En Madrid reside un buen grupo de creadores canarios en distintos ámbitos: las letras, las artes plásticas, el teatro, etc. La Casa de Canarias en Jovellanos 5, justo frente al Teatro de la Zarzuela, estaba instalada en el edificio en que reside la escritora Carmen Posadas. Llegó a tener unos 400 socios en su buena etapa, aunque al final se derrumbó: sus valiosos fondos pictóricos fueron subastados y la Casa fue tomada como lugar para la representación institucional del gobierno regional. Más tarde fue refundada en un local del barrio de Malasaña, pero esa es otra historia.
Estuvimos en la directiva con Sabas Martín, y nos ocupábamos de los asuntos literarios. Por aquel lugar aparecía mucha gente: Rosario Valcárcel, también Luis Arencibia, escultor y pintor teldense; Luis Alberto Hernández, pintor gomero; Antonio Puente, periodista y poeta, Fermín Higuera, poeta tinerfeño; Verónica García, poeta grancanaria, hija de García Ysábal; Andrés Delgado, el pintor de Güímar con su mujer Heidi, además de visitas de Juan Cruz y su mujer Pilar García Padilla, que figuraba en la directiva; Nicolás Melini, Jorge Rodríguez Padrón, J.J. Armas Marcelo, Justo Jorge Padrón, Fernando G. Delgado, etc, sin olvidar a Alicia R. Mederos, Montse Cano y otras amigas. En Alcalá 91, al lado del Retiro, se inauguró el Espacio Canarias, en la época de Milagros Luis Brito, Alberto Delgado y Blanca Quintero, pero fue una breve experiencia y cesó cuando se agotaron los fondos del Septenio.
En la Casa de Canarias, como responsable de la sección de Arte, organizó las exposiciones durante una larga temporada. En su obra personal describía las montañas emblemáticas de su isla, esa Montaña Roja en El Médano, ese Teide picudo de la lava y el pinar, y por eso lo embadurna de ocres, rojos, negros, verdes. Acantilados de azul, rabiosa espuma y sobre todo ello el volcán primigenio, el padre engendrador de la memoria. Miembro de la Generación de los 70, Andrés obtiene su mejor energía cuando vuelve a su isla y en ella se nutre.
Tiene una apariencia de hombre calmado, pero sus inquietudes son constantes y por razón de su trabajo viaja con frecuencia por Europa. En realidad, la más entrañable Casa de Canarias estuvo en San Millán 2, en el piso de Andrés y Heidi, al lado de la estación de metro La Latina, en las puertas del Rastro. Allí hubo presentaciones de arte y de literatura, tertulias, debates. Andrés es uno de esos insulares que se van pero nunca cortan el cordón umbilical. Además de pintor y escultor con varias obras instaladas en diversos emplazamientos de la Península es un activista cultural. Fue uno de los pilares del colectivo artístico Tres en Suma que ofrecía tres estudios a creadores de todo tipo. Participaron poetas, escritores, músicos, performers, artistas plásticos. Allí estuvieron Paco Rossique, Juan Carlos de Sancho, Román Hernández, Hugo Pitti o Magdalena Medina, entre otros. Sacaban una revista cada dos meses, y se hará un documental sobre los diez años del grupo y sus actividades. En total, por sus salas pasaron unos 300 creadores que tomaron parte en iniciativas impulsadas sin apoyo institucional.
Piedras fue el título de su penúltima propuesta en la sala ST de la capital grancanaria: esculturas y pinturas. La inspiración venía de los barrancos, los riscos, los malpaíses. Piensa que hay cientos de negros diferentes, el de la obsidiana no tiene nada que ver con otro tipo de lavas, como sucede con la de los volcanes del sur de Tenerife, de los que sale la tosca. Busca en la memoria la materia del paisaje, y la recrea. Añade: Empecé a hacer cuadros con volúmenes, muy matéricos, y eso me lanzó a la escultura. Después del bronce experimentó con el barro, y confirió a la arcilla una apariencia telúrica llevándola a los 1.300 grados; se quema y semeja piedra de volcán. Confiesa su preferencia por la materia no perdurable: Me gusta el arte efímero. No estoy buscando que sean obras eternas.
Desde que expusiera por primera vez en las islas, 1972, su obra se ha visto en Madrid, Málaga, Logroño, Pontevedra, Valencia, Cuenca, Albuquerque, Utrecht o Berlín. Sus piezas se incluyen en la Fundación CajaCanarias, el Cabildo de Gran Canaria y la Fundación Antonio Pérez de Cuenca. Con su inseparable Heidi, creó espacios de acogida, este mismo verano convocó Cocinarte, un evento en el cual artistas y escritores nos reunimos en su casa de Arico, en el sur de Tenerife. Andrés sin Heidi no es Andrés, pero juntos son un vértigo. En la madrugada de este martes 22 de septiembre de 2020, nos ha dejado Heidi víctima de un cáncer, será velada en el cementerio de Santa Lastenia de la capital tinerfeña. Descanse en paz.
(Blog La Literatura y la Vida)
Juanf
Amigo Luis Leon, hoy en esta parte del mundo es dia de elección, se pueden apreciar las colas que desde las primeras horas se dejan apreciar, van silenciosos como escondiendo por quien votar, unos piensan que con su voto el otro no ganara, a su vez la opinion en la mesa de votación el otro lleva los mejores deseos porque su candidato sea el ganador.
La democracia en Espana comenzó en Santa Cruz de la Palma, ciudad pequeña pero grande en su historia democrática, confiemos que los nuestros logren llegar a sacar por votación a ese grupo mafioso que hoy manda en el pueblo español como es el deseo de grupos del Parlamento español.
Horacio Quiroga
(1879-1937)
EL ALMOHADÓN DE PLUMAS
(Cuentos de amor, de locura y de muerte, (1917)
Su luna de miel fue un largo escalofrío. Rubia, angelical y tímida, el carácter duro de su marido heló sus soñadas niñerías de novia. Lo quería mucho, sin embargo, a veces con un ligero estremecimiento cuando volviendo de noche juntos por la calle, echaba una furtiva mirada a la alta estatura de Jordán, mudo desde hacía una hora. Él, por su parte, la amaba profundamente, sin darlo a conocer.
Durante tres meses —se habían casado en abril— vivieron una dicha especial. Sin duda hubiera ella deseado menos severidad en ese rígido cielo de amor, más expansiva e incauta ternura; pero el impasible semblante de su marido la contenía siempre.
La casa en que vivían influía un poco en sus estremecimientos. La blancura del patio silencioso —frisos, columnas y estatuas de mármol— producía una otoñal impresión de palacio encantado. Dentro, el brillo glacial del estuco, sin el más leve rasguño en las altas paredes, afirmaba aquella sensación de desapacible frío. Al cruzar de una pieza a otra, los pasos hallaban eco en toda la casa, como si un largo abandono hubiera sensibilizado su resonancia.
En ese extraño nido de amor, Alicia pasó todo el otoño. No obstante, había concluido por echar un velo sobre sus antiguos sueños, y aún vivía dormida en la casa hostil, sin querer pensar en nada hasta que llegaba su marido.
No es raro que adelgazara. Tuvo un ligero ataque de influenza que se arrastró insidiosamente días y días; Alicia no se reponía nunca. Al fin una tarde pudo salir al jardín apoyada en el brazo de él. Miraba indiferente a uno y otro lado. De pronto Jordán, con honda ternura, le pasó la mano por la cabeza, y Alicia rompió en seguida en sollozos, echándole los brazos al cuello. Lloró largamente todo su espanto callado, redoblando el llanto a la menor tentativa de caricia. Luego los sollozos fueron retardándose, y aún quedó largo rato escondida en su cuello, sin moverse ni decir una palabra.
Fue ese el último día que Alicia estuvo levantada. Al día siguiente amaneció desvanecida. El médico de Jordán la examinó con suma atención, ordenándole calma y descanso absolutos.
—No sé —le dijo a Jordán en la puerta de calle, con la voz todavía baja—. Tiene una gran debilidad que no me explico, y sin vómitos, nada.. . Si mañana se despierta como hoy, llámeme enseguida.
Al otro día Alicia seguía peor. Hubo consulta. Constatóse una anemia de marcha agudísima, completamente inexplicable. Alicia no tuvo más desmayos, pero se iba visiblemente a la muerte. Todo el día el dormitorio estaba con las luces prendidas y en pleno silencio. Pasábanse horas sin oír el menor ruido. Alicia dormitaba. Jordán vivía casi en la sala, también con toda la luz encendida. Paseábase sin cesar de un extremo a otro, con incansable obstinación. La alfombra ahogaba sus pesos. A ratos entraba en el dormitorio y proseguía su mudo vaivén a lo largo de la cama, mirando a su mujer cada vez que caminaba en su dirección.
