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El callejón
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La isla del mañana

Esta es una de las dos fotografías que Manuel Rodríguez Quintero tomó de la isla de San Borondón, en septiembre de 1957, desde Las Martelas, Los Llanos de Aridane. La otra imagen fue reproducida por el diario ABC un año después.

La ficción cinematográfica que aquí se incluye tiene su origen en el relato "La bonanza", original de Anelio Rodríguez Concepción, y es deudora de la impagable labor de investigación histórica llevada a cabo, entre otros, por María Victoria Hernández Pérez, Manuel Poggio Capote y Luis Regueira Benítez, ilustres embajadores de la Non Trubada, y del ingenio admirable de Herbert George Wells y Richard Matheson. A todos ellos, y al profesor y amigo José Manuel Camacho Díaz, va dedicado el siguiente texto 

            La primera persona que me habló de la isla de San Borondón fue mi abuelo materno. Él fue quien me contó su historia cuando yo todavía era demasiado niño para discernir cuánto de verdad hay en la mentira y cuánto de mentira pervive en la verdad.

            El mito de la isla furtiva, que irrumpió entonces en mi vida y se mantuvo amontonado junto a otros recuerdos de los nueve años que pasé en Santa Cruz de La Palma, desde 1977 a 1986, es la razón que me ha empujado, mucho tiempo después, a sentarme delante de esta pantalla, picotear con la yema de mis dedos las teclas y escribir estas páginas, mientras la incertidumbre se adueña de El Hierro, con las recientes noticias sobre la erupción volcánica submarina.

            El relato que me refirió mi abuelo hablaba de la existencia de una isla al oeste de La Palma que aparecía y desaparecía por caprichosos designios. Esta isla recibió el nombre por el que hoy se la conoce en honor de San Brandán o San Brendán de Clonfert (480-576 d. C.), monje irlandés que protagoniza una de las leyendas más populares de la cultura celta, la Navigatio sancti brendani o el viaje de San Brandano o San Brendano a la Tierra de Promisión de los Santos, a través del océano Atlántico, en una especie de epopeya de corte fantástico que presenta evidentes similitudes con la Odisea, la Eneida y las aventuras de Simbad descritas en Las mil y una noches.

Aunque actualmente se desconoce cuál fue el manuscrito original y en qué idioma estaba escrito, se han registrado más de ciento cincuenta versiones de la Navigatio, de las cuales al menos ciento veinte están escritas en latín y las más antiguas de ellas datan de finales del siglo X, cuatrocientos años después de que falleciera el santo que dio pie a la célebre crónica. 

Desde sus primeras apariciones -como todas y cada una de las posteriores-, breves, inesperadas, San Borondón ha sido el centro de una de las polémicas más controvertidas dentro de la historiografía sobre las Islas Canarias, ya que la opinión de quienes han puesto en duda la posibilidad de que San Borondón tenga una existencia física más allá de la imaginación alimentada por observaciones por lo demás episódicas y muy esporádicas entra directamente en conflicto con la tesis de quienes creen que, en efecto, la isla permanece ahí fuera, a nuestro alcance, a la espera de ser descubierta.

En este sentido, conviene recordar la hipótesis defendida por Jorge Sörgel de que la isla no es otra cosa que un "espejismo por refracción lateral", originado por el concurso de ciertas condiciones atmosféricas que lo convierten en un fenómeno "perfectamente explicable".

La leyenda que un día mi abuelo sembró en mí, echó recias y profundas raíces y, a pesar de que él mismo, que reconoció haberla contemplado en enero de 1955, me confesó su personal convicción de que se trataba de un "simple efecto óptico", ésta no ha dejado de ejercer una singular e insólita fuerza de atracción que me ha llevado durante todos estos años a recabar cuanta información entendía relevante para dar con las claves que pudiesen aclarar el misterio.

Lejos de dar con la ansiada respuesta, con el transcurso del tiempo, ésta, al igual que la isla que motiva la indagación, no ha dejado de mostrase esquiva y escurridiza, en curiosa y, por qué no admitirlo, divertida transposición: la incógnita que en sí misma encierra San Borondón se muestra tan inaprensible y caprichosa como la propia isla, fugaz e intermitente a lo largo de los mapas y de los siglos que de ella nos separan.

            En la última década este mito tuvo que pasar a un segundo plano dentro mis prioridades literarias, ya que, como muy bien explica Eloy Benito Ruano, para justificar la ausencia de avistamientos de la citada isla en la época contemporánea, dichas apariciones es posible que se debieran al algún fenómeno "más psíquico que óptico", pues han cesado para las últimas generaciones y "lo que ha cambiado no son los ojos de nuestras gentes sino sus preocupaciones".

            No obstante, a falta de datos y de pruebas fehacientes que permitiesen hurgar con mayor detalle en los entresijos de esta historia, siempre he tenido a mano el repertorio de autores, libros y artículos que podríamos calificar de básicos a la hora de afrontar una primera aproximación a dicho tema. A saber:

– Descripción e Historia del reino de las Islas Canarias, de Leonardo Torriani.

– Historia de la Conquista de las Siete Islas de Canaria, de Juan de Abreu Galindo.

– La isla de San Borondón [serie de artículos], de Buenaventura Bonnet y Reverón.

– La isla perdida. Memorias de San Borondón desde La Palma, de Manuel Poggio Capote y Luis Regueira Benítez.

– La leyenda de San Borondón, la Octava Isla, de Eloy Benito Ruano.

