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Palmero de ida y vuelta
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El fuego mata

Cuando uno contempla el lema que las autoridades de la isla de La Palma han esparcido por todas partes siente ganas de llorar. EL FUEGO MATA es el lema que te asalta en cada esquina, en los laterales de las guaguas, en pancartas colocadas en todas las carreteras, en carteles que en todos los pueblos anuncian actos relacionados con tan loable propósito, incluso festivales de títeres dedicados a tan prioritario asunto.

El fuego mata, dice el Cecopin, este organismo encargado de gestionar las grandes operaciones insulares, que no ha escatimado medios para mentalizar a la gente de la necesidad de prevenir los incendios, de evitar los fuegos sin control. Una vez iniciado, el fuego camina sin control, dicen las sabias proclamas. Hay una lista de prohibiciones: no quemar rastrojos, no cocinar al aire libre, no utilizar las instalaciones de las parrillas instaladas en los refugios en el monte.

Un paseo por la Isla Bonita nos hace ver a cada paso pinos que han sobrevivido durante centurias, pinos negros como tizones, quemados una y otra vez a lo largo de los años. Ramas tronchadas que sin embargo han vuelto a renacer porque el pino canario, aunque esté marchito por fuera, tiene un corazón verde que siempre lo hace rebrotar como ave fénix incluso después del peor de los incendios. A uno le da una risa triste leer las sabias advertencias de los servicios de prevención, de toda esa campaña montada a bombo y platillo por los que saben de estas cosas. Y entonces nos surge la pregunta elemental: ¿Cómo es que a estos sabios que advierten de los peligros del verano no se les ocurrió mencionar el riesgo que entrañan las multitudinarias y repetitivas fiestas patronales de los infinitos caseríos de los 14 municipios palmeros, precisamente en los días de mayor calor del año? ¿A quién se le olvidó prohibir los fuegos artificiales, los voladores, las ruedas de fuego, todo ese jolgorio costoso que ni siquiera la crisis económica ha logrado evitar?

Lamentable que en el municipio de Mazo alguien pudiese estar tirando voladores la tarde-noche del viernes fatídico en que surgieron las llamas, lamentable que nadie se diera cuenta de que con temperaturas de casi 40 grados a la sombra el monte arde en minutos, ya que la pinocha acumulada es el mejor carburante. Las hipótesis continúan abiertas, se habla también de que algún pirómano pudo originar diversos focos del incendio en distintos escenarios. Habrá que investigar y delimitar responsabilidades. En la isla el boca a boca especula con el origen de la catástrofe: los fuegos artificiales de Tigalate. ¿A quién deberán pedir responsabilidades quienes han perdido sus casas, han visto exterminadas sus huertas con viñedos a punto de ser vendimiados? Algún consejero de Medio Ambiente, algún concejal de Fiestas, algún alcalde ¿sopesarán debidamente sus responsabilidades?

Preguntas que por ahora no tienen respuesta, pero que deberían hacernos reflexionar sobre si en verdad tenemos los dirigentes que nos merecemos. Pinos negros como tizones por toda la geografía verde de La Palma, tan acostumbrada a incendios premeditados y a incendios imprudentes. El monte se regenera, pero cada incendio deja sus heridas.

 

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