Pronto Alicia comenzó a tener alucinaciones, confusas y flotantes al principio, y que descendieron luego a ras del suelo. La joven, con los ojos desmesuradamente abiertos, no hacía sino mirar la alfombra a uno y otro lado del respaldo de la cama. Una noche se quedó de repente mirando fijamente. Al rato abrió la boca para gritar, y sus narices y labios se perlaron de sudor.
—¡Jordán! ¡Jordán! —clamó, rígida de espanto, sin dejar de mirar la alfombra.
Jordán corrió al dormitorio, y al verlo aparecer Alicia dio un alarido de horror.
—¡Soy yo, Alicia, soy yo!
Alicia lo miró con extravió, miró la alfombra, volvió a mirarlo, y después de largo rato de estupefacta confrontación, se serenó. Sonrió y tomó entre las suyas la mano de su marido, acariciándola temblando.
Entre sus alucinaciones más porfiadas, hubo un antropoide, apoyado en la alfombra sobre los dedos, que tenía fijos en ella los ojos.
Los médicos volvieron inútilmente. Había allí delante de ellos una vida que se acababa, desangrándose día a día, hora a hora, sin saber absolutamente cómo. En la última consulta Alicia yacía en estupor mientras ellos la pulsaban, pasándose de uno a otro la muñeca inerte. La observaron largo rato en silencio y siguieron al comedor.
—Pst… —se encogió de hombros desalentado su médico—. Es un caso serio… poco hay que hacer…
—¡Sólo eso me faltaba! —resopló Jordán. Y tamborileó bruscamente sobre la mesa.
Alicia fue extinguiéndose en su delirio de anemia, agravado de tarde, pero que remitía siempre en las primeras horas. Durante el día no avanzaba su enfermedad, pero cada mañana amanecía lívida, en síncope casi. Parecía que únicamente de noche se le fuera la vida en nuevas alas de sangre. Tenía siempre al despertar la sensación de estar desplomada en la cama con un millón de kilos encima. Desde el tercer día este hundimiento no la abandonó más. Apenas podía mover la cabeza. No quiso que le tocaran la cama, ni aún que le arreglaran el almohadón. Sus terrores crepusculares avanzaron en forma de monstruos que se arrastraban hasta la cama y trepaban dificultosamente por la colcha.
Perdió luego el conocimiento. Los dos días finales deliró sin cesar a media voz. Las luces continuaban fúnebremente encendidas en el dormitorio y la sala. En el silencio agónico de la casa, no se oía más que el delirio monótono que salía de la cama, y el rumor ahogado de los eternos pasos de Jordán.
Murió, por fin. La sirvienta, que entró después a deshacer la cama, sola ya, miró un rato extrañada el almohadón.
—¡Señor! —llamó a Jordán en voz baja—. En el almohadón hay manchas que parecen de sangre.
Jordán se acercó rápidamente Y se dobló a su vez. Efectivamente, sobre la funda, a ambos lados del hueco que había dejado la cabeza de Alicia, se veían manchitas oscuras.
—Parecen picaduras —murmuró la sirvienta después de un rato de inmóvil observación.
—Levántelo a la luz —le dijo Jordán.
La sirvienta lo levantó, pero enseguida lo dejó caer, y se quedó mirando a aquél, lívida y temblando. Sin saber por qué, Jordán sintió que los cabellos se le erizaban.
—¿Qué hay? —murmuró con la voz ronca.
—Pesa mucho —articuló la sirvienta, sin dejar de temblar.
Jordán lo levantó; pesaba extraordinariamente. Salieron con él, y sobre la mesa del comedor Jordán cortó funda y envoltura de un tajo. Las plumas superiores volaron, y la sirvienta dio un grito de horror con toda la boca abierta, llevándose las manos crispadas a los bandos: —sobre el fondo, entre las plumas, moviendo lentamente las patas velludas, había un animal monstruoso, una bola viviente y viscosa. Estaba tan hinchado que apenas se le pronunciaba la boca.
Noche a noche, desde que Alicia había caído en cama, había aplicado sigilosamente su boca —su trompa, mejor dicho— a las sienes de aquélla, chupándole la sangre. La picadura era casi imperceptible. La remoción diaria del almohadón había impedido sin dada su desarrollo, pero desde que la joven no pudo moverse, la succión fue vertiginosa. En cinco días, en cinco noches, había vaciado a Alicia.
Estos parásitos de las aves, diminutos en el medio habitual, llegan a adquirir en ciertas condiciones proporciones enormes. La sangre humana parece serles particularmente favorable, y no es raro hallarlos en los almohadones de pluma.
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Juanf
Amigo Luis Leon, Manuel quien me envió el comentario es mi primo político, lo recibí en el 18 pero lo tengo guardado y lo dejo visible en tu blog abierto a todas las tendencias, bueno es recordar que la democracia es el mejor camino ya asfaltado que el ser humano puede desear, nosotros por la lectura sabemos de la crueldad realizada por aquellos fanáticos engrandecidos con la destrucción y no en la construcción y que en algún momento del pasado abusaron del ser humano como lo relatado en la Gulag de Stalin y que por desgracia en esos momentos la existencia del ser humano encontró la maldad de muchos discípulos de Satanás que hoy resucitan para dejar el mal como si algo bueno fuera.
Hoy nuestro camino español sigue los mismo pasos creados por ZP, Pablo Iglesias, Fidel Castro y Chavez en la Venezuela rica ayer y hoy la mas pobre en todos sus aspectos, vivir entre culebras y nadar con tiburones no es lo que nosotros queremos en la Espana donde el Rey Felipe VI observa como los Sánchez e Iglesias encapuchados y bajo la noche de la mentira y del desconcierto de la COVID-19 buscan empujarlo al vació para crear otro chavismo, hoy ibérico, que llega con la mentira del primero y la mala leche del segundo, estos monstruos del mal buscan el dominio de la justicia colocando a profesionales vendidos que llevaran la ruptura de tantos siglos de amistad entre los españoles y que desde el mal gobierno de ZP los inocentes ciudadanos miran para otro lado sin observar que los dos trenes de la muerte les acecha por los dos lados, la política comunista y el coronavirus.
HAZTEOIR.ORG.- 7 DE MARZO DE 2018: Buenas noticias: el Gobierno ha vetado la reforma de la ley de Memoria Histórica del PSOE por el gasto que implica.
Las 23 mil firmas recogidas hasta el momento por nuestra campaña han contribuido a hacer llegar al PP y a Ciudadanos lo que la mayoría de los españoles pensamos: la ley de Memoria Histórica del PSOE es una ley revanchista, orweliana y profundamente totalitaria. ¡Enhorabuena!
Siendo un paso importante, este rechazo no supone un carpetazo definitivo a la ley, que aún debe pasar el filtro de la Mesa del Congreso y donde Ciudadanos podría decantar la balanza en un sentido u otro. Por eso es importante seguir firmando, difundiendo y apoyando esta campaña.
El Gobierno debería haber evitado justificar su veto por criterios económicos y haber entrado más en los motivos de fondo que verdaderamente preocupan de esta ley:
Debería haber apelado a los aspectos represivos y limitativos de las libertades.
Al intento de coartar el pensamiento libre de los ciudadanos.
A la imposibilidad objetiva de establecer una única Verdad sobre la guerra civil española y el franquismo, a no ser que sea imponiéndola.
Déjame recordarte que la ley de memoria histórica del PSOE está diseñada para lograr dos objetivos fundamentales (que no confiesan, claro):
Decretar como Verdad absoluta la versión de la reciente historia de España que escribe la izquierda radical, ya sabemos cuál: que ellos, los del Frente Popular, fueron los buenos.
Cualquiera que se desvíe de esta versión se las verá con los comisarios políticos previstos en la ley, cuya misión será perseguir y castigar el debate, la investigación y la opinión que no se adapte al guión preestablecido.
¿Vas a dejar que una ley te diga cómo tienes que pensar?
Gracias por apoyar esta campaña. Te seguiré informando.
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HAZTEOIR.ORG.- 29 DE ENERO DE 2018: Esto es lo que va a suceder cuando se apruebe la nueva ley de memoria histórica en el Congreso de los Diputados:
Se eliminan todas las cruces, placas en recuerdo de mártires, monumentos y otros símbolos religiosos con la única razón “jurídica” de que se puedan relacionar con Franco, porque todas las construidas entre 1936 y 1975 (artículo 27).