– Leyendas canarias, de Félix Duarte Pérez.

– Noticias de la Historia General de las Islas Canarias, de José Viera y Clavijo.

– Noticias de la Isla de San Borondón, de Dolores Corbella Díaz y Javier Medina López.

– San Borondón, signo de Tenerife, de María Rosa Alonso.

A estas referencias de carácter casi obligado habría que sumar las valiosísimas aportaciones que, respecto al citado ámbito de investigación, han supuesto los trabajos de María Victoria Hernández Pérez, José Eduardo Pérez Hernández, Juan Tous Meliá, Belén Castro Morales, Jorge Sörgel de la Rosa y María José Vázquez de Parga y Chueca.

En su afán indagatorio por desentrañar las claves del enigma, la labor de estos historiadores mantuvo viva en mí la llama de la curiosidad, a pesar de que las obligaciones profesionales me tuviesen cada vez más alejado de las orillas de la isla fantasma o de la "isla sirena", como acertadamente dio en llamarla José Padrón Machín.

También hago extensiva esta deuda de gratitud a los fabuladores que, con sus especulaciones y juegos ficticios, contribuyeron a que mi interés por la "Non Trubada" (denominación que San Borondón, "aún por descubrir", recibía por parte de los portugueses, quienes la incluyeron en el Tratado de Évora, en 1519, según el cual se confirmaba el derecho de propiedad de la corona de Castilla sobre las islas que estuviesen al oeste del "mar Océano", es decir, del Atlántico) no decayese durante todo este tiempo. Apartado en el que merece la pena que se destaquen, especialmente, las novelas de Javier González (Navigatio), Pedro González Vega (El mensaje de San Borondón y San Borondón: conexión extraterrestre en Canarias) y de Raúl Marco Ruiz Gutiérrez (Borondón, la octava isla); el volumen de cuentos de varios autores Desiderátum. 21 Viajes a San Borondón y la exposición San Borondón: la isla descubierta, original de los artistas Tarek Ode y David Olivera.    

            Por puro azar, mi primer destino como profesional de la enseñanza me llevó al Instituto de Granadilla de Abona, un macrocentro que fue construido en los inicios de la década de los setenta para acoger a todo el alumnado de bachillerato existente en la comarca sur de Tenerife. Levantado antes incluso de que finalizaran las obras de la autopista, este achatado cubo de cemento y hormigón, con capacidad para albergar a unos mil quinientos estudiantes en un solo turno, está en las afueras del pueblo y su cara oriental cuenta con una magnífica panorámica sobre El Médano, pequeño barrio pesquero que en los sesenta fue pionero de la actividad turística en esta parte de la isla.

            Situado a unos ochocientos metros sobre el nivel del mar, el instituto resulta excesivamente frío en invierno, ya que a primeras horas de la mañana la temperatura exterior apenas supera los diez grados.

            Como ocurre en la mayor parte del sur de Tenerife, los habitantes de esta zona de medianía experimentan a marchas forzadas un rápido proceso de transformación social que consiste en el progresivo e irrefrenable abandono del sector primario que, en los últimos quince años, ha empezado a ser sustituido por el sector servicios, al calor de una expansión urbanística sin precedentes. Dicho proceso significa no sólo un cambio en la actividad económica sino también una notable modificación en los modelos sociales y en las pautas de convivencia. En la práctica docente este doble fenómeno de suplantación supone que los escolares tímidos, apocados e ingenuos, hijos e hijas de campesinos y pastores que conoció Luis Diego Cuscoy hace ya más de medio siglo, han dado paso a estudiantes perfectamente acoplados a la revolución tecnológica y escasamente dispuestos a aceptar la cultura del autocontrol, de la obediencia -no confundir aquí con el servilismo- y del sacrificio que recibieron sus progenitores como herencia de sus predecesores.

            No obstante, los alumnos y alumnas de los núcleos rurales en los que todavía pervive este componente agrícola presentan un índice de conflictividad considerablemente inferior al de los adolescentes que cursan la enseñanza obligatoria en centros educativos de áreas metropolitanas.

            Y fue este bajo nivel de conflictos el que propició que, en mis dos cursos como profesor en el Instituto de Granadilla, las, por otra parte, insulsas horas de guardia sirvieran de marco idóneo para estrechar lazos de amistad con mi entonces jefe de departamento, José Manuel Camacho Díaz.

            Natural de La Palma, aunque, en su caso, de Los Llanos de Aridane, José Manuel es de una generación anterior a la mía pero eso no fue obstáculo para que entre nosotros surgiera, poco a poco, un vínculo de recíproca complicidad, edificada sobre afinidades -y fobias- compartidas. No es de extrañar que nuestras rondas de guardia por los desangelados pasillos del centro, si exceptuamos las inevitables admoniciones a los chicos más traviesos y revoltosos, derivasen con frecuencia en entretenidas y amenas charlas sobre jazz o sobre literatura latinoamericana.

            De hablar suave y tranquilo y dotado de un fino y a veces agrio sentido de la ironía, tan habitual en el palmero, Camacho aborda los temas sin muchos rodeos, con aparente parsimonia pero con nervio y total sinceridad. No oculta sus animadversiones aunque tampoco hace gala de ellas. Igual de respetuoso que como fumador, como conversador José Manuel no pretende aleccionar a nadie con sus opiniones, que se apoyan sobre la sólida base de un constante y autoexigente régimen de lecturas, ni tampoco se empeña inútilmente en rebatir los pareceres opuestos.

