría, para mi desgracia, muy atrás en el tiempo y no es cuestión de aburrirles con descripciones, vagas y un tanto imprecisas, de Puerto del Rosario antes del desembarco del Tercio Don Juan de Austria de la Legión (es decir, antes de la Marcha Verde), y con la evocación aún fresca, casi reciente, del funeral del general Franco y de la solemne misa de corpore in sepulcro, en la no menos solemne basílica del Valle de Los Caídos, con aquella impresionante losa de granito que parecía poner el punto final a tantas cosas.

            Sin darse cuenta, uno llega a los cuarenta años y le entra un poco el vértigo. Apenas se atreve a volver la vista atrás porque, además de ver la senda que nunca volverá a pisar, reconoce que entra en la segunda parte de este camino que tal vez no lleve a ninguna parte. Y eso es lo peor. Percibir que cada paso que se empieza a dar nos acerca más al final que al principio. Y sobreviene el temor, la angustia, de pensar en todo lo que ya no podremos hacer, porque empezamos a ver la botella medio vacía y sentimos, con una puntada de dolor, que nuestra vida es un verso suelto, justo en medio de un poema inacabado, imperfecto, que no importa a (casi) nadie.

            Condenados a no poder huir de nuestra propia certeza de finitud, nos aferramos al presente no sin desesperación y proyectamos en los demás, sobre todo, en los hijos, la esperanzas de salvación, nuestras ansias egoístas (y, por qué no, absurdas) de eternidad, que nos permitan eludir la insoportable, larga y oscura sombra de la muerte.

            Es por todo ello que uno se ha tomado la brillante y prometedora actuación de su primo hermano, Anelio Gibrán, en las estupendas funciones de Così fan tutte, que tuvieron lugar la pasada semana en el entrañable Teatro Circo de Marte, tan vinculado a la única patria posible, la infancia, como la más feliz de las noticias, como la prodigiosa constatación de que, quizás, nunca morimos del todo.

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