Se declaran nulas todas las condenas judiciales por “pertenencia, colaboración o relación con organizaciones religiosas militares y grupos de resistencia (…) durante la Dictadura”. ¿Están hablando de ETA? (artículo 3)
Se imponen multas y otras sanciones a “los propietarios privados” que no retiren “escudos, insignias, placas y otros objetos o menciones conmemorativas” del período 1936-1975 aun cuando estas se encuentren en recintos de propiedad privada o de la Iglesia (artículo 27).
Se concede la nacionalidad española a los miembros de las Brigadas Internacionales que la III Internacional Comunista (Comintern), a instancias de Stalin, envió a nuestro país para luchar en la guerra civil (artículo 37).
Se procede a la expropiación forzosa del Valle de los Caídos, propiedad del Vaticano (artículo 29 y ss).
Se clausuran las asociaciones y fundaciones que sean consideradas franquistas (artcículo 50).
La ley de memoria histórica de Zapatero recortaba nuestra libertad. La nueva ley de memoria histórica de Pedro Sánchez acabará con ella. Actúa.
El PSOE ya ha presentado este proyecto de ley, que pretende endurecer todavía más la injusta y sectaria ley de memoria histórica de Zapatero. Aplicando la ley de Zapatero se procedió hace 48 horas a destruir la Cruz de Callosa de Segura, en medio de las protestas del pueblo. Ahora imagínate lo que podrán hacer con una ley reformada para “hacerla más eficaz”.
Lo que está haciendo el PSOE es desenterrar el lenguaje del odio, la división entre españoles y el enfrentamiento. Lo que el PSOE está diciendo con esta ley es: “¡A por ellos!”
Sí, a por ti, a por mí, a por nosotros, los que no creemos su mentirosa revisión de la Historia, su revanchismo. Los que pensamos de manera diferente.
– ¿Pero una ley semejante podría llegar a aprobarse? -te preguntarás.
¡Por supuesto! Podemos va a sumarse con sus votos en el Congreso a la admisión a trámite de esta barbaridad jurídica. De modo que todo dependerá de lo que haga el Partido Popular y Ciudadanos.
En nombre de la libertad, escribe ahora al Grupo Parlamentario del Partido Popular y al Grupo Parlamentario de Ciudadanos para que voten NO a la proposicón de ley de reforma de la memoria histórica de Zapatero.
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Juanf
Por supuesto amigo Luis Leon que aqui lo que se escribe nada tiene que ser aprobado por usted, ya sabemos que elapuron.com es un periodico digital abierto a todas las opiniones.
Cualquier parecido con la realidad …No es mera coincidencia?
En el Congreso y ante toda la Cámara, el fundador del
P$O€ y la UGT, Pablo Iglesias, se dirigió a Antonio
Maura, presidente del gobierno legalmente constituido en los siguientes términos:
“Combatiremos sus ideas dentro y fuera de la legalidad e incluso justificaremos el atentado personal”.
(Tipico Talante Democratico de Izquierda)
Pablo Iglesias en un mitin del PSOE afirmo,
“Para evitar que Maura suba el poder debe llegarse hasta el atentado personal ( y lo llevaron a efecto con Calvo Sotelo).
Rodriguez ZP ha dejado escrito en el prologo que hizo para un libro de Jordi Sevilla
“De nuevo socialismo” en el 2002 lo siguiente
“En política no sirve la lógica…Entonces todo es posible y aceptable dado que carecemos de principios de valores y de argumentos racionales que nos guie en su resolución de los problemas”
Cualquier parecido con la realidad No es mera coincidencia.
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Juanf
Amigo Luis León, este cuento que le mando es trágico, trágico como lo que se ve venir una vez mas en la nacion española, ya en elapuron.com dejaba mis apuntes sobre el siniestro Pablo Iglesias, lo pude ver bien claro cuando en Caracas el hablaba sobre las maravillas de Chavez en la TV y siendo un tutor malevo llevo al pais al infierno, hoy en Venezuela el olor de azufre que tanto comentaba el criollo en las Naciones Unidas es hoy el aire contaminado que circula en el territorio que fuera de Bolívar y hoy de los Castros.
Pero ese no es otra cosa que el pasado, hoy el futuro de Espana comienza con el miedo del ciudadano y terminara degollado como nombre tiene el cuento que le estoy enviando. Es la sombra siniestra de Lucifer que anda en las alturas del gobierno y por supuesto amigo mio, no se puede esperar nada bueno de quien es el inventor de la maldad.
¡Buenas tardes! Hoy es miércoles, octubre 14, 2020 y son las 4:50 pm
Horacio Quiroga
(1879-1937)
LA GALLINA DEGOLLADA
(Cuentos de amor, de locura y de muerte, 1917)
Todo el día, sentados en el patio en un banco, estaban los cuatro hijos idiotas del matrimonio Mazzini-Ferraz. Tenían la lengua entre los labios, los ojos estúpidos y volvían la cabeza con la boca abierta. El patio era de tierra, cerrado al oeste por un cerco de ladrillos. El banco quedaba paralelo a él, a cinco metros, y allí se mantenían inmóviles, fijos los ojos en los ladrillos. Como el sol se ocultaba tras el cerco, al declinar los idiotas tenían fiesta. La luz enceguecedora llamaba su atención al principio, poco a poco sus ojos se animaban; se reían al fin estrepitosamente, congestionados por la misma hilaridad ansiosa, mirando el sol con alegría bestial, como si fuera comida.
Otras veces, alineados en el banco, zumbaban horas enteras, imitando al tranvía eléctrico. Los ruidos fuertes sacudían asimismo su inercia, y corrían entonces, mordiéndose la lengua y mugiendo, alrededor del patio. Pero casi siempre estaban apagados en un sombrío letargo de idiotismo, y pasaban todo el día sentados en su banco, con las piernas colgantes y quietas, empapando de glutinosa saliva el pantalón.
El mayor tenía doce años, y el menor ocho. En todo su aspecto sucio y desvalido se notaba la falta absoluta de un poco de cuidado maternal.
Esos cuatro idiotas, sin embargo, habían sido un día el encanto de sus padres. A los tres meses de casados, Mazzini y Berta orientaron su estrecho amor de marido y mujer, y mujer y marido, hacia un porvenir mucho más vital: un hijo: ¿Qué mayor dicha para dos enamorados que esa honrada consagración de su cariño, libertado ya del vil egoísmo de un mutuo amor sin fin ninguno y, lo que es peor para el amor mismo, sin esperanzas posibles de renovación?
Así lo sintieron Mazzini y Berta, y cuando el hijo llegó, a los catorce meses de matrimonio, creyeron cumplida su felicidad. La criatura creció, bella y radiante, hasta que tuvo año y medio. Pero en el vigésimo mes sacudiéronlo una noche convulsiones terribles, y a la mañana siguiente no conocía más a sus padres. El médico lo examinó con esa atención profesional que está visiblemente buscando las causas del mal en las enfermedades de los padres.
Después de algunos días los miembros paralizados recobraron el movimiento; pero la inteligencia, el alma, aun el instinto, se habían ido del todo; había quedado profundamente idiota, baboso, colgante, muerto para siempre sobre las rodillas de su madre.
—¡Hijo, mi hijo querido! —sollozaba ésta, sobre aquella espantosa ruina de su primogénito.
El padre, desolado, acompañó al médico afuera.
—A usted se le puede decir; creo que es un caso perdido.
Podrá mejorar, educarse en todo lo que le permita su idiotismo, pero no más allá.
—¡Sí…! ¡sí…! —asentía Mazzini—. Pero dígame; ¿Usted cree que es herencia, que…?
—En cuanto a la herencia paterna, ya le dije lo que creía cuando vi a su hijo. Respecto a la madre, hay allí un pulmón que no sopla bien. No veo nada más, pero hay un soplo un poco rudo. Hágala examinar bien.
Con el alma destrozada de remordimiento, Mazzini redobló el amor a su hijo, el pequeño idiota que pagaba los excesos del abuelo. Tuvo asimismo que consolar, sostener sin tregua a Berta, herida en lo más profundo por aquel fracaso de su joven maternidad.
Como es natural, el matrimonio puso todo su amor en la esperanza de otro hijo. Nació éste, y su salud y limpidez de risa reencendieron el porvenir extinguido. Pero a los dieciocho meses las convulsiones del primogénito se repetían, y al día siguiente amanecía idiota.
Esta vez los padres cayeron en honda desesperación. ¡Luego su sangre, su amor estaban malditos! ¡Su amor, sobre todo! Veintiocho años él, veintidós ella, y toda su apasionada ternura no alcanzaba a crear un átomo de vida normal. Ya no pedían más belleza e inteligencia como en el primogénito; ¡pero un hijo, un hijo como todos!
