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El callejón
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Inmersión imposible

Sintonía original de la serie de dibujos animados “Els barrufets”, versión catalana de “Los pitufos”. Un ejemplo más de que el proceso de inmersión lingüística ha sido un éxito sin precedentes en la Europa contemporánea.

La obstinada resistencia con la que un amplio sector de la opinión pública catalana se niega a incorporar el castellano como lengua oficial en el limitadísimo espacio de esta comunidad autónoma recuerda lejanamente a la heroica oposición planteada por los vecinos de Astérix a la ocupación romana de la antigua Galia, según relatan las crónicas firmadas por Albert Uderzo y René Goscinny. Sin embargo, la (im)posible similitud entre ambas situaciones se rompe desde el preciso momento en que reconocemos que, en el primer caso, Catalunya (o Catalonha) ni es una nación, ni ha sido invadida por una potencia extranjera, ni Artur Mas tiene lo más mínimo que ver con Abraracúrcix, quien, dicho sea de paso, resulta un gobernante Más sensato, eficaz y, sobre todo, entrañable.

El reciente auto dictado por el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña, que insta al Gobierno regional a implantar, en dos meses, la lengua castellana como vehicular en la enseñanza, junto con el catalán, trata de reconducir hacia la cordura una situación absurda y por completo kafkiana, consistente en discriminar, en aras de un disparatado proceso de inmersión lingüística, un idioma que tan solo hablan en el planeta alrededor de cuatrocientos cincuenta millones de personas, frente a la imparable pujanza de una lengua romance, procedente del latín, que cuenta con doce millones de hablantes en todo el mundo.

A raíz de la densa polvareda que ha levantado esta nueva controversia lingüístico-política, que dice mucho del grado de mentecatez que puede alcanzar el nacionalismo provinciano y la falta de ignorancia (que son la misma cosa), me vino a la memoria la entrevista que hace diecisiete años mantuve, en uno de los salones nobles del hotel Mencey, con el entonces director de la Real Academia, Fernando Lázaro Carreter.

Me citó a las ocho de la mañana, al día siguiente de su nombramiento como Doctor Honoris Causa por la Universidad de La Laguna, a propuesta de la Facultad de Ciencias de la Información. Y pude acceder a él a través de su amigo, el catedrático Ramón Trujillo Carreño, a quien servidor conocía de sus andanzas periodísticas. Don Fernando, que después de charlar conmigo tenía cita con un peluquero a quien visitaba cada vez que venía por la isla, me recibió con un libro entre las manos (una antología de poesía erótica hindú) y los modales exquisitos del viejo y sabio profesor que nunca dejó de ser.

Por aquellas fechas del tardofelipismo, acababa de entrar en vigor la Ley de Normalización del Catalán, cuyo acierto, pertinencia y oportunidad, el tiempo luego ha terminado de colocar en su sitio, dentro de la crónica universal de la infamia que es el devenir del sistema educativo en el Estado español.

Creo que ya Platón (o Aristóteles) dejó escrito en alguna parte que somos hijos de la memoria y del lenguaje. Y, en un acto instintivo de higiene intelectual, tras escuchar un montón de sandeces (pronunciadas por unos y por otros) las dos últimas semanas acerca del uso del castellano en Cataluña y del catalán en España, decidí volver sobre mis pasos y reencontrarme con Fernando Lázaro Carreter una mañana, muy temprano, en una de las salas más amplias del (hoy cerrado) hotel Mencey.

* * *

En 1989 la burocracia le llamó jubilado y tuvo que dejar su cátedra de Gramática y Crítica Literaria en la Complutense, después de cuarenta y cinco años de docencia. Sin embargo, lo que para otros hubiese sido el fin, para él no fue sino el principio de una nueva vida que no duda en tildar de "atípica". Conferencias, homenajes, artículos, ¡ah! Y la Real Academia Española, de la que es director desde 1991. Se queja de la falta de tiempo libre. Rectifica: "En el fondo, al desplazarme de la Universidad, me hicieron un favor". Muchos alumnos de Filología no estarán de acuerdo con esta afirmación. Ellos fueron los más perjudicados.

La verdad es que en el Colegio casi ninguno leía. La cabeza la teníamos para otras cosas. Sobre todo, para rematar las pelotas de tenis en los partidos del recreo. Los libros se regalaban en los cumpleaños y poco más. Eso sí, luego estaban las lecturas en clase. Fragmentos del Quijote, de Machado, de Miguel Hernández, de Aldecoa, de García Márquez. Y pasaron los cursos. Cambiamos los goles por las chicas. Los libros seguían en el estante de los adornos. Pero los comentarios de texto sí sobrevivían a la "edad del pavo". Recuerdo dos en especial. No los olvidaré. Uno, la muerte del torero Caracho, en la novela de Gómez de la Serna; el otro, una escena de Tres sombreros de copa, de Mihura.