            En uno de estos diálogos mañaneros, que manteníamos sin mayor trascendencia,  mientras paseábamos con cierta despreocupación por las interioridades de un edificio inhóspito, surgió de repente el tema de San Borondón y José Manuel Camacho sacó a relucir un hecho para mí sensacional que terminaría poniendo en mis manos lo que considero un extraordinario tesoro.

            En el mes de septiembre de 1957, mientras su padre, secretario en el partido judicial del Valle de Aridane, acudía a una finca en el barrio de Las Martelas, para verificar las lindes de unos terrenos que estaban siendo objeto de litigio, la isla encantada hizo su súbita aparición a varias decenas de kilómetros de la costa occidental de La Palma. El avistamiento hubiese pasado desapercibido para el resto de la opinión pública de no haber concurrido la feliz circunstancia de que, en ese preciso instante, acompañaba al secretario judicial el fotógrafo local, Manuel Rodríguez Quintero (1897-1971), quien, cámara en ristre, se encontraba en el mismo lugar para dar fe de la exacta ubicación de la propiedad en disputa. Quintero no se lo pensó dos veces, enfocó el objetivo de su vieja Violader hacia la isla fantasma y consiguió las dos únicas imágenes reales que existen de ella. El suave velo de nubes que tratan de ocultarla no impiden que no haya lugar a ninguna duda: es San Borondón.

            Una de estas fotografías (aquella que muestra el relieve de una isla con dos montañas distantes y de acusado relieve, separadas por una amplia hondonada) fue publicada por el rotativo madrileño ABC el 10 de agosto de 1958, acompañada por un extenso artículo ("Magníficamente escrito", como admite José Manuel Camacho) del profesor, antropólogo e historiador, Luis Diego Cuscoy.

            Titulado "La isla errante de San Borondón" y con el subtítulo de Ha sido fotografiada por primera vez, el texto es un recorrido cronológico -bastante completo y con una prosa pulcra y atinadamente poética- por la singladura histórica de la isla que, mediante esta fotografía, entra de lleno en el siglo XX.

            En prueba de agradecimiento, el fotógrafo Manuel Quintero le facilitó una reproducción en papel, sacada del original, al padre de mi amigo. Fallecido su autor, el negativo de la célebre foto se extravió entre los papeles y archivos que los hijos de Rodríguez Quintero no han sabido o no han podido clasificar. Gracias a la generosidad de Camacho, que cultiva su afición por la fotografía desde su juventud, pude hacerme con una copia de la copia. A pesar de que, obviamente, la calidad no es óptima, el contorno de la isla resulta más que evidente y uno no puede dejar de experimentar una sensación de insólita credulidad, de prudente alegría o de extraño milagro -de epifanía, diría Eloy Benito Ruano- ante la contemplación de lo que, en apariencia, parece inexplicable.  

          Con posterioridad, en octubre de 2004, y por motivos que ahora no vienen al caso, decidí emprender un proyecto de investigación, bajo el rótulo de "Cinco décadas de observación solitaria de la realidad: la obra periodística de Luis Alemany Colomé" y, precisamente, fue en el curso de esta investigación de carácter académico, cuando resurgió en mi vida, con una fuerza y una intensidad absolutamente inesperadas, la isla de San Borondón.

            En pleno rastreo por la prensa insular, con el fin de hallar referencias sobre el escritor objeto de estudio, me encontraba hojeando ejemplares del periódico La Tarde, cuando el siguiente titular capturó mi atención de inmediato:

A VUELTAS CON UNA LEYENDA. LA ISLA DE SAN BORONDÓN

            La información, publicada en el número correspondiente al 10 de diciembre de 1977, llevaba la firma de un colaborador del diario, José Ayala Zamora, y en ella, después de un extenso exordio donde el autor especula con la idea de que "sólo entre los poéticos relatos, en fantasmales relaciones, es en donde la fantasía y la imaginación y el hecho real, si existió alguna vez, se confunden, se entrecruzan, se entremezclan y se amalgaman", da cuenta de una noticia aparecida en El Universal de Caracas en 1955 y en la que, al parecer, se repetía el eco, al otro lado del Atlántico, de un reciente avistamiento de la isla, es decir, del acaecido con toda probabilidad en agosto de 1953 y que, en aquella ocasión, se produjo desde El Hierro, tal y como queda constancia en la prensa de la época.

            El hecho de que la observación de tan fugitiva y escurridiza isla fuese tratado por la prensa venezolana contemporánea me llenó de intriga ya que, al margen de la estimable presencia de emigrantes canarios en aquel país -sobre todo, procedentes de La Palma y de La Gomera-, no entendía cuál sería el auténtico interés que el espectro de San Borondón pudiese despertar entre los lectores caraqueños. 

Este leve cosquilleo de curiosidad me empujó a la consulta del citado ejemplar de El Universal, fechado concretamente el 25 de septiembre de 1955, al que finalmente accedí a través de la biblioteca de la Universidad Central de Caracas, en virtud del convenio de colaboración que, en materia de investigación, tiene suscrito con la Universidad de La Laguna.