Del nuevo desastre brotaron nuevas llamaradas del dolorido amor, un loco anhelo de redimir de una vez para siempre la santidad de su ternura. Sobrevinieron mellizos, y punto por punto repitióse el proceso de los dos mayores.
Mas, por encima de su inmensa amargura, quedaba a Mazzini y Berta gran compasión por sus cuatro hijos. Hubo que arrancar del limbo de la más honda animalidad, no ya sus almas, sino el instinto mismo abolido. No sabían deglutir, cambiar de sitio, ni aun sentarse. Aprendieron al fin a caminar, pero chocaban contra todo, por no darse cuenta de los obstáculos. Cuando los lavaban mugían hasta inyectarse de sangre el rostro. Animábanse sólo al comer, o cuando veían colores brillantes u oían truenos. Se reían entonces, echando afuera lengua y ríos de baba, radiantes de frenesí bestial. Tenían, en cambio, cierta facultad imitativa; pero no se pudo obtener nada más. Con los mellizos pareció haber concluido la aterradora descendencia. Pero pasados tres años desearon de nuevo ardientemente otro hijo, confiando en que el largo tiempo transcurrido hubiera aplacado a la fatalidad.
No satisfacían sus esperanzas. Y en ese ardiente anhelo que se exasperaba, en razón de su infructuosidad, se agriaron. Hasta ese momento cada cual había tomado sobre sí la parte que le correspondía en la miseria de sus hijos; pero la desesperanza de redención ante las cuatro bestias que habían nacido de ellos, echó afuera esa imperiosa necesidad de culpar a los otros, que es patrimonio específico de los corazones inferiores.
Iniciáronse con el cambio de pronombre: tus hijos. Y como a más del insulto había la insidia, la atmósfera se cargaba.
—Me parece —díjole una noche Mazzini, que acababa de entrar y se lavaba las manos— que podrías tener más limpios a los muchachos.
Berta continuó leyendo como si no hubiera oído.
—Es la primera vez —repuso al rato— que te veo inquietarte por el estado de tus hijos.
Mazzini volvió un poco la cara a ella con una sonrisa forzada:
—De nuestros hijos, ¿me parece?
—Bueno; de nuestros hijos. ¿Te gusta así? —alzó ella los ojos.
Esta vez Mazzini se expresó claramente:
—¿Creo que no vas a decir que yo tenga la culpa, no?
—¡Ah, no! —se sonrió Berta, muy pálida— ¡pero yo tampoco, supongo…! ¡No faltaba más…! —murmuró.
—¿Qué, no faltaba más?
—¡Que si alguien tiene la culpa, no soy yo, entiéndelo bien! Eso es lo que te quería decir.
Su marido la miró un momento, con brutal deseo de insultarla.
—¡Dejemos! —articuló, secándose por fin las manos.
—Como quieras; pero si quieres decir…
—¡Berta!
—¡Como quieras!
Este fue el primer choque y le sucedieron otros. Pero en las inevitables reconciliaciones, sus almas se unían con doble arrebato y locura por otro hijo.
Nació así una niña. Vivieron dos años con la angustia a flor de alma, esperando siempre otro desastre. Nada acaeció, sin embargo, y los padres pusieron en ella toda su complacencia, que la pequeña llevaba a los más extremos límites del mimo y la mala crianza.
Si aún en los últimos tiempos Berta cuidaba siempre de sus hijos, al nacer Bertita olvidóse casi del todo de los otros. Su solo recuerdo la horrorizaba, como algo atroz que la hubieran obligado a cometer. A Mazzini, bien que en menor grado, pasábale lo mismo.
No por eso la paz había llegado a sus almas. La menor indisposición de su hija echaba ahora afuera, con el terror de perderla, los rencores de su descendencia podrida. Habían acumulado hiel sobrado tiempo para que el vaso no quedara distendido, y al menor contacto el veneno se vertía afuera. Desde el primer disgusto emponzoñado habíanse perdido el respeto; y si hay algo a que el hombre se siente arrastrado con cruel fruición, es, cuando ya se comenzó, a humillar del todo a una persona. Antes se contenían por la mutua falta de éxito; ahora que éste había llegado, cada cual, atribuyéndolo a sí mismo, sentía mayor la infamia de los cuatro engendros que el otro habíale forzado a crear.
Con estos sentimientos, no hubo ya para los cuatro hijos mayores afecto posible. La sirvienta los vestía, les daba de comer, los acostaba, con visible brutalidad. No los lavaban casi nunca. Pasaban casi todo el día sentados frente al cerco, abandonados de toda remota caricia.
De este modo Bertita cumplió cuatro años, y esa noche, resultado de las golosinas que era a los padres absolutamente imposible negarle, la criatura tuvo algún escalofrío y fiebre. Y el temor a verla morir o quedar idiota, tornó a reabrir la eterna llaga.
Hacía tres horas que no hablaban, y el motivo fue, como casi siempre, los fuertes pasos de Mazzini.
—¡Mi Dios! ¿No puedes caminar más despacio? ¿Cuántas veces…?
—Bueno, es que me olvido; ¡se acabó! No lo hago a propósito.
Ella se sonrió, desdeñosa:
—¡No, no te creo tanto!
—Ni yo, jamás, te hubiera creído tanto a ti… ¡tisiquilla!
—¡Qué! ¿Qué dijiste…?
—¡Nada!
—Sí, te oí algo! Mira: ¡no sé lo que dijiste; pero te juro que prefiero cualquier cosa a tener un padre como el que has tenido tú!
Mazzini se puso pálido.
—¡Al fin!— murmuró con los dientes apretados—. ¡Al fin, víbora, has dicho lo que querías!
—¡Sí, víbora, sí! Pero yo he tenido padres sanos ¿oyes?, ¡sanos! ¡Mi padre no ha muerto de delirio! ¡Yo hubiera tenido hijos como los de todo el mundo! ¡Esos son hijos tuyos, los cuatro tuyos!
Mazzini explotó a su vez.
—¡Víbora tísica! ¡eso es lo que te dije, lo que te quiero decir! ¡Pregúntale, pregúntale al médico quién tiene la mayor culpa de la meningitis de tus hijos: mi padre o tu pulmón picado, víbora!
Continuaron cada vez con mayor violencia, hasta que un gemido de Bertita selló instantáneamente sus bocas. A la una de la mañana la ligera indigestión había desaparecido, y como pasa fatalmente con todos los matrimonios jóvenes que se han amado intensamente una vez siquiera, la reconciliación llegó, tanto más efusiva cuanto hirientes fueran los agravios.
Amaneció un espléndido día, y mientras Berta se levantaba escupió sangre. Las emociones y mala noche pasada tenían, sin duda, gran culpa. Mazzini la retuvo abrazada largo rato, y ella lloró desesperadamente, pero sin que ninguno se atreviera a decir una palabra.
A las diez decidieron salir, después de almorzar. Como apenas tenían tiempo, ordenaron a la sirvienta que matara una gallina.
El día radiante había arrancado a los idiotas de su banco. De modo que mientras la sirvienta degollaba en la cocina al animal, desangrándolo con parsimonia (Berta había aprendido de su madre este buen modo de conservar frescura a la carne), creyó sentir algo como respiración tras ella. Volvióse, y vio a los cuatro idiotas, con los hombros pegados uno a otro, mirando estupefactos la operación… Rojo… rojo…
—¡Señora! Los niños están aquí, en la cocina.
Berta llegó; no quería que jamás pisaran allí. ¡Y ni aun en esas horas de pleno perdón, olvido y felicidad reconquistada, podía evitarse esa horrible visión! Porque, naturalmente, cuando más intensos eran los raptos de amor a su marido e hija, más irritado era su humor con los monstruos.
—¡Que salgan, María! ¡Échelos! ¡Échelos, le digo!
Las cuatro pobres bestias, sacudidas, brutalmente empujadas, fueron a dar a su banco.
Después de almorzar, salieron todos. La sirvienta fue a Buenos Aires, y el matrimonio a pasear por las quintas. Al bajar el sol volvieron, pero Berta quiso saludar un momento a sus vecinas de enfrente. Su hija escapóse en seguida a casa.
Entretanto los idiotas no se habían movido en todo el día de su banco. El sol había traspuesto ya el cerco, comenzaba a hundirse, y ellos continuaban mirando los ladrillos, más inertes que nunca.
De pronto, algo se interpuso entre su mirada y el cerco. Su hermana, cansada de cinco horas paternales, quería observar por su cuenta. Detenida al pie del cerco, miraba pensativa la cresta. Quería trepar, eso no ofrecía duda. Al fin decidióse por una silla desfondada, pero faltaba aún. Recurrió entonces a un cajón de kerosene, y su instinto topográfico hízole colocar vertical el mueble, con lo cual triunfó.
