El día en que, estando de viaje, contemplé por la televisión el destrozo físico y anímico de aquellas llamas gigantescas y devastadoras que con tanta saña devoraban memoria y paisaje pensé que estamos marcados por una evidente impotencia ante el futuro, esa edad que les espera a las nuevas generaciones, bendecidas por la robótica, el progreso de las tecnologías, la completa globalización y ojalá que la estabilización de la economía universal, la supresión del hambre, la conquista de otros planetas para cuando la Tierra ya sea inhabitable. Pero no cabe hacer predicciones a tan largo tiempo, ya que dentro de 30 o 50 años el mundo se parecerá poco a lo que ahora contemplamos.
Esta ruina tan repetida de los montes equivale a un ejercicio de plena impotencia. Bien sea la acción de uno de esos desalmados que están dispuestos a sembrar fuego cuando viene una ola de calor, bien sea la generación de chispas por el tendido eléctrico, bien sea una acción imprudente de alguien que maneja un soplete cerca de la masa forestal, bien sea porque alguien tiró una colilla o porque un cristal generó el efecto lupa sobre la pinocha en días de ardiente sol, el resultado es el mismo y lo peor es que se repite y se vuelve a repetir con excesiva frecuencia, sin que podamos hacer otra cosa que contemplar los noticiarios y ver las consecuencias para el entorno. Eso sí: resulta muy complicado identificar y detener a los que siembran fuego con el deseo de hacer daño. Se repiten los episodios en las mismas zonas, verano tras verano golpean con alevosía, pero parece como si a los presuntos autores los envolvieran las sombras.
Como todas las tierras, nuestro archipiélago ha conocido devastaciones, hambrunas, epidemias, volcanes, ataques piráticos, emigraciones forzadas pero también hemos recogido el fruto de estar en el camino del océano que ha generado un sentimiento de cosmopolitismo, de tolerancia, de mentes abiertas. Nuestros pinos han ardido cientos de veces y, de esta forma, saben sobrevivir. Pocas especies tan resistentes como el sagrado pino de la tierra insular, cuyo corazón ha aprendido a seguir adelante luego de los episodios más adversos. Pero este enorme incendio, que nos recordó tantos otros, deja nuevamente preguntas sobre la gestión de nuestro patrimonio forestal: montes repletos de material combustible, áreas agrícolas abandonadas, poco eficiente trabajo con las medidas preventivas, insuficientes dotaciones humanas y técnicas… Los hidroaviones tardan dos días en llegar, y sin embargo todos intuimos que a los incendios hay que pararlos en los primeros momentos.
Ni tenemos gobierno ni se le espera, porque le hemos dado nuestra voz a una clase política egocéntrica, que solo sabe mirarse al espejo de sus egos y que es incapaz de hacer política. Recordemos que la política es el gobierno de la polis y es también el arte de lo construir lo posible, pero unos y otros lo han olvidado. Los vaticinios no son muy halagüeños si proliferan nuevos líderes mundiales que tienen por bandera el enfrentamiento en vez de la construcción. Unos y otros juegan a defender con las más aviesas estratagemas, y con sus maniobras de enfrentamiento comercial, con amenazas de todo tipo frente a las posiciones del adversario, pueden parecer un anticipo de conflictos más graves, ya que por supuesto las guerras siempre empiezan por la economía. ¿Qué podemos decir de la plaga de populismos por aquí y por allá, de ese líder británico que es capaz de hacer cualquier cosa emulando a su primo americano Donald Trump? Desafortunada Europa acechada por un Putin que sigue pareciendo un taimado espía de la KGB y por un Boris Johnson decidido a llegar hasta el final del despropósito, aunque genere un cataclismo para su gente y para el resto, y por un Donald Trump que, al igual que los viejos dictadores, piensa que el planeta es un negocio exclusivamente suyo, y por eso con su modelo de nacionalismo de pata estrecha humilla al resto del globo, por eso tenía una visita a Dinamarca pero antes de llegar advirtió que quería comprar Groenlandia, quiere comprar Groenlandia porque sabe que allí hay petróleo y muchas otras cosas, menudo negocio para su imperio. Es tan maleducado que, al recibir la negativa por respuesta, anuló la visita al pequeño pero pujante país nórdico. En una película antigua de Woody Allen titulada Celebrity salía el prepotente Trump sentado en una mesa con otros tertulianos, y uno de ellos le preguntaba en qué proyectos andaba metido por entonces, cuáles eran sus proyectos. Ni corto ni perezoso respondió que a él lo que le gustaría es derribar la catedral de San Patricio en la 5ª Avenida de Nueva York y levantar en su lugar un bloque de apartamentos. A fin de cuentas ya hay demasiadas catedrales, pensaría, y qué buen servicio prestaría a la ciudad de los rascacielos un buen edificio de apartamentos lujosos en plena 5ª Avenida.
Hemos tenido un mes de agosto con episodios de inquietud, de zozobra, de preocupación. El mundo que vivimos en este comienzo del siglo XXI no es solo un mundo líquido que se derrama y se agita de aquí para allá, no solo es un mundo inconstante y en el que los referentes ya no sirven, sino que es un mundo gaseoso, evanescente, en el que nada va a resultar ser como estaba previsto pues aquí y allá soplan fuerzas contrarias. Hay monedas virtuales, hay robots que dirigirán el mundo, hay ambiciones desmesuradas y paralelamente habrá inundaciones, tornados, sequías extremas que vaticinan un gran conflicto por el agua, desastres que se llevan el patrimonio natural de generaciones, incertidumbres políticas a nivel global, un clima extraño marcado por los episodios del cambio climático que algunos todavía niegan. Bienvenidos al Reino de la incertidumbre, en el que el ciudadano ya no sabe qué papel va a tener si ahora los referentes son muy distintos a los que conoció, si los valores han cambiado, si por añadidura sus políticos no son capaces de representarlo adecuadamente, si da igual que las provisionalidades se alarguen hasta el infinito aunque ello suponga que no se van a poder librar unas cantidades de las que dependen servicios básicos, casi todas las autonomías no se cansan de pedir partidas que no han podido ser libradas por la provisionalidad permanente. A fin de cuentas, la provisionalidad es nuestra manera de estar en el mundo, ahora y siempre somos y seremos simples sombras en la noche, criaturas insomnes, seres desorientados en medio del fuego y la tormenta.