El cuerpo central de la información, que, para no variar, insiste en los antecedentes históricos del mito de San Borondón, va acompañado de un mapa de las Islas Canarias, en el que se señala la posible ubicación de la isla misteriosa -al oeste de La Palma y de El Hierro-, y de un pequeño texto de unas ochenta palabras, incluido en un recuadro a modo de despiece de la información principal, que, bajo el título de "El paraíso recuperado", reivindica la existencia de la isla como "legítima aspiración de todos aquellos hombres y mujeres de espíritu libre que buscan en ella el paraíso al que, en un pasado hoy demasiado remoto, sus ancestros renunciaron en aras de un insensato desafío a los dioses".

La firma de esta noticia se reduce apenas a tres significativas iniciales (M. A. R.), detalle que, tras varias relecturas del texto, me llevó a la equivocada conclusión de que tal vez su autora fuese María Rosa Alonso Rodríguez, profesora de Filología Española de la Universidad de La Laguna, fallecida el pasado mes de mayo, a la edad de 101 años, y que, justo entre 1953 y 1958, residió en la capital de Venezuela.

Provista de un espontáneo y enérgico sentido del humor, doña María Rosa invirtió buena parte de su brillante labor investigadora en cotejar, con chispeante agudeza, la literatura canaria. Y, aunque uno de sus primeros libros llevase el título de San Borondón, signo de Tenerife y en uno de los pasajes más audaces de este volumen se preguntase "¿por qué no ha habido un héroe ni un poeta para San Borondón?" y terminase invitando a escribir un "romance de desagravio" en honor de dicha isla, no tardé en comprender que no era María Rosa Alonso Rodríguez la responsable intelectual del texto aparecido en el diario caraqueño aquel 25 de septiembre de 1953.

Semanas después de tener por fin ante mis ojos la noticia publicada en El Universal, una llamada de teléfono, recibida un domingo por la mañana, vino a confundirlo y alterarlo todo. Esa llamada no sólo me ayudó finalmente a despejar la incógnita de la verdadera identidad de quién se escondía detrás de las tres enigmáticas letras (M.A.R.) -aunque para ello habría de pasar más de año y medio- también fue el punto de partida para un viaje cuya secuencia de estaciones he vivido con alucinada estupefacción día tras día, tropezando de un hallazgo en otro, en una sucesión de episodios en los que, a veces, me he sentido arrastrado por fuerzas o designios inextricables y, en otras ocasiones, con la consciencia clara e irrevocable de haber asumido toda la responsabilidad de mis actos.

Tardé cerca de cinco años en completar una travesía que, por último, con la visión de conjunto que proporciona la mirada retrospectiva, entiendo ahora en toda su complejidad. Hasta entonces he permanecido durante todo este tiempo viéndome a mí mismo como una pieza más en un tablero de secretos ocultos y de mensajes en clave que no he tenido más remedio que descodificar si quería llegar hasta el final y poder así salir del laberinto del que a punto estuve de no escapar. Aunque, por momentos, no estoy del todo seguro de haberlo conseguido, ya que han sido cinco años de rozar siempre el filo de la resignación, que es la peor de las rendiciones.

Han sido cinco años de perseguir un sueño. El sueño de una sombra y la sombra de una isla sin sombra.

            He aquí la historia de ese viaje a San Borondón.

El hallazgo*

SEC.1/ FONDO DEL MAR / INT/DÍA

Abre de negro

Panorámica submarina. La cámara avanza entre peces y algas, en medio de unas aguas transparentes, cristalinas. La pantalla es una coreografía de colores, en constante movimiento, sobre un fondo azul claro. Sobreimpresionado, aparece el rótulo: Golfo de El Hierro, miércoles.

El desplazamiento de la cámara se detiene ante la imagen de una botella de cristal, oscura, que irrumpe, semienterrada, en el fondo. Está completamente cubierta de algas y costra de limo. Una mano de submarinista entra por la izquierda del cuadro y tira del gollete. Tras unos segundos de forcejeo, la mano consigue finalmente extraer la botella,  levantando las consiguientes burbujas de oxígeno y humus.

SEC.2/ EN LA SUPERFICIE / EXT/DÍA

Luce un sol espléndido. La calma del mar que rodea la isla de El Hierro se ve rota por la irrupción, desde las profundidades, de dos submarinistas. El segundo de ellos lleva en su mano la botella.

SEC.3/ EN LA LANCHA / EXT/DÍA

Los dos submarinistas suben por la escalerilla de acceso a la pequeña embarcación deportiva que utilizan como base de operaciones. Una vez a bordo, y después de depositar con cuidado, en el suelo de la lancha, la botella encontrada en el fondo del mar, ambos submarinistas se quitan las gafas, descargan las bombonas de aire y se deshacen de las aletas. Descubrimos que se trata de dos treintañeros: SANTI, el portador de la botella, es rubio y con aspecto de estar todo el día sometido a la luz solar; por su parte, JOSE es moreno, un poco más corpulento, y tiene una tez más pálida. Por su aspecto físico podríamos decir que JOSE trabaja habitualmente en una oficina. En cambio, SANTI tiene toda la apariencia de trabajar al aire libre.

Una vez desprovistos de sus trajes de neopreno, los dos amigos se disponen a lavar la botella con una manguera de goma. Pero retirar las algas y la capa de limo incrustados en el cristal les cuesta bastante trabajo.