Los cuatro idiotas, la mirada indiferente, vieron cómo su hermana lograba pacientemente dominar el equilibrio, y cómo en puntas de pie apoyaba la garganta sobre la cresta del cerco, entre sus manos tirantes. Viéronla mirar a todos lados, y buscar apoyo con el pie para alzarse más.
Pero la mirada de los idiotas se había animado; una misma luz insistente estaba fija en sus pupilas. No apartaban los ojos de su hermana, mientras una creciente sensación de gula bestial iba cambiando cada línea de sus rostros. Lentamente avanzaron hacia el cerco. La pequeña, que habiendo logrado calzar el pie, iba ya a montar a horcajadas y a caerse del otro lado, seguramente, sintióse cogida de la pierna. Debajo de ella, los ocho ojos clavados en los suyos le dieron miedo.
—¡Suéltame! ¡Déjame! —gritó sacudiendo la pierna. Pero fue atraída.
—¡Mamá! ¡Ay, mamá! ¡Mamá, papá! —lloró imperiosamente. Trató aún de sujetarse del borde, pero sintióse arrancada y cayó.
—Mamá, ¡ay! Ma…
No pudo gritar más. Uno de ellos le apretó el cuello, apartando los bucles como si fueran plumas, y los otros la arrastraron de una sola pierna hasta la cocina, donde esa mañana se había desangrado a la gallina, bien sujeta, arrancándole la vida segundo por segundo.
Mazzini, en la casa de enfrente, creyó oír la voz de su hija.
—Me parece que te llama —le dijo a Berta.
Prestaron oído inquietos pero no oyeron más. Con todo, un momento después se despidieron, y mientras Berta iba a dejar su sombrero, Mazzini avanzó en el patio.
—¡Bertita!
Nadie respondió.
—¡Bertita! —alzó mas la voz ya alterada.
Y el silencio fue tan fúnebre para su corazón siempre aterrado, que la espalda se le heló de horrible presentimiento.
—¡Mi hija, mi hija! —corrió ya desesperado hacia el fondo. Pero al pasar frente a la cocina vio en el piso un mar de sangre. Empujó violentamente la puerta entornada, y lanzó un grito de horror.
Berta, que ya se había lanzado corriendo a su vez al oír el angustioso llamado del padre, oyó el grito y respondió con otro. Pero al precipitarse en la cocina, Mazzini, lívido como la muerte, se interpuso conteniéndola:
—¡No entres! ¡No entres!
Berta alcanzó a ver el piso inundado de sangre. Sólo pudo echar sus brazos sobre la cabeza y hundirse a lo largo de él con un ronco suspiro.
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Juanf
Amigo mio, en tiempos de pandemia que mejor que un libro, pero para no cansar bueno es que sea corto para que nos de tiempo de ver el telediario y saber como va el encuentro entre el COVID-19 y nosotros los humanos, hoy Espana perdió con Ucrania, nuestra selección no dio la talla triunfadora, fallo en la delantera y nuestro portero no tuvo su dia
Exilio – Edmond Hamilton
¡Lo que daría por no haber hablado de Ciencia Ficción aquella noche! Si no lo hubiéramos hecho, en estos momentos no estaría obsesionado con esa bizarra e imposible historia que nunca podría ser comprobada ni refutada.
Pero tratándose de cuatro escritores profesionales de relatos fantásticos, supongo que el tema resultaba ineludible. A pesar de que logramos posponerlo durante toda la cena y los tragos que tomamos después, Madison, gustoso, contó a grandes rasgos su partida de caza, y luego Brazell inicio una discusión sobre los pronósticos de los Dodgers. Mas tarde me vi obligado a desviar la conversación al terreno de la fantasía.
No era mi intención hacer algo así. Pero había bebido un escoces de mas, y eso siempre me vuelve analítico. Y me divertía la perfecta apariencia de que los cuatro eramos personas comunes y corrientes.
-Camuflaje protector, eso es -anuncie-. ¡Cuanto nos esforzamos por actuar como chicos buenos, normales y ordinarios!
Brazell me miro, un poco molesto por la abrupta interrupción.
-¿De que estas hablando?
-De nosotros cuatro -Respondí-. ¡Que esplendida imitación de ciudadanos hechos y derechos! Pero no estamos contentos con eso… Ninguno de nosotros. Por el contrario, estamos violentamente insatisfechos con la tierra y con todas sus obras; por eso nos pasamos la vida creando uno tras otro, mundos imaginarios.
-Supongo que el pequeño detalle de hacerlo por dinero no tiene nada que ver -inquirió Brazell escéptico.
-Claro que si-admití-. Pero todos creamos nuestros mundos y pueblos imposibles muchísimo antes de escribir una sola linea, ¿verdad? incluso desde nuestra infancia, ¿no? por eso no estamos a gusto aquí.
-Nos sentiríamos mucho peor en alguno de los mundos que describimos -replico Madison.
En ese momento, Carrick, el cuarto del grupo, intervino en la conversación. Estaba sentado en silencio como de costumbre, copa en la mano, meditabundo, sin prestarnos atención.
Carrick era raro en muchos aspectos. Sabíamos poco de el, pero lo apreciábamos y admirábamos sus historias. Había escrito relatos fascinantes, minuciosamente elaborados en su totalidad sobre un planeta imaginario.
-Lo mismo me ocurrió a mi en una ocasión- dijo a Madison.
-¿Que? -pregunto Madison.
-Lo que acabas de sugerir… Una vez escribí un sobre un mundo imaginario y luego me vi obligado a vivir en el – contesto Carrick.
Madison soltó una carcajada.
-Espero que haya sido un sitio mas habitable que los escalofriantes planetas en los que yo planteo mis embustes.
Carrick ni siquiera sonrío.
-De haber sabido que viviría en el, lo habría creado muy distinto -murmuro.
Brazell, tras dirigir una mirada significativa a la copa vacía de Carrick, nos guiño un ojo y pidió con voz melosa:
-Cuenta nos como fue, Carrick.
Carrick no aparto la mirada de la copa mientras la giraba entre sus dedos al hablar. Se detenía entre una frase y otra.
“Sucedió inmediatamente después de que me mudara junto a la Gran Central de Energía. A primera vista, parecía un lugar ruidoso, pero, en realidad, se vivía muy tranquilo en las afueras de la ciudad. Y yo necesitaba tranquilidad para escribir mis historias.
“Me dispuse a trabajar en la nueva serie que había comenzado, una colección de relatos que ocurrirían en aquel mundo imaginario. Empecé por crear detalladamente todas las características físicas de ese mundo y del universo que lo contenía. Pase todo el día concentrado en ello. Y cuando termine ¡Algo en mi mente hizo clic!
“Esa breve y extraña sensación me pareció una súbita materialización. Me quede allí, inmovilizado, al tiempo que me preguntaba si estaría enloqueciendo, pues tuve la repentina seguridad de que el mundo que yo había creado durante todo el día acababa de cristalizar en una existencia concreta en alguna parte.
“Por supuesto, ignore esa extraña idea, salí de casa y me olvide del asunto. Pero al día siguiente sucedió de nuevo. Dedique la mayor parte del tiempo a la creación de los habitantes del mundo de mi historia. Sin duda los había imaginado humanos, aunque decidí que no fueran demasiado civilizados pues eso imposibilitaría los conflictos y la violencia indispensable para mi trama.
“Así pues había gestado mi mundo imaginario, un mundo de gente que estaba a medio civilizar. Imagine todas sus crueldades y supersticiones. Erguí sus barbaras y pintorescas ciudades. Y, justo cuando termine aquel clic resonó de nuevo en mi mente.
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“Entonces si me asuste de verdad pues sentí con mayor fuerza que la primera vez esa extraña convicción de que mis sueños se habían materializado para dar paso a una realidad solida. Sabia que era una locura; sin embargo, en mi mente tenia la increíble certeza. No podía abandonar esa idea.
“Trate de convencerme de descartar tan loca convicción. Si en verdad había creado un mundo y un universo con solo imaginarlos, ¿donde se hallaban? Desde luego no en mi propio cosmos. No podría contener dos universos…, completamente distintos el uno del otro.
“Pero, ¡y si ese mundo y este universo de mi imaginación se habían concretado en la realidad en otro cosmos vacío? ¿Un cosmos localizado en una dimensión diferente a la mía?¿Uno que contuviera solamente átomos libres, materia informe que había adquirido forma hasta que, de alguna manera, mis concentrados pensamientos les hicieron tomar las imágenes que yo había soñado?
