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El porno y la iniciación sexual de los adolescentes

Una joven médica que ejerce en la sanidad pública en una isla menor, La Palma, nos cuenta su asombro por la proliferación de enfermedades de transmisión sexual entre adolescentes. Chicas de 14 años que van al consultorio una y otra vez porque han tenido un despertar biológico muy temprano, y como la nueva generación ha crecido en un ambiente de libertad de costumbres los chicos y las chicas de ahora mantienen relaciones de promiscuidad a una edad muy precoz. Coincide el asunto con el hecho de que estemos en presencia de muchas familias desestructuradas, en las que los padres ya no tienen el ascendiente ni el control sobre los actos de sus hijos. Tengo entendido que en los colegios se imparten conocimientos sobre sexualidad, pero probablemente no en todos los centros ni de la misma manera. Los adolescentes están muy colgados de las nuevas tecnologías, aferrados al móvil en todo momento. Y en el móvil es muy fácil ver porno a discreción, y resulta que el lenguaje del porno es machista y soez. A las mujeres que salen manteniendo sexo se las denomina zorras, putones, ninfómanas. Es posible que en ese caldo de cultivo sea fácil pasar a ejercer violencia sobre las chicas, novios que pretenden controlar todos sus movimientos, amigos que se creen con derecho a supervisar la vida de sus colegas de sexo opuesto. La madurez sexual precipitada de los adolescentes de ahora no está acompañada de suficiente formación ni de suficiente información.

Hay portales para obtener sexo rápido y en la sociedad actual se da una hipersexualización que desfigura lo que debería ser realmente el sexo, casi siempre visto ahora como objeto de consumo rápido sin implicaciones afectivas. El porno en el móvil no es el mejor instructor posible, pero es el que los adolescentes tienen a mano. También hemos de constatar que en este entorno el machismo reverdece, porque el porno transmite un modelo en el que la mujer ha de jugar un papel de pasividad, de sumisión incluso. Es un modelo de relación poco igualitario que perpetúa las tradiciones: el varón tiene deseo sexual constante, permanente y la mujer ha de aceptar y satisfacer ese deseo compulsivo. De este modo, las primeras experiencias están marcadas por esta forma de ver las cosas, no son verdaderos coitos sino más bien masturbaciones de dos. En estas pandillas de colegios e institutos siempre aparece el macho alfa, que, al igual que una manada en la selva africana, cree ser adorado por sus hembras. A veces ellas consienten y adoran al macho de la tribu, y en estas circunstancias, no es tan infrecuente que se den agresiones en grupo, imitadas aquí y allá. Tendría que haber más psicólogos y mayor cercanía de los padres para que estas nuevas promociones tengan una idea más exacta de la función de la sexualidad. Los profesionales dicen que los quinceañeros son personas inestables, que sufren muchos cambios hormonales repentinos.  En muchos casos el sexo es como un rito de paso para sentirse mayor. Los adolescentes sienten una presión social muy fuerte al estar en una edad en la que ni son niños ni son adultos y sufren la necesidad, casi ansiedad, de pasar la prueba de la primera vez y sentirse mayores. Las primeras veces son importantes y en el caso de las chicas el apremio aumenta ante la dificultad o incapacidad de decir que no ante la posibilidad de perder la oportunidad y al chico deseado. Los adolescentes forman parte de un grupo social que actúa de forma precipitada. El único tabú que queda es la muerte porque ya el sexo no es un tabú, ya los códigos religiosos se han desvanecido. ¿Quién recuerda hoy aquello del sexto mandamiento que nos machacaron en los oídos de los miembros de mi generación? La mentalidad permisiva se ha ido colando y en el cine y en la televisión y en las series y en la calle el sexo no es pecado ni está prohibido, al contrario: hay un cierto exhibicionismo de todo lo erótico. Cristina Martínez, colaboradora de la Asociación Española para la Salud Sexual (AESS), razona que los chavales desconocen su propia sexualidad, su ritmo sexual y conectan con otra persona, normalmente de su misma edad, que les hace cometer muchos errores, entre ellos la mala utilización del preservativo. Estos jóvenes piensan que están por encima del bien y del mal, pillan una borrachera descomunal o tienen relaciones sexuales sin protección… y están seguros de que a ellos no les ocurrirá nada.

Como nos dice la médica que trabaja en la isla de La Palma, las chicas llegan a la clínica hacia los quince años, acompañadas de sus madres; y allí, cuando la mamá sale de la consulta y se acomoda en la sala de espera o se va a tomar un café, es donde comienza la verdadera historia ginecológica de la joven. La actitud de los adolescentes frente al uso del preservativo tampoco difiere demasiado del resto de grupos sociales. Un informe reciente de la empresa Durex reveló que solo el 15% de los españoles lo utiliza siempre como medida protectora y que un 39% no toma medidas.

Un poco de coherencia, por favor. Menos mal que una magistrada de Madrid se ha negado a aceptar como un caso de violencia machista la colaboración que Ángel Hernández prestó a su mujer, María José Carrasco, enferma terminal para terminar con su vida, después de habérselo rogado insistentemente durante años. Si ya fue una muestra de la ineptitud de nuestro ordenamiento jurídico que el caso fuese enviado a un Juzgado de violencia de género, ahora esa jueza rectifica y entiende que la solicitud expresada a su marido de forma seria e inequívoca por parte de la esposa de poner fin a su vida convierte a este presunto delito en una excepción respecto a la conductas recogidas en la ley integral de violencia sobre la mujer. Todo esto vuelve a poner sobre la mesa la necesidad de una regulación explícita sobre la eutanasia, pues si en nuestra sociedad está bien visto que cuando una mascota –un perro, un gato, etc- se encuentra gravemente enfermo llevemos el animalito al veterinario para ser dormido, evitándole mayor sufrimiento físico, con mayor razón deberíamos evitar que a persona desahuciadas se les pueda seguir aplicando tratamiento médico, lo que se llama encarnizamiento terapéutico. Recordemos la muerte de Franco o la del dictador Tito de Yugoslavia, de qué forma se les mantuvo con vida cuando ya no tenían vida.

 

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