SANTI

(Que aplica la boca de la manguera directamente sobre el cristal, cayendo algunos trozos de tierra húmeda)

¡Joder, tío! Parece que llevase ahí debajo trescientos años…

JOSE

Pues tiene pinta de eso, ¿eh? Menuda costra…

(Ante la dificultad de limpiar la botella sólo con el agua a presión que sale de la manguera, JOSE echa mano del cuchillo especial que lleva en una funda del traje y comienza a raspar la superficie del cristal)

SANTI

(Que se ha desentendido de la manguera, sostiene ahora la botella, mientras su amigo prosigue las labores de limpieza)

Creo que dentro hay algo, tío…

JOSE

(Sin dejar de raspar con energía)

Sí, seguro que hay un mensaje de un náufrago, no te jode…

La limpieza de la botella se prolonga durante unos instantes hasta que la capa de limo y de algas ha sido arrancada casi por completo. Sorprendido, JOSE alza la botella y la expone a la luz del sol.

JOSE

(Mirando con detenimiento en el interior de la botella)

¡Coño! Creo que vas a tener razón… Ahí dentro hay algo, tío…

SANTI

(Con una triunfal expresión de alegría en su rostro)

¿Ves? ¡Te lo dije, enterado!

JOSE

¿Tenemos el sacacorchos?

SANTI

Creo que sí… Tiene que estar ahí dentro… Lo usamos el otro día para abrir las botellas de vino blanco que nos tomamos con las pibas…

(SANTI entra en la cabina de la lancha y no tarda en salir con un flamante sacacorchos)

¡Aquí está, colega!

JOSE

Pues trae, aguanta la botella con cuidado, mientras yo intento sacar el corcho.

Mientras su amigo agarra con fuerza la botella por la base, JOSE introduce el sacacorchos. Al contacto con éste, el corcho se deshace por completo, ante la mirada desconcertada de los dos submarinistas. Rápidamente, SANTI coloca la botella boca abajo y da varios golpecitos. Del interior sale una buena cantidad de agua verdosa y oscura, con piedras y musgo marino. Por último, cae al suelo de la embarcación un cilindro de plástico del tamaño de un buen puro.

SANTI

(Que no puede evitar una exclamación)

¡Joder!

De inmediato, un cariacontecido JOSE se agacha para coger el tubito de plástico, de color blanco, en cuyo extremo hay una especie de tapón. JOSE mira a SANTI.

SANTI

¿A qué esperas, tío? ¡Quítaselo! ¡Que no te va a pasar nada, coño!

Sin ocultar sus reservas, JOSE extrae el pequeño tapón. Luego, levanta el cilindro a la altura de su ojo derecho para comprobar lo que hay dentro.

JOSE

(Sorprendido, mira a SANTI)

Te debo una…

SEC.4/ SALÓN-COMEDOR CASA DE SANTI / INT/NOCHE

Sobre la mesa del comedor, bajo la única luz de un flexo, hay desplegado un papel, de color amarillo pajizo. El documento tiene el aspecto desteñido de los periódicos muy viejos y su superficie presenta numerosas roturas en los pliegues. Se trata de un texto escrito a mano, que podemos leer a duras penas, ya que la tinta con que fue escrito parece a punto de borrarse:

San Borondón, 16 de julio de 2.948

El tiempo no existe en la isla del mañana. Aquí la vida no se mide en días o en minutos. Aquí no hace falta regresar porque el futuro siempre ha estado ahí, al alcance de quien quisiera verlo, para que pudiésemos imaginar qué será de nosotros. Pero eso es algo que ya no importa cuando vives en la isla del mañana. Hemos ido hasta él y hemos vuelto y ya sabemos lo que nos aguarda porque es algo que nunca ha dejado de esperarnos. Y queremos que sepan que no deben preocuparse. No es gran cosa el mañana. La tierra continúa girando alrededor del sol y el mar se mece al ritmo que marcan las olas. No estarán aquí el día de mañana. Nadie estará. Y lo sabemos porque vivimos en él. En esta infinita soledad compartida

Ulises Concepción

Santiago Armas

La cámara realiza un movimiento de alejamiento, en travelling out, para que descubramos en el salón, sentados en sendos sillones de diseño moderno, uno junto al otro, a SANTI y JOSE, que ahora están vestidos de calle, en plan informal, y fuman un porro que se pasan el uno al otro, EN COMPLETO SILENCIO, mientras parecen encerrados en compartimentos estancos, cada uno a solas con sus propios pensamientos.

SANTI

(Después de echar una calada al cigarrillo)

¿Quién coño será el gracioso?

JOSE

(Pensativo)

No sé… Tú eres el especialista, Santi. Como buzo profesional, tendrías que estar al tanto de estas machangadas…

SANTI

(Sonriendo)

Hombre, las aguas de por aquí suelen estar muy limpias. Aunque tampoco te niego que de vez en cuando nos hayamos topado con alguna lavadora o alguna cocinilla… Pero, a decir verdad, nunca me había encontrado con una botella con sorpresa… Además, lo que más me mosquea es el papel. Parece tan antiguo… Sin embargo, ya me dirás qué coño de fecha es ésa… Julio de 2948… ¡Toma ya!

JOSE

(Exhalando una nube de humo)

Esa carta o lo que sea tiene por lo menos más de ciento cincuenta años…

SANTI

(Extrañado)

¿Sí? ¿Y cómo estás tan seguro?