“Medite esa idea de la extraña manera en que se aplican las leyes de la lógica a las cosas imposibles. ¿Por que los relatos que yo imaginaba no se habían vuelto realidad en ocasiones anteriores y solo ahora habían empezado a hacerlo? Bueno, para eso había una explicación plausible. Viva cerca de la Gran Central de Energía. Alguna insospechada corriente de energía emanada de ella dirigía mi imaginación condensada, como una fuerza súper amplificadora, hacia un cosmos vacío donde conmociono la masa informe y la hizo apropiarse de las formas que yo soñaba.
“¿Creía en eso? No. Por supuesto que no, pero lo sabia. Hay una diferencia entre el conocimiento y la creencia; como alguien dijo: ‘Todos los hombres saben que algún día morirán y ninguno cree que llegara ese día’. pues conmigo ocurrió lo mismo. Me daba cuenta que no era posible que mi mundo fantástico hubiese adquirido una existencia física en un cosmos dimensional diferente, aunque, al mismo tiempo, yo tenia la extraña convicción de que así era.
“Y entonces se me ocurrió algo que me pareció entretenido e interesante. ¿Y si me creaba a mi mismo en ese otro mundo? ¿También seria yo real en el? Lo intente. Me senté en mi escritorio y me imagine a mi mismo como uno mas entre los millones de individuos de ese mundo ficticio; pude crear todo un trasfondo familiar e histórico coherente para mi en aquel lugar. ¡Y algo en mi mente hizo clic!”
Carrick hizo una pausa. Todavía contemplaba la copa vacía que agitaba lentamente entre sus dedos.
Madison le incito a continuar:
-Y seguro despertaste allí y una hermosa muchacha se acerco a ti y preguntaste “¿Donde estoy?”
-No sucedió así -respondió Carrick sombrío-. No fue así en absoluto, desperté en ese otro mundo, si. Pero no fue como un despertar real. Simplemente, aparecí allí de repente.
“Seguía siendo yo, pero era el yo imaginado por mi para ese otro mundo. Se trataba de otro yo que siempre había vivido allí…., del mismo modo que sus antepasados. Verán, yo lo había creado todo.
“Y mi otro yo era tan real ene mundo imaginario creado por mi como lo había sido en el mio propio. Eso fue lo peor. Todo en ese mundo a medio civilizar era tan vulgar dentro de su realidad…”
Hizo una pausa.
“Al principio, me resulto extraño. Camine por las calles de aquellas barbaras ciudades y mire los rostros de las personas con un imperioso deseo de gritar en voz alta: ‘¡Yo los imagine a todos! ¡Ninguno de ustedes existía hasta que lo los soñé!’.
“Sin embargo, no lo hice. No me habrían creído. Para ellos, yo no era mas que un miembro insignificante de su raza. ¿Como podían creer que ellos, sus tradiciones y su historia, su mundo y su universo, habían surgido súbitamente gracias a mi imaginación?
“Cuando ceso mi turbación inicial, me desagrado el lugar. Lo había creado demasiado bárbaro. Las salvajes violencias y crueldades que me habían parecido tan seductoras como material para una historia , eran aberrantes y repulsivas en mi propia carne. Solo deseaba volver a mi mundo.
“¡Y no pude regresar! No había forma. Tuve la vaga sensación de que podría imaginarme de vuelta en mi mundo así como había imaginado mi viaje a ese otro. Pero fue en vano. La extraña fuerza que había propiciado el milagro no funcionaba en la dirección contraria.
“La pase bastante mal al percatarme de que estaba atrapado en un mundo desagradable, extenuado y bárbaro. Primero pensé en suicidarme. Sin embargo, no lo hice. El hombre se adapta a todo. Y yo me acople lo mejor que pude al mundo creado por mi. “
-¿Que hiciste allí? Quiero decir: ¿Que función cumpliste? -pregunto Brazell
Carrick encogió de hombros.
-No dominaba las habilidades y destrezas del mundo que había creado. Solo poseía mi propio oficio… el de contar historias.
Empecé a reír.
-¿No querrás decir que empezaste a escribir historias fantásticas?
El asintió, sombrío.
-No me quedo mas remedio. Era lo único que podía hacer. Escribí historias sobre mi propio mundo real. Para esa gente, mis relatos eran de una imaginación desbordante… y les gustaron.
Nos echamos a reír. Pero Carrick permaneció mortalmente serio.
Madison llevo la broma hasta sus ultimas consecuencias.
-¿Y como te las arreglaste para regresar finalmente a casa desde ese otro mundo que habías creado?
-¡Nunca regrese a casa! -respondió Carrick con un amargo suspiro.
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Juanf
Amigo Luis León, cuando aun no existía el puente que nos deja llegar a Ciudad Bolívar cruce el gran rio Orinoco en lancha, pude apreciar su grandeza, también disfrutar en una travesía por el rio Mississippi partiendo desde New Orleans, el Sena francés o el Danubio alemán, y he disfrutado en distintas oportunidades en Sevilla del rio Gadalquivir pasando por la Torre del Oro, pude apreciar las cataratas del Niagara en ruta hacia Chicago por carretera, y que conste amigo Luis que tambien hice noche en la Caldera de Taburiente…con un riachuelo que dejaba oír su canto mientras se deslizaba….cuantas maravillas por ver y nunca olvidar!
Horacio Quiroga
(1879-1937)
A LA DERIVA
(Cuentos de amor, de locura y de muerte, (1917)
El hombre pisó blanduzco, y en seguida sintió la mordedura en el pie. Saltó adelante, y al volverse con un juramento vio una yararacusú que arrollada sobre sí misma esperaba otro ataque.
El hombre echó una veloz ojeada a su pie, donde dos gotitas de sangre engrosaban dificultosamente, y sacó el machete de la cintura. La víbora vio la amenaza, y hundió más la cabeza en el centro mismo de su espiral; pero el machete cayó de lomo, dislocándole las vértebras.
El hombre se bajó hasta la mordedura, quitó las gotitas de sangre, y durante un instante contempló. Un dolor agudo nacía de los dos puntitos violetas, y comenzaba a invadir todo el pie. Apresuradamente se ligó el tobillo con su pañuelo y siguió por la picada hacia su rancho.
El dolor en el pie aumentaba, con sensación de tirante abultamiento, y de pronto el hombre sintió dos o tres fulgurantes puntadas que como relámpagos habían irradiado desde la herida hasta la mitad de la pantorrilla. Movía la pierna con dificultad; una metálica sequedad de garganta, seguida de sed quemante, le arrancó un nuevo juramento.
Llegó por fin al rancho, y se echó de brazos sobre la rueda de un trapiche. Los dos puntitos violeta desaparecían ahora en la monstruosa hinchazón del pie entero. La piel parecía adelgazada y a punto de ceder, de tensa. Quiso llamar a su mujer, y la voz se quebró en un ronco arrastre de garganta reseca. La sed lo devoraba.
—¡Dorotea! —alcanzó a lanzar en un estertor—. ¡Dame caña!
Su mujer corrió con un vaso lleno, que el hombre sorbió en tres tragos. Pero no había sentido gusto alguno.
—¡Te pedí caña, no agua! —rugió de nuevo. ¡Dame caña!
—¡Pero es caña, Paulino! —protestó la mujer espantada.
—¡No, me diste agua! ¡Quiero caña, te digo!
La mujer corrió otra vez, volviendo con la damajuana. El hombre tragó uno tras otro dos vasos, pero no sintió nada en la garganta.
—Bueno; esto se pone feo —murmuró entonces, mirando su pie lívido y ya con lustre gangrenoso. Sobre la honda ligadura del pañuelo, la carne desbordaba como una monstruosa morcilla.
Los dolores fulgurantes se sucedían en continuos relampagueos, y llegaban ahora a la ingle. La atroz sequedad de garganta que el aliento parecía caldear más, aumentaba a la par. Cuando pretendió incorporarse, un fulminante vómito lo mantuvo medio minuto con la frente apoyada en la rueda de palo.
Pero el hombre no quería morir, y descendiendo hasta la costa subió a su canoa. Sentóse en la popa y comenzó a palear hasta el centro del Paraná. Allí la corriente del río, que en las inmediaciones del Iguazú corre seis millas, lo llevaría antes de cinco horas a Tacurú-Pucú.
El hombre, con sombría energía, pudo efectivamente llegar hasta el medio del río; pero allí sus manos dormidas dejaron caer la pala en la canoa, y tras un nuevo vómito —de sangre esta vez—dirigió una mirada al sol que ya trasponía el monte.
