Elsa López recita sus poemas con una voz acariciante, dulce y sutil, que emociona. Una poeta con experiencia y pulcritud que bascula entre el paisaje y la memoria, la reivindicación social. Nacida en Guinea Ecuatorial, su infancia en la isla de La Palma, su vida profesional entre Madrid y las islas. Tiene un refugio en El Tablado, Garafía, precioso lugar fuera del mundo, en cuya cocina escribe poemas con música clásica de fondo. El tiempo allí se mide de otra manera; cuando se levanta mira, abajo, el pequeño caserío, las luces de los pocos que van quedando. Opina que es admirable lo que ha hecho Mauro Castro, uniendo a gente que se fue de Franceses y que regresan una vez al año. Gente que añora todo eso, los nietos vuelven, recuperan los terrenos. Ama la soledad, aunque en Madrid se acostumbró a escribir en un bar con ruido. Emilio Barrionuevo, prodigioso fotógrafo, ha retratado su mirada atenta, su bondad innata, su capacidad de trabajo. Lo dice así: Cuando oyes un poema mío puedes pensar que está recién escrito pero no es así, yo corrijo una barbaridad. Los escritores jóvenes tienen mucha prisa, con los pintores no pasa tanto, quizá la pintura te obliga a otro tipo de concentración. Me pregunto si es que ahora vivimos otro tiempo, si es que ha habido un corte intelectual. Hago esfuerzo por entender a los poetas jóvenes. Ahora hay muchos más escritores, pero los lectores no han crecido y la mayor parte de los autores jóvenes no leen, no creen que haya esa necesidad. Pero hay que aprender a conseguir el ritmo. Le pregunto si su poesía es para ser leída o para ser oída, y estima que primero hay que leerla. Claro que hay mucha discusión, vemos un juglar como Juan Carlos Mestre, que utiliza técnicas antiguas para hacer llegar su obra. José Hierro y Olvido García Valdés son ejemplos de saber leer bien. Pero uno cuando recita no se oye.
Cada noche lee poesía y hace un crucigrama. Prefiere leer poesía y ensayo. “No sé si estoy dentro de la poesía de la experiencia, José Hierro decía que es difícil encasillarme”. Hierro pensaba que la poesía de Elsa dice más por lo que calla que por lo que dice, debe ser por su capacidad de sugerencia, la sutileza. Los títulos de mis libros son referencias de mi vida, pero es difícil saber si soy poeta de la experiencia, o de la emoción o de la memoria. Con Ediciones La Palma, Elsa puso su dinero para que publicasen autores de una isla ultraperiférica. A pesar de su valía, muchos autores ven rechazada su obra una y otra vez por editoriales y concursos. Yo creo que la autoedición no es tan mala, muchas veces con ella se salvan libros. También en lo que publican las editoriales hay mucha basura. Los concursos y las editoriales cometen errores garrafales, los jurados son caprichosos. Con respecto al papel de la mujer en las letras canarias, es lamentable la escasa presencia; ahora hay una lista infinita de mujeres pero las mujeres no nos podemos imponer como autoridad a la fuerza. Hay que visibilizar a muchas mujeres, pero no debemos pisar el pensamiento de los hombres. Yo valoro la calidad, sea de mujeres o de hombres, pero no admito la paridad impuesta, por ley de la paridad estamos dando voz a mujeres que no lo merecen. Claro que tampoco admito los manuales y antologías de literatura que solo incluyen a hombres, pero tampoco admito lo contrario. La calidad ha de ser lo primero.
¿Hacia dónde va la literatura? Elsa opina que está perpleja porque se ha envejecido, no ve que hay otra oleada distinta. Ahí tienes una Irene X, muchachas y muchachos que están haciendo una poesía de la calle, de carretera. Son poetas actuales, que a lo mejor escriben como si estuvieran rapeando. Quizá de ahí pasen a leer a Ángel González, Claudio Rodríguez, José Hierro, etcétera. La gente joven vive de impactos, todo es muy rápido. Hay que entender que no hay que forzar a leer el Quijote a muchachos de 14 años, que lean algo que les dé más vida. Hay poetas jóvenes como Irene X que llega muy bien a su generación. ¿Cómo puedes despreciar a verseadores como Yapci Bienes, capaz de improvisar a partir de una palabra? Además, aquí en La Palma te encuentras mucha gente de campo que con sus versos espontáneos te cuentan algo, un incendio, el volcán, una inundación. Hay que defender la poesía popular y también hay que defender la poesía urbana de la nueva generación. Es la propia evolución de la mujer en España, que tras el franquismo la mujer se quitó cosas de encima. Que por ejemplo podamos hablar de sexo con toda normalidad, que si un pintor pinta desnudos de mujer también pueda una mujer pintar un pene. Me pongo a pensar en mi pasado y veo todo lo que hemos ganado. Claro que el progreso nos sigue pareciendo lento, porque no hemos llegado donde queremos llegar.
Lo que es difícil no es introducirse en un mundo de hombres, sino erradicar el machismo, una educación que les dieron a los chicos y que todavía me asombra cuando veo a uno de mis hijos sentado mientras su mujer se levanta para poner la mesa. Llegó por una esquina de las enredaderas. / Con los pasos muy lentos subió los escalones / y se quedó mirando tu libro y mis geranios / y aquellos macetones con las flores de mundo salpicándome el alma / igual que las estrellas salpican por las noches el cielo tan azul. / Era un gato con la mirada triste y el gesto indiferente… La poesía de Elsa entra así, suave, a veces sin aparente trascendencia. Pero te conmueve, te golpea el alma. Es un íntimo aleteo que no te deja indiferente. He aquí otro fragmento, doméstico, inmenso: Tengo miedo al saber / que la higuera se va volviendo grana, / y al viejo nisperero le han crecido los gajos / hasta alcanzar la casa. / Hoy quiero regresar. / Cuando febrero se acerca, ya sin frío, / para recobrar aquel remolino de almendras / y tuneras… Elsa es muchas cosas a la vez. Y ahí radica su grandeza, la admiración de la gente que la quiere en la isla que ha hecho suya, y fuera de ella. Emilio Barrionuevo, ese gran artista, le ha hecho una fotografía que ella estima mucho.