El belga Toots Thielemans, fallecido en agosto pasado, a los noventa y cuatro años de edad, emana, casi a la perfección (si es que existe tal absoluto), el perfil más exigente y cotizado del músico de jazz: entendiéndose por ello aquel intérprete, altamente eficaz y versátil, capaz de cumplir con sobresaliente solvencia cualquier compromiso contractual que haya adquirido previamente.
Quiere esto decir que Thielemans no sólo era un competente profesional sino también un comedido e inconfundible virtuoso, dotado de un estilo (o sonido) propio, singular. Hábil y generoso instrumentista, era un cualificado guitarrista y silbaba como sólo lo harían los ángeles si estas etéreas criaturas poblasen realmente el firmamento, aunque pronto se decantó por la armónica (instrumento cromático, muy difícil de dominar), que le proporcionó una longeva carrera sobre los escenarios de todo el mundo y una voz melancólica, dulce, reconocible e imperecedera, que asociamos a temas que jamás nos cansaremos de escuchar: Blussette, Desayuno con diamantes, Cowboy de medianoche, La huida o Barrio Sésamo.
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El día 26 de diciembre es festivo por ejemplo en los países de origen británico. Boxing day”, lo llaman que solía ser antiguamente el día de los aguinaldos a la servidumbre.
Hoy es día de poca actividad, para descansar de los ajetreos de los días anteriores, y nada mejor que para disfrutar de este tiempo de tranquilidad y paz que escuchar la armónica de este ilustre músico, tan poco conocido, y digno de admiración, pues es difícil sacarle tanto partido a una simple armónica.
La bosanova que se marca con Elis Regina, es sublime dentro de la sencillez más elemental, nada fácil por otra parte.
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