Ocurrió hace ya once años. Se disputaba la ida de una eliminatoria de repesca, clasificatoria para el Mundial de Alemania de 2006, y que enfrentaba a las selecciones nacionales de España y Eslovaquia, en el Vicente Calderón.
“¡Eso que está pisando es el escudo del Atlético de Madrid! –Le recriminó Luis Aragonés al cuarto árbitro, que, ajeno a todo cuanto no tuviese que ver con el rectángulo de juego, se había colocado justo encima del símbolo de la entidad dibujado sobre el césped– ¡Haga el favor de ponerse en otro sitio, hombre!”.
Una década después, ya fallecido el mítico futbolista y entrenador madrileño, instalado por méritos propios el club entre la élite del balompié europeo e incluso mundial y casi solventada la deuda contraída con Hacienda por esta institución centenaria, sus actuales gestores, albaceas de la emponzoñada herencia del gilismo, acaban de presentar el nuevo estadio, bajo la nomenclatura de la marca estrella de un magnate chino, que posee el veinte por ciento del accionariado del Club Atlético de Madrid Sociedad Anónima Deportiva y una fortuna personal que lo sitúa dentro de los veinte individuos más ricos del planeta.
Además, convencidos de que con el traslado a la nueva casa hay que renovar hasta los signos identitarios, Cerezo y Gil, Gil y Cerezo, han propiciado el cambio de escudo, que pasa ahora a lucir un sosPPechoso azul oscuro, cargándose con ello la simpática silueta del madroño y convirtiendo al oso en una criatura desprovista de vitalidad.
Que a nadie le extrañe que tales metamorfosis no sean del gusto de la parroquia colchonera, que, a estas alturas de la película, anda curada de espanto y se las ha visto de todos los colores, porque, si bien es cierto que somos sufridos, leales, generosos y apasionados, los hinchas del Atleti no somos gilipollas.
Pintao
Nada nuevo bajo el sol dado los tiempos que corren en este siglo XXI. En tiempos de zozobras no es extraño que nos sorprendamos con los cambios.
Es triste despedirse de los viejos símbolos, parte de nuestra memoria colectiva, pero como dice el viejo refrán, “a la fuerza ahorcan”.
Recuerdo las lamentaciones de los fieles hinchas del Arsenal FC, cuando tuvieron que dejar Highbury Park, para mudarse al flamante Emirates Stadium.
Poderoso caballero es don dinero y quien paga manda.
También es cierto que a todo se acostumbra uno, y hoy los futboleros cuando visitan Londres, aparte de la cumplida visita a Westminster Abby, o a la Torre de Londres, rinden visita al Emirates y se compran un souvenir.
“Oh tempora, oh mores”, que nos recordaba Cicerón en las Catilinarias a los del plan antiguo.
Dentro de poco tiempo, Wanda será un término tan castizo como Lavapiés.
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Juanf
Amigo José Amaro, nada nuevo en el mercado global, el empresario chino con sus mas de treinta y dos mil millones en su haber decidió invertir cuarenta y cinco millones de euros en la compra del 20% de las acciones del Atlético de Madrid que suman un total de doscientos veinticinco millones de capital.
Ya el oro negro se adueño de algunos estadios ingleses, ahora comienza la fiesta en los españoles,
bienvenido el capital foráneo aun cuando el nombre sea del que hace la buena inversión a tu equipo de toda la vida, ahora llevara un nombre chino WANDA con un oso en su escudo, en el futuro será un panda para que rime con Wanda.
La apuesta de Wanda por España
La opción de Wanda no era en absoluto baladí. Este conglomerado empresarial, el mayor promotor inmobiliario de China, es propiedad de Wang Jianlin, que a su vez ha logrado coronarse en 2016 por tercera vez en los últimos cuatro años como el hombre más rico de China. Y es que su patrimonio asciende a 32.300 millones de dólares, según la revista estadounidense Forbes, lo que le permite también situarse como el 18º hombre más rico del mundo.
Su llegada al Atlético (que ganó al Valencia en las preferencias del magnate) fue en 2015, cuando pagó 45 millones por hacerse con el 20 % de las acciones del Atlético de Madrid. Suscribió así entonces la primera entrada de una compañía china en el capital de uno de los grandes del fútbol europeo. Y lo hizo con la idea de que el dinero “fuera para el día a día del club, no para comprar o controlar” el equipo.
Wang Jianlin ya había mostrado su fuerte interés en invertir en Madrid en 2014, cuando compró al Banco de Santander el Edificio España por 265 millones de euros, en una inversión que con el tiempo resultó un fracaso por un mediático culebrón urbanístico que acabó con la venta del inmueble por parte del multimillonario magnate.
Aquello fue medio año antes de reunirse en Pekín con el presidente del Gobierno español, Mariano Rajoy, para analizar otros proyectos en España, en un encuentro que culminó con el interés público del asiático por construir un gran complejo de ocio de 3.000 millones en el madrileño barrio de Campamento, que se veía entonces como una alternativa a la fracasada Eurovegas. El proyecto, no obstante, corrió la misma suerte, y Wang Juanlin acabó abandonando ese proyecto, en el que iba a invertir 3.000 millones de euros.
Ahora, fuentes del sector aseguran que el empresario sigue analizando opciones en España. Sus ojos podrían estar en la Costa del Sol, aunque sin quitar la vista del Atlético, pues es público su interés en que el club sea 100% chino en un plazo de 5 años.
Escudo
El club colchonero ha aprovechado la presentación de la denominación del nuevo estadio para desvelar el nuevo diseño de su escudo, que mantiene su rasgos distintivos (el oso y el madroño, las franjas rojiblancas y las siete estrellas de la bandera de la Comunidad de Madrid), pero con un estilo más moderno y con formas redondeadas.
Ahora toca comenzar a aprender chino, y yo que he estado en la China de los ingleses, de los portugueses y la siempre solicitada Formosa se que hay chinos listos para rato.
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PedroLuis
Dicen los entendidos en imagen que a estos cambios hay que “concederles un tiempo de esperanza”, para desprenderse de lo antiguo y asimilar lo nuevo. Ocurre con las modas, y bien se sabe: “lo que hoy es moda, mañana incomoda”. No sé, quizás para los amantes de lo naif fuera más bonito el antiguo, con su osito negro y el madroño verde con frutitos naranjas… Ahora, “oso y madroño se funden en un cielo azul estrellado” (¡qué bonito!): queremos pensar que el cielo es de todos, y los colores también. O no, e igual los chinos, con sus ojitos entrecerrados, entre dormidos y despiertos, lo vean todo de forma diferente y quieran apropiárselos en exclusiva. En este mundo globalizado nunca se sabe. Igual es el Sr. Trump quien, por mortificar a los chinos, revindica la vieja estampa. Por estos derroteros, cualquier lectura es posible.
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