Las cinco jornadas de pesadilla que han convertido la capital británica en el escenario de una mala película de terror, que recordaba -y mucho- a la ciudad post apocalíptica de 28 días después, se circunscriben, a golpe de golpes, de balazos y de saqueos, al espeluznante diario de navegación que la crisis, incrustada como un tumor feroz e insaciable en el seno mismo del sistema socio-económico y político del capitalismo, parece estar escribiendo con garras monstruosas sobre la desgastada piel del planeta sin que nadie sea capaz de evitarlo o quiera de verdad ponerle remedio.
Esto se va al garete, señoras y señores, y al grito de sálvese quien pueda todos empiezan a buscar su propia tabla de salvación, antes de que la desesperación de paso al caos definitivo y a éste le siga el fin de la actual (in)civilización, que no está tan, tan lejos como creemos.
Sin embargo, aún no está todo perdido. En el horizonte de la pesadumbre se abre paso, como un rayo de luz en mitad de la tormenta, la esperanza en forma de combinación alfanumérica: 20-N. La fecha que quedará marcada a fuego en nuestros corazones con su poderosa llamarada azul y blanca. Ese día habremos enterrado definitivamente siete años (de) inútiles y abriremos de par en par las puertas a una nueva era y todos abrazaremos con fuerza inusitada la fe, entre sensata y feliz, de los PPpitufos, a quienes mi sobrina Ainara (feliz cumpleaños, angelito), con gran intuición y mejor criterio llama "o pufos".
