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El callejón
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Los derrotados

A los que nunca se rinden. Y mueren de pie. A Juanfran Torres. Y a Gabi

El complejo laberinto de la vida, Manola, la vida, puede afrontarse con un ovillo en la mano o a ciegas, conscientes de que la resolución de un enigma da paso a otro mayor y más irresoluble. Así que cada cual encara este juego con las cartas que se busca o que encuentra en el largo camino hacia la nada, que es la única certeza absoluta, si aceptamos que ésta es una batalla perdida de antemano contra el destino o contra el universo, contra Dios, contra uno mismo.

En El viejo y el mar, escribe Hemingway que el hombre “no ha nacido para la derrota”, mientras que, en el otro lado del espectro, perdida ya toda esperanza, Stalin, ese gran humanista (probablemente no haya habido, desde el emperador Augusto, un individuo que haya acumulado tanto poder en sus gruesos dedos), le confesaba a un avejentado De Gaulle, tras una noche de discusiones encendidas entre dos muros de piedra: “Tanta pasión, para que el final sea la muerte la que siempre venza”. Y el feroz tirano, cuyo busto, de mostacho afilado, recuerda el semblante apacible de un león domesticado, se muestra, por una vez, en toda su monstruosa sinceridad.

Debemos aceptar, pues, nuestra condición de innatos perdedores que, en el brevísimo lapso de existencia que se nos ha concedido en préstamo, estamos casi obligados a plantar cara al triste e inevitable porvenir al que nacemos condenados. Resulta por ello que la derrota, tan consustancial al ser humano, es muchísimo más cotidiana que la victoria, siempre tan efímera, tan impostora. La frecuencia con que todos los mortales nos enfrentamos a la desagradable rutina de la pérdida hace que, por lo general, recelemos de los triunfadores, quienes, por su parte, desarrollan un cierto sentimiento de culpa (propia de cualquier superviviente a una desgracia, ya sea individual o colectiva), lo que sumerge a éstos en una suerte de egoísmo, temeroso y desconfiado, que los aleja de los demás: multitud anónima de condenados a la eterna derrota.

En el reciente repertorio, ilimitado e interminable, de fracasos que nos ha ofrecido la actualidad, que es un pez nervioso y escurridizo, desde el voto negativo a la permanencia en la Unión Europea de la mayoría (simple) de Gran Bretaña hasta el frustrado zarpazo electoral de la extrema izquierda en los comicios del 26 de junio; pasando por el doble castigo, deportivo y penal, sufrido por Leo Messi (incapaz no sólo de convertir a su selección absoluta en campeona de un título, sino también de demostrar su inocencia frente a firmes y graves acusaciones de fraude fiscal); o el abrupto aunque previsible final de Vicente Del Bosque como seleccionador nacional, prueban que, más temprano que tarde, nadie está libre de caer derrotado.

La cuestión radica en cuánto tiempo estamos dispuestos a seguir peleando, en lugar de rendirnos, en lugar de aceptar que, en contra de lo que creía Hemingway, hemos venido al mundo para perder.

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