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Palmero de ida y vuelta
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La lluvia, al fin

Cascada.

Dios aprieta pero no ahoga y, por mal que estén las cosas, todo tiene arreglo. Eso decía el abuelo cuando venían las sequías o las lluvias tan encharcadoras que pudrían las papas. La isla es un peñón de dos millones de años que el caminante contempla como una cuña de obsidianas y basaltos, mirador transparente a las estrellas. Al amigo Víctor le encanta salir a los caminos con su morral al hombro, queso ahumado, higos pasados y almendras, una cantimplora. Ni se acuerda del estrés del tráfico, ni de la masificación urbana, Madrid apretado y estresante. Divisa las formaciones de fayal-brezal, los castaños corpulentos, el ganado en relvas y los conejos saltarines. Los lechos de volcanes invadidos por pinos y brezos, las laderas excavadas por barranqueras, un paisaje modelado por el alisio que danza entre los espinazos de la cumbre. Las casas tradicionales, sabiamente orientadas a la luz.

Los arrieros y los campesinos andaban la isla de banda a banda, caminos de bejeques y gacias, tagasastes y tederas, cerrajas, tajinastes azules, diminutas margaritas, líquenes de cien colores. El paisaje siempreverde: laureles, viñátigos y acebiños junto a madroños, barbusanos y mocanes con sus rincones de hojarasca, las fuentes que manan todo el año, los charcos de agua, los helechos gigantes en los cabocos. La niebla sube a empellones por las laderas, los amagantes perderán sus pétalos rosados, los islotes de codesos amarillos florecerán en junio, los corazoncillos esperan la visita de las abejas en abril. En la cumbre pinos centenarios contemplarán la nieve y las heladas, los líquenes invaden sus ramajes. Las retamas esperan que la primavera, igual que las violetas y los alhelíes, las pajoneras, los tomillos y poleos silvestres. El drago, nuestro árbol del Bien y del Mal, cuya savia cierra heridas. El pazote, la borraja y la salvia para el catarro, el comino y el anís sanadores de diarreas, la zarzaparrilla para la soriasis y para refrescar la sangre, la cañalimón que baja la tensión, la yerbaluisa para el estómago.

Después de una larguísima seca, el agua vuelve a fecundar la tierra, la isla reverdece, la lluvia es la mejor terapia, los saltos de agua, los barrancos de agua clara. Cuando regresa a los senderos de la isla natal, cuando todo reverdece tras la lluvia, Víctor se vuelve panteísta. Y en plena crisis, la lluvia y la Navidad traen un paréntesis, amortiguan el agobio.

Blogdeleonbarreto.blogspot.com

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