JOSE

(Que le pasa el cigarrillo)

En la Universidad me pegué un par de trimestres currando de becario en el Archivo Provincial de La Laguna, ¿no te acuerdas?… (SANTI, que está echando una calada al porro, asiente levemente con la cabeza) Allí tuve un medio rollo con una de las chicas del Archivo… Estaba de buena, la tía… Toda una intelectual, con sus gafitas y sus faldas cortas… (JOSE emite un suspiro cargado de nostalgia) En fin, la chica, que se llamaba Beatriz o algo así, me enseñó documentos del siglo XVIII, algunos escritos de su puño y letra por el mismísimo Viera y Clavijo y, tío, te doy mi palabra de que esos papeles tenían la misma pinta que ése que tienes ahí, encima de tu mesa…

SANTI

(Exhalando una bocanada de humo)

¿No te estarás pegando ahora el moco conmigo, verdad?

JOSE

(Poniéndose un poco melodramático)

Santi, te lo juro por mi madre… Esa carta por lo menos tiene dos siglos…

SANTI

(Devolviéndole el pitillo, con gesto pensativo)

Quién coño serán esos dos… Ulises Concepción y Santiago Armas…

(Entre ambos se produce una nueva PAUSA DE SILENCIO INTROSPECTIVO, EN LA QUE SE LIMITAN A SEGUIR FUMANDO)

JOSE

(A quien parece que se le ha encendido una bombilla dentro de su cabeza)

Tío, se me ocurre un sitio en el que podemos preguntar…

(Por toda respuesta, SANTI se queda mirándolo, expresando cierta incredulidad a través del espeso humo que despide el cigarrillo)

Tenemos que ir al juzgado de Valverde, al registro civil… 

SEC.5/ OFICINA DEL REGISTRO CIVIL / INT/DÍA

Descubrimos a nuestros dos protagonistas vestidos con vaqueros, camisa y tenis en la oficina del registro civil de Valverde, capital de El Hierro. Ambos están sentados en el minúsculo despacho del FUNCIONARIO del registro. El FUNCIONARIO, que tiene unos ocho o diez años más que ellos, lleva una indumentaria más formal, aunque sin excesos. Sobre la mesa de éste descansa el mensaje encontrado en el fondo del mar por los submarinistas. Junto al documento hay una lupa como las que utilizan los filatélicos.

FUNCIONARIO

(Dirigiéndose a los dos)

Señores, desconozco el motivo que pudo llevar a alguien a tomarse la molestia de escribir esta nota… Lo más seguro es que se trate de una broma… Pero estoy completamente convencido de que este documento tiene una antigüedad, como mínimo, de doscientos años…

JOSE

(Que no puede ocultar una sonrisa de íntima satisfacción)

Ya… Eso nos lo imaginábamos, lo que no terminamos de entender es quién pudo escribir algo así a principios del siglo XIX o a finales del siglo XVIII. Ni el tono ni el estilo se corresponden con los de esa época…

FUNCIONARIO

(Que pone cara de circunstancias)

Ya… No sé… Reconozco que no soy un especialista en literatura, pero… quién sabe, ¿por qué no pudo escribirlo alguien entonces?

SANTI

(Inquisitivo)

¿Y qué me dice lo de localizar la carta en San Borondón?

FUNCIONARIO

(Haciendo alarde de erudición)

Por lo que tengo entendido, esa isla se estuvo viendo esporádicamente desde aquí y desde La Palma hasta hace poco…

JOSE

(Categórico)

Eso ya lo sabemos. El último avistamiento registrado data de 2006. Se produjo desde una loma del barrio de Breña Baja, en La Palma.

SANTI

Sí, incluso en 1957 le sacaron una foto…

JOSE

Que publicó el diario ABC de Madrid al año siguiente…

SANTI

(Con una arrogancia un tanto fuera de tono)

Como ve, no hemos estado perdiendo el tiempo, señor…

FUNCIONARIO

(Muy digno)

Abreu… Isauro Abreu.

JOSE

(Algo presuntuoso)

Pues como puede comprobar, señor Abreu, nos hemos estado documentando sobre el tema y ya sabíamos lo de la isla y todo el rollo ése de los avistamientos…

FUNCIONARIO

(Desafiante)

Pero ustedes no han venido por aquí para que les informe sobre San Borondón…

SANTI

(Yendo al grano)

En efecto, señor Abreu, a nosotros lo de San Borondón nos trae un poco sin cuidado. Lo que de verdad nos interesa es averiguar si en los dos últimos siglos ha vivido en la isla de El Hierro alguien que se llamase Ulises Concepción, nada más…

FUNCIONARIO

(Desconcertado)

Y el otro nombre, ¿no les interesa?

 (Coge la lupa y echa un rápido vistazo a la segunda firma que aparece en el documento)

¿No quieren saber nada de ese tal Santiago Armas?

SANTI

(Manifestando cierta impaciencia)

Para qué, señor Abreu… Calculo que, aparte de mí y de mi abuelo, en esta isla ha de haber unos treinta o cuarenta individuos que se llamen así…

FUNCIONARIO

(Con una sonrisa entre nerviosa y ridícula)

Tiene usted razón… Bien, pues consultaré en los archivos a ver si encuentro algún indicio de Ulises Concepción… Comprendan que esto me llevará un tiempo, señores… Necesitaré por lo menos tres o cuatro semanas… En esta oficina se nos acumula el trabajo y apenas damos abasto…

Al escuchar esta última frase, SANTI y JOSE se cruzan una mirada llena de complicidad y ambos están a punto de estallar en una carcajada.  

