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El callejón
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Fueron felices y...

"Someday My Prince Will Come", de "Blancanieves", en la insuperable versión del trompetista Miles Davis, acompañado por los saxos tenores Hank Mobley y John Coltrane, el pianista Wynton Kelly, el bajo Paul Chambers y el batería Jimmy Cobb.

A mis sobrinas, Daniela y Ainara, con cariño verdadero

-…comieron perdices -lee el hombre con ese cansancio resignado de quien ha llegado al final del día y, con él, al límite de sus fuerzas.

El hombre exhala un suspiro de alivio y mira a su hija, que lo contempla embelesada desde debajo de las sábanas, estampadas con la sonrisa desconcertante y a la vez protectora de Bob Esponja.

La niña, de cabellos dorados y tez muy pálida, también sonríe a su padre y el hombre siente un inmenso alivio instantáneo y se olvida que ha tenido un día de perros: en el despacho, en la calle, en el almuerzo, en el acto de esa misma tarde…

-¿Te ha gustado? -pregunta el padre, mientras alisa con cariñosa y abnegada precisión el vuelto de la colcha para que su hija pueda descansar abrigada en un confortable y perfecto orden.

-Sí. Creo que es mi cuento favorito, con el de Cenicienta.

-¿Te van las princesas, eh?

-Sí. A mamá también le gustan mucho las historias de príncipes y de princesas que acaban bien.

-¿Ah, sí? -la frente del hombre se arruga en un pliegue de risueña curiosidad.

-Sí. Además, ella siempre dice que todas las niñas somos princesas y que algún día encontraremos a nuestro propio príncipe.

El hombre está a punto de soltar una carcajada, pero en el último momento se contiene con gran discreción.

-¿Eso dice mamá?

-Sí.

-Pues si lo dice mamá, sus razones tendrá para decirlo. Supongo que habla con conocimiento de causa -esta vez el padre no puede evitar que se le escape una leve risa.

-Aunque la abuela no piensa igual.

-¿Ah, no? -contesta el hombre con indisimulado interés.

-No. La abuela cree que estos cuentos de princesas están pasados de moda. Ella prefiere que yo lea otras cosas.

-¿Y qué libros prefiere que leas? -al padre se le ha despertado una curiosidad que empieza a parecerle insaciable.

-Le gusta que aprenda cosas de personas mayores. Siempre me habla de gente de la familia, de nuestros antepasados, de los parientes de aquí y de Grecia. Sobre todo, de los de Grecia.

-¿Ah, sí? Vaya, vaya con la abuela… ¿Y a ti te interesan esas historias de personas mayores, hija?

La niña inicia un bostezo que trata de sofocar, con cursi coquetería, con la palma de su pequeña mano.

-No sé, papá, algunas sí y otras no.

-¿Y con cuáles te quedas: con los cuentos de príncipes y princesas de mami o con las historias de la abuela?

-Con las películas de Disney, papá. Son mis favoritas. Sobre todo, Blancanieves.

El hombre rompe a reír en una carcajada estrepitosa, descontrolada, refrescante. Su hija abre los ojos muy sorprendida.

-¿Qué te hace tanta gracia, papá?

-Nada, hija. Me hace gracia que tú y yo compartamos la misma opinión sobre un asunto de tanta importancia, por supuesto.

El padre se levanta no sin antes depositar un delicado beso de despedida en la frente de la chiquilla. Luego, apaga la lámpara de la mesilla de noche, cuya tulipa muestra un dibujo de Patricio, que luce una de sus bobaliconas sonrisas de habitante feliz y despreocupado de las ensoñaciones infantiles.

-Felices sueños, princesa -susurra el hombre.

Antes de llegar a la puerta del dormitorio, la hija vuelve a hablarle desde la cama.

-Papá, ¿las momias se casan?

-¿Qué dices, hija?

-Si las momias se casan.

-No te entiendo…

-Es que hoy he visto en la tele a esa señora tan vieja, tan vieja, tan vieja… Esa que es amiga del abuelo. Al parecer, acababa de casarse con un señor muy serio, más joven que ella. Y ella estaba tan contenta, papá, que se puso a bailar.

Ahora, el hombre tiene que hacer verdaderos esfuerzos para contener las carcajadas.

-Pero esa mujer no es ninguna momia, Leonor. No seas mala.

-Ya… Tampoco él parece un príncipe, ¿verdad?

-Pues no. Ni siquiera los príncipes auténticos son como los de los cuentos. Y, créeme, sé lo que te digo.

-Bueno, papá, que descanses.

-Tú también, cielo.

La puerta se cierra muy suavemente.

A continuación, don Felipe dirige sus pasos hacia el otro extremo del palacio.

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