La pierna entera, hasta medio muslo, era ya un bloque deforme y durísimo que reventaba la ropa. El hombre cortó la ligadura y abrió el pantalón con su cuchillo: el bajo vientre desbordó hinchado, con grandes manchas lívidas y terriblemente doloroso. El hombre pensó que no podría jamás llegar él solo a Tacurú-Pucú, y se decidió a pedir ayuda a su compadre Alves, aunque hacía mucho tiempo que estaban disgustados.
La corriente del río se precipitaba ahora hacia la costa brasileña, y el hombre pudo fácilmente atracar. Se arrastró por la picada en cuesta arriba, pero a los veinte metros, exhausto, quedó tendido de pecho.
—¡Alves! —gritó con cuanta fuerza pudo; y prestó oído en vano.
—¡Compadre Alves! ¡No me niegue este favor! —clamó de nuevo, alzando la cabeza del suelo. En el silencio de la selva no se oyó un solo rumor. El hombre tuvo aún valor para llegar hasta su canoa, y la corriente, cogiéndola de nuevo, la llevó velozmente a la deriva.
El Paraná corre allí en el fondo de una inmensa hoya, cuyas paredes, altas de cien metros, encajonan fúnebremente el río. Desde las orillas bordeadas de negros bloques de basalto, asciende el bosque, negro también. Adelante, a los costados, detrás, la eterna muralla lúgubre, en cuyo fondo el río arremolinado se precipita en incesantes borbollones de agua fangosa. El paisaje es agresivo, y reina en él un silencio de muerte. Al atardecer, sin embargo, su belleza sombría y calma cobra una majestad única.
El sol había caído ya cuando el hombre, semitendido en el fondo de la canoa, tuvo un violento escalofrío. Y de pronto, con asombro, enderezó pesadamente la cabeza: se sentía mejor. La pierna le dolía apenas, la sed disminuía, y su pecho, libre ya, se abría en lenta inspiración.
El veneno comenzaba a irse, no había duda. Se hallaba casi bien, y aunque no tenía fuerzas para mover la mano, contaba con la caída del rocío para reponerse del todo. Calculó que antes de tres horas estaría en Tacurú-Pucú.
El bienestar avanzaba, y con él una somnolencia llena de recuerdos. No sentía ya nada ni en la pierna ni en el vientre. ¿Viviría aún su compadre Gaona en Tacurú-Pucú? Acaso viera también a su ex patrón mister Dougald, y al recibidor del obraje.
¿Llegaría pronto? El cielo, al poniente, se abría ahora en pantalla de oro, y el río se había coloreado también. Desde la costa paraguaya, ya entenebrecida, el monte dejaba caer sobre el río su frescura crepuscular, en penetrantes efluvios de azahar y miel silvestre. Una pareja de guacamayos cruzó muy alto y en silencio hacia el Paraguay.
Allá abajo, sobre el río de oro, la canoa derivaba velozmente, girando a ratos sobre sí misma ante el borbollón de un remolino. El hombre que iba en ella se sentía cada vez mejor, y pensaba entretanto en el tiempo justo que había pasado sin ver a su ex patrón Dougald. ¿Tres años? Tal vez no, no tanto. ¿Dos años y nueve meses? Acaso. ¿Ocho meses y medio? Eso sí, seguramente.
De pronto sintió que estaba helado hasta el pecho. ¿Qué sería? Y la respiración también…
Al recibidor de maderas de mister Dougald, Lorenzo Cubilla, lo había conocido en Puerto Esperanza un viernes santo… ¿Viernes? Sí, o jueves…
El hombre estiró lentamente los dedos de la mano.
—Un jueves…
Y cesó de respirar.
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Juanf
Franz Kafka
(Praga, 1883-1924)
Ante la ley (1915)
(“Vor dem Gesetz”)
Forma parte del manuscrito de la novela El proceso —capítulo “En la catedral”
Originalmente publicado en el “semanario judío independiente” Selbswehr (7 de septiembre de 1915)
Ante la ley hay un guardián. Un campesino se presenta frente a este guardián, y solicita que le permita entrar en la Ley. Pero el guardián contesta que por ahora no puede dejarlo entrar. El hombre reflexiona y pregunta si más tarde lo dejarán entrar.
—Tal vez —dice el centinela— pero no por ahora.
La puerta que da a la Ley está abierta, como de costumbre; cuando el guardián se hace a un lado, el hombre se inclina para espiar. El guardián lo ve, se sonríe y le dice:
—Si tu deseo es tan grande haz la prueba de entrar a pesar de mi prohibición. Pero recuerda que soy poderoso. Y sólo soy el último de los guardianes. Entre salón y salón también hay guardianes, cada uno más poderoso que el otro. Ya el tercer guardián es tan terrible que no puedo mirarlo siquiera.
El campesino no había previsto estas dificultades; la Ley debería ser siempre accesible para todos, piensa, pero al fijarse en el guardián, con su abrigo de pieles, su nariz grande y aguileña, su barba negra de tártaro, rala y negra, decide que le conviene mas esperar. El guardián le da un escabel y le permite sentarse a un costado de la puerta.
Allí espera días y años. Intenta infinitas veces entrar y fatiga al guardián con sus súplicas. Con frecuencia el guardián conversa brevemente con él, le hace preguntas sobre su país y sobre muchas otras cosas; pero son preguntas indiferentes, como las de los grandes señores, y, finalmente siempre le repite que no puede dejarlo entrar. El hombre, que se ha provisto de muchas cosas para el viaje, sacrifica todo, por valioso que sea para sobornar al guardián. Este acepta todo, en efecto, pero le dice:
—Lo acepto para que no creas que has omitido ningún esfuerzo.
Durante esos largos años, el hombre observa casi continuamente al guardián: se olvida de los otros y le parece que éste es el único obstáculo que lo separa de la Ley. Maldice su mala suerte, durante los primeros años audazmente y en voz alta; más tarde, a medida que envejece, sólo murmura para si. Retorna a la infancia, y como en su cuidadosa y larga contemplación del guardián ha llegado a conocer hasta las pulgas de su cuello de piel, también suplica a las pulgas que lo ayuden y convenzan al guardián. Finalmente, su vista se debilita, y ya no sabe si realmente hay menos luz, o si sólo lo engañan sus ojos. Pero en medio de la oscuridad distingue un resplandor, que surge inextinguible de la puerta de la Ley. Ya le queda poco tiempo de vida. Antes de morir, todas las experiencias de esos largos años se confunden en su mente en una sola pregunta, que hasta ahora no ha formulado. Hace señas al guardián para que se acerque, ya que el rigor de la muerte comienza a endurecer su cuerpo. El guardián se ve obligado a agacharse mucho para hablar con él, porque la disparidad de estaturas entre ambos ha aumentado bastante con el tiempo, para desmedro del campesino.
—¿Qué quieres saber ahora?-pregunta el guardián-. Eres insaciable.
—Todos se esfuerzan por llegar a la Ley —dice el hombre—; ¿cómo es posible entonces que durante tantos años nadie más que yo pretendiera entrar?
El guardián comprende que el hombre está por morir, y para que sus desfallecientes sentidos perciban sus palabras, le dice junto al oído con voz atronadora:
—Nadie podía pretenderlo porque esta entrada era solamente para tí. Ahora voy a cerrarla.
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Juanf
MARCELA
Rio abajo va Marcela al remo del suspiro y del amor, lleva la pasión de un mancebo traidor, le robo el nectal que llevaba a babor, rema fuerte y grita su desesperación, las olas bravas en rebeldia rompen contra las rocas su indignación enviando miles de gotas al firmamento reclamando justicia su dolor,
Rio abajo va Marcela en busca de su amor.
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Juanf
Amigo Luis Leon, el conjunto canario que hace delicias por el mundo y en especial llevando
el mensaje a sus hijos emigrantes que nunca olvidan la tierra que les vio nacer.
Aquí les dejo un reportaje sobre una visita en el 2013, bajo la dictadura chavista. valientes que fueron a consolar de insularidad a tantos islenos que allí obligados se quedaron y sufriendo siguen bajo el maligno régimen de Maduro gran amigo de ZP y de Pablo Iglesias.
Los Sabandeños llenaron el Teatro Teresa Carreño de Caracas
Irais Plata, Caracas | 14 Octubre 2013 – 13:20 h.
La OSV, junto a Los Sabandeños, interpretando ‘La Cantata del Mencey Loco’.
La OSV, junto a Los Sabandeños, interpretando ‘La Cantata del Mencey Loco’.