SEC.6/ SALÓN-COMEDOR CASA DE SANTI / INT/NOCHE

Sentados en torno a la mesa del comedor se encuentran SANTI y JOSE y sus respectivas amigas, SONIA y MARIBEL, dos chicas morenas, guapas y agradables, de veintitantos años. Los cuatro están vestidos con ropa juvenil y de tonos refrescantes. La mesa está elegantemente servida para la cena. Hay en ella incluso un par de velas encendidas y una botella de cava enfriándose en el interior de una cubitera. Los comensales han dado cuenta de los platos y disfrutan ahora de una agradable sobremesa.

SANTI

(Levantándose para coger la botella y servirle otra copa a SONIA)

¿Quieres más?

SONIA

(Rechazando la invitación con una sonrisa)

Oh, no, gracias, Santi… Ya he bebido más de la cuenta…

SANTI

(A MARIBEL)

¿Y tú, Maribel? ¿Otra copita?

MARIBEL

(Aceptando, gustosa, mientras levanta la copa vacía)

Sí, nunca digo que no a un cavacito… (SANTI le sirve solícito) Y, ahora, ¿por quién brindamos?

SONIA

(Poniendo una divertida mueca de hartazgo)

¿Otra vez? Brinda por quien te dé la gana, hija, que llevamos toda la noche de brindis en brindis y tiro porque me toca…

(MARIBEL no se toma a mal el comentario de su amiga y ríe CON UNA SONORA CARCAJADA)

JOSE

(Levantando su copa)

Propongo que brindemos por San Borondón, la isla del mañana…

SONIA

(Protestando de una forma un tanto exagerada)

¡Oh, no! ¡No empezarás otra vez con la matraquilla ésa…! Jose, por favor, deja ese cuento para tus alumnos del instituto…

MARIBEL

(Eufórica)

¡Pues yo me sumo!

(Alza su copa para chocarla con las de SANTI y JOSE)

¡Por San Borondón!

(Los tres hacen chocar el cristal de sus respectivas copas, con el correspondiente CLIC, ante la mirada un tanto desaprobatoria de SONIA. Acto seguido, beben)

MARIBEL

Ahora, si son ustedes tan amables, ¿me pueden aclarar una duda?

JOSE

(Acariciándole cariñosamente la barbilla)

Habla por esa maravillosa boquita que Dios te ha dado, my darling…

MARIBEL

(Que responde a la caricia con un leve estremecimiento de su cuello)

Lo que no termino de entender es que si esa isla se ha visto tantas veces a lo largo de la historia, que hasta mandaron la expedición militar en el siglo no sé cuántos y no dieron con ella…

JOSE

(Precisando con burlona pedantería)

En el siglo XVIII y, para ser exactos, en 1721. Por estricto mandato del señor Capitán General de Canarias, la expedición oficial se llevó a cabo sin el menor éxito en noviembre de 1721.

MARIBEL

(A quien parece que el alcohol empieza a surtirle efecto)

Bueno… Pues eso… Cuando tú quieras…

JOSE

(Bromista)

¡Exacto!

MARIBEL

¡Vete a la porra!… Bueno, lo que estaba diciendo… Por cierto, ¿qué estaba diciendo?

SONIA

(A MARIBEL, molesta, sobre las risas jocosas de los dos hombres)

 Que no entiendes cómo es que viesen tantas veces la isla, que incluso mandaron una expedición para encontrarla y no la encontraron…

MARIBEL

(Recuperando el hilo de su propio discurso)

Ah, sí… Eso… Si tantas veces se vio esa dichosa isla, si era evidente que estaba ahí mismo, como quien dice… ¿Qué explicación han dado para que lleve cincuenta años sin aparecer? ¿A dónde se ha ido la muy puñetera?

(SANTI y JOSE acogen esta última observación de MARIBEL con otra SONORA CARCAJADA, aunque resulta evidente que a SONIA esto no le hace demasiada gracia)

JOSE

(Que se esfuerza por contener la risa, para poder dar una respuesta coherente)

Al parecer, la isla de San Borondón o de San Brendán o San Brandán, que es como se llamaba el monje irlandés que supuestamente a ella arribó en la Edad Media, que dirían Los Sabandeños… (JOSE se ríe de su propia ocurrencia pero sólo SANTI parece entender la gracia) Pues la isla en cuestión no es otra cosa que un espejismo… Una broma pesada que estuvo gastando la naturaleza a la gente de El Hierro y de La Palma durante siglos… Y para que el truco tuviese efecto tenían que darse ciertas condiciones atmosféricas muy, pero que muy especiales…

MARIBEL

(Que pone expresión de no estar convencida de las palabras de JOSE)

Ya… ¿Y en qué consisten esas condiciones tan especiales?

JOSE

(Adoptando un tono didáctico)

Según los científicos que han investigado el caso, este espejismo se produce cuando el sol se encuentra en una determinada posición y esto coincide con una concreta temperatura del agua del mar y el vapor que se concentra en el aire procedente del propio mar, unido a la influencia del alisio.

MARIBEL

¿Y todos esos requisitos no pueden darse hoy?

JOSE

Es que para que el fenómeno se reproduzca el cielo tiene que estar completamente despejado y la atmósfera completamente limpia…

MARIBEL

(Expresando una falsa indignación)

No me fastidies, Jose… No me digas que ahora no podemos ver la isla ésa de las narices debido al cambio climático…

JOSE

(Mostrándose convencido)

Pues sí, más o menos ésa es la razón…

SANTI

(Muy serio)

De hecho, San Borondón es uno de los ejemplos que cita Al Gore en sus conferencias…

(Tanto el propio SANTI, como JOSE y MARIBEL prorrumpen en una RUIDOSA CARCAJADA que encuentra en la negativa expresión de SONIA el contrapunto discordante)

SONIA

(Irónica)

¡Qué graciosos están! ¡Qué divertidos!

