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El callejón
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Carta abierta al Cholo Simeone

A mis hermanos, a Dani, a Félix, a David Sanz, a David Cánovas, a Anelio y a todos los que nunca dejan de creer

Querido Diego: (Disculpa la confianza, pero, como tenemos casi la misma edad, no hay por qué entregarse a un absurdo protocolo)

Te escribo estas líneas porque, por vez primera en cuatro años y medio, el pasado sábado, durante la rueda de prensa posterior al partido, te vi tocado, débil, vulnerable, hasta el punto de agachar la cabeza y confesar que te sentías un fracasado y tú, que siempre piensas lo que dices y dices lo que te dicta el corazón, reconocías que debías recapacitar, ya que esta nueva derrota te ha arrastrado a esa terrible disyuntiva que Dostoievski describió como “el purgatorio de la duda”.

Mi intención con estos breves párrafos es, pues, admirado Diego, lejos de convencerte de nada, ni pedirte que actúes en esta o aquella dirección, tan solo recordarte el pasado, porque éste, en su objetiva y terca exposición de los hechos, muestra la verdad en toda su naturaleza y es en ella, y solo en ella, donde encontramos nuestro destino.

Que no te engañen las sombras, Diego, que no te confunda el dolor que lleva aparejado este último revés, esta cruel prueba de vida, que hace tambalear los sólidos cimientos de tus convicciones, ya que ellas son las que te han hecho llegar hasta aquí.

El que lo da todo no tiene de qué arrepentirse. Tú me lo enseñaste hace dos años, tras la muy injusta y despiadada final de Lisboa: por muchos motivos, aún más dura y arbitraria que la del sábado.

Sí, es cierto que en Milán volviste a tomar decisiones discutibles (también hay que ponerse bajo tu piel: tesitura que no deseo a nadie) y que te faltó una pizca de osadía para afrontar el encuentro con la firme certeza de que éramos superiores, porque lo éramos, Diego, y, en tal circunstancia, siempre es preferible caer por exceso de riesgo que pecar de cautela, que fue lo que nos mató. Aunque qué fácil resulta acertar cuando ya todo es irremediable y la batalla ha concluido.

Sin embargo, tengo la incómoda impresión de que tú, que nos has mostrado con creces que la fe mueve montañas, en el momento decisivo, no creíste completamente en las posibilidades de éxito de tu equipo y planteaste la pelea desde el miedo y es el miedo a perder el que nos llevó a otra derrota en manos, esta vez, de la suerte, de la ausencia total de suerte. Y la vida te enseña, querido Diego, que la fortuna favorece casi siempre al más fuerte, al poderoso, que juega con ventaja, ya que, en su caso, el azar se vuelve un juego de engaños con las cartas marcadas.

Es tiempo de encajar el golpe, de recapacitar, de meditar. Piensa en todo lo que nos has aportado, Diego, en lo que nos puedes seguir regalando, y en lo que podemos seguir dándote.

Aún eres joven y te queda por delante un largo camino, que es un aprendizaje infinito. Vendrán nuevas oportunidades y, en esa ocasión, estoy completamente seguro de que sabrás aprovecharlas, porque los errores nos enseñan a avanzar.

Hagas lo que hagas, decidas lo que decidas, te estaremos agradecidos. Eternamente.

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