Luego de 17 años lejos de escenarios venezolanos, el grupo Los Sabandeños volvió con un concierto de lujo, reuniendo a la popular agrupación ‘Serenata Guayanesa’ y la renombrada Orquesta Sinfónica de Venezuela (OSV). El 5 y 6 de octubre los asistentes al Complejo Cultural Teresa Carreño pudieron disfrutar de una sincronía musical entre Canarias y Venezuela. Este espectáculo único celebró el encuentro entre España y Venezuela a través de la música tradicional y por el 30º aniversario de la construcción del Teatro Teresa Carreño.
La Orquesta Sinfónica de Venezuela (OSV), bajo la dirección del maestro Alfredo Rugeles Asuaje, dio inicio al espectáculo con una ‘suite’ del compositor Aldemaro Romero Zerpa. A continuación, las luces de la Sala ‘Ríos Reyna’ enfocaron al cuarteto venezolano Serenata Guayanesa, quienes abrieron su participación con ‘Viajera del Río’, un vals de Manuel Yanes, compositor de Ciudad Bolívar. Con su segundo tema, ‘El Sapo’, Serenata Guayanesa despertó el ritmo en el público que comenzó a corear la popular canción.
El merengue criollo también figuró en el repertorio de los guayaneses con ‘Antigua Receta de Amor’, original de Ignacio Izcaray. Los músicos no podían dejar por fuera el género emblemático de la región que los vio nacer en 1971 cantando el tema ‘Calipso del Callao’.
Aprovechando la proximidad de diciembre, Serenata Guayanesa se despidió con el aguinaldo venezolano ‘Corre Caballito’. El tema fue cantado por el público afinadamente, dejando encantado al cuarteto folclórico que se retiró del escenario, no sin antes presentar a Los Sabandeños como “grandes amigos” de Venezuela y su agrupación.
A las seis de la tarde el telón de la Sala ‘Ríos Reyna’ se abrió para descubrir a 28 músicos que llevan una emblemática capa. Los Sabandeños iniciaron su presentación con un ‘Popurrí de Isas’ y las ‘Seguidillas del Salinero’ del coplero lanzaroteño Víctor Fernández Gopar.
Luego de dos temas, Elfidio Alonso Quintero, miembro fundador de Los Sabandeños, saludó al público venezolano: “Para nosotros Venezuela era un sueño muy lejano. Gracias a todos ustedes, a los patrocinadores, al buen amigo Moisés Morera Martín (consejero de Asuntos Culturales de la Embajada de España), al formidable elenco de la Orquesta Sinfónica Nacional, y a nuestros hermanos, de los que tanto hemos aprendido, Serenata Guayanesa”.
El legendario músico y director continuó expresando su emoción por volver a Venezuela. “Al fin, después de 17 años que faltamos a esta tierra, aunque nunca nos hemos ido, regresamos a darles un abrazo fraternal de parte de los canarios de allá a los canarios de aquí y a los venezolanos”.
Los Sabandeños recordaron la leyenda gomera con ‘Gara y Jonay’, un tema compuesto por el director musical y timplista Benito Cabrera Hernández. En la canción también se usó el ‘silbo gomero’, Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la Unesco en 2009. Las folías, género musical presente en las siete islas, también fueron cantadas en el Teatro Teresa Carreño.
Cabrera Hernández, conocido como uno de los mejores timplistas del mundo, se destacó con ‘Isa en Fa’, tema que fue acompañado con las palmas por los asistentes. Los Sabandeños comenzaron a recorrer Iberoamérica con su música, encontrando puntos en común con el folklore canario.
El mariachi hizo su aparición con el huapango ‘Malagueña Salerosa’ y el bolero con el tema ‘El Mar y el Cielo’ del trío ‘Los Panchos’. David Muñoz Hernández entonó ‘Derroche’, original de la cantante Ana Belén y que Los Sabandeños incluyeron en su disco ‘Amoríos’.
La cantante venezolana Nancy Toro fue llamada al escenario para interpretar junto a Los Sabandeños ‘Epa Isidoro’, del maestro Luis María Frómeta Pereira ‘Billos’, tema que logró arrancar algunas lágrimas a los asistentes, “un homenaje al último cochero de Caracas”. Del cancionero venezolano, los músicos canarios, acompañados por Nancy Toro y Serenata Guayanesa, entonaron ‘Fulías Centrales’, un tema cargado de ritmo y sabor.
Para despedir la primera parte del concierto, Los Sabandeños eligieron el tema ‘Ayer’, de la cantante cubana Gloria Fajardo García (Gloria Estefan). Mientras el público se ponía de pie para bailar, Elfidio Alonso Quintero aseguraba que “la segunda parte también estará llena de sorpresas”.
En el segundo acto, el telón descubrió a la Orquesta Sinfónica Venezolana junto a Los Sabandeños. Seguidamente, el maestro Alfredo Rugeles Asuaje dio la orden de desencadenar ‘La Cantata del Mencey Loco’, basada en los poemas ‘La Tierra y la Raza’ de Ramón Gil-Roldán. Esta cantata consta de cinco fragmentos: Introducción, La Raza, Guacimara, La Muerte de Beneharo y el Canto Final.
El cancionero canario continuó con los temas ‘Llamarme Guanche’, ‘Serinoque’, ‘El Canario’, ‘Voces del Meridiano’, ‘Aquella Tarde’ y ‘Dos Cruces’.
Los Sabandeños decidieron terminar el concierto con la canción ‘Venezuela’, considerada como un himno más y compuesta por los españoles Pablo Herrero y José Luís Armenteros. El emblemático tema conmovió al público que no quería despedirse de la agrupación canaria.
La OSV y Los Sabandeños apenas habían ensayado a escasas horas de la presentación, pero los músicos canarios y venezolanos lograron una armonía musical perfecta en el escenario, por ello Elfidio Alonso Quintero decidió dedicar a la Orquesta Sinfónica Venezuela el pasodoble ‘Islas Canarias’. El telón se cerró cuando aún el público aplaudía enérgicamente de pie.
El insistente público de la Sala Ríos Reyna continuó de pie pidiendo más música y no se detuvo hasta que minutos después el telón volvió a abrirse para que Los Sabandeños cantaran una parranda: “Aunque me voy de Caracas no me voy de Caracas”, haciendo bailar a la gente en el reducido espacio de las escaleras.
El complacido público salió del Teatro Teresa Carreño con lágrimas de nostalgia pero con una gran sonrisa tras haberse reencontrado con Los Sabandeños, embajadores de la música canaria y española en el mundo.
PASODOBLE ISLAS CANARIAS (LOS SABANDEÑOS)
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Juanf
Amigo Luis León, ya lo dijo el Quijote, cosas veredes Sancho.
Un tal dia como hoy el chavismo derribo con gran fanfarria la estatua de Cristóbal Colon en una plaza de Caracas, han pasado los años
y hoy Espana una vez mas celebra otro aniversario del festivo 12 de Octubre, que nos recuerda al comunista Zapatero cuando se quedo sentado al paso de las banderas de Espana y de los EEUU en un bello desfile militar realizado en la Castellana.
Hoy el Rey Felipe VI de forma noble y con gran serenidad en cada autoridad allí invitadas les daba el clásico saludo militar, y sorpresa para el adulón de Chavez y hoy mentor y vice ministro de Sánchez pudo sentir por un momento lo que es ser democrático, mientras el mentiroso jefe de gobierno de la Moncloa pensaría que allí quien mandaba era el, olvidando los miles de muertos que su mala gestión lleva ya contabilizados en el territorio español que merecen otro juicio de Nuremberg.
LA MEMORIA HISTÓRICA
(Pablo Iglesias y Marcos Ana)
Pablo Iglesias, líder de
PODEMOS, ha felicitado a
Sebastián Fernando Macarro
Castillo, conocido como
Marcos Ana, calificándole de
“ejemplo de dignidad y
compromiso, de lo mejor de
nuestro país y nuestra
historia”.
Marcos Ana fue un
joven dirigente de las
Juventudes Socialistas en los primeros momentos de la Guerra
Civil. Vivía en Alcalá de Henares y participó de forma directa en
el asesinato de tres personas: Marcial Plaza, sacerdote de 41
años; Amadeo Martín, cartero de 24 años y Agustín Rosado,
labrador de 45 años.
Estos crímenes se produjeron entre julio y
septiembre del año 1936 y las víctimas habían cometido el
delito imperdonable de ser religiosos, de derechas o asistir a
misa los domingos.
En 1943 fue condenado a
muerte por estos asesinatos,
pero al realizarlos cuando era
menor, se le conmutó esta
pena por 30 años de prisión.
Pasó en prisión desde 1939
hasta 1961, saliendo en
libertad por un indulto de
Franco en el 25 Aniversario
de su proclamación como
Jefe de Estado.
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