(A pesar de sus pullas los otros tres continúan riéndose)

Pues yo lo que no termino de entender en todo este asunto es que si, para ustedes dos, está tan claro que la isla es un espejismo no sé por qué han armado tanto jaleo a cuenta de la cartita ésa que vino en la botella…

(Curiosamente, la mención de la nota manuscrita consigue que tanto SANTI como JOSE dejen de reírse y casi de inmediato pasen a adoptar una expresión más seria)

SANTI

(Cuyo rostro se tuerce en un gesto de contrariedad)

Bueno, Sonia, no sé a qué viene eso… Estamos vacilando, ¿o acaso no entiendes el vacilón?

SONIA

(Ofendida)

Es que, de repente, a todos les ha dado por descojonarse…

SANTI

¿Y qué quieres que hagamos? ¿Qué nos echemos a llorar por la leche derramada?

(Esta frase vuelve a arrancar las carcajadas de JOSE y MARIBEL)

Sonia, por el amor de Dios, relájate, que estamos entre amigos…

(Como para purificar el clima de tensión que su chica ha suscitado en el buen ambiente de la velada, SANTI la acaricia con tacto y le da un beso, al que ella responde, primero tímidamente y, después, con efusividad)

JOSE

(Disimulando una sorpresa escandalizada ante la amorosa actitud de sus amigos)

Bueno, bueno, creo que esta película se está poniendo no apta para todos los públicos, ¿verdad?

MARIBEL

(Que se levanta de un gracioso salto de su asiento, para sentarse sobre el regazo de JOSE)

¡Ya lo creo!

A continuación, los cuatro se besan con dulce y entregado abandono, mientras la cámara se desvía hacia una esquina del salón, donde la botella, completamente limpia, descansa sobre una estantería, en su nuevo hogar.

SEC.7/ OFICINA DEL REGISTRO CIVIL / INT/DÍA

El FUNCIONARIO permanece en SILENCIO ante SANTI y JOSE, que tienen una cierta expresión de confusión en su rostro. Sobre la mesa descansa un papel en el que parece figurar un nombre y una dirección.

SANTI

(Que coge el papel que está sobre la mesa)

Dígame una cosa, señor Abreu, ¿qué posibilidades hay de que esta persona tenga algo que ver con el Ulises Concepción de la carta que nosotros encontramos?

FUNCIONARIO

(Con ostentosa suficiencia)

No tengo ni idea… Teniendo en cuenta que actualmente no existe en toda Canarias nadie con ese nombre, es muy probable que Ulises Concepción no sea más que un pseudónimo, una invención de algún gracioso…

JOSE

Pero usted mismo nos reconoció que la nota que apareció en la botella tenía como mínimo doscientos años…

FUNCIONARIO

(Mostrándose estúpidamente condescendiente)

Sí. Y lo mantengo. Lo que ocurre es que hoy en día, con los medios tecnológicos con que contamos, es posible que ustedes sean víctimas de una magnífica falsificación. Además, por otro lado, resulta prácticamente imposible averiguar cuántos Ulises Concepción vivían en Canarias hace doscientos años. Muchos documentos se han perdido para siempre y los archivos de muchas parroquias y juzgados están incompletos…

SANTI

(Que vuelve a mirar, con gesto taciturno, el nombre y la dirección del papel)

Y, según usted, ésta es la única persona en la isla de El Hierro que se apellida Concepción…

(El FUNCIONARIO se limita a asentir EN SILENCIO. SANTI mira fijamente a JOSE. Éste muestra en su rostro una mezcla de decepción y desconcierto)

FUNCIONARIO

(Con evidente satisfacción)

Sin embargo, no es el caso del otro…

SANTI

(Con extrañeza)

¿Del otro?

FUNCIONARIO

Del otro firmante del mensaje… Santiago Armas, si no recuerdo mal…

SANTI

Sí… En efecto. ¿Qué pasa con él?

FUNCIONARIO

(Sonriendo)

No… Con él no pasa nada… Me tomé la molestia de comprobar si usted tenía razón en cuanto el número de individuos con ese mismo nombre que viven en esta isla…

SANTI

¿Y…?

FUNCIONARIO

(Sonriendo con el orgullo de un niño empollón)

Son exactamente dieciséis, señor. Muchos menos de los que usted calculó…

SANTI

(Que tuerce el gesto)

Ya…

SANTI vuelve a mirar a JOSE, quien a su vez mira al FUNCIONARIO, que no cabe en la silla de puro engreimiento. Luego, JOSE le devuelve la mirada a SANTI, haciendo un fugaz pero significativo gesto con el entrecejo que denota su pésima opinión sobre la salud mental del FUNCIONARIO. 

                                  (CONTINUARÁ)


*   El presente guión, aún inédito, forma parte del proyecto de largometraje para televisión, titulado Historias isladas, que en julio de 2007 recibió el segundo premio en el Concurso de Ideas para la Escritura de Guiones de Largometrajes Cinematográficos y Películas para Televisión, convocado por la empresa pública Canarias Cultura en Red, adscrita a la Consejería de Educación, Cultura y Deportes del Gobierno de Canarias. 

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