Años después me ocurrió lo mismo con el cuento de Juan Rulfo que cerraba el manual de Literatura de segundo de BUP. Se trataba de ¡Diles que no me maten! Es el mejor western que se haya hecho nunca. En aquel volumen leí por primera vez a Borges, también había un diálogo de Unamuno con un personaje de ficción, ¡dentro de una novela de Unamuno! Aquello era el triple salto existencial.

Estas lecturas llevaron a otras, fuera de la disciplina del libro de consulta. Se lo debo a quienes pusieron esos y otros tesoros en mis manos. Y, en todos los casos, desde el principio, figuraba siempre un nombre en la portada: Fernando Lázaro Carreter. El hombre que esperaba ahora en la sala del hotel, leyendo un libro.

-Disculpe el retraso.

"Es que me levanto muy temprano. A veces, aún es de noche. Entonces me impacienta que no salga el sol".

-Mi abuelo decía que a partir de una edad se pierde el gusto por dormir. Los días empiezan a irse muy deprisa.

"Es cierto, es cierto. Yo compenso la espera con algún libro o escucho la radio".

-Supongo que todos los periodistas, antes de hablar con usted, le conocen de toda la vida, de los manuales de bachillerato…

"Es horrible. Lo de las entrevistas, digo. Es diario. Por teléfono, en emisoras, en televisiones. Es angustiante. Yo tengo mi trabajo, mi esfera privada que quiero mantener, pero esta curiosidad de los medios sobre mi persona no cesa".

-Usted abandonó a la fuerza la universidad. Ahora dice que ha comprobado que hay vida fuera de las aulas. ¿Cómo es esa vida?

"Completamente atípica. Mi labor en la Academia no me deja apenas tiempo libre. Tengo mucho trabajo. Por ejemplo, poner en marcha la Fundación ha supuesto un esfuerzo enorme. Respecto a la jubilación, hay personas a las que les sienta fatal. Hay quienes se mueren a poco de retirarse. Yo, ahora, busco la jubilación definitiva".

Lázaro Carreter no falta a la verdad. Parece que atrás quedaron los tiempos en que la institución encargada de "limpiar, fijar y dar esplendor" a nuestro idioma era una mesa redonda de viejos sabios un tanto apolillados. Hoy, la RAE es, según su director, casi una empresa, "con sesenta personas en nómina".

Además de la Fundación Pro Real Academia, que canaliza las ayudas económicas no oficiales, existe el Instituto de Lexicografía que, dotado con los últimos adelantos técnicos (léase lectores láser y bancos de datos regulados por software), adaptan las viejas estructuras y métodos de trabajo a los tiempos que vivimos.

Sin embargo, aún hay mentalidades que no comprenden esta renovación.

"Nos tratan de laxos, nos critican porque dicen que vamos demasiado despacio. Tengo hijos y nietos y hablo con ellos en el lenguaje de hoy. No podemos ignorar la realidad".

Tanto como lingüista, como ensayista, investigador o columnista, la gran obsesión que ha tenido siempre el profesor Lázaro Carreter ha sido la unidad idiomática. Precisamente, los últimos estatutos de la RAE, aprobados en julio, abordan esta cuestión.

"Hemos convocado un congreso de Academias Iberoamericanas para fomentar la idea de la unidad. En la actualidad no importan los extranjerismos, hoy todas las lenguas son mestizas".

Un idioma que lo hablan más de 450 millones de personas está expuesto a infinidad de fenómenos que ponen en peligro su unidad. Empezando por la propia dispersión de la lengua.

"La escolarización no es lo suficientemente aceptable -dice Lázaro Carreter-. La incultura está muy extendida en el mundo hispanohablante. También la dejadez en el uso de la palabra por parte de quienes tenemos la voz pública. Ya seamos profesores, políticos, sacerdotes, informadores o artistas".

En el discurso de aceptación del doctorado "honoris causa" por La Laguna, Fernando Lázaro explica que no hay malos usos lingüísticos cuando una colectividad los "adopta simultáneamente y le sirven para una comunicación más perfecta". En su opinión, los malos usos "no deben reemplazar a otros modos de decir más precisos, más matizados, más plenos de información".

Los neologismos (palabras nuevas) procedentes de otras lenguas, sobre todo el inglés, están a la orden del día. Ante esta aparente "invasión" léxica el gramático zaragozano no opone otra Ley de Extranjería que la utilidad.

"Estoy a favor de aceptar aquellos términos que cubran una necesidad. Palabras como by pass, leasing o hardware se incorporan a nuestro vocabulario porque son conceptos científicos y técnicos. ¿Son positivos para el idioma? Sí, ya que la sociedad los ha aceptado. Sobra decir, por otra parte, que vivimos en medio de una continua norteamericanización. Los mismos cereales en el desayuno son un elemento importado. En ese sentido, nos pasa un poco como a los cristianos de la Edad Media cuando se encontraban ante arabismos como atarjea, aljibe o azud".

Lázaro Carreter considera que los barbarismos, lejos de empobrecer el idioma, ayudan a enriquecerlo y hacer un poco más real la idea de la globalidad de McLuhan. Al igual que los inmigrantes, muchas de estas expresiones se nacionalizan (estándar, champú, eslogan, raíl, luna de miel) y otras se mantienen fieles a sus orígenes, sin ni siquiera alterar la grafía (body, slip, panty) porque conllevan un matiz diferenciador del objeto referido que no posee el vocablo español. ¿Alguna vez han probado pedir como calzoncillos esas prendas masculinas tan claustrofóbicas que marcan tanto la noción de virilidad? ¿Verdad que el dependiente los/las ha mirado con perplejidad?

"Ahora bien, hay algunos ejemplos que son auténticas majaderías: single, after shave, hot-dog, planning, el empleo de posicionar en vez de definirse, o puntual por concreto. Son neologismos que nos hacen hablar inglés sin darnos cuenta".

Durante la "laudatio" previa a su investidura como doctor honorífico, el profesor Ramón Trujillo destacó de la personalidad intelectual de su amigo Fernando Lázaro su deseo de que las lenguas oficiales del Estado español convivan pacíficamente.

-¿Qué le parece la Ley de Regulación del Catalán?

"Debo confesar que no conozco la ley. Sí me preocupa que los castellanohablantes puedan ejercer su derecho. Me preocupa que los niños catalanes puedan aprender español. Ignoro el contenido de la ley, pero si existe la posibilidad de que el catalán se desarrolle más que el castellano eso no sería sensato. Demográficamente, los catalanohablantes pueden salir perjudicados. No se debe hacer política con estas cosas".

Entre las virtudes del ciudadano español no figura precisamente la afición a la lectura. Estamos hartos de estadísticas que nos sitúan entre los europeos que menos leen. El lector Lázaro Carreter tiene su propia visión del tema.

"Los medios de distracción son hoy más tentadores que antes. La lectura se sustituye por otros entretenimientos. También es verdad que se editan muchos libros. Supongo que se editan porque se compran y, si se compran, por lo menos se ojearán. Es cierto que debería leerse más. Se habla de "telebasura", pues a ver si a base de hacer una televisión cada vez más invisible se consigue que la gente lea".

-¿No le hace la TV un flaco favor a la Lengua?

"En unos aspectos es positiva. En lo que se refiere a la nivelación lingüística, sobre todo. La televisión muestra cómo se habla en el ámbito urbano. Los medios audiovisuales realizan esta tarea de forma sorprendente. Hace años un aldeano podía morirse sin oír el estándar culto de su lengua. Por lo menos la televisión ha roto ese aislamiento. También son buenos los "culebrones", ya que demuestran que no somos los dueños del idioma. El castellano es una partitura que se puede interpretar de diferentes maneras. Es cierto que en ellos se dan fenómenos de empobrecimiento pero, en el fondo, resultan útiles".

-¿El futuro del español está en los medios?

"Sí, llevo años diciéndolo. Los medios son más poderosos que la labor docente. El trabajo de un profesor puede venirse abajo con unos minutos de televisión".

-Don Fernando, ¿quién habla más claro: Cantinflas o algunos políticos?

"Rivalizan. Los políticos, como los periodistas, o los profesores, pertenecen al mismo pueblo y deben procurar hacerse entender por éste. A veces, por conveniencia política, se tiene que oscurecer el mensaje. Eugenio D"Ors le entregaba sus manuscritos a la criada, ella los leía y él le preguntaba: "¿Lo entiende?". "Sí, don Eugenio". "Pues entonces, oscurezcámoslo un poco", apostillaba D"Ors".

* * *

Esta entrevista fue publicada en Diario de Avisos el 3 de abril de 1994. Más de un año después, en otoño, asistí en el salón de actos de CajaCanarias a una charla impartida por Lázaro Carreter en torno a los distintos niveles de la lengua que se pueden apreciar en El Quijote. Resultó una charla tan bien escrita y tan bien leída que, a su conclusión, me acerqué hasta el conferenciante para darle las gracias y, de paso, entregarle una copia de la interviú que nunca llegué a mandarle a su despacho de la Real Academia.

Había dejado el periodismo temporalmente para dedicarme a terminar la carrera y le dije a don Fernando que, tras su brillante exposición, "a uno le entran ganas de irse a su casa a releer El Quijote".

"¿Verdad que sí? Es un libro tan hermoso", contestó con su marcado acento aragonés.

Lo que ni él ni yo sabíamos entonces es que, casi ocho años después de este segundo encuentro, el destino nos volvería a unir por última vez. Fue durante la realización del examen escrito en las oposiciones para el cuerpo docente de Secundaria, a las que me presenté en la convocatoria de julio de 2002. Me tocó el tema de la obra cumbre de Cervantes y, durante el apresurado desarrollo de aquella pregunta, el recuerdo de la conferencia de Lázaro Carreter resultó un precioso y preciso punto de referencia.

El filólogo, lingüista y académico nos dejó para siempre el 4 de marzo de 2004, dejando un profundo vacío que ya difícilmente nadie